Como ayer, como antesdeayer, esta tarde hacía frío. Un frío de invierno. Lo han dicho luego en la tele, hemos dado la mínima de España. Hoy la temperatura no ha superado los dos grados. La verdad es que me gustaría saber en qué momento del día ha sido eso, a qué hora y en qué calle el termómetro ha llegado hasta esa cota.
Si lo confirman los informativos nacionales, nada menos que en La Primera de TVE, lo daremos por bueno.
Hemos ido a tomar un chisme al Parador.
Siempre que voy hasta allí, me pongo lírico, casi poético. La visión de la ciudad acostada como una gata de angora en el horizonte, hacia el mediodía no me permite otra cosa. Y hoy, después de muchos, muchos años, he pedido un ‘gintonic’ en vez de un café. Creo que la última vez que me tomé esta bebida a las pesetas les faltaban muchos años para desaparecer...
Si lo confirman los informativos nacionales, nada menos que en La Primera de TVE, lo daremos por bueno.
Hemos ido a tomar un chisme al Parador.
Siempre que voy hasta allí, me pongo lírico, casi poético. La visión de la ciudad acostada como una gata de angora en el horizonte, hacia el mediodía no me permite otra cosa. Y hoy, después de muchos, muchos años, he pedido un ‘gintonic’ en vez de un café. Creo que la última vez que me tomé esta bebida a las pesetas les faltaban muchos años para desaparecer...
Esta combinación transparente de ginebra y tónica la asocio a mis veladas poéticas, a mis versos tristes (más tristes aún que los pocos que aún escribo), allá, por el principio de los ochenta, 1981 y 1982, en que formé parte del Grupo Literario y Artístico ‘Hóminis’. Faltaba un poco aún para que la llamada Movida madrileña se comiera toda la actividad cultural de este país. Para que todo lo que no fuera o no sucediera en torno a la Puerta del Sol o Gran Vía fuera tragado por el olvido antes de haber comenzado siquiera.
Nosotros, a nuestra manera provinciana, quisimos resucitar un poco las viejas costumbres de las tertulias literarias. Siempre las había habido en Segovia. Se habla de la de Machado, de la de Grau, de la de Luis Martín Marcos, de la de Sanz Montarelo… La nuestra fue una burda copia de todo aquello.
Nos juntábamos los lunes, a las ocho de la tarde, en La Tropical, al fondo, en ese salón que está unido o separado del propio bar por un par de escalones. En la pared más alejada de la puerta, hay una especie de sofá de asiento corrido que, como la propia pared, tiene forma curvilínea. Aquél era el epicentro de nuestras reuniones, en las que arreglábamos el mundo y nos convertíamos en la única explicación válida para la poesía moderna, no de Segovia (que ya era una osadía imposible), sino de todas las Españas. Eso sí, ni uno de nosotros recibía las revistas literarias que pululaban por Madrid o San Sebastián o Barcelona o París…
Dice mi padre que no hay nada más atrevido que la ignorancia. Se conoce que éramos muy ignorantes.
Pero, si es verdad que todo aquello (incluyendo el Manifiesto por el hombre que redactamos y que publicó la prensa) era una desmesura o un atrevimiento por nuestra parte, no es menos cierto que había mucha ilusión, unas tremendas ganas de ser poetas puros, de que nuestras vidas, como había escrito Baudelaire y yo no sabía aún, fueran sublimes sin interrupción, a pesar de nuestros tediosos estudios universitarios, de nuestros no menos tediosos trabajos como veterinarios de pueblo o como celadores del Policlínico o como profesores de lengua o como ordenanzas en una Dirección Provincial de algún ministerio improbable o como locutoras de radio o como…
El sueño de ser mejores, de encontrar la bondad a través de la belleza de unos versos poco bellos tantas veces…
¿Dónde se quedaron nuestros versos…?
Alguna de aquellas vidas se truncó definitivamente, otras variaron su rumbo y de aquel tiempo sólo les resta un vago recuerdo, a penas la huella que deja un sueño...
Nosotros, a nuestra manera provinciana, quisimos resucitar un poco las viejas costumbres de las tertulias literarias. Siempre las había habido en Segovia. Se habla de la de Machado, de la de Grau, de la de Luis Martín Marcos, de la de Sanz Montarelo… La nuestra fue una burda copia de todo aquello.
Nos juntábamos los lunes, a las ocho de la tarde, en La Tropical, al fondo, en ese salón que está unido o separado del propio bar por un par de escalones. En la pared más alejada de la puerta, hay una especie de sofá de asiento corrido que, como la propia pared, tiene forma curvilínea. Aquél era el epicentro de nuestras reuniones, en las que arreglábamos el mundo y nos convertíamos en la única explicación válida para la poesía moderna, no de Segovia (que ya era una osadía imposible), sino de todas las Españas. Eso sí, ni uno de nosotros recibía las revistas literarias que pululaban por Madrid o San Sebastián o Barcelona o París…
Dice mi padre que no hay nada más atrevido que la ignorancia. Se conoce que éramos muy ignorantes.
Pero, si es verdad que todo aquello (incluyendo el Manifiesto por el hombre que redactamos y que publicó la prensa) era una desmesura o un atrevimiento por nuestra parte, no es menos cierto que había mucha ilusión, unas tremendas ganas de ser poetas puros, de que nuestras vidas, como había escrito Baudelaire y yo no sabía aún, fueran sublimes sin interrupción, a pesar de nuestros tediosos estudios universitarios, de nuestros no menos tediosos trabajos como veterinarios de pueblo o como celadores del Policlínico o como profesores de lengua o como ordenanzas en una Dirección Provincial de algún ministerio improbable o como locutoras de radio o como…
El sueño de ser mejores, de encontrar la bondad a través de la belleza de unos versos poco bellos tantas veces…
¿Dónde se quedaron nuestros versos…?
Alguna de aquellas vidas se truncó definitivamente, otras variaron su rumbo y de aquel tiempo sólo les resta un vago recuerdo, a penas la huella que deja un sueño...
Con el ‘gintonic’ en la copa recordaba estas cosas de mi ayer. Frente a mí, más áurea que nunca, se levantaba esta tarde mi Esbelta Dorada, iluminada y sonriente y magnífica. La atmósfera de la ciudad, a causa de este gélido frío que nos atraviesa, es hialina como un diamante, y a pesar de la distancia, la nitidez de la silueta de la ciudad, era el marco perfecto para la sonrisa de Marián.
Quizá aún pueda ser sublime algunas veces…
2 comentarios:
Marian es una santa...jajajaja
Confirmado
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