viernes, 3 de abril de 2009

MAÑANA SIN HISTORIA y 3

¿Ataque de pánico momentáneo y pasajero?
¿Una anemia, que le debilitaba, y le impedía realizar su trabajo?
¿El mal que padecían los escritores que durante fases, más o menos largas, eran incapaces de escribir...?
*
Decidió no dar pábulo a ninguna teoría. Respiró con calma y profundidad, únicamente concentrado en los procesos físicos de la inspiración y de la expiración.
Apelotanadas, detrás de las neuronas concentradas en el lento movimiento rítmico de su aparato respiratorio, sentía un batallón de otras tantas que se ahogaban en el pánico de un enorme lodazal que las engullía: carecer de historia.
Al mismo tiempo, otro ejército, que crecía deprisa, pugnaba por lanzar su feroz ataque de preguntas hirientes, preguntas que eran susurros de serpientes insidiosas e incansables o venablos envenedados: '¿Es un accidente?', gritaban; '¿Contarás más historias en el futuro?' golpeaban; '¿Padeces el mal del escritor?', herían; '¿Te han secuestrado la inspiración?', escarnecían; '¿Castigo divino? ¿Aviso para que dejes de escribir? ¿Señal para que hagas cosas útiles a la comunidad, como cuidar enfermos o arreglar coches?', remataban.
Hizo el esfuerzo, casi sobrehumano, de que no cruzasen las barricadas y permaneciesen encalladas en el horizonte de sus terminaciones nerviosas, en el quicial de los finísimos cables que unen el impulso eléctrico con el núcleo de la célula cerebral; un forcejeo que consistió, primero, en continuar con la concentración absoluta en sus movimientos inhaladores y exhaladores; cuando estos no ofrecían interés, y la atención en tales acciones reiteradas, constituyó débil defensa para el peligroso ataque de interrogantes y miedos que rebrincaban y piafaban inquietos en la lejanía de su conciencia, cambió de estrategia: concentró su artillería defensiva en buscar elementos que le impidieran enfrentarse a enemigos tan poderosos y destructivos.
Volvió su vista al cuaderno, retomó el bolígrafo y anotó con digna frialdad, ‘Aunque hoy no tengo ninguna historia que escribir, no estoy preocupado’. Iba a fecharlo, concluyendo la jornada, pero se arrepintió y añadió, ‘Me tomaré unas vacaciones, cualquier persona tiene derecho a un descanso, incluso yo’. A continuación, más seguro de lo que hacía, inscribió la fecha del día al pie de la frase.
*
Consecuente con sus decisiones, avizorando las peligrosas cuestiones que amenazaban con destruirle, salió.
La calle le ayudaría.
Aunque no encontrara historia, despistaría a las huestes que acechaban. Rezaba para que los hábiles zapadores enemigos no encontraran resquicio en los diques de contención y no penetraran a saco, con orden de fuego a discreción. Temía su abordaje, pues no podría defender su nave, y se hundiría en el océano del vacío, prisionero del miedo paralizante.
Se dedicó con fruición a devorar con la mirada: calles, mendigos, árboles, coches, contenedores de basura... Arriates, pescaderías, viviendas, militares, cabinas, contenedores de envases... Cines, niños, iglesias, perros, persianas, estudiantes, flores, policías, escaparates, gitanos, plazuelas, nubes, contenedores de vidrios... Librerías, motocicletas, ancianos, carnicerías, sombras, camiones, colillas, bolsas, bicicletas, gatos, mercerías, palacios, arbustos, heces, limpiadores, restaurantes, empleados, conventos, lencerías, hojas, contenedores de pilas... Bares, mujeres, luces, papeles, cafeterías, pizzerías, teatros, vendedores, plazas, colores, contenedores de papel...
¿Dónde los contenedores de historias...?
Tal barahúnda de personas, animales, sonidos, formas, olores, vegetales, aunque fue buena maniobra de distracción, le sirvió durante poco tiempo; el enemigo no se amilanó por la salva de fuegos artificiales arrojados sin puntería.
Preguntas y pensamientos dañinos escalaban las frágiles empalizadas: perdiste la capacidad de fabular, no escribirás otra historia, el folio en blanco es un precipicio por donde te desnucarás, el almacén de tus historias se vació, la de ayer ha sido la última. Cuajó, como nevada en enero, la peor de las insidias: tenías un cupo asignado, y se ha agotado. Pensó que, del mismo modo, tenía contabilizadas las respiraciones, los latidos, las miradas, y que llegaba a los postreros.
Ante un ataque tan artero, intentó otras defensas. Si no le llegaban historias de su interior, las capturaría de lo que pasaba ante sus ojos. (La ambulancia volaba con todas las señales luminosas y acústicas en funcionamiento; no vislumbró un sueño luchaba contra la muerte). Miraba anhelante a su alrededor. (El niño de cuatro años lloraba desesperado; no reconoció la angustia porque se había perdido... La verdad, ni siquiera escuchó su infantil llanto). Aunque escudriñaba el horizonte, no encontraba la historia maravillosa, la aventura portentosa, el misterio imposible de resolver. (La pareja se besaba con pasión, con hambre, mientras las lágrimas de ella humedecían las mejillas; ni los vio; no adivinó la contrición tras la puñalada). Estaba cada vez más nervioso, le temblaban las manos, sudaba copiosamente, sus ojos se obnubilaban, veía borroso, su corazón era manada de caballos en estampida. (La mano del anciano acariciaba la de la anciana, mientras, avaros, absorbían el sol del mediodía; no intuyó que aquél era el mayor don tras una vida de sufrimientos; ni se apercibió de sus ojos chispeantes como dos jóvenes). No sentía hambre. (En el restaurante, como noticia preocupante, comentaban su ausencia, la primera sin aviso en cinco años). (El cachorro de pastor alemán se acurrucaba, con terror, abandonado a su suerte; no distinguió su peluda mancha parda; no escuchó su débil gemido lastimero).
Sus pasos eran de autómata. Por un momento, decidió regresar a casa, pues quizá allí encontraría la calma. Casi sintió el pellizco del apetito. Pero ambas ideas se evaporaron, como si el fuego del fragor de la batalla interior las derritiera. Compulsivamente continuó buscando la historia. (El joven corría apresuradamente y volvía la cabeza, como si le persiguiesen; no pensó que huyera de una pesadilla)… (El hombre que pasó a su lado, le miró, se acercó a preguntarle; no lo vio). Llegó a la peor de todas las conclusiones: no quedaban historias. Nada tenía sentido. (Otro hombre caminaba por la acera, arriba y abajo, sin cruzar. Más de media hora el mismo itinerario; no adivinó la losa de dolor que lo aplastaba). Comenzó a correr desesperadamente, como hacía muchos años que no hacía y no vio el coche que venía lanzado a toda velocidad, cuando iba a atravesar la avenida, casi vacía...
Se detuvo a tiempo, como fulminado.
Al contemplar el destello del automóvil, al percibir los latidos desenfrenados de su corazón, al escuchar el griterío de la batalla, encontró la historia, aunque la escribiría al día siguiente, pues estaba cansado, hambriento y mareado. Ya sabía el comienzo:
*
Escribía con la misma naturalidad con que se respira, con que se ve, con que se oye, sin expresa intención volitiva. Sabía que el acto de la escritura era parte esencial de su ser. No podía, aunque tampoco quería, hacer nada para evitarlo. Como no podía impedir que sus ojos oscuros parecieran inexpresivos, de pez asustado, o que su liso cabello escaseara cada vez más, o que su estructura ósea diese la impresión de frágil vulgaridad, semejante a la loza ordinaria que se utiliza en las cocinas, o que su poco desarrollada musculatura invitase a pensar en endeblez inconsistente, aunque tras ella se percibiera la flexibilidad de los dúctiles gimnastas más que el anquilosamiento de los seres sedentarios. De igual modo, tampoco podía evitar aquella actividad que lo definía más que nada en el mundo.
*
Después, prepararía las maletas y haría un largo viaje.

