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¿Y ahora qué...? Piensa, Leo, pensó.
La mañana, através del ventanuco de cristales esmerilados, sonreía con labios dorados y ojos azules. Miró a su alrededor, despacio, creía que si lo hacía deprisa el ruido producido por sus músculos y por sus huesos, sobre todo las vértebras, sería descomunal y tras él se desencadenaría el estrépito de todas las alarmas del universo, incluso las desconectadas.
Nadie te ha visto, Leo, pensó.
Y sin embargo, tenía la sensación precisa y contundente, nítida e indeleble de que todos conocían ya, en ese preciso momento de la aurora, lo acontecido unos segundos antes. Nunca creyó del todo en Dios, pero tuvo la impresión de que, si existía, su presencia pesaría en su conciencia del modo en que sentía ese fardo invisible, inasible, pero perfectamente presente.
No hay marcha atrás, Leo, pensó.
De las palmas de sus manos brotó un manantial tibio y salobre. Su lengua se hizo guijarro de camino. Cimbreó el cuello. Lo sabía. Los chasquidos de la tercera y de la cuarta vértebra fueron como dos sonoras detonaciones. Volvió a detenerse. Sólo escuchó la estampida de su corazón. Se giró. El sombrío pasillo estrecho era una larga pesadilla solitaria.
Tranquilo, Leo, están aquí, pensó.
Los billetes ocupaban el lugar adecuado. La cámara había sido convenientemente desactivada. Todavía era temprano. Nadie sabía nada aún. Tenía tiempo para la huida tranquila.
¿Y ahora qué...? Piensa, Leo, pensó.
2 comentarios:
Ahora ¡corre!
Mantenedor del suspense.
Vaya descarga de adrenalina.
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