No digo yo que sea la cuestión de este modo, pero es la impresión con la que salgo del cine. Para ser un poco más precisos, desde que ha comenzado la película no me ha abandonado esta idea de un modo obsesivo: el pueblo alemán, o muchos de sus individuos, aún vive con remordimientos de conciencia. Lo que ocurrió durante el nazismo es una pesadilla de la que no parece que se hayan repuesto. Ni siquiera los chavales de instituto.
Llegaron los turistas es una película que obtuvo un par de par de premios y una nominación durante Cannes 2007 en su sección "Una cierta mirada", es decir, nos referimos a películas actuales, contemporáneas.
Sven (Alexander Fehling) es un joven alemán de unos veinte años que ha decidido realizar su servicio social obligatorio en Auschwitz, en un albergue juvenil alemán próximo al campo de concentración, donde estudiantes adolescentes alemanes acuden durante unos días para comprender de primera mano, las atrocidades que cometieron sus antepasados. (Por lo que se deduce de la proyección, en Alemania los jóvenes pueden elegir entre prestar el servicio militar o el servicio social, y éste, incluso lo pueden hacer fuera de su nación, en algún lugar en el que el estado alemán tenga alguna instalación). Además de ayudar con algunas tareas en este albergue, Sven tiene que cuidar al señor Krzeminski (Ryszard Roncezewski), un antiguo prisionero del campo de concetración, quien se dedica a reparar las maletas de los que un día acabaron en ese lugar del horror para que sean observadas con pavor por los turistas; además el anciano de rostro impresionante, cuadrado, pesado, duro, da charlas a turistas, a chavales en el albergue y a otros grupos. El problema es que este anciano padece un principio de una enfermedad similar al alzheimer, aunque en la proyección no se especifica. Creo que se trata de todo un símbolo: se pierde la memoria, ¿qué sentido tiene en nuestro mundo un testigo vivo de aquella atrocidad? Sven llega a Auschwitz (Oswiecim en polaco) con la idea de ayudar, pero se encuentra con que es recibido por algunos polacos como un enemigo.
En un primer momento, actúa a la defensiva, pero al descubrir la verdadera hondura del sufrimiento de un pueblo, comprende que con ir a ayudar una temporada, no arregla nada, no devuelve nada. El mal se hizo y nada hay que pueda recuperar aquel daño. Hay horrores que no se olvidan fácilmente y que cada generación (hasta que llegue una que le parezca tan lejana la historia que la comience a olvidar, con lo que habrá comenzado de nuevo el peligro de que se repita algo similar).
En estas últimas semanas, en estos meses, en España se habla de ley de memoria histórica, de exhumaciones de cadáveres que están enterrados en viles fosas comunes. En algún sector (no hace falta especificar más) se dice que mejor dejarlo, que mejor no remover más aquellas heridas. Palabras como reconciliación, uníón, etcétera, invitan al olvido. El olvido es el aliado más eficaz para que se pueda repetir algo parecido.
Hay muchos que se quejan de que en España no hacemos más que recordar nuestra Guerra (In)civil. Creo, por el contrario, que por muy reiterativo que parezca, todavía son necesarias unas cuantas revelaciones, unas cuantas películas, novelas, ensayos, etcétera, que nos ayuden a fijar en la memoria y en la conciencia colectiva aquellos años, los más negros de nuestra historia.
En Alemania, país muy admirado por algunos, no dejan de recordar sus miserias. El horror que Hitler y todo su Reich expandió por Europa, fundamentalmente contra judíos, pero no sólo contra ellos, sigue muy presente entre los germanos, y entre sus víctimas (las que aún continúan con vida, claro). Supongo que muchos alemanes estarán cansados de tanta película, tanto libro, tanta obra de teatro, tanta escultura que por activa y por pasiva les recuerde que compatriotas suyos fueron capaces de semejante barbarie.
El recuerdo contumaz de aquellos días ha creado una mala conciencia colectiva casi palpable. Sólo esto (aunque quizá no sea bueno tampoco vivir con el corazón cargado de culpa) impedirá que haya otro führer con ánimos similares.
Por eso es de alabar el trabajo que hace el guionista y director del film, Robert Thalheim, que, de todos modos no se limita a una historia de remordimientos. Al fondo, anida la esperanza. El amor, de nuevo el amor, vuelve ser la salida hacia el futuro. Pero en este caso parece un amor imposible, al menos complicado. Sven, se enamora de Ania (Barbara Wysocka), una intérptrete y guía de turistas. Pero el futuro llama a la puerta de la chica que tiene que salir, como sea de la verdadera y actual Oswiecim, un lugar sumido en la miseria.
Hemos estado en Auschwitz, pero mejor que si nos quedamos sea con la mirada puesta en el futuro. El Sr. Krzeminski padece alzheimer, Ania parte a Bruselas como intérprete. ¿Y Sven?
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