jueves, 27 de noviembre de 2008

HAY ALGUNOS TRABAJOS QUE...

Vengo helado. La mañana no da para más. Está claro que la leve tibieza del otoño ha hecho, definitivamente, mutis por el foro.
Mientras completaba un par de gestiones (mi madre diría recados, y los más antiguos mandados), me he tropezado, en dos lugares diferentes, con dos jovencitas que rozarán los dieciocho años, como mucho. Ambas, con la sonrisa morena prendida de su rostro, ofrecían productos o promociones u ofertas.
Nada de lo que me han brindado me interesaba, pero he escuchado, lo más atento que he podido, sus explicaciones, que brotaban de sus bocas entre vaharadas, supongo que para que llegasen al oyente con algo de calidez, como supliendo lo que el clima hoy nos ha hurtado.
Por eso he escuchado a ambas, por eso he cogido la muestra regalada, por eso la he portado en la mano durante un buen trecho, antes de deshacerme de ellas en el contenedor adecuado. Me hubiera parecido, no sólo descortés, sino inhumano, negarme a oír lo que me contaban y rechazar su obsequio. Si hubiera sido otro día, le hubiera dicho algo así como, ‘Perdona, es que no me interesa esta oferta’, o cualquier otra excusa educada. ¿Para qué desperdiciar su tiempo, para qué coger algo que voy a tirar de inmediato?
Pero hoy no, hoy no podía hacer eso: el frío acuchillando sus manos, sus mejillas, traspasando las tupidas prendas invernales. Menos mal que hace sol, al menos…
Son jóvenes, les pagarán un puñadito de euros y acabarán su jornada (con independencia de lo que ésta dure, da igual) ateridas y al borde de un constipado. Pero sonreían a cualquiera, al fin y al cabo de eso se trata…
Un poco más allá, los golpes de una obra también me remitían a hombres afanados en su labor, luchando contra esta intemperie que parece casi inhumana (por mucho que sea habitual en estas tierras).
Un trecho más allá las gitanas vendían sus telas indescifrables.
Hoy es jueves, sobre la cúspide de la ciudad, en la Plaza, estarán los puestos del mercado recibiendo esa brisa nordeste que trae, entre su impedimenta invisible, ocultos arponcillos de hielo…
Hay días en que no se agradece lo suficiente, a Dios o a la suerte o al destino, contar con cuatro paredes que eviten el frío del exterior y que recojan el calorcillo de una calefacción adecuada…

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