La palabra de cada día. 2008. Zaguán de estrellas. Septiembre
Dedicado a las mujeres trabajadoras.
Lo importante de la jornada, lo verdaderamente literario me ha sucedido esta mañana. Son dos estampas que no quiero que pasen de mi memoria, y aunque me alargue en el tiempo, es menester que queden cosidas a esta página. Ambas situaciones han sucedido con una diferencia horaria de diez minutos, no más, y una separación en lo físico de unos seiscientos metros…
* * *
Retorno a la oficina, después de haber dejado la comida en casa. Diviso a dos hombres musulmanes, y a esta distancia pienso que son dignos representantes del integrismo más puro. Sus luengas barbas negras, su gorro sobre la cabeza, sus túnicas hasta los pies los asemejan como gotas de agua a Bin Laden y sus seguidores. A pocos metros de sus espaldas, correteando, se acerca una niña de unos cinco o seis años, que lleva sobre su cabeza un velo negro. Tras ella, una mujer madura con velo sobre el cabello y la cara tapada a la altura de la boca. Y un poco más lejos, una mujer más gorda, más baja y supongo que más anciana, o tal conclusión saco de sus andares, que pasea encarcelada dentro de un burka negro tupido, del que ni aprecio una redecilla sobre los ojos que le permita la visión. No me extrañaría que sufriera alguna enfermedad en la vista. La contemplación de esta mujer me anuda el estómago, y percibo una sensación de intangible peligro que acecha… Desde los atentados del 11 S, del 11 M y del 7 J, por no hablar de lo que sucede día sí y día también en Afganistán, Irak, Líbano, etcétera, ver a estos individuos no significa para mi conocimiento la contemplación de una mera costumbre de carácter cultural o religioso, un atavismo que no tiene mayor trascendencia. Bajo estas ropas, no hay sólo cultura o religión, hay, además, una teoría de destrucción, un deseo de hacerse con las riendas del poder, un afán indisimulado de imponernos su interpretación más cerril de una religión. Cuando una religión se ha de imponer por la fuerza, ha perdido cualquier razón que atesore. Como tantas veces sucedió con el cristianismo en otras partes del mundo. Reconozco que he sentido el hueco que el miedo produce y la indignación por lo que he visto.
Ahora pasadas las horas, intuyo que lo más probable es que he visto a cinco seres humanos perfectamente normales, sencillos, humildes y creyentes a pie juntillas en su fe. Tanto, que es perfectamente verosímil suponer que si se les obligara a salir a la calle vestidos al modo 'occidental' se sentirían no sólo desnudos, sino sucios pecadores. Pero la visión de esta mujer, repito, encarcelada bajo su tupido burka negro, me ha desasosegado mucho.
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Todavía con la impresión de esta imagen, regreso rápido hacia la oficina y en llegando a los pies del Acueducto, he sido testigo de la otra imagen que no quiero ni puedo dejar escapar. Distingo, unos veinticinco metros antes, la rechoncha figura de esa gitana, o medio gitana, de ojos azules que vivió durante tantos años en la chabola más próxima a este edificio y que tras su incendio, una nochebuena, abandonó esta calle para trasladarse al Tejerín. Está apoyada sobre el pretil que hay bajo los arcos del monumento emblema de esta ciudad, y me extraña esa pose, pues es la de alguien que lee de pie, lo que, a todas luces, me parece otro sinsentido. A medida que me acerco a ella, y no tengo más remedio que hacerlo, pues el lugar en que está es el sitio por donde he de pasar, la primera impresión se afianza. Ya no sólo se trata de la posición de quien lee algo, sino que ante mis pobres y cansados ojos, se perfila, poco a poco, el objeto que las manos renegridas sujetan. Y si no es un libro, es algo muy similar. En pocos segundos se me disipan todas las dudas: es un libro. Cuando llego a su altura, no puedo evitar que mi cabeza gire hacia la izquierda, pues la curiosidad me impide obviar el gesto. Mis pupilas distinguen dos páginas impresas sólo con texto. Renglones y renglones de palabras distribuidas en párrafos. Sólo se me ocurre una cosa diferente a una novela o a una colección de relatos: la Biblia (pero el tamaño del cuerpo de las letras que forman el texto —no pequeño— y su distribución en la página —no en columnas— me hacen recelar de tal posibilidad). Más aún, compruebo que la gitana no es que esté apoyada en pretil como si leyera, sino que lee. Hay ciertas diferencias que se aprecian con facilidad, aunque no haya nada objetivo que lo acredite. Y juraría, aunque no detengo el paso, por no parecer grosero, que lo hace con mucha atención y gusto.
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He pensado que esta visión es más inverosímil que la de hace diez minutos, y si ha sido posible ver a la mujer gitana leyendo un libro, ¿por qué no ser optimistas y pensar que, en alguna ocasión y poco a poco, algunas mujeres del Islam abandonen su cárcel sin dejar de pertenecer, por ello, al pueblo de Alá?
2 comentarios:
Buen texto, como un océano para pescarnos,para auscultar nuestro propio inconsciente.
Así la vida, Adrián. Incluso en una ciudad tan chica como ésta, comparada con la cosmopolita y millonaria Buenos Aires, uno se puede encontrar con el mundo entero. Y estos encuentros, al final, son preguntas de carne que, además de interrogarnos, nos duelen o nos soliviantan o nos preocupan. Sólo conviene que abramos los ojos.
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