Como es conocido de todos, en estos días se conmemora el sexagésimo aniversario de la declaración universal de los derechos humanos. Que no se alerten los enmendadores ortográficos, está escrito con minúscula porque no se puede escribir de otro modo, porque en casi todo el mundo, cuando se habla del asunto se hace con la boca pequeña.
Cuando alguien habla, enseguida se nota si sus sonidos o fonemas llegan con letras capitales o éstas se han convertido en minúsculas sencillas.
Al hojear la prensa, se habrá visto cómo los diarios hacen referencia al acontecimiento y, en la mayoría de los casos, para subrayar con vehemencia su incumplimiento casi sistemático y, por supuesto, generalizado.
En este primer mundo, del que no se olvide formamos parte aunque ocupemos el furgón de cola, se tiende a pensar que semejante asignatura la tenemos superada, más aún, obtuvimos muy buena calificación en el correspondiente examen.
Me parece, sin embargo, que todavía no hemos alcanzado el aprobado. Entre otras cosas, quiere decir esta afirmación, que el resto del planeta está todavía muchísimo más lejos, tanto que la mayoría ni se ha presentado a los exámenes. ¿Para qué?
Quizá en la mayoría de los países del llamado nuestro entorno el pecado sea más por omisión que de acto o pensamiento. Se ve que Marruecos o Argelia o Túnez no forman parte de esta denominación, a diferencia de Reino Unido o Alemania o Suecia, que están más lejos. Aunque, si se leen o escuchan algunas informaciones de Amnistía Internacional, no es que seamos el paraíso terrenal, precisamente, también tenemos lo nuestro: grupos terroristas, trato a los inmigrantes, trata de blancas, ciertas vejaciones en comisarías, acusaciones de tortura…
A pesar de que no todo a nuestro alrededor sea perfecto, más aún, a pesar de que se deban mejorar situaciones muy graves y deplorables: el terrorismo, el trato a ciertos inmigrantes, la situación de ciertas mujeres…, se puede concluir que nuestra posición respecto del conjunto no es mala.
Es humano querer alcanzar la situación de quien está mejor que uno mismo. Nuestra mirada y nuestro criterio y nuestro deseo están perfectamente entrenados para tal asunto. Por el contrario, nos cuesta más volver los ojos, inclinar la mirada hacia aquellos que padecen más penurias que nosotros, no vayamos a retornar a semejante situación deplorable. Y eso nos ocurre respecto de las situaciones mucho más graves y críticas que se producen en otros lugares. Es como si nos encogiéramos de hombros, como si dijéramos que es suficiente con no incumplir flagrantemente con esas normas, como si en nuestras manos no estuviera la opción (¿la obligación acaso?) de ayudar a quienes desean acceder a cotas similares a las nuestras, como si fuera con nosotros.
Cuando se habla de derechos humanos, tiendo a fijarme en el segundo término de la expresión. No se dice, o no oigo, derechos de españoles o iraníes, ni de norteamericanos o cubanos, ni de suecos o indios, ni de daneses o ecuatorianos, ni de alemanes o somalíes, ni de franceses o vietnamitas, ni de británicos o pakistaníes… Se habla de derechos humanos, es decir, los derechos que posee cualquier individuo de esta especie que ocupa un planeta que, según dicen quienes lo han visto y lo han fotografiado y lo han filmado desde el espacio, es de tonos azulencos, gira sobre sí mismo y alrededor del sol, y todo ello transportando al mismo tiempo a portugueses y mozambiqueños, a canadienses y marroquíes, a italianos y etíopes, a israelitas y palestinos, a holandeses y venezolanos, a belgas y congoleños, a japoneses y zaireños… En fin, a seres humanos que, por alguna razón inexplicable, nos dividimos en ciudadanos libres o súbditos amordazados, en hombres y mujeres con preparación cultural u hombres y mujeres analfabetos, en personas con acceso a la sanidad pública o seres que mueren de hambre y sed (¿hambre y sed en el siglo XXI?), hombres y mujeres que contamos con la opción de acercarnos a un juzgado y ser escuchados u hombres y mujeres cuya vida vale menos que la de algunas de nuestras mascotas…
Cuando alguien habla, enseguida se nota si sus sonidos o fonemas llegan con letras capitales o éstas se han convertido en minúsculas sencillas.
Al hojear la prensa, se habrá visto cómo los diarios hacen referencia al acontecimiento y, en la mayoría de los casos, para subrayar con vehemencia su incumplimiento casi sistemático y, por supuesto, generalizado.
En este primer mundo, del que no se olvide formamos parte aunque ocupemos el furgón de cola, se tiende a pensar que semejante asignatura la tenemos superada, más aún, obtuvimos muy buena calificación en el correspondiente examen.
Me parece, sin embargo, que todavía no hemos alcanzado el aprobado. Entre otras cosas, quiere decir esta afirmación, que el resto del planeta está todavía muchísimo más lejos, tanto que la mayoría ni se ha presentado a los exámenes. ¿Para qué?
