Acabamos de llegar del cine. Quiere nevar en Segovia, aunque al mismo tiempo duda. Algunas veces el tiempo es indeciso como un verso balbuciente, como una narración prolija, como una película europea.
Un día es una coproducción franco-suiza, o helvético-gala. Lo mejor de ella es que hay un buen trabajo de dirección, construido sobre un guión inteligente y una interpretación sólida y eficaz, sin alharacas.
Si con La clase o Llegaron los turistas, hemos presenciado un cine objetivo, en que lo importante era que la cámara actuara como espectador imparcial, casi como si las películas fueran docudramas cuya importancia era el tema que pretendían retratar, en ésta, como en Como los otros, volvemos al cine en que además del tema, importa la forma en que se plantea al espectador. Me refiero pues, a una elaboración artística, a un modo de iluminar, de interpretar, de componer la escena, de sugerir con el guión, en fin, de abrir puertas para que la mirada del espectador sea capaz de enviar elementos estéticos a su sensibilidad.
Detrás de la cámara se coloca Jacob Berger que dirige el guión que él mismo escribió junto a Noémie Kocher quien también actúa, como la mujer traicionada. En esta, a diferencia de las otras tres cintas, el tema principal no es una cuestión social o colectiva (la educación de los adolescentes, la conciencia de culpa de una buena parte de los alemanes, la adopción de hijos por homosexuales), sino que analiza el sentimiento de culpa individual. O, si se quiere, el carácter atormentado del europeo, incluso del europeo medio.
Los autores de la narración fílmica descubren que el sentimiento de culpa no es una cuestión meramente individual, sino que todos tenemos nuestra propia conciencia de error, hasta los niños con ocho o nueve años.
El asunto es tan viejo como la propia literatura y de hecho, el cine lo ha tratado en más ocasiones. Debe ser difícil escaparse de una herencia cultural que desde la época de la Grecia clásica utiliza como uno de sus recursos preferentes la profundización en los sufrimientos del corazón humano.
Al final de una madrugada de intensísima lluvia, Sergio (Louis Dussol) deja su casa, después de despertar a Pietra (Noemi Kocher), para ir hasta la redacción de la radio ginebrina en donde trabaja, pero antes de eso, se pasa por la casa de su amante Matilde (Amélia Jacob). Una vez que abandona el cuerpo de esta mujer, bajo una lluvia todavía más intensa, casi una sólida catarata impenetrable, se dirige veloz a la emisora, pero, inopinadamente su ranchera gris atropella a alguien. El resto de la película, transcurre en el análisis de la concienca de culpa que atenaza el espíritu atormentado de este afamado locutor radiofónico, ya que a pesar de que lo intenta timidamente, no se toma muy en serio lo de buscar a la víctima del atropello.
El director del film o los autores del guión, en la primera parte de la película reproducen las primeras horas de la mañana desde cuatro perspectivas diferentes (el locutor, la amante, la esposa, el hijo del matrimonio), y una vez que conocemos los entresijos vitales de todos los personajes, se lanzan a buscar un desenlace que, como tantas veces sucede en el cine y en la literatura europeas, es un final abierto, quizá para que después de la proyección, com sucedía en nuestros tiempos estudiantiles, se produjera un cineforum.
Después de ver esta película, uno se vuelve a percatar de que la conciencia de culpa es un estado habitual en el europeo medio. Probablemente el ser humano más perseguido por los complejos de culpa en cualquiera de sus cientos de manifestaciones resida en Europa. Es probable, además, que su hogar esté en algún país desarrolladísimo del centro del continente.
Quizá tengamos tan desarrollada la conciencia a causa de valores tales como el deber, la libertad, la responsabilidad, la coherencia, la amistad, el valor absoluto de la vida por encima del resto del valores; icnluso la conciencia de pecado, que a pesar de nuestro agnosticismo pragmático no se ha perdido, es un añadido más a esta conciencia de culpa.
Los europeos somos seres humanos con muy clara concienda de que hemos delinquido, aunque sea en sueños, y si no hemos delinquido, hemos traicionado, o engañamos al fisco o robamos a nuestro jefe trabajando poco y mal...
En fin, que nuestro corazón atormentado no es capaz de abandonar su estado, pase lo que pase.
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