lunes, 24 de noviembre de 2008

LA BATALLA DE LA ARAÑA

Junto a la ventana, en la esquina que hace con la barandilla de la balaustrada metálica, contemplo una araña no muy grande, clara, casi rubia, en actividad frenética: se columpia en los hilos casi invisibles, delicadas filigranas de su esencia, avanza a ritmo enloquecido de bailarina apresurada empujada por un scherzo imposible, hacia la inerme presa negra, que, unos centímetros más arriba, se retuerce en vano, buscando una salida de la trampa mortal en la que ha caído.
El campo de batalla es una red prácticamente inapreciable de unos pocos centímetros cuadrados, una retícula tan sutil como un aroma, que agita por el viento frente a mis ojos aburridos, que hasta esta tarde no se han percatado de que la telaraña ha aparecido, por generación espontánea, o casi.
Cuando las patas del arácnido, han sentido el contacto frío del insecto, lo han rodeado con un abrazo, y le han comenzado a tejer un ataúd de tela, de seda que me imagino pegajosa, y veo gris o blancuzca. No le importa el viento ni el desubicado frío de esta tarde de primavera ataviada de color perla. Sólo le importa expandir hilos de grosor infinitesimal, que sean mortaja, o despensa acaso.
Pero no es la única actividad la de la araña. Todavía la víctima negra arquea el extremo inferior de su abdomen en contorsiones gimnásticas, accionando supongo que aterrada por la ausencia del oxígeno, o por la desesperación de verse atrapada. (¿Intuyen los insectos la proximidad de la muerte?). Entre tanto la tejedora, impasible, sin parar ni un segundo, avanza en su labor. Sus patas parecen lanzaderas de las que deben de salir hilos y más hilos. Lo supongo porque veo el resultado final, y veo el constante movimiento acompasado, rítmico, exacto y veloz de sus extremidades, como bielas insensibles al cansancio de una máquina industrial. Por lo demás, mis ojos son incapaces de ver las hebras tal es su delgadez, tal mi hipermetropía. La cabeza del insecto (a veces me parece hormiga, otras veces no) tiene ya el sudario colocado.
Intuyo que concluye la primera fase. Creo que contemplo su último estertor. No hay vibraciones en el campo de batalla ni vanos intentos de huida ni contorsiones imposibles. Trapecista arriesgada, la araña oscila al viento de la tarde perlada. Por un instante, se columpia contemplando su labor. Cual laborioso albañil, sólo le falta prender un cigarrillo y observar el tajo hecho en pocos minutos.
Con pasos más lentificados, sabedora de que nada le quitará su botín, parece abrazar al insecto (que no es una hormiga); en realidad, actúa como un sastre que toma medidas. Empieza a envolverla en su mortaja. Me temo, incluso, que contemplaré cómo la devora ante mis atónitos ojos hipermétropes. Tras el cristal, no oigo la brisa ni el canto de pájaros ni el estruendo del tráfico. Pero juraría que escucho el sonido acerado de tijeras que procede de los brazos de la araña mientras redobla el lanzamiento de su tejido.
De pronto (juro que no es cuento), algo repentino e imprevisto sucede. El leve abdomen inerte, supuestamente materia sin ánima, comienza unas suaves sacudidas, unas contorsiones, que se hacen más espasmódicas, casi violentas, y el insecto, quizá resucitado por el abrazo, como si a última hora, la araña hubiera cambiado de idea y en vez de rematarlo le hubiera reanimado con un boca a boca, comienza a moverse con destreza. Lo que hace unos minutos parecía imposible, le resulta sencillo y se desembaraza de la malla que le había apresado, que casi acaba con su vida. Acaso tambaleante, sube ventana arriba, sin mirar atrás, no sea que descubra que la araña le persigue.
El sudario queda como mudo testigo de la batalla celebrada, de la encarnizada lucha por la vida. La araña, no sé si avergonzada, o simplemente resignada, o agotada, se ha ido a refugiar entre dos de los barrotes, más protegida del viento, que ahora zarandea con más violencia la tela, ya sin víctima, que se mece sorprendida por el desubicado frío de esta tarde de Primavera ataviada de color perla.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Fino has estado con el relato, no así la araña que, o bien con el trajín de elaboración de la mortaja se la olvidó inyectar el veneno paralizante, o no acertó a dar la dosis adecuada.

Amando Carabias dijo...

o fue engañada por la supuesta debilidad de la víctima