viernes, 21 de noviembre de 2008

CANSADOS

Hoy no hemos ido al cine, aunque teníamos la entrada. Nos hemos perdido Los cerezos en flor, una producción entre Alemania, Francia y Japón. Quizá hayamos podido fastidiar a alguien, aunque no sé si se han vendido la totalidad de las localidades, pero ha llegado la hora de la proyección y nos encontrábamos cansados.
Cansados de celebrar la amistad, podría decirse, por lo que a uno se le queda el ánimo bien esponjado.
Hemos sido agasajados por un joven matrimonio, Magda y Enrique, en Nava de la Asunción.
Lo de menos era la excelente calidad de los asados que han reconfortado el hambre de los seis invasores de su casa, aunque para ser sinceros a las tres y media de la tarde, los allí presentes, Javier, José Antonio, Susana, Chus, Marián y uno mismo, además de los anfitriones, necesitábamos sobre todo meter alguna cosa entre pecho y espalda. Lo principal era el encuentro en sí mismo.
Magda y Enrique se han casado hace un par de semanas, y después de un hermoso viaje a Lanzarote (tal y como atestiguan las fotos que nos han enseñado del Timanfaya, de la Laguna de los Verdes...), y con tan estupenda excusa, decidieron que nos acercáramos hasta su pueblo para celebrar este ágape que servía para todo. De paso, y no había mejor modo de hacerlo, nos han mostrado la casa en la que tanta ilusión y esfuerzo han invertido durante los últimos tres años.
La casa es hermosa, alta, amplia, casi excesiva para una pareja, pero la esperanza de que pronto se vea enriquecida por la presencia de los hijos, la convierte en una especie de cuna acogedora, como el trasunto de los corazones de sus dueños.
Para mí, el mejor momento de la hermosa y distendida tarde, ha sido durante la sobremesa, mientras los licores enviaban tropas de refuerzo a los jugos intestinales para que completaran una buena digestión de la contundente y exquisita carne asada. La luz entre rosada y dorada se colaba por el alto ventanal del salón orientado al mediodía y al poniente. El calor cítrico de las llamas de la chimena era una caricia que entibiaba el aire de la estancia, la conversación distendida, la risa a veces estruendosa, la música que ahuyentaba las miasmas del espíritu.
Y allí pensaba que sí, lo que siempre pienso, que cuando el nazareno comparaba el reino de los cielos con un banquete de bodas, por su cabeza andaban escenas similares a las que hemos vivido esta tarde. Quienes han compartido conmigo estos momentos podrán asegurar conmigo, que si estar en la gloria es similar a esto, realmente merece la pena un esfuerzo...
Por eso, aunque cansados, el dulce sabor de esta camaradería, ha colmado los corazones y ha hecho algo tremendo, ha ahuyentado las penas y las angustias y las prisas y las dudas que cada uno de nuestros corazones pudiera arrastrar en esta jornada que concluye.

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