jueves, 4 de diciembre de 2008

EL ALFAR

Ya están aquí los alfareros. Cuando llegan a Segovia, hace mal tiempo. Siempre. Al menos frío, un frío que se clava como acero.
Se va a llenar Fernández Ladreda de cacharros que tendrán como materia prima común el barro. Quizá por eso sean tan atractivos para la mayoría, pues el ser humano por mucho que huya de ciertas realidades, es tierra y está apegado a ella.
Desde que la modernidad contemporánea ha encontrado en el regreso a las tradiciones en vías de extinción un medio económico más que, a través del comercio, produce pingües beneficios, los alfareros de toda la vida, han ascendido a la categoría de artesanos ceramistas, y como tales viven. Algunos, incluso, han descubierto pujos estéticos en sus dedos, y realizan creaciones que se emparientan con el arte. No se limitan al puchero o a la cazuela o la vasija o al botijo... Ya ni siquiera se llaman alfareros, son ceramistas tradicionales, porque ellos trabajan la cerámica. ¿Quién se lo iba a decir a los pobres alfareros que mal vivirían en tantos pueblos de nuestras tierras, cuando estas tierras aún no eran pasto del abandono? Y que conste que no me parece mal que hagan valer el esforzado trabajo manual, frente a la invasión agresiva de plásticos, metales y otros materiales mucho más baratos, sin duda, pero sin el alma que las yemas de unos dedos y las llamas de un horno impregnan a estos objetos.
La arcilla en un alfar...
Paseaba esta tarde por Fernández Ladreda y he visto que ya han llegado estos feriantes. Bajo las carpas que les han instalado (no sé si el Ayuntamiento, o la Asociación de Artesanos de Segovia) se estacionaban muchos vehículos, alguna furgoneta, veíanse bultos. Casi entrando en el Azoguejo, he visto una furgoneta con matrícula de Toledo en la que se leía El Alfar, supongo que en referencia al nombre del obrador donde se elaboran las piezas de cerámica artística, así rezaba el subtítulo, por así decir.
La sola contradicción me ha hecho pensar en la potencia de las palabras, en la fuerza que tiene el lenguaje para registrar una realidad e incluso modificarla.
Alfar suena a lo que es: palabra de evidente origen árabe (alfahar, según el DRAE) y que significa obrador del alfarero, en su primera acepción, y arcilla en la segunda. Con la misma palabra podríamos referirnos, sin errar por ello, al taller del artesano o a la tierra con la que trabaja...
Alfar me suena a trabajo serio, a trabajo de hombres callados y reflexivos, ensimismados en conseguir que el barro, normalmente amorfo, adopte la preciosa curva limpia que caracteriza a las piezas cotidianas que realizaban, esas que he citado más arriba.
Alfar me suena a lugar santo, pues el alfarero ha heredado parte del trabajo del Creador, al modelar con barro, útiles, es decir de la nada o de lo amorfo, sacar, si no vida, al menos objetos con capacidad, altura, anchura, color, textura.
Alfar me suena a profeta, a testigo de la tierra, a mirada que es capaz de penetrar hasta lo más hondo, puesto que ha sido capaz de desentrañar el misterio de la arcilla.
Alfar me suena a vida, a ruido, a olores limpios y poderosos, a voces, a ladrido de lejano perro... Me ha gustado saborear su fonética poderosa porque su sonido me ha traspasado entero y la palabra también olía a guiso contundente y a humedad que se bambolea entre la arcilla erguida y a llama de horno de leña. Me ha parecido contundente, esencial...
¿Por qué los alfareros realizan cerámica artística y no piezas de alfarería, cuando, en realidad son piezas de alfarería o de cerámica, sin más, las que nos venden? Esa es mi pregunta. ¿Por qué pervertimos el lenguaje, por qué lo retorcemos en un prurito de ser originales?
Cuando leí La Caverna de Saramago quedé impresionado por la lucidez con la que el escritor luso ponía en el trabajo de su alfarero el mundo real, el mundo del trabajo, el mundo del esfuerzo, en fin, el mundo, mientras que su caverna (el Centro Comercial) era pura apariencia, pura mercadotecnia, pura idealización de la vida real para un solo fin: ganar dinero, ganar dinero, ganar dinero. En este Centro Comercial, en cualquier centro comercial, tenían una sección en la que vendían artesanía tradicional que compraban al alfarero. En esa transición del lenguaje, ese paso entre ambas palabras, radica todo el misterio que separa un mundo de otro, el real y el ficticio.
Ya no hay alfareros, hay ceramistas tradicionales que elaboran cerámica artística. Y en el fondo es como si nos quisieran hurtar que hay arcilla especial para modelar, que hay barro, que hay que trabajar arduo y mancharse las manos para llegar a una pieza que una vez cocida a altísimas temperaturas se convierta en un botijo o en un plato que pueda llenarse de la comida que nos sustenta o decorar las paredes que nos albergan.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Me agradó mucho este articulo. Me gustó el lenguaje que utiliza, es claro, sencillo, me recordó a Azorín. Esa levedad concisa...
Un placer saludarle.

Anónimo dijo...

El placer es mío, Alena.
Es una suerte recibir en este cuadernillo la visita de alguien con quien comparto otro espacio más amplio.
Le aseguro que estoy agradecidísimo por sus palabras que son un impulso a esta tarea abnegada.