(En Sofía, Bulgaria, un bebé recién nacido reposa junto a una estufa en Maichin Dom (Casa para las Madres). Obsérvese que en el rincón de arriba un calefactor eléctrico está enchufado- AFP. Foto publicada por El País. )
Las imágenes bucólicas de una nevada, como las que ayer inserté en este pedacito de red, pueden ser pequeños juegos de niños. De hecho eso ha sucedido. Aunque los problemas hayan crecido en las grandes ciudades o en el aeropuerto de Barajas donde, según las últimas informaciones, se han visto afectadas unas cuarenta y cinco mil personas, lo nuestro es como un lanzamiento de bolas de nieve, al que jugaban unos de mis vecinos este mediodía. Vecinos procedentes de la Europa del Este, dicho sea de paso.
(Mi calle, como hace veinticuatro horas continúa nevada. El frío y su ubicación tan umbría son una combinación perfecta para que tal cosa suceda).
Sin embargo cuando las temperaturas descienden hasta los veinte grados bajo cero un día y otro y otro, cuando la nieve sustituye el tacto que habitualmente sienten nuestros pies, cuando salir a la calle implica prepararse para una expedición ártica (o antártica), lo bucólico y lo molesto, pasa a ser otra categoría, a otro género: ya no estamos en la lírica, ni siquiera en la épica, probablemente nos acerquemos al terror o a la tragedia.
En la meseta castellana este año el invierno empezó en la mitad del otoño, que es cuando nos abofetearon las primeras heladas serias. Así que nos podemos hacer cierta idea aproximada de la situación que se está viviendo en buena parte de centro Europa.
No es cuestión de explicar aquí toda la peripecia trágica administrativa y política y económica que ha conducido a esta situación. Aunque se parece bastante a una pelea barriobajera...
Cuando hace unos cinco años escribí Alas rotas ( una de mis inéditas novelas), no representaba el infierno con su habitual y tradicional iconografía clásica: las terribles llamas que arden y nos devoran eternamente, sino que usé como metáfora la que en nuestro imaginario colectivo se desprende al decir Polo (Sur o Norte) o de la Estepa Siberiana: esas infinitas extensiones planas de hielo y frío y muerte y soledad y hielo y frío y viento y hielo y frío...
Según se dice en las úlitmas informaciones que recoge la prensa, parece que es cuestión de muy poco que Rusia vuelva a abrir el grifo que permite que el gas pase por las tuberías que recorren este continente y en poco más de treinta y seis o cuarenta horas llegue el suministro. Siempre y cuando, claro, Ucrania firme el mentado acuerdo y acepte las condiciones.
Lo que me pone los pelos como escarpias (heladas) son los más de cuarenta cadáveres que ha causado el frío en zonas habitualmente acostumbradas a él, no como nosotros. Lo que a uno le hace reflexionar sobre la fragilidad de nuestras seguridades es que la pobre gente sencilla de Bulgaria, Rumania, Eslovaquia, Grecia, Chequia... tenga que cortar madera para calentarse, rescatando viejas estufas. Que los niños y los ancianos padezcan los rigores de unas temperaturas que hacía décadas que no soportaban del mismo modo, quiero decir con semejante precariedad de medios. Que los gobiernos se tengan que volver a plantear reabrir centrales nucleares construidas durante la época de la URSS y que fueron cerradas por inseguras y peligrosas.
Nuestra seguridad de burgueses enriquecidos y tranquilos a lo mejor no debiera ser tanta como supone nuestra costumbre inconsciente de llegar a casa y girar levemente la muñeca para accionar el mando que pone en marcha la calefacción. O suponer que la caldera de la comunidad ha saltado a la hora prevista por su reloj automático. O no extrañarnos de por qué en un supermercado hace calor, o en los hospitales se puede ir de manga corta.
Media Europa está literalmente consumida por el frío y está en manos de un sólo Estado: Rusia. La otra parte de los europeos dependemos de los países norteafricanos (lo que no es ninguna garantía de estabilidad, precisamente).
Uno con su habitual cortedad de miras no entiende por qué no se mete muchísimo más dinero en investigar y usar energías alternativas. Es verdad que se avanza, pero aún así, nuestros pies son de barro, de un barro muy frágil y fácilmente quebradizo. Si quiere Rusia o quiere Argelia o quiere Libia, todo nuestra supuesta solidez económica se viene al traste en pocas semanas, quizá días.
El problema lo tienen hoy en las puertas de Alemania, lo que es mucho decir; mañana, por otras causas, lo podemos tener nosotros.
Y el sol, aunque no nos caliente, sale todos los días.
O casi todos.
Ayer, después de la nieve, el sol llegó para observar la ciudad decorada. Y sonreía.
Si los pies no son seguros o no están fuertes, si tienen llagas o sufren un esguince, el camino se hace corto. Necesariamente.
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