1ªparte 2ª parte 3ªparte 4ª parte 5ª parte 6ª parte
7ª parte 8ª parte 9ª parte 10ª parte 11ª parte
La presencia física de los dos folios en que se había concretado la carta escrita por Eladio invadía sus pensamientos interrumpiendo la línea de sus recuerdos.
— En realidad ha sido al revés —, tuvo que reconocerse —. En realidad no interrumpe nada, en realidad ha sido la maldita carta la que ha disparado mis recuerdos. ¿Qué hago aquí recordando toda mi vida, bebiendo güisqui en vez de prepararme para pasar una buena tarde junto a Nélida y los demás?
Volvió a leer unas líneas más. Tampoco pudo avanzar en esta ocasión. Ahora comprendía el por qué de la mala caligrafía de Eladio. Aquella carta era un tobogán hacia el infierno. No podía calificarlo de otro modo.
Buscó con la mirada el móvil. Otra vez la carta, abandonada, yacía sobre la mesa de metacrilato del salón. Apenas había leído la primera cara del folio por segunda vez y no era capaz de continuar más adelante. El cacharro aquel no aparecía por ningún sitio.
— Quizá se haya quedado en la americana…
Así fue. Debido al desasosiego que le produjo la llegada de aquel sobre, mejor dicho, el nombre de su remitente, como una daga ensangrentada que había viajado desde el pasado, no había vaciado los bolsillos de la chaqueta ni del pantalón que continuaban arrebujados de cualquier modo sobre el pequeño butacón del dormitorio. Estuvo a punto de llamar a Nélida para decirle que tampoco acudiría aquel viernes a la cita.
Pero en el último instante detuvo el gesto.
En el fondo no había cosa que le apeteciera más que estar junto a ella, aunque no fuese a solas, aunque su silencio sólo fuera un abrazo mudo en medio de las conversaciones y las risas desenfadadas de los otros compañeros y compañeras que, como cada viernes, acudirían a la cita en el Pub Dominó de la Plaza de Euritmia.
Hubo un momento en que tuvo que enfrentarse nuevamente con el amor.
Después del fracaso con Azucena (si es que como fracaso puede definirse un deseo abortado en su embrión), su relación con las mujeres había sido nula. Se centró con tal pundonor en el estudio que eso le sirvió de búnker más que de muralla frente a los sentimientos románticos. Las clases, el trabajo, el estudio, a veces el cine y dormir unas pocas horas (cinco o seis habitualmente) fueron suficiente ocupación para que los días discurrieran a una velocidad suicida sin que él se enterara muy bien, salvo por los cambios de estación que llevaban aparejado las variaciones del atuendo. Cuando la necesidad era un insoportable peso, el alivio era un mero gesto físico que sólo servía para escenificar durante breves minutos una soledad que empezaba a dolerle como un defecto crónico al que se había acostumbrado menos de lo que pensaba.
Fue precisamente en el cine donde sucedió.
No se trató de un amor imposible con alguna intérprete de de una película, pues eso le hubiera llevado a la locura. Tampoco fue la coincidencia con alguna espectadora tan contumaz como él mismo. Todo comenzó en la taquilla de acceso. A la hora que iba él, que se mantuvo desde su tiempo de estudiante del último año de carrera, no había casi público, y por tanto, no había mucha acumulación de personas para adquirir la correspondiente localidad. Normalmente no había nadie.
Como no podía ser de otro modo, la iniciativa la tomó la joven, pues si de él hubiera dependido, no se hubieran cruzado la palabra más allá de lo estrictamente necesario. Lo cierto es que la sonrisa de ella se había convertido en una campanilla para la atención de Luis; pero no había sido capaz de ir más allá. Gracias al mal tiempo se produjo el diálogo.
— Ya veo que aunque caigan chuzos de punta, vienes al cine.
A él le sorprendió su atrevimiento y permaneció mudo durante unos instantes. Pero le pareció excesivamente descortés tal actitud, así que, aunque con zozobra reflejada en la debilidad del tono empleado, balbuceó un comentario amable…
— Es que he descubierto que el cine me encanta.
— Y hablar le cuesta mucho también — respondió la joven detrás de una sonrisa que pareció iluminar la hora de aquella siesta licuada.