Quizá en la mayoría de los países del llamado nuestro entorno el pecado sea más por omisión que de acto o pensamiento. Se ve que Marruecos o Argelia o Túnez no forman parte de esta denominación, a diferencia de Reino Unido o Alemania o Suecia, que están más lejos. Aunque, si se leen o escuchan algunas informaciones de Amnistía Internacional, no es que seamos el paraíso terrenal, precisamente, también tenemos lo nuestro: grupos terroristas, trato a los inmigrantes, trata de blancas, ciertas vejaciones en comisarías, acusaciones de tortura…
A pesar de que no todo a nuestro alrededor sea perfecto, más aún, a pesar de que se deban mejorar situaciones muy graves y deplorables: el terrorismo, el trato a ciertos inmigrantes, la situación de ciertas mujeres…, se puede concluir que nuestra posición respecto del conjunto no es mala.
Es humano querer alcanzar la situación de quien está mejor que uno mismo. Nuestra mirada y nuestro criterio y nuestro deseo están perfectamente entrenados para tal asunto. Por el contrario, nos cuesta más volver los ojos, inclinar la mirada hacia aquellos que padecen más penurias que nosotros, no vayamos a retornar a semejante situación deplorable. Y eso nos ocurre respecto de las situaciones mucho más graves y críticas que se producen en otros lugares. Es como si nos encogiéramos de hombros, como si dijéramos que es suficiente con no incumplir flagrantemente con esas normas, como si en nuestras manos no estuviera la opción (¿la obligación acaso?) de ayudar a quienes desean acceder a cotas similares a las nuestras, como si fuera con nosotros.
Cuando se habla de derechos humanos, tiendo a fijarme en el segundo término de la expresión. No se dice, o no oigo, derechos de españoles o iraníes, ni de norteamericanos o cubanos, ni de suecos o indios, ni de daneses o ecuatorianos, ni de alemanes o somalíes, ni de franceses o vietnamitas, ni de británicos o pakistaníes… Se habla de derechos humanos, es decir, los derechos que posee cualquier individuo de esta especie que ocupa un planeta que, según dicen quienes lo han visto y lo han fotografiado y lo han filmado desde el espacio, es de tonos azulencos, gira sobre sí mismo y alrededor del sol, y todo ello transportando al mismo tiempo a portugueses y mozambiqueños, a canadienses y marroquíes, a italianos y etíopes, a israelitas y palestinos, a holandeses y venezolanos, a belgas y congoleños, a japoneses y zaireños… En fin, a seres humanos que, por alguna razón inexplicable, nos dividimos en ciudadanos libres o súbditos amordazados, en hombres y mujeres con preparación cultural u hombres y mujeres analfabetos, en personas con acceso a la sanidad pública o seres que mueren de hambre y sed (¿hambre y sed en el siglo XXI?), hombres y mujeres que contamos con la opción de acercarnos a un juzgado y ser escuchados u hombres y mujeres cuya vida vale menos que la de algunas de nuestras mascotas…
4 comentarios:
este fin de semana he conocido a una pareja de marroquies,en enero tendrán su tercer hijo,a los padres de ella les han negado el visado para estar con su hija, que trabaja hace 10 años aqui; mas que pena senti vergüenza...
Padrino, no se enfade.
El blog aparece si pinchas en S.C.
Así que el otro día estuviste en el ciber con los demás adolescentes...
De aquí a poco te veo con unos pantalones "cagaos", de esos que se llevan casi a la altura de las rodillas.
Estimado Amando, no te he visto hoy por "Mira que te lo..." y lo cierto es que me ha extrañado. Espero estés bien y con las ganas de siempre. Lucidez no te falta, eso seguro, y hacia el final de tu comentario has arrimado a un tema que me está rondado desde hace unos días y versa sobre las divisiones que hacemos basados en las fronteras territoriales en lugar de hacerlas, como bien me parece comenzar a considerar, por esa línea intangible a simple vista que separa al bien del mal.
Sí ya sé que me dirás que me meto en follones pues quien mas o quien menos sabe de la relatividad de esos términos, pero si miramos las conductas de unos y otros pues sabremos valorar muy bien que mano es la que levanta y cual la que hunde.
No me paree bien decir que si país o su vecino, pues si bien unos pecan mas que los otros, pues a nivel de patrias, yo solo reconozco las que no se cagan, y perdona el término,jamás en un semejante.
Y esto lo visualizamos claramente con las gentes. Los paises, dado sus inevitables intereses pues tarde o temprano se mandan sus atrocidades. No es menester comparar cual más o cual menos. Con tan sólo (como escribí los otros días) se lacere física o moral a cuaquier habitante del planeta nos involucra a todos y se merecen nuestra total desaprobación. Esos, sean personas o paises están, inexorablemente, en la vereda de enfrente y por muy argentinos que se titulen no pertenecen a mi patria.
Un abrazo y date una vuelta por mi blog recien nacido...bueno si te apetece, claro!
Adrián Dorado
Gracias a los tres por vuestros comentarios. Regreso a estos después de darme una vuelta por el mundo de internet y resulta que más bien parece que el mundo es un blog
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