Por favor, que alguien me ayude.
El cursor temblaba impasible, ajeno, como el viento a los árboles, a lo que había dejado detrás. Abelardo Botícher miraba atónito y paralizado la pantalla, por lo demás vacía. La frase permanecía muda, y, a la vez, gritaba o golpeaba al entendimiento.
Por favor, que alguien me ayude.
Afuera, la lluvia tabaleaba con insistencia, quería entrar en la casa fracturando los cristales con sus besos de hielo presentido. Supuso que el frío arreciaba sobre la urbe, como cruel cobrador de impuestos.
Por favor, que alguien me ayude.
Afuera, la lluvia tabaleaba con insistencia, quería entrar en la casa fracturando los cristales con sus besos de hielo presentido. Supuso que el frío arreciaba sobre la urbe, como cruel cobrador de impuestos.
A su derecha, el cenicero humeaba a causa de la última colilla mal estrangulada, aún agonizante. Más allá, al alcance de su mano estrecha y fina, se templaba una lata de cerveza aburrida. La música de Beethoven (El concierto para violín y orquesta en re mayor interpretado por Zukerman) rociaba el espacio oblongo del cuarto, iluminado por una bombilla de sesenta vatios con síntomas de bronquitis en sus filamentos.
Abelardo Botícher acababa de conectarse a Internet con la sonrisa que produce la espera del placer. Una sesión de conversaciones tejidas por la densidad del silencio y tramadas en urdimbre invisible, como si las ideas atravesaran el espacio cibernético. Una singladura por el proceloso mar oscuro de la red. Una navegación tranquila en compañía apacible. Lo más parecido a la telepatía: ideas que pasan, a través de los dedos, a otras neuronas.
Por favor, que alguien me ayude.
Como si fuera a estallar la tempestad, las seis palabras dañaban su paz y rompían el esquema, frágil cristal de Murano, trazado para las horas de periplo telemático. El sonido del violín era voz suplicante.
Por favor, que alguien me ayude.
Con miedo subrayado, se preguntó si alguien más habría recibido el mensaje.
Por favor, que alguien me ayude.
Como si fuera a estallar la tempestad, las seis palabras dañaban su paz y rompían el esquema, frágil cristal de Murano, trazado para las horas de periplo telemático. El sonido del violín era voz suplicante.
Por favor, que alguien me ayude.
Con miedo subrayado, se preguntó si alguien más habría recibido el mensaje.
Participaba en el chat desde hacía dos años con la pasión de un converso. Se hablaba de lo humano y de lo divino. Casi más de lo divino o de lo diabólico, que venía ser lo mismo.
Ermitaño, más fiel y constante que él, monopolizaba espacio y tiempo. Más de una noche, el eremita internauta (perdón por la contradicción) quedó solo (más cenobita que nunca) en medio de un farragoso y excéntrico discurso. Abelardo Botícher se presentó al grupo como Joyce. Otros miembros de aquella especie de club eran Ovidio, Larra, Laoconte, Rosalía, Asterisco, Parsifal, Sherlock Holmes, Dulcinea, Jimena, Mozart y Penélope, la última contertulia con vocación de permanencia. Al ser un foro abierto, recibían visitas, meras aves de paso.
Era una tranquila tertulia de café de provincias recoleto y recogido y solitario y escondido y monótono. Los nombres eran veletas que apuntaban a sus espíritus, o brújulas que marcaban una dirección, nombres que ocultaban afán de encarnación en horas nocturnas: una definición, una declaración de principios, un destino, un retrato con palabras.
13 comentarios:
Me quedé con la duda del porqué de esa petición de ayuda. ¿Habrá una segunda parte? Un placer leerte.
Bienvenido Salvador. Es un placer y un honor, tener a un poeta mexicano entre nosotros. Desde Castilla, bienvenido.
Sí, Salvador, habrá, no una parte más, sino varias. Si la salud lo permite.
Amigo Amando, sería un placer poderte ayudar...
Buenas noches...
Salud
Pepe Gónce
Si, claro que habrá más, Salvador no sabe la que le espera con la intriga de tus relatos... Ahora, cómo si la salud, quéeeee? Es que estás enfermo? No me vengas... que aquí por si faltaba algo ahora tenemos epidemia de DENGUE, a ver! con mosquitos y todo. Claro, como iban a faltar si son los imprescindibles para que esa porquería nos atosigue las buenas ganas...en fin. Espero que lo tuyo con eso de la salud sea sólo una manera de decir. Y como asentó Gonce..pues si necesitas ayuda ya sabes...sigue, sigue como siempre dejándonos pendientes.
Abrazo
Gónce: Qué alegría saludarte en este rincón también. La luz de Sevilla entre nosotros...
¿Ayda, dices...? De momento el problema lo tiene Abelardo...
ADRIÁN: No te preocupes, es sólo la expresión castellana, supongo que del español en general, que es casi sinónima del "Si Dios quiere", y que sólo nos dice que nadie tiene la salud ni la vida compradas...
Buen ritmo narrativo, mantienes la tensión de la intriga y te quedas con ganas de saber más...espero que continúes la historia. Hasta pronto, un abrazo: María
¿Encontraste quien te ayudara en Segovia?
Salud desde Sevilla.
MARÍA: Es un honor recibirte en este rincón que ya es el tuyo, también. Gracias por tus palabras.
PEPE GONCE: Las ayudas son las vuestras. En todo caso, como dije más arriba, quien necesita ayuda es alguien que escribió esas seis palabras tra un ordenador misterioso y que misteriosamente llegaron al ordenador de Alejandro Boetícher...
Continuaré en las próximas semnanas, en concreto los próximos viernes.
Después del paréntesis de la Semana Santa (que estuvo bien y a algunos nos sirvió para releerte), de nuevo al ataque con las entregas por "fascículos" que tanto nos gustan, supongo que éste no va a ser menos y que nos mantendrás en ascuas hasta la última sílaba de la colección.
Pues gracias Javier por releerme.
Espero satisfacer tus expectativas. Uf qué responsabilidad.
Me gusta mucho tu narración, Amando. Incluso, diría que me suena de algo... Cosas mías.Qué disfrutes de tu atardecer en Segovia. Besos
Isolda: el atardecer parecía que iba a ser gris, pero acaso acabe siendo de plata.
Soy un poco mal pensado, y creo que sé porque dices lo que dices. En todo caso, este relato lo escribí hace unos años, antes de que yo supiera lo que es internet... Ya verás en el próximo capitulillo.
Pues me tranquiliza saberlo. Espero el próximo con impaciencia.
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