Me he levantado, temprano, para aprovechar las horas de una jornada supuestamente festiva.
Marián está en Asturias, mis hijas con su madre, el tiempo lluvioso. Hasta hace un rato he cumplido con el plan que yo mismo me había trazado, a pesar de que anoche, otra vez, la madrugada me cogió trabajando.
Al asomarme al mundo con la lectura de la prensa de hoy, me encuentro con la noticia en El País. Es una noticia que grita desde las ocultas páginas de la sección de Cultura y viene a demostrar que el mundo no funciona como debiera, que en esta pequeña casa (a pesar de lo que nos parezca, si se piensa otra cosa, subamos a una nave espacial y contemplemos esta esfera azul sobre la que viajamos en el Universo) no cabemos todos.
Pensaba dejar este primer billete del día a modo de carta escrita por una señora llamada Constitución. Pero la carta se me ha perdido, he olvidado su encabezado, su cuerpo, su despedida y su posdata, porque de nuevo la libertad de expresión es fulminada absurdamente.
Aclararé, primero, que este atentado, por suerte, no se ha producido en España, aunque nos afecte a los españoles, al menos a quienes hemos empezado a disfrutar ya con la colección de poesía que edita el periódico citado.
Parece ser que a finales de mayo estaba prevista la publicación de la antología de Carlos Martínez Rivas, de quien sólo sé lo que dice la mentada noticia: nacido en 1924, fallecido en 1998 y que legó la gestión de sus derechos al gobierno nicaragüense. El poeta gaditano, José Manuel Caballero Bonald, encargado por El País de coordinar esta colección, decicidió que el prólogo de esta antología lo escribiese el novelista Sergio Ramírez (Managua, 1942). Y ahí comienzan los problemas, de carácter exclusivamente político que concluyen de modo abrupto. Cito textualmente un párrafo de la información:
Para Caballero Bonald, se trata de "un acto de censura, un atentado a la integridad de la cultura". El responsable de la colección interpreta el veto del Gobierno nicaragüense como "una venganza" de su presidente, Daniel Ortega. Ramírez fue, entre 1984 y 1990, vicepresidente del primer Gobierno sandinista. En 1995 abandonó el Frente Sandinista por discrepancias con el propio Ortega.
El periódico, creo que acertadamente, ha suspendido la edición de ese número, salvo que se levante el veto contra el novelista. Hay ciertos gestos de dignidad que son inexcusables, por mucho que nos quedemos sin los versos y su prólogo.
Nuevamente desde un gobierno supuestamente progresista se atenta contra la libertad individual de expresión, contra ese derecho que nos convierte en personas con conciencia individual, con pensamiento diferenciado, con criterio propio.
A uno, estos gestos, le dejan el corazón encharcado por el dolor. Pareciera que semejantes actitudes sólo cupieran en gobiernos fascistas, sin embargo, con ejemplos como éste, o como tantos conocidos (¿cuántos habrá desconocidos?) en la URSS, China, Cuba o Venezuela (por citar un puñado) me reafirmo en que los gobiernos totalitarios que presumen de detentar la única verdad posible son la otra cara de la misma moneda: represión, miedo, amordazamiento, pensamiento único, servilismo al mandatario, vulgaridad y ramplonería.
Cuando un gobierno llega a usar sus derechos de este modo, un flaco servicio está haciendo a la obra de quien se la legó. Seguro que Carlos Martínez Rivas, cuando hizo donación de sus escritos a su pueblo a través de la gestión que creyeran conveniente hacer sus representantes, nunca pensó que, sólo diez años después de su muerte, parte de sus versos no se podrían disfrutar en España, porque uno de sus compatriotas más prestigiosos en la actualidad, iba a ser silenciado por su Presidente. Algo no funciona.
Miro ahora, con mirada triste, el ejemplar de la Constitución que anda por este piso. Por suerte en nuestro país se puede discrepar, incluso se puede discutir, sin que a uno le tapen la boca. Por suerte desde hace treinta años, en algún artículo de ese librillo, figura esto que transcribo, copiado de Internet, y no tendría que hacerlo:
Artículo 20.
1. Se reconocen y protegen los derechos:
A expresar y difundir libremente los pensamientos, ideas y opiniones mediante la palabra, el escrito o cualquier otro medio de reproducción.
A la producción y creación literaria, artística, científica y técnica.
A la libertad de cátedra.
A comunicar o recibir libremente información veraz por cualquier medio de difusión. La Ley regulará el derecho a la cláusula de conciencia y al secreto profesional en el ejercicio de estas libertades.
2. El ejercicio de estos derechos no puede restringirse mediante ningún tipo de censura previa.
3. La Ley regulará la organización y el control parlamentario de los medios de comunicación social dependientes del Estado o de cualquier ente público y garantizará el acceso a dichos medios de los grupos sociales y políticos significativos, respetando el pluralismo de la sociedad y de las diversas lenguas de España.
4. Estas libertades tienen su límite en el respeto a los derechos reconocidos en este Título, en los preceptos de las Leyes que lo desarrollan y, especialmente, en el derecho al honor, a la intimidad, a la propia imagen y a la protección de la juventud y de la infancia.
5. Solo podrá acordarse el secuestro de publicaciones, grabaciones y otros medios de información en virtud de resolución judicial.
Uno sueña con un mundo que sea la casa en que habitemos todos. Pero se tiene que conformar con que se vayan adecentando algunas de sus habitaciones. De vez en cuando, nos asomamos fuera de la nuestra y descubrimos la tempestad, la ruina, la ruindad, que hay demasiados muros, excesivas barreras, múltiples imposiciones, demasiadas ventanas tapiadas que impiden la entrada de los rayos del sol.
Es verdad que en otras habitaciones de la casa, la situación es muchísimo peor, pues el hambre y la miseria y la enfermedad vienen a convertir en un lujo superfluo la libertad de expresión, y ante esto, unos versos son equiparables, por ser igual de inasequibles, a un diamante de miles de quilates. Sin embargo, muchas veces, el primer paso para que el hambre desaparezca sólo lo puede dar quien ha leído un libro.
Con decisiones como las del Sr. Ortega, un temblor de sombra acrece en el horizonte, un temblor que no trae nada bueno. Seguro.
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