Anoche me encontré con varios amigos de esto de las letras. Fui a la Tertulia de los Martes, que nos obsequió con la presencia de un estupendo narrador oral gallego, lucense en concreto, Xabier Docampo.
Antes de ello habíamos estado en la Plaza Mayor, escuchando un par de piezas, o tres, de la Escuela de Música de Segovia que acompañaron el encendido inicial de la iluminación navideña de la ciudad. El acto, a pesar de los intentos, resultó frío, como la tarde noche y desangelado. De todos modos, es mucho más que otras veces, en que sólo se aprieta el botoncito correspondiente y los destellos de las luces que se instalan durante estas semanas.
Después de este acto festivo, bajamos a otro más festivo, aunque muchos piensen lo contrario. La sala estuvo desangelada en cuanto a asistencia, claro que cero grados en la calle no invitan a dejar la tibieza hogareña.
Antes de que comenzara el acto propiamente dicho, pude saludar a dos viejos amigos o conocidos. Ambos letraheridos, como uno. Ambos han sido noticia (aunque sea noticia menor, aunque sea a penas una nota a pie de página) en las últimas semanas.
Primero saludé al poeta Luis Javier Moreno. Allí estaba sentado, a punto de leer una carta que había rescatado de su apartado de correos. Sonriente como siempre, con esa mirada suya un poco melancólica. Luis Javier ha sido noticia en este fin de semana, porque ha colaborado con otro Luis, Luis Moro el pintor, en la elaboración de una carpeta hermosísima, según me dicen quienes la han visto, en la que se unen grabado y poesía, teniendo como tema unitivo algunas de las estatuas de los jardines de la Granja. Como dejó dicho José Antonio Municio en su comentario de El Norte de Castilla, Luis Javier Moreno será, sin duda, el poeta moderno español que mejor ha capturado en verso las imágenes de la pintura de todos los tiempos. Allí estaba, pues, sentado, sonriente, y con la mirada un tanto melancólica.
Un poco más delante, junto con su mujer, el narrador y escultor José Antonio Abella también esperaba el comienzo del acto. Por fin he podido abrazar a José Antonio después de haber obtenido el Hucha de Oro de este año. Sin duda uno de los premios de cuentos con más tradición e importancia en el panorama nacional. Han pasado casi dos meses desde el momento en que se hizo pública la noticia y hasta ahora. Parece mentira que en una ciudad como ésta, tan pequeña, uno (que sale cada día a la calle) tarde dos meses en encontrarse con alguien. Claro que, a lo mejor, a partir de ahora, empezamos a coincidir día sí, día no.
Y luego comenzó el acto en sí mismo.
Xabier Docampo es pequeño de estatura, como él mismo dijo, un alto de vocación frustrada, con voz donde conviven registro agudos y graves (perfectamente adecuados para ser un gran cuentacuentos [ahora se llaman narradores orales] que mantenga a la audiencia suspensa de sus palabras) tamizados por un rasgueo que es como un eco de su pasado de fumador, de gran fumador dijo él.
Habló Xabier Docampo de muchísimas cosas, de tantas que esta entrada se haría interminable y ya quiero acabarla. Nos contó cinco o seis cuentos, para reflexionar, para dejarnos con la incertidumbre prendida del alma, para empezar a imaginarse a la muerte, por ejemplo, como una hermosísima señora que nos visita alguna vez en nuestra vida. Me recordó la idea que maneja Saramago en Intermitencias de la muerte, en la que la muerte es una hermosa mujer que se enamora de un vilonchelista. Quizá la tradición gallega y portuguesa, en esta cuestión al menos, sea muy similar.
Pero lo que más me gustó, lo que me impresionó del todo, fue cuando dijo, en los inicios de su intervención, que se es mejor narrador cuando uno es consciente de que es un simple eslabón de la infinita cadena de la narración. Se narra, en fin, para que otro pueda seguir narrando después de nosotros. Porque, y esto lo apunté en una de estas entradas, ahí afuera está el mundo que es caos, y una de las misiones de la literatura, incluso la pobre literatura de un escribidor, es intentar poner orden en el caos, intentar alumbrarnos, como las luces de Navidad nos recuerdan que esta es época en la que la intentar poner un poco de luz a nuestro alrededor tampoco es tan caro. El combustible que sale de nuestro corazón no supone mayor degradación del medio ambiente, creo. Y los cuentos no son mala cosa, acaso una de las mejores, para que las bombillas de nuestros corazones se iluminen y alumbren a nuestro alrededor.
