Danza del amanecer
Acrílico sobre tabla. 32 x 30 cm.
© Mariano Carabias
En la entraña del frío, la luz de este domingo se asoma y me sonríe abrazada al silencio, alejando a las sombras. Cuando la luz pregunta por las cosas, las mece con susurros de limón y besa sus contornos bendiciéndolos. A estas horas la casa es un sigilo, donde sólo hay respiros de relojes acostados en sombras y maitines. Llega el amanecer: instante mariposa, temblor, fuga y misterio.
Ahora que el domingo tiene por nombre luz, quisiera reabrir aquel desván donde duerme la infancia cascabel, y quisiera halitar de nuevo los aromas de los días de antaño, cuando este día siempre era festivo: los rítmicos poemas, la aventura soñada, el carrusel de risas, la oración silenciosa, casi muda… la verdadera música de Dios.
Montaré en el tiovivo y cumpliré el mandato haciendo santa esta jornada luz…
Y rezará mi voz por las miserias, e intentaré escribir un salmo de alabanza.
Porque en medio del frío entra la luz, llamándome a la vida. Acampa en este barro, convirtiéndolo en barro iluminado.
Porque en la misma entraña del dolor, hay hombres y hay mujeres que allí ponen sus manos cargadas de caricias y sonríen con lágrimas mordidas, aun en mitad de heridas pestilentes.
Porque en este mar lleno de cadáveres, hay hombres y hay mujeres buceando al rescate de agonías, alejando a la muerte con sus sueños.
Porque ante la muralla de injusticias que acechan tantas vidas, hay hombres y hay mujeres en eternas tareas de derribo, inmunes al cansancio, al desaliento, en eterna batalla contra los asesinos del futuro.
Porque contra los falsos dioses muertos, hay hombres y hay mujeres poniendo el corazón en la miseria y haciéndose de barro para que sea luz siempre, cada jornada, para que también lunes, tenga por nombre luz y siempre sea barro iluminado.