jueves, 6 de octubre de 2011

Mañana de domingo







Mañana de domingo,
dos de octubre del año dos mil once;
me he subido al periódico,
y la muerte viajaba en cada línea,
felino agazapado e insaciable.
Tras una singladura de vértigo y asfixia
vuelvo como coágulo de vómito…
En el Puente de Brooklyn se alzan gritos
contra ese falso dios que nos doblega,
gritos como puñales de lágrimas y viento,
gritos como los salmos redentores,
como árboles erguidos y valientes,
y el miedo ha traspasado las paredes
del templo donde mora
el diablo que blasfema: Wall Street.
Pero sus sacerdotes han mandado jaurías
de mastines con órdenes precisas.
Un inicio de náusea me avisa,
pero he hecho caso omiso.
En la ciudad de Juba,
capital del más joven estado del Planeta,
Sudán del Sur, Alphonse, catorce años,
vive en el corredor de la agonía
esperando el perdón, esperando la horca,
por un asesinato indemostrable.
He sentido la náusea crecer,
eclipse de razón.
Sus ojos detenidos ante mí,
eran carbón a punto de abrasarme.
En el país más joven habita la venganza
más vieja y más injusta.
La arcada no es aviso, sino hecho irrefutable.
En Irán, viejo estado milenario,
un hombre es condenado a muerte por cristiano,
por impedir que su hijo se instruyese
según las santas normas del Corán.
El vómito me impide el pensamiento:
si en el nombre de un dios se mata a un dios,
o alguno de sus fieles,
o nadie entiende a dios, o dios no existe.
Luego he visto el retrato de Salvador Iborra.
En realidad he visto al joven que fumaba,
el rostro placentero de un joven, cuyo nombre
era desconocido para mí.
Ha muerto en Barcelona, su ciudad,
en pleno Barrio Gótico, su barrio.
Murió a una hora lírica y hermosa,
murió porque encontró la bicicleta
robada de un amigo, y los ladrones,
durante la pelea, lo mataron.
(Un suceso ni lírico ni hermoso.
Quizá, si Salvador no fuera poeta,
su foto no estaría en un periódico.
¿Y tiene algo que ver su asesinato
con que este Salvador fuese un joven poeta?
¿Influyeron sus versos de algún modo?)
He sentido la náusea ocupándome,
como inmenso volcán.
De nuevo he comprobado que la vida
carece de valor en cualquier parte.
También he comprobado que algunos periodistas
se atreven con metáforas difíciles,
que buscan marear a sus lectores.
Desde luego en mi caso lo han logrado.
Al menos he llegado a convencerme
que Salvador murió por ser poeta,
y no por pretender que aquella bici
retornase a las manos de su amigo,
porque si así no fuera,
la conclusión sería detestable:
aunque la vida vale casi nada,
hay muertes que decoran más que otras.
Mañana de domingo,
dos de octubre del año dos mil once,
me apeo del periódico.
Tras una singladura de vértigo y asfixia,
vuelvo como coágulo de vómito.
Quizá sea mejor vivir dentro de un verso.