sábado, 3 de enero de 2009

TORMENTA EN EL REAL SITIO

La palabra de cada día. 2008. Zaguán de estrellas. Abril

Después de la comida hemos venido hasta La Granja, en busca de un tranquilo paseo en los jardines, justo después de haber tomado un café.
La temperatura, más próxima a la que uno se espera en el verano que en la primavera, que ni siquiera ha alcanzado su centro, ha hecho que los bares y restaurantes sacaran a las calles mesas y sillas. En torno al Medio Punto, aún era bien visible la presencia de los comensales que hacia las cuatro de la tarde, daban buena cuenta de los últimos restos del asado o del postre. En la terraza que han instalado los de la cafetería La Chata nos hemos aposentado. Las nubes iban engordando y agrisándose, como si la cresta de la sierra echara bocanadas de vapor de agua.
Uno. La tormenta ha caído veloz y estruendosa en la Granja. Dos. Una voz de adolescente, no es ya un niño, cuenta. Tres. Juegan al escondite. En la librería Farinelli el silencio, sólo roto por la melodía barroca que interpreta un contratenor, no un ‘castrato’ como aquel italiano que vio a sosegar la melancolía depresiva de Felipe V, envuelve a los cientos de libros que sonríen. Cuatro. Cuenta más despacio que lo haría un niño, enumera las cifras como si las amasara con su voz, como si quisiera que el cielo reconociera el nuevo timbre de jovencito que ha adquirido, quizá anoche mismo. Cinco. Todo el Real Sitio se ha cubierto de silencio: primero fueron un par de truenos, luego el agua que caía con fuerza inusitada, después las huidas entre risas, por último nada: silencio, penumbra, brisa fresca. Seis. Es una escena perfecta para un poema, para una descripción, si uno supiera escribir. Siete. La luz de la tarde, aunque la tormenta ya corra hacia el Norte, camino de la dorada Segovia, todavía es de salida de túnel. Ocho. La voz del chaval suena nítida a pocos metros, pero es sólo voz, invisible organismo. Alguna gota, olvidada o perdida, rebota sobre algún capó de un coche que no ha salido del pueblo. Nueve. El libro de Andrés Trapiello reposa en mi mano; es un libro de poemas, Un sueño en otro publicado en 2004. Diez. Todavía acaricio con la mirada algunos de los libros que se quedarán en este lugar, y que nunca reposarán en nuestra casa. Once. Marián está eligiendo entre una serie de ‘marcapáginas’ plastificados que representan la silueta de la Colegiata y guardan en su interior pequeños pétalos de flores secas: un sueño en otro, también. Doce. La librera, poderosa voz de fumadora impenitente, ya se ha dado cuenta de que la voz que ya no es infantil festonea la tarde. Trece. Es el anuncio del final de la tormenta; como los pájaros, algunos niños saben cuando las nubes pasarán de largo, sin arrojar ninguna dádiva más transparente. Catorce. Se han quedado en su expositor los cuadernos Blanche que es lo que quería ver en realidad: otro sueño dentro de otro; porque pensaba que si escribiera el diario sobre las páginas de alguno ellos el diario será mejor, será más verdadero, porque no se podrá anotar sobre ellos cualquier cosa. Quince. Sin embargo, son demasiado caros, al menos en este establecimiento, y no me urgen, aún no, al menos. Dieciséis. Tengo que preguntarle a la librera si puedo hacer un depósito con alguno de mis libros, con Cuentos de Euritmia. Diecisiete. Parece que el cielo se quiere aplastar contra el adoquinado de la empinada calle. Dieciocho. He estado a punto de comprar más libros. Diecinueve. A esta librería es un peligro venir, es fácil que encuentres todo lo que buscas, incluso encuentras lo que no buscas. Veinte. ¡Voy!
Y la librera y yo nos miramos y sonreímos. Empieza el juego. Y la tarde, como si hubiera estado asomada a su nuca para atestiguar que no hacía trampas, se abre, como si sonriera, orgullosa de la honestidad del jovencito que aún juega a los mismos juegos que los niños…

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