(Arco navideño de la Calle Real de Segovia. Foto Juan Martín. El Adelantado de Segovia)
Antes de ello habíamos estado en la Plaza Mayor, escuchando un par de piezas, o tres, de la Escuela de Música de Segovia que acompañaron el encendido inicial de la iluminación navideña de la ciudad. El acto, a pesar de los intentos, resultó frío, como la tarde noche y desangelado. De todos modos, es mucho más que otras veces, en que sólo se aprieta el botoncito correspondiente y los destellos de las luces que se instalan durante estas semanas.
Después de este acto festivo, bajamos a otro más festivo, aunque muchos piensen lo contrario. La sala estuvo desangelada en cuanto a asistencia, claro que cero grados en la calle no invitan a dejar la tibieza hogareña.
Antes de que comenzara el acto propiamente dicho, pude saludar a dos viejos amigos o conocidos. Ambos letraheridos, como uno. Ambos han sido noticia (aunque sea noticia menor, aunque sea a penas una nota a pie de página) en las últimas semanas.
Primero saludé al poeta Luis Javier Moreno. Allí estaba sentado, a punto de leer una carta que había rescatado de su apartado de correos. Sonriente como siempre, con esa mirada suya un poco melancólica. Luis Javier ha sido noticia en este fin de semana, porque ha colaborado con otro Luis, Luis Moro el pintor, en la elaboración de una carpeta hermosísima, según me dicen quienes la han visto, en la que se unen grabado y poesía, teniendo como tema unitivo algunas de las estatuas de los jardines de la Granja. Como dejó dicho José Antonio Municio en su comentario de El Norte de Castilla, Luis Javier Moreno será, sin duda, el poeta moderno español que mejor ha capturado en verso las imágenes de la pintura de todos los tiempos. Allí estaba, pues, sentado, sonriente, y con la mirada un tanto melancólica.
Un poco más delante, junto con su mujer, el narrador y escultor José Antonio Abella también esperaba el comienzo del acto. Por fin he podido abrazar a José Antonio después de haber obtenido el Hucha de Oro de este año. Sin duda uno de los premios de cuentos con más tradición e importancia en el panorama nacional. Han pasado casi dos meses desde el momento en que se hizo pública la noticia y hasta ahora. Parece mentira que en una ciudad como ésta, tan pequeña, uno (que sale cada día a la calle) tarde dos meses en encontrarse con alguien. Claro que, a lo mejor, a partir de ahora, empezamos a coincidir día sí, día no.
Y luego comenzó el acto en sí mismo.
Xabier Docampo es pequeño de estatura, como él mismo dijo, un alto de vocación frustrada, con voz donde conviven registro agudos y graves (perfectamente adecuados para ser un gran cuentacuentos [ahora se llaman narradores orales] que mantenga a la audiencia suspensa de sus palabras) tamizados por un rasgueo que es como un eco de su pasado de fumador, de gran fumador dijo él.
Habló Xabier Docampo de muchísimas cosas, de tantas que esta entrada se haría interminable y ya quiero acabarla. Nos contó cinco o seis cuentos, para reflexionar, para dejarnos con la incertidumbre prendida del alma, para empezar a imaginarse a la muerte, por ejemplo, como una hermosísima señora que nos visita alguna vez en nuestra vida. Me recordó la idea que maneja Saramago en Intermitencias de la muerte, en la que la muerte es una hermosa mujer que se enamora de un vilonchelista. Quizá la tradición gallega y portuguesa, en esta cuestión al menos, sea muy similar.
Pero lo que más me gustó, lo que me impresionó del todo, fue cuando dijo, en los inicios de su intervención, que se es mejor narrador cuando uno es consciente de que es un simple eslabón de la infinita cadena de la narración. Se narra, en fin, para que otro pueda seguir narrando después de nosotros. Porque, y esto lo apunté en una de estas entradas, ahí afuera está el mundo que es caos, y una de las misiones de la literatura, incluso la pobre literatura de un escribidor, es intentar poner orden en el caos, intentar alumbrarnos, como las luces de Navidad nos recuerdan que esta es época en la que la intentar poner un poco de luz a nuestro alrededor tampoco es tan caro. El combustible que sale de nuestro corazón no supone mayor degradación del medio ambiente, creo. Y los cuentos no son mala cosa, acaso una de las mejores, para que las bombillas de nuestros corazones se iluminen y alumbren a nuestro alrededor.
(Arco navideño de la Calle Real de Segovia. Foto Juan Martín. El Adelantado de Segovia)
1 comentario:
Siempre te digo que descubrí a Saramago gracias a ti. Hoy está, junto con la Gaitera, en los estantes privilegiados de mi librería. Quizá tengan en común la ternura que me producen.
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