De pronto, como si mis deseos se hubieran materializado, el chasquido del interruptor recorrió el hueco de la escalera. Con sigilo, pero a toda velocidad, descalzo y de puntillas, es decir, ejecutando verdaderos ejercicios de contorsionista dadas mis precarias habilidades gimnásticas, me apresuré hacia la puerta, alcé la chapita que protege la mirilla y observé a mi vigilante o protectora o guardián.
Al mirar a través del minúsculo ojo de buey, descubrí que la sombra estaba sentada, lánguida, diría. Por la posición de su cabeza, un poco inclinada y ladeada, como atenta hacia el vacío, creo que miraba al escalón que se abría a mano derecha de mi puerta, pero el resto de su fisonomía no adquirió especial tensión. Los pasos del vecino se acercaban lentamente: rascaban su cansancio sobre los escalones. La sombra permaneció inmutable, lo que demuestra su seguridad. Cualquier otro hubiera intentado ocultarse, pero ella sabía que no lo necesitaba, sabia que nadie la vería.
Soy inquilino de esta casa desde hace décadas, ya que tengo cuarenta y tres años y nací en ella; aunque mis padres murieron, el casero me mantuvo el alquiler, por razones inextricables que no me interesa averiguar: es un chollo. Gracias a tantos años, por el sonido de los pasos sobre los escalones identifico a un vecino, igual que si escuchara su voz. Supe que se trataba del vecino del tercero C, Librado, el camarero, quien regresaba, como cada madrugada, de su agotador trabajo. ‘¿Este hombre no se jubila nunca?’, pensé mientras esperaba que la figura de su cuerpo enteco repercutiera, distorsionada por la lente, sobre mis pupilas ansiosas por atisbar algún movimiento en mi sombra clandestina. Cuando Librado formó parte de mi campo visual, miró en la dirección de la puerta. No pude distinguir sus ojos, lógicamente, pero intuí un estremecimiento, como si barruntase una presencia inmaterial, casi percibí un escalofrío de su alma. Se detuvo unos instantes, dudó, un par de veces meneó su cabeza de izquierda a derecha y siguió su penosa subida.
Al mirar a través del minúsculo ojo de buey, descubrí que la sombra estaba sentada, lánguida, diría. Por la posición de su cabeza, un poco inclinada y ladeada, como atenta hacia el vacío, creo que miraba al escalón que se abría a mano derecha de mi puerta, pero el resto de su fisonomía no adquirió especial tensión. Los pasos del vecino se acercaban lentamente: rascaban su cansancio sobre los escalones. La sombra permaneció inmutable, lo que demuestra su seguridad. Cualquier otro hubiera intentado ocultarse, pero ella sabía que no lo necesitaba, sabia que nadie la vería.
Soy inquilino de esta casa desde hace décadas, ya que tengo cuarenta y tres años y nací en ella; aunque mis padres murieron, el casero me mantuvo el alquiler, por razones inextricables que no me interesa averiguar: es un chollo. Gracias a tantos años, por el sonido de los pasos sobre los escalones identifico a un vecino, igual que si escuchara su voz. Supe que se trataba del vecino del tercero C, Librado, el camarero, quien regresaba, como cada madrugada, de su agotador trabajo. ‘¿Este hombre no se jubila nunca?’, pensé mientras esperaba que la figura de su cuerpo enteco repercutiera, distorsionada por la lente, sobre mis pupilas ansiosas por atisbar algún movimiento en mi sombra clandestina. Cuando Librado formó parte de mi campo visual, miró en la dirección de la puerta. No pude distinguir sus ojos, lógicamente, pero intuí un estremecimiento, como si barruntase una presencia inmaterial, casi percibí un escalofrío de su alma. Se detuvo unos instantes, dudó, un par de veces meneó su cabeza de izquierda a derecha y siguió su penosa subida.
A los pocos momentos, casi al tiempo que se cerraba la puerta del piso de Librado, se apagó la luz de la escalera y abandoné mi puesto de grumete, ya que, a pesar de los intentos de penetrar la oscuridad con mis pupilas, la sombra se me hizo nuevamente invisible.
Tras esta primera observación detenida, llegué a una conclusión que me sumió en la perplejidad más absoluta: la sombra era femenina… Quiero decir que pertenecía o perteneció o había pertenecido a una mujer.
Tras esta primera observación detenida, llegué a una conclusión que me sumió en la perplejidad más absoluta: la sombra era femenina… Quiero decir que pertenecía o perteneció o había pertenecido a una mujer.
¿Por qué llegué a semejante conclusión?
Fue una intuición. Un solo detalle insignificante: cómo giró su cabeza desmayadamente, con un punto de delicadeza o coquetería. (Hablo así para ser comprendido, para que se imaginen la parte superior de la sombra que semeja un círculo, un óvalo) . Una vez que sentí esta intuición como certeza, intenté comprobar que el resto de su morfología se correspondiera a la femenina y no a la masculina, pero tal cosa fue imposible ya que, como digo, permaneció sentada.
