* * *
16
16
Del Río estaba a punto de arrojar la toalla.
El café era un recuerdo amargo en su paladar. Ninguna de las noticias del periódico le había dado la luz que esperaba. Los mismos anodinos temas de política local; las batallas diminutas por lograr un centímetro más de influencia, o alguna ventaja económica; la interminable ristra de quejas por cuestiones que, en el fondo, eran de despensa; las convocatorias para conferencias a las que sólo asistirán los organizadores, los conferenciantes, algún familiar, algún despistado y el fotógrafo del periódico que se iría, una vez disparada la foto, antes de que comenzara el acto; o los recordatorios de algún acto religioso; y las esquelas, esas esquelas por las que muchos empezaban la lectura de la prensa... Los sueños de grandeza de una ciudad que se desgastaba a sí misma de tanto mirarse al ombligo. Pero su cabeza no estaba para pensar en el permanente estado de dormición de Euritmia. De alguna manera se tendría que poner en contacto con don Efrén, pero tendría que ser por la mañana.
El sonido del teléfono lo sorprendió. Se había enfrascado en la lectura de una noticia deportiva que tenía que ver con la mejora en la carrera como atleta del sobrino de una amiga, al que el periodista local le auguraba un gran futuro, incluso en el panorama internacional. ‘Subcomisario, le llaman de El Espejo, un tal Fito, de parte de don Efrén’.
Reconoció de inmediato el familiar sabor de la estampida de adrenalina en su cuerpo. Un sabor que tenía como principal característica un amargor mayor del habitual, al tiempo que una sequedad extraña en la lengua que adquiría semejanzas al corcho. El sobrino de su amiga tendría que esperar.
Era muy consciente el subcomisario que su primera frase en la conversación sería la importante y la sorpresa había sido excesiva… ‘Dile que estoy atendiendo otra llamada y que espere un momento. Retenle un par de minutos y me lo pasas... No, mejor, espera a que yo te llame’.
El cerebro del policía se preparó a toda velocidad a lo que se esperaba del cerebro de un policía con el título de inspector, con el curso de criminología y balística bien aprobados. Adenás, en algún momento tendría que llevar él el mando de la situación.
El cerebro del policía se preparó a toda velocidad a lo que se esperaba del cerebro de un policía con el título de inspector, con el curso de criminología y balística bien aprobados. Adenás, en algún momento tendría que llevar él el mando de la situación.
Llegó a dos conclusiones rápidas. La primera es que si el director del periódico llamaba desde un pub, pocos minuntos después de no haberle cogido el teléfono en su despacho, es porque no podía hablar desde allí. Por otro lado, supuso que era algo urgente (¿de emergencia?), puesto que no había esperado al día siguiente. Mientras alzaba el auricular, como de propina y con una sonrisa casi melancólica dibujada en su rostro, llegó a otra conclusión: el contenido del correo electrónico era el que era, sin más. No había ninguna intención oculta en aquellas primeras frases. Si el viejo periodista hubiera sabido que el Subcomisaario estaría de guardia, probablemente algo más contundente habría hecho.
‘Si quiere me puede pasar al del teléfono’.
‘Si quiere me puede pasar al del teléfono’.
* * *
17
Entre los cuerpos de la joven pareja se había extendido un muro invisible, pero perfectamente tangible.
Elio continuó contemplando el techo, como si contemplara extasiado, una puesta de sol en el Cantábrico. Virginia seguía mascando su miedo. Sabía que no tenía razón en lo que le había dicho a su novio, pero él, probablemente, debía pensar en protegerla un poco más, en cuidarla un poco más, en mirarla de vez en cuando al fondo del corazón, y no tanto a las curvas de su cuerpo.
Y no era la primera vez.
Pensaba ella que haberse enamorado de un periodista con afanes literarios era bastante desgracia, como para tener que soportar las ínfulas como detective o investigador. Ella quería a Elio Castro, redactor de Cultura y sociedad del Diario de Euritmia. Para la mayoría, su novio era un periodista gris y rechoncho, anodino y aburguesado, soñador y miope. Pero ella lo quería, y esto era irremediable. Quizá hubiera querido algunos kilos y alguna dioptría menos, pero nada más, tampoco era mucho pedir... Y el hijo, ese famoso hijo al que Elio no estaba dispuesto, de momento. Mientras rozaba uno de los gordezuelos dedos del periodista, le dijo en un tono que era un mensaje de paz, ‘Al menos podrías haberme advertido del peligro que corría. No veas el susto que me has dado’.
Elio comprendió que el ingrediente fundamental de la reacción femenina había sido el miedo. Explicó con toda la naturalidad con que pudo las cosas como las había vivido en las últimas jornadas, u horas. Sabía que era poco creíble, pero había sucedido de ese modo.
Y no era la primera vez.
Pensaba ella que haberse enamorado de un periodista con afanes literarios era bastante desgracia, como para tener que soportar las ínfulas como detective o investigador. Ella quería a Elio Castro, redactor de Cultura y sociedad del Diario de Euritmia. Para la mayoría, su novio era un periodista gris y rechoncho, anodino y aburguesado, soñador y miope. Pero ella lo quería, y esto era irremediable. Quizá hubiera querido algunos kilos y alguna dioptría menos, pero nada más, tampoco era mucho pedir... Y el hijo, ese famoso hijo al que Elio no estaba dispuesto, de momento. Mientras rozaba uno de los gordezuelos dedos del periodista, le dijo en un tono que era un mensaje de paz, ‘Al menos podrías haberme advertido del peligro que corría. No veas el susto que me has dado’.
Elio comprendió que el ingrediente fundamental de la reacción femenina había sido el miedo. Explicó con toda la naturalidad con que pudo las cosas como las había vivido en las últimas jornadas, u horas. Sabía que era poco creíble, pero había sucedido de ese modo.
