lunes, 9 de marzo de 2009

AMANECER

Por fin el domingo ha sido luminoso.
Hialino.
Durante toda la jornada el aire ha vibrado entre transparencias, como protegido por un fanal invisible, pero impenetrable para cualquier impureza.
Sin embargo, el instante maravilloso ha sido el del amanecer. Apenas unos segundos compartidos con cigüeñas que volaban en busca de su alimento y con gorrioncillos que jugueteaban sobre el asfalto.
Poco antes de las ocho de la mañana, la intensidad del claror de la aurora ha sonreído con determinación, ha crecido como si una niña terminase de inflar este globo azul al que llamamos día. La temperatura era fresca, casi fría, la desnuda humedad del rocío tiritaba sobre las invernales ramas de los árboles.
Estaba acodado en la terraza, fumando el primer cigarrillo de la jornada, y ha vuelto a suceder. Si lo hubiera preparado no habría conseguido respirar ese mágico instante. Por tanto, he recibido un regalo inesperado, y por tratarse de una sorpresa, más intenso. Esta desprotección del alma me ha hecho más vulnerable a la belleza que he contemplado. Me he sentido como el ladrón que roba el secreto de un beso.
El primer rayo del sol ha bailado por encima de mi cabeza. La Esbelta Dorada se ha ruborizado tras sentir la caricia del dedo del sol sobre su frente esférica. Tras ese primer rubor, toda ella se ha iluminado, y su piedra rubia le ha parecido a mi mirada más de oro que nunca.
De pronto, celeste y oro el horizonte de mi mirar.
Y he pensado que hermosa suerte la de madrugar, incluso un domingo.
Esa fugacidad que se escapa a la misma velocidad a la que desciende el agua del río, sin embargo, se queda prendida en la retina y marca el transcurso de toda una jornada vestida para la paz.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Querido Amando:

Hoy he llegado al día tarde, pasadas las nueve de la mañana. Con un sueño malo, agradezco los días en que no me lo interrumpe, siempre recién iniciado, el despertador. En la sala de casa conseguía, a pesar de las persianas abatidas, filtrarse la fuerza del sol. Es una de esas mañanas que Josep Pla llamaba "tirantes, como un pañuelo de seda", porque el aire estaba limpio, claro, transparente, acercándote las cosas en una distancia distinta a las de los días más húmedos, que interfieren el camino entre la mirada y el mundo. El sol ha sido fuerte, un sol convencido y convincente, pero no agresivo, sino disuelto en el día, disperso, con una enorme capacidad de estar en todas partes. Recuerdo cuando, hace ya demasiados años (el verano del 72), estando en Dublín, las mujeres de la familia con la que vivía salían alborozadas a tomar el sol en el jardín trasero, porque llovía siempre, con una intermitencia tenaz, resuelta y agotadora. Todas las fotografías de aquellos días me hacen aparecer (además de un extraño joven del que casi no me acuerdo) con jersey y un anorak fino. La Mrs. Mullan y su hija (que me reprochaban la costumbre de bañarme todos los días con cierta perplejidad, aunque aceptaban que "el clima es diferente"), salían en cuanto se apartaban las nubes y el sol asomaba un poco, nunca como esta mañana ni siquiera en aquel mes de agosto. Se ponían en ropa interior (sic: ambas!) y se tendían en algo parecido al césped, pero de una inquietante vida propia, a diferencia de los céspedes de clausura de las películas americanas. Una vez. Mrs. Mullan me dijo que había estado en España dos semanas, supongo que en un espantoso viaje organizado por agencias que prometían el paraíso devaluado. Con sus ojos de azul tibio, entornados hacia el pasado, me decía que nunca olvidaría aquellos quince días de sol permanente. Y, desde luego, que nunca podría perdonar que le dieran "arroz amarillo"...No se puede tener todo, le decía yo...

Pero dejemos la Irlanda de aquellos años durísimos, cuando lo primero que hice, sin darme cuenta, fue meterme en medio de una manifestación del IRA Provisional ("Join the provisional ai-or-ei" gritaban sin que yo entendiera nada: resultaba que no decían IRA, sino ai-or-ei, claro). Si me llegan a enviar de vuelta a casa, me matan.

En fin: la mañana ha sido acogedora. Como ya recordé una vez: leed la última línea de La decisión de Sophie para saber lo que son estas mañanas. Una cualquiera, entre otras, sin noción de su individualidad, o sin más noción que la que nosotros le ofrecemos. Sentir el sol en el cuerpo es uno de esos placeres elementales, como sentir el agua del mar, que nos acerca a la forma de sentir la vida como inocencia completa.

Saludos desde esta noche, ya noche, barcelonesa. Siguen pasando coches por la calle Valencia. El asfalto suena a goma, a un espacio mullido sobre el que se deslizan conductores profesionales, justo cuando acabamos de ver, por enésima vez, "Taxi Driver". Y la oscuridad lo llena todo, como si hubiera caído de bruces sobre la ciudad, pero con una suavidad que convierte el saqueo en entrega.

Adrian Dorado dijo...

Una sola pincelada lumínica puede conectarnos con la inmensidad de nuestra existencia y a su vez convocarnos al silencio para evitar la inmeditez de su disolución.

Alena. Collar dijo...

Parece que nos seduce la misma belleza y la misma sencillez aún en distintas ciudades.
Es un placer leerte.

Amando Carabias dijo...

FERRAN: Como siempre es un placer leerte. Y me admira que de mis palabras salga una descripción y un relato tan emocionado. Se ve que, al menos, mis palabras cuentan con cierta capacidad para disparar las evocaciones.

ADRIÁN: Eres un gran conceptualista. Quizá esa pericia tuya para la síntesis venga de tu experiencia en la poesía visual en la que con unos pocos trazos y escasas palabras hay que ahondar en la esencia y en el misterio.

ALENA: Sí, nos seducen las mismas cosas, porque quizá usemos de la misma mirada o porque quizá hayamos descubierto que en el despojamiento de lo accesorio está lo esencial que suele ser sencillo e intransferible, en todas partes.