Sin embargo, la curiosidad, como una red lanzada desde lugar ignoto, me atrapó. Antes de atravesar la puerta, decidí recorrer el resto de la vivienda; con impulso morboso quise saber si había otros espejos que “sufrían” tal desajuste. Caí en la cuenta de que no había visto la casa. Había actuado peor que un niño pequeño. Me conformé con ver el salón y la cocina. Acepté el alquiler con sólo escuchar el precio, y una buena cantidad de metros cuadrados surgida de sus delicuescentes labios, néctar de guindas. Acaso era taimada ondina, o perversa hechicera, una de las criaturas que embrujaban el lugar, convertida en astuta seductora de su víctima. Estaba apresado por el pánico.
Comprobé que, salvo en la cocina, en el resto de habitáculos había un espejo (en el salón, dos), de muy diferentes tamaños, pero con el mismo y hermoso diseño del marco. Todos “funcionaban” correctamente, lo que explicaba la plácida normalidad de la tarde: los espejos del salón no me golpearon con el crochet invisible e imprevisible que me lanzó el del dormitorio, y que estuvo a punto de noquearme. Descubierta la situación, cambié de idea. Se aplacaron los ruidos extraños. El miedo, asustado, se retiró derrotado a sus cuarteles de invierno.
Comprobé que, salvo en la cocina, en el resto de habitáculos había un espejo (en el salón, dos), de muy diferentes tamaños, pero con el mismo y hermoso diseño del marco. Todos “funcionaban” correctamente, lo que explicaba la plácida normalidad de la tarde: los espejos del salón no me golpearon con el crochet invisible e imprevisible que me lanzó el del dormitorio, y que estuvo a punto de noquearme. Descubierta la situación, cambié de idea. Se aplacaron los ruidos extraños. El miedo, asustado, se retiró derrotado a sus cuarteles de invierno.
Me quedé para investigar.
La desmesurada irrigación de adrenalina en mi venero, ocasionada por el ataque de miedo, insufló a mi organismo un vigor y una determinación más propios de un atleta antes de competir, que de un individuo de escasa preparación física y de excesivas horas de vigilia. Decidí buscar en el resto del piso un indicio, una pista, un simple atisbo, no sé, cualquier menudencia que explicara la opacidad del espejo.
La desmesurada irrigación de adrenalina en mi venero, ocasionada por el ataque de miedo, insufló a mi organismo un vigor y una determinación más propios de un atleta antes de competir, que de un individuo de escasa preparación física y de excesivas horas de vigilia. Decidí buscar en el resto del piso un indicio, una pista, un simple atisbo, no sé, cualquier menudencia que explicara la opacidad del espejo.
Volví a situarme frente a él.
Pese a estar preparado, me angustió no encontrar frente a mí mi imagen, ni la pared que tenía a mis espaldas, ni la cama, ni la mesilla de noche. Observar una superficie pulida, bruñida, negra, mate, donde debiera estar un fragmento del mundo, era una sensación repelente, vertiginosa. Un pedazo de noche de luna nueva sin estrellas anidaba en el espacio bellamente enmarcado por volutas y hojas. Sin embargo, en esta ocasión la impresión duró menos, y fue más superficial. Poco a poco, analizaba las cosas más fríamente. Antes de husmear en el resto de la vivienda, abrí los cajones de la coqueta, miré dentro del armario, bajo el colchón... No fue una búsqueda apresurada ni amedrentada, como la primera, sino sistemática y concienzuda, fría y calculada.
No encontré nada.
Media hora después, pasé al salón y procedí con el mismo detalle, felino al acecho de la pieza. Los cajones estaban vacíos. Estaban vacíos los estantes. Tras los espejos que ampliaban la dimensión de la pieza, debido a la sabia disposición que devolvía hasta el infinito las imágenes, todo era normal. Repetí la operación cuarto por cuarto, incluso en el baño que, de paso, limpié. No encontré lo que buscaba, salvo polvo acumulado y eternas telarañas arrinconadas.
De pronto, estaba agotado y abatido: el bajón tras el ímpetu que ocasiona una dosis tan abundante de estimulantes. Volví al salón. Quité la funda de un sofá (similar al sudario de la cama). Comprobé su limpieza. Me senté. No sabía qué pensar, qué hacer. Ya no sentía el miedo irracional que me inmovilizó, al ver que no me veía.
De pronto, estaba agotado y abatido: el bajón tras el ímpetu que ocasiona una dosis tan abundante de estimulantes. Volví al salón. Quité la funda de un sofá (similar al sudario de la cama). Comprobé su limpieza. Me senté. No sabía qué pensar, qué hacer. Ya no sentía el miedo irracional que me inmovilizó, al ver que no me veía.
Pero, ¿cómo acostarme en el dormitorio acompañado por un agujero negro, de esos que, según los sabios, pueblan el universo?
8 comentarios:
Desde luego que te la metieron doblada con ese piso, jajajajaj.
Pues esto no ha acabado
Pero si lo que falta es el espejo estás mirando el fondo que lo aguanta, vete a comprar uno, pónselo encima al chapón bruñido ese y verás que bonito que estás.
Ah!y deja ya de mezclar el lexotanil con el cognac o lo que estés tomando que te está poniendo duro y paranoico.
Bueno como conozco tu persistencia Esperaremos, intrigados, a ver qué es lo que pasa....
ADRIÁN, querido, el aguerrido protagonista de esta historia, todavía no ha tenido tiempo de la ingesta alcohólica, ni de la toma de ansiolíticos.
Recuerda, que cuando salió de compras se le olvidó traer bebida.
Una lástima, quizá le hubiera ido mejor ¿o no?
Ah, y otra cosa, en la pequeña ciudad, pongamos que hablo de Euritmia, no hay tiendas de guardia para comprar otro espejo.
Pero en eso tienes razón, a este pobre que pensó con cierta parte de su anatomía y no con la cabeza, como él mismo nos ha reconocido, ni se le ocurrió la posibilidad.
En una semana saldremos de dudas.
¿O no?
Si, si mejor esperemos....es que me como las uñas....
A saber por donde saldrán los tiros, seremos pacientes y esperaremos hasta el próximo viernes.
También me acerco con retraso a este cuentecito, que me va gustando, Sr. Carabias.
Ya veo que parece imposible que usted aligere la presentación de cada capítulo. Así que me conformaré.
¿Por el comentario que hace al compadre Adrián, entiendo, que la próxima semana será el último capítulo del serial?
Javier y Porfirio: no os preocupéis, ya falta muy poco.
Efectivamente, Porfirio, el del próximo viernes, Dios mediante, será el último capítulo de este relato.
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