‘Todo ha surgido muy deprisa, aunque llevemos semanas conociendo el asunto de la mina y el oro y el tejemaneje que se traen en el Ayuntamiento, todo se ha acelerado de repente… De hecho en la redacción nadie lo sabía, excepto don Efrén, que me había ordenado sigilo… Fíjate que aún no sabemos a ciencia cierta si el tema se para en el Alcalde y en Demetrio Burón, o hay alguien más arriba. A mí me parece que no, pero don Efrén dice que sí. Ya estábamos con la soga al cuello, y teníamos que tirar de la manta, sólo nos quedan quince días... Y, de pronto, a pesar del sigilo, esta noche surge lo del soborno y el chantaje… ¿Cómo lo han descubierto...? Esa es mi pregunta, pero mañana hablaremos. Estoy seguro que no has corrido ningún peligro, tonta… Seguro que es un farol ¿Es que has notado algo raro en la calle o has escuchado algún ruido en la escalera...?’.
Pero ella no se conformó fácilmente. ‘Por eso venías corriendo por la calle, porque estabas completamente tranquilo. Elio, ¿me tomas por tonta, o qué? A no ser que me digas que habéis comprobado que el dinero es falso. Si el dinero es falso, la amenaza es falsa’.
Elio pensó que era imposible intentar engañar a Virginia. Aunque él no era experto en billetes de cien y doscientos, los billetes no le habían parecido falsos. Y si se podían gastar tanto dinero en un chantaje, ¿cómo pensar en serio que iban de farol en lo de la vigilancia?
15 comentarios:
Difícil me lo poneis, Caballero Escribidor.
Sólo he sacado en claro los guiños al Cantábrico y algún otro detalle...
Esperaremos a que alguien descifre otra pista más.
Buenas noches, es hora de dormir.
Isolda:
¿Pistas?
Creo que no hay pistas. Esta vez no hay pistas, creo.
Toy liao...voy a tener que repasar capítulos anteriores a ver si me aclaro. ¿Queda mucho para el desenlace final?
Un abrazo.
Pepe Gónce:
Pues aún no lo sé. Con tanto viaje y tanta caló, mi arma, tengo los sesos un poco derrtíos. La próxima semana vuelvo a tener vacaciones y ya tengo que decidirme de una buena vez a escribirlo del tirón, o casi. Después os diré.
bueno sabemos que los billetes no son falsos, guarda tus 500€ Pepe vamos a necesitarlos en aspirina cuando empiecen los golpes
¿por qué alguna vez habrá golpes?
Si Elio sigue al escribidor al Cantásbrico cada finde, estamos apañados.
Don Efrén se las ha arreglado para llamar desde un teléfono sin escuchas si os digo yo que es mi héroe porque las enamoraduras no convienen a ningún James Bond.
aunque lo escribas del tirón, no lo publiques toito...please
Maririú:
Pues fíjate que no tengo muy claro que haya golpes, aunque a lo mejor si dolores de cabeza así que las aspirinas vendrán bien, sobre todo al escribidor, quien por cierto, ya tiene bastante con sus viajes, como para preocuparse de los de Elio.
Chus:
No, si no pienso cambiar de estrategia. Lo que sí que quiero es acabarlo para poderos decir, e incluso, en un momento determinado acelerar o ralentizar.
De moemnto tengo escrito lo del viernes, que no es poco, pero claro, a este paso mis nietos tendrán novia cuando acabe.
Es broma, lo de los nietos, digo
Bueno, por fin encuentro un momento para dejar unas líneas. Te leo en los dos blogs, me encanta leerte y seguir tus historias, pero no siempre puedo dejar comentarios, y no sólo por las prisas, sino porque me está fallando el ordenador. Espero poder reponerlo la próxima semana.
Cada vez me encuentro más despistada con el desenlace, seguro que nos vas a dejar sorprendidísimos... Te mando un fuerte abrazo.
María Sangüesa:
Cuando los ordenadores se ponen imposibles son invencibles en su tozudez.
Queremos dar lo mejor, y quizá nuestros equipos no soporten tanto, o los enanitos que trabajan dentro se cansan, dicen que les ha llegado la hora de la jubilación...
Cuando lo repongas, seguro que nos sorprendes con enormes mejoras, pero piensa en los pobrecitos que tenemos equipos casi prehistóricos.
Gracias por tu lectura en los dos blog, y te garantizo que el primer sorprendido con el desenlace seré yo mismo. Claro que espero serlo antes que vosotros, porque si no...
La maletas, o mejor el bolso de marinero, estàn listas y yo también. Paso solo para dejar deseos: buen fin de mès, buenas vacaciones a los que las hayan entre otros al escribidor. Amando, atiende la brasserie como bien lo sabes hacer. Besos.
Catherine:
Como ya te dije anoche, que la navegación os sea propicia, que los vientos del Mediterráneo os llenen de vida y que regreses con muchas historias que contarnos.
Atenderé la brasserie lo mejor que pueda, seguro, y a la vuelta te espera un buen chocolate con lo que gustes.
Creo que el sentido de los versos de Mallarmé que puse ayer se entiende mejor, así, aunque sea rompiendo la estructura del verso. El fauno ve ninfas abrazadas en el suelo:
"Acudo y, a mis pies, se entrelazan
unas durmientes en sus brazos azarosos,
heridas por la degustada languidez
del infortunio de ser dos"
No hay forma de que no quede horrible, pero no tanto...
Ferran
De nuevo gracias por tu aportación.
No sé si habrás visto, y por eso lo digo aquí, un precioso comentario que Venecia ha dejado en la entrada de ayer, hablando sobre tu poema.
Publicar un comentario