Hace a penas diez días mis ojos contemplaban extasiados el mar Cantábrico besando con apasionada entrega las rubias trenzas de la playa de San Lorenzo en Gijón. Las navidades anteriores, o sea las de 2007, también estuve en la ciudad asturiana disfrutando de la nochebuena.
Para un castellano como yo que, por si fuera poco, había viajado hasta entonces poco más que una yunta de bueyes medievales, tal cosa es sorprendente. En teoría uno comprende a las mil maravillas que en cualquier parte del mundo occidental del veinticuatro al veinticinco de diciembre de cada año se celebra la Navidad. Da igual que sea en mitad de esteparia planicie castellana o entre los altísimos rascacielos neoyorkinos o allá en la Pampa... Incluso en Belén, a pesar de ser ciudad musulmana, gobernada por palestinos, se celebra la Navidad.
Pero la costumbre extendida por más de cuarenta años de estar en territorio interior durante estos días, ha calado demasiado hondo en mi corazón y por eso me sorprende contemplar el mar en este día.
A media tarde, está el Muro de Gijón casi vacío. Creo que la marea alta está en su apogeo. A nuestro alrededor pasan veloces distintas personas ejercitando su musculatura: unos marchan, otros corren, otros van en bicicleta. Abajo, en la playa, los perros y sus dueños corretean y se divierten unos ríen y otros ladran. Un poco más adentro, en el mar, al menos dos docenas de puntos negros flotan en la superficie esférica de un mar agitado. Son los surfistas que esperan a que las olas que se acercan les eleven, para ellos levantarse a su vez y poniéndose en pie sobre su tabla acercase, como si flotaran, hasta la orilla, donde ríen los perros y ladran sus dueños (¿o es a la inversa?). Por encima de nosotros las gaviotas también ríen y ladran y vuelan y flotan y nadan, porque el cielo está tan gris y tan oscuro como el propio mar.
Hacia la desembocadura del Piles la densidad de perros y amos y niños crece, como si en vez de agua el río arrojase perros en su desembocadura tranquila.
Paseamos Marián y yo como si nos hubiéramos mimetizado con el resto de deportistas que se ejercitan por el Muro, y caminamos veloces. Ladramos, quiero decir, nos reímos felices. En realidad no imitamos a nadie. Tenemos frío. Cuando hemos arribado a Gijón en el pequeño corcel de plata de Marián, nos ha sorprendido la friura húmeda del ventarrón que azota la costa.
Cuando damos la vuelta hacia la ciudad (tenemos planeadas otras cosas para esta tarde y por eso no seguimos por el paseo marítimo hacia la "Muyerona"), la iglesia de San Pedro parece que se acicala contemplándose el rostro sobre el Cantábrico que, de pronto, se ha sosegado, aunque sigue siendo tan opaco como antes.
Ha cesado la brisa y los surfistas, supongo, se desesperarán ante lo calmado de los besos acuáticos sobre la dorada arena. Los niños, los perros, sus dueños, corretean, ladran, se ríen, ajenos a las alteraciones de los vientos y las aguas. El Muro, poco a poco, va cambiando de fisonomía y comienzan a aparecer los tranquilos paseantes de cualquier tarde, de cualquier sábado o cualquier domingo.
Falta muy poco para la anochecida. Los puntos negros aumentan de tamaño y se van acercando a la playa, acaso resignados. Los primeros que se han rendido a la evidencia de la escasez de luz y de las prisas propias de una jornada como la de hoy caminan descalzos por la acera, cubiertos con sus ajustados trajes negros de neopreno. Da un poco de dentera contemplar sus pies desnudos pisando las losas del pavimento, que debe estar helado. Alguna paloma, extrañamente oscura, como si también estuviese revestida por su negro traje de plumas de neopreno, camina por la misma acera, quizá no desea que la vigilancia aérea de las gaviotas descubra su intromisión en territorio ajeno.
Entramos, con la noche llamando a la aldaba de la puerta de la ciudad, en la capilla de San Lorenzo, donde nos han dicho que la asociación de belenistas de Gijón ha instalado un hermoso nacimiento...
A nuestras espaldas, el Cantábrico también celebra la nochebuena, por fin ha quedado en calma... Quizá es que aquella última ola quisiera llegar a tiempo, para celebrar esta noche en compañía de los humanos.
Es mala noche para estar solos, aunque uno sea oleaje del Cantábrico.
1 comentario:
Me encanta la bravura del Cantábrico, al que he visto en la playa solo en verano en Castro Urdiales y luego por barco trasatlántico y a la altura del Ferrol os ea en el encuentro de ambas aguas, estaba por decir en tierra de nadie pero corrijo en aguas de nadie, Atlántico Cantabrico? Joder con las denominaciones, bueno pues un tormenton tío que me hizo acoradr del intento a joder a los ingleses y la Armada Invencible, mi madre a os grito, el agua subiendo por los resumideros de las duchas y el acorazado que de babor a estribor de proa a popa, creí que no la contábamos, macho. La olas nos pasaban por arriba y tan tranquilas el pasaje a los gritos de me muerooo nos morismooooosss.
Creo que ha´rá sido en Gijón, todo calmo ya, mi madre exigió abandonar la embarcación y seguir por tierra nuestro destino final era Bilbao.Mientras el equipaje iba en barco nosotros de puro automóvil.
Bravo el Cantábrico y bello bello!! Como tus narraciones.
Abrazo
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