3 comentarios:

Adrian Dorado dijo...

Buena historia la tuya, pobre el escritor que se angustia por el vacío y la pérdida...y la falla de no cumplir con el mandato (vaya a saberse venido de donde) de la creatividad constante.
A veces es mejor dejarla suelta a sus caprichos que, si es mujer de esta querencia, regresará rauda, cuando precise de los arrumacos amorosos con que sabemos acariciarla. Y sino regresa recién entonces plantearse sin titubeos aprender a tocar el saxo o comprarse una pistola.
Se suele dar la vida por tantas cosas tan poco vitales que no será de extrañar que, compensatoriamente, se la dé por la misma vida, o sea matarse por vivir. Mira que título para lo que quieras...hasta para el frente de una caja de hamburguesas!!!!

javier dijo...

Una historia más, bien hecha, y van muchas, y otras la seguirán, y las seguiremos disfrutando.

Amando Carabias dijo...

ADRIÁN: No sólo los escritores. En general cuando uno se obsesiona con algo, acaba por no sacarle partido, por agobiarse, por no disfrutar, casi por morir con lo que en teoría le apasiona.

JAVIER: Muchas gracias y espero cumplir con vuestras expectativas.

Anticipo que el próxmo viernes, no habrá historia por entregas. Es viernes santo y creo que lo dedicaré a otra cosa. Aunque nunca se sabe.