martes, 6 de enero de 2009

CARTA ABIERTA A SUS MAJESTADES LOS REYES MAGOS DE ORIENTE


Quizá sea tarde, majestades, para escribir esta carta, porque a estas horas según las más precisas informaciones habéis comenzado vuestro reparto anual, pero en este caso, da igual que el regalo llegue el mismo día seis o se retrase algo, aunque convendría cierta celeridad, y no es que ahora me ponga exigente.
Si fuera niño, comenzaría diciendo que durante el pasado 2008 he sido bueno; pero a estas alturas, mejor dejarnos de engaños. A estas alturas sabéis, casi mejor que yo, cómo me he portado. Tenéis un servicio de información que para sí quisieran todos los servicios de inteligencia de cualquier gobierno del mundo, incluso el israelí.
Pero aún así, majestades, me atrevo a decir, por si sirve de algo (sobre todo para que mi petición tenga acogida en vuestros corazones), que no he sido mal chico del todo, que he intentado portarme bien con los que tengo al lado cada día, que a veces me he enfadado, sí, pero que lo he intentado disimular, que es verdad que he sido un poco perezoso algunos días, pero no se me han quedado cosas por hacer, que a lo mejor alguien ha necesitado más de mis sonrisas, pero si no se las he dado ha sido porque no me han salido en ese momento, que he procurado escuchar los mensajes secretos que se escondían debajo de frases anodinas e irrelevantes, que no he hecho daño a nadie, al menos a conciencia. Quizá se me hayan podrido besos y caricias, por no depositarlas a tiempo donde corresponde, quizá alguna palabra de ánimo tendría que haber florecido para que el camino se le hiciera menos empinado a alguien y no la he dicho, porque me ha dado vergüenza o porque no me he dado cuenta. He intentado mantener los ojos abiertos, para saber qué ocurre más allá de mi calle, para que este oficio de escribidor no sólo sea el de un narciso convaleciente: a veces ha salido bien, y muchas otras no he visto el dolor o el llanto, la soledad o la angustia, la mentira o el latrocinio, el espanto o el miedo, la cobardía o la zafiedad, la miseria o el hambre, la injusticia o el asesinato... Soy consciente, pues, majestades, de que lo que me dejéis esta noche sobre mis zapatos cansados y desgastados, no lo merezco; pero como sé que lo dejaréis, os doy las gracias por anticipado y prometo acostarme bien temprano, y dormirme cuanto antes, y esperar paciente al final de la madrugada para levantarme y empezar a abrir aquellos obsequios destinados para mí.
El objeto de esta misiva, es otro.
Quizá sea tarde, así empezaba esta carta, pero, en fin, parece que es el único recurso que nos queda a los humanos; además, y no es excusa, la puñalada comenzó hace pocos días y casi no hemos reaccionado.
Sé que la sonrisa de los niños a quienes dirigís vuestros presentes no es culpable de las atrocidades del mundo, ésas que llevan prodigándose por el planeta desde siempre, desde que Caín eliminó a Abel de la faz de la tierra. Pero algunas veces, ciertas cosas duelen más, se clavan en la conciencia con más fuerza que otras.
¿Recordáis majestades vuestro viaje de hace 2009 años, más o menos, a Belén de Judá?
No, no me refiero ahora al momento en que descubristeis el pesebre con el Niño, a sus padres palestinos de religión judía, ni al buey ni al asno; ni siquiera me refiero a la estrella que os sirvió de guía… Me refiero a esas horas previas en que ofuscados por lo evidente (los sabios también se equivocan) acudisteis al palacio de Herodes, el Tetrarca galileo, ese monigote –pues ni a títere llegaba- puesto por los romanos, que estaba aquellos días por Jerusalén.
¿Cómo no lo vais a recordar...?
La visita rápida a Belén (ni siquiera pudisteis departir unas horas con los padres de la criatura)... La huida alocada, advertidos en sueños por el ángel... Los gritos: los gritos de hombres y mujeres y adolescentes que miraban con pavor cómo los niños eran pasados por las armas del poderoso homicida, quien había sentenciado el sacrificio de cuantos niños tuvieran menos de dos años, no fuera a ser alguno de ellos el Mesías prometido... Y el llanto de Raquel (símbolo de todo el pueblo, de todas las madres) atravesando el desierto…
Han pasado 2009 años, más o menos, de aquello, ahora, un poco más al oeste de Jerusalén, en una zona bañada por el Mediterráneo, habéis visto el mismo horror (pues una lágrima es el resumen de todas las lágrimas) multiplicado por cientos, por cientos de miles, para ser precisos…
En estos días, algunos, hemos dado muchas vueltas a la cabeza sobre el asunto. Hemos intentado ver las razones de uno y de otro, y sólo hemos visto sinrazones, de unos y de otros; pero, a algunos, nos parece insoportable tanto cadáver de niño y de adolescente y de mujer y de hombre y de anciano esparcido por la ciudad de Gaza.
A mí, majestades, lo que más me ha hecho reflexionar ha sido la carta que Daniel Berenboim nos escribió a todos y que publicó mi amigo argentino Adrián Dorado. Supongo que tendréis noticia de ella. Sólo apunto sus últimas palabras.
La violencia palestina atormenta a Israel y no sirve a la causa; la venganza militar de Israel es inhumana, inmoral y no garantiza la seguridad. Como he dicho anteriormente, los destinos de dos personas cuyos destinos están relacionados inextricablemente, lo que les obliga a vivir lado a lado. Son ellos los que deciden si quieren hacer de esto una bendición o una maldición.
Por más que, repito, le doy vueltas, me parece, a la vista de estas frases, que sólo una intervención divina puede salvar la situación.
O hay milagro o hay exterminio.
Aunque hablar de intervención divina entre judíos y musulmanes es como meter a la zorra en un gallinero.
Por eso sólo me queda recurrir a vuestras majestades.
Melchor, Gaspar, Baltasar: cuando os hayáis repuesto de vuestra jornada agotadora, cuando vayáis a dar cuenta a la divinidad del día (no sé si será Dios, Yahvé o Alá, pero sea quien sea seguro que se parece en poco a las pálidas imágenes que los humanos nos hemos hecho de su persona), imploradle en mi nombre, y en el de la mayoría de hombres y mujeres de buena voluntad, que intervenga, que deje de aplicar a rajatabla aquello del libre albedrío, aquello de la conciencia, aquello de la responsabilidad. Que rompa con la naturaleza, que ablande el corazón de unos y de otros, que les haga entrar en razón, aunque sea con algo de resentimiento, pero que paren las armas, que dejen de arrojarse niños y niñas a las fosas comunes. Que Israel comprenda que Palestina existe. Que Palestina admita que Israel existe. Que Israel y Palestina se sepan vecinos. No hay más.
Recordadle, si es preciso, la profecía del viejo Isaías, quien fue su vocero por estas mismas tierras que hoy parecen una sucursal del infierno:

