martes, 8 de octubre de 2013

Afanes (Oniliria XIX)

Afanes.
Respirar o eyectar afanes de sangre: río desbocado, afanes de lágrimas como bisturís mellados, afanes de sarcófago como precipicio sin límite.
Afanes.
Tanta herida que emerge, cicatriza y resurge, una y otra vez... Tanta herida que emerge, cicatriza y resurge: el ritmo inagotable de las horas, los días y sus noches.
Afanes.
Gritos como susurros envasados, alaridos disfrazados de murmullos, risas maquilladas tras un escalofrío, carcajadas revestidas de gestos perezosos.
Afanes.
Gustoso, pues no duele, pues no provoca cansancio en los músculos del alma. Pasaría sin ver la vida, sin contemplar en cada latido: esa batalla desaforada por la supervivencia, en que las fauces del poderoso desgarran la carne desprotegida del débil.
Afanes.
Ya sé que mi mirada se asemeja a la del murciélago enceguecido y nocturno; sin embargo, la existencia me la desgaja a cada paso, me la abre en canal, me la descuartiza y arremete su despojo con la fiereza hambrienta del buitre sobre la carroña inerme, inerte, exangüe.
Afanes.
¿Cómo callar entonces? Aunque sé que mi lamento es menos que el susurro de una flor sin nombre y escondida, menos que el rumor de un río seco, cómo aquietar su sonido.
Afanes.
Llegaría a la asfixia; la herida se me pudriría dentro, gangrena repulsiva. Quisiera evitar la llaga, quisiera demorarme en atardeceres como auroras o en alboradas como ocasos, en caricias como peces de cristal, en pétalos como lluvia de besos.
Afanes.
Me dice quien me quiere noche y día, que no desespere, que no aproxime mi delirio al abismo. Me dice pues tanto me quiere, que el horizonte esplende y que conseguiremos allegar indemnes al útero de esa luz.
Afanes.
¿Dónde están nuestros pies, dónde nuestras manos? ¿Quién cargará con nuestros deseos por arribar a la entraña de la luz, si nos hemos quedado sin piernas, si los brazos apenas sirven para sujetar una jeringuilla siempre cargada con su narcótico adecuado?
Afanes.
Acepto, pues la intuye mi ceguera, que la luz esplende en el horizonte: como eco de campanas, como otoñada melancólica; pero, ¿cómo acariciarla, si somos carne inerme, inerte y exangüe? ¿Cómo acariciarla si son ya nuestros buitres quienes desgarran con la parsimonia de hábito adquirido día a día, noche a noche, la carroña que se extiende anodina: esos pies sin prisa, esos brazos sin fuerza salvo para acunar el peso de una jeringuilla con su cotidiana dosis de narcótico?
Afanes.
Heridas que emergen, cicatrizan y resurgen, una y otra vez, heridas que emergen, cicatrizan y resurgen, el ritmo inagotable de las horas, los días y sus noches.
Afanes.