Como habrán imaginado, dada su perspicacia, esta evidencia supuso un cortocircuito violentísimo para mis neuronas sobrecargadas, puesto que hasta ese momento hubiera jurado ante el mismísimo John Black Shadow que mi perseguidora, vigilante o expectante sombra era masculina. Conclusión, podía descartar una posibilidad: esta sombra no venía a sustituir a mi sombra.
Pero abría otras inéditas hasta ese momento: ¿Se habría enamorado de mi sombra? ¿Era la enviada de una mujer que pretendía una relación conmigo? ¿Se trataba de la sombra de una antigua amante que clamaba venganza por mis torpezas y traiciones? ¿En caso afirmativo, quién: Carmen, Marta o Diana? ¿Por el contrario, el sexo del cuerpo al que había pertenecido aquella sombra resultaba indiferente al motivo de su vigilancia? ¿O, no era la sombra de una mujer, ni la de un hombre...?
Pero abría otras inéditas hasta ese momento: ¿Se habría enamorado de mi sombra? ¿Era la enviada de una mujer que pretendía una relación conmigo? ¿Se trataba de la sombra de una antigua amante que clamaba venganza por mis torpezas y traiciones? ¿En caso afirmativo, quién: Carmen, Marta o Diana? ¿Por el contrario, el sexo del cuerpo al que había pertenecido aquella sombra resultaba indiferente al motivo de su vigilancia? ¿O, no era la sombra de una mujer, ni la de un hombre...?
Consideré absurdo prolongar por más tiempo el espionaje nocturno, ya que a esas horas sería un milagro que la luz de la escalera volviera accionarse. Hasta las cinco y media de la madrugada permaneciera apagada; entonces, Estefanía, la hija de Cosme, el del segundo A, bajaría a lo loco las escaleras, camino de la estación de autobuses, desde donde partía cada madrugada para cumplir con su jornada laboral en una fábrica de conservas de verduras situada en un polígono, a pocos kilómetros de la capital.
(Les confieso que no me hubiera importado que la sombra sentada al otro lado de la puerta perteneciera a Estefanía, a pesar de los quince años de diferencia... Y ahora que recuerdo todos estos sucesos, me importaría menos aún).
Al entrar en la habitación, mi sombra gruñó amistosamente y se estiró a lo largo de la alfombra. En realidad se dio la vuelta, porque la luz que encendí para ponerme el pijama, deslumbró sus ojos. Estuve por contarle mi descubrimiento, pero no quise que se hiciera falsas ilusiones, mejor que siguiera tranquila, envejeciendo conmigo.
Yo, a penas dormí un par de horas.
5 comentarios:
¡¡¡Esto se está poniendo de maravillas!!!
Así que la seductora sombra ajena es femenina? No te digo, haz algo con la tuya que se mueva un poco joder que aún es joven para estar tan entregada! Tiene esa parsimonia de los jubilados que,por no estar urgidos al pan diario, gilipollean de lo lindo.
La cosa va tomando un giro bien cachondo.Me interesa, deja en un suspenso interesante y, como siempre dado que manejas bien la cosa, continuaré siendo tu fiel lector. El único problema que tendrás conmigo es que te acuciaré hasta el hartazgo si me llego a enterar que los acontecimientos aparecen (acaso subliminalmente) anunciados de antemano o me es dable saberlo varios capítulos antes. Odio la previsibilidad literaria. No me preguntes porqué ni me hagas caso si te viene necesario usarla. NO todo tiene que llevar la intriga hasta el último momento, pero es así de fatal en mí.En el cine cuando descubro el final me empiezo a dormir y no me marcho porque la intriga me la pongo yo y quiero saber si el tío es un condenado gilipollas o nó y me jodió de sobremanera.
Mira, si te llegas a follar la sombra ajena, la crítica te arma la de San Quintín!
Sigue Hombre, estruja las neuronas, acaricia al corazón, múnete de cantos y de vuelos,llévanos adonde quieras, suspendidos, esperando las noticias por venir. Ése es el formato de la entrega en partes, no? Los radioteatros que escuchaba de pequeño bajo la tabla donde, la nana, planchaba almidonando, mis pulcros delantales.
Bueno, bueno, lo suyo, ademáas muy bien narrado, hay pasajes que me encantan por el acierto fónico y los ritmos imprimidos, un placer!!!
En este caso concreto, quien escribe el texto, tiene la misma ida que quien lo lee sobre dónde acabaremos. O casi.
Iremos avanzando compañeros.
No prometo nada.
Ni lo contrario.
Eso, continúa intrigante hasta en los comentarios, no le des tregua al lector, que se joda y te siga!
Oye estoy releyendo a Cesar Aira en "cumpleaños" que cosa hace como 8 años cando lo leí a la primera me pareció intrascendente y como aquí está muy ponderado, lo tomé nuevamente y ..joder, chico, es bueno! Si bien no es grande lo he leido en una tarde.
Perdona la manía pero CORRIJE EL TÍTULO devuelvele la B no seas tan avaro, hombre!
Esto se pone un poco extraño, ¿no?
¿Cómo es posible que el autor no sepa lo que va a seguir?
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