Habitará el lobo junto al cordero, la pantera se tumbará con el cabrito, el ternero y el leoncillo pacerán juntos; un muchacho pequeño cuidará de ellos. La vaca vivirá con el oso, sus crías se acostarán juntas; el león comerá paja, como el buey, el niño de pecho jugará junto al escondrijo de la serpiente, el recién destetado meterá la mano en la hura del áspid.

(Foto El País digital)

3 comentarios:

Adrian Dorado dijo...

Con el corazoncito de niño que, en mi caso, es el de uso diario y doméstico (aunque me aconsejan que lo endurezca un posquitín que ya lo tengo cosido y emparchado) le sumo a la petición a los reyes para que Abel resucite y en un acto de fraternidad ejemplar se abrace con Caín y reconozcan, de una vez y para siempre el origen común que los une.
Bien tu post, segoviano.

Amando Carabias dijo...

Otro regalo que no me merezco tu comentario.
¿Será posible que nuestro latido mitigue el dolor de tantas vidas segadas?
No sé si en Argentina celebráis el día de Reyes. Si no es así, lo siento, pero espero que te llegue este efusivo abrazo.
El corazón se endurece con ternura, porque le hace trabajar más. Como cualquier músculo se fortalece con el ejercicio.

S.C. dijo...

Ojalá que te hagan caso Amando.
Me encanta ese fragmento.