Ambos se quedaron en suspenso. Ella esperaba que le pidiera una localidad para alguna de las salas, y él se había olvidado por completo de la razón que le había llevado hasta allí. Fantaseó, influido sin duda por su creciente conocimiento cinematográfico, con la idea de que tantas películas vistas, habían tenido un motivo, una razón de ser, una misión: darle a conocer a aquella criatura que le sonreía como si le hubiera robado un pedacito a la superficie del sol…
De nuevo fue ella quien tuvo que hablar, alterando el orden lógico del diálogo…
— ¿Y qué película quieres ver hoy…?
— ¿Cuál me recomiendas…?
Mientras abría el armario y cogía la percha donde estacionar como un espantapájaros sin trabajo su traje, todavía se extraña de aquella osadía. Ella sonrió más aún y le pidió que acercara su rostro al cristal detrás del que hablaba…
— Es que si me oye el jefe lo mismo me echa… Hoy no veas ninguna, no merecen la pena. Mira, mi turno acaba en media hora, ¿por qué no me esperas en la cafetería de enfrente?
Luis no pudo decir nada, se atragantó con su propia saliva, y asintió.
Cuando cruzó la calle, no abrió el paraguas y sólo al entrar en el establecimiento indicado por la taquillera, se dio cuenta de dos cosas: estaba empapado hasta las rodillas, y el paraguas seguía cerrado en su mano. Cualquiera que contemplara su estampa, pensaría en que sus meninges no regían del mismo modo que en el común de los mortales.
No sabía si la joven habría comido o no, si querría comer con él o sólo tomarse algo, el caso es que le dijo al camarero que esperaba a una amiga y que, si no le importaba, le pediría la consumición en media hora, más o menos… El camarero no le miró con muy buenas pulgas, como diciendo que permanecer media hora sin consumir nada, no era lo mejor que podía hacer, sobre todo para la buena marcha del negocio. Después de unos minutos, aquel profesional de mirada leñosa y árida, dirigió sus pupilas al rostro de Luis y luego, como si una rama invisible de sus retinas se hubiera tornado brazo musculoso, dirigió el gesto hacia el aguacero que se había convertido en tupida cortina inacabable. El joven pasante del despacho de abogados, desmontado repentinamente del caballo de sus pensamientos bucólicos, trenzó una sonrisa de compromiso que venía a decir que había comprendido la intención del camarero…: o toma alguna cosa, o ya sabe dónde está la calle, esto no es un refugio para vagabundos.
Luis decidió no arriesgarse, pues no sabía muy bien si aquello sería aperitivo, comida, café o merienda, así que pidió un refresco para hacer tiempo. Al camarero le pareció mejor, al menos suficiente, y una vez servido el refresco de limón, y cobrado su importe (el grado de confianza en aquel cliente era nulo), se olvidó del joven, y se volvió a centrar en la lectura de la prensa deportiva que alternaba con fugaces ojeos a la televisión cuyo sonido estaba desconectado.
La media hora transcurrió con una velocidad más bien lenta. Tuvo la sensación de que aquel lugar debía estar encantado, porque los minutos duraban bastante más que afuera, en la calle, donde corrían desaforadamente, pero se armó de paciencia y no hizo ningún comentario. Repasó un periódico atrasado, aunque si le hubieran preguntado en aquel momento, hubiera sido incapaz de dar cuenta del resultado de su lectura.
Por fin la vio correr entre los charcos de la calle, intentando esquivarlos, como si participase en un extraño concurso entre lo gimnástico y lo circense que terminó con su entrada de vendaval en el bar. A pesar de su inexperiencia, a pesar de su falta de formación musical, por su cabeza rondaron los famosos versos de aquella canción de Víctor Jara, pero no se atrevió a pronunciarlos. Hubiera sido demasiado cursi. Tampoco ellos eran unos luchadores por la libertad.
— ¿Has comido ya?
Ella, mientras negaba con el gesto, le contaba que su turno en las taquillas del cine era el de mañana. Por la tarde cuidaba a los hijos de una mujer que trabajaba todo el día y por la noche estudiaba unas oposiciones para auxiliar de justicia.
— No es que tengas mucho tiempo libre.
— Ahora mismo, una hora.
Poco más o menos lo mismo que él. Una hora para comer. No dio tiempo para mucho. Por primera vez en su vida, Luis sintió que no le dejaran hablar más. Estaría por jurar que, sin embargo, lo había hecho más tiempo que Paloma, pero tampoco podría asegurarlo. Tuvo la sensación de que cuando ella entró en el local, la esencia del discurso del tiempo volvió a variar de ritmo tornándose alegro vivace que rozaba las cualidades del presto… La hora aparentó recorrer aquel local en menos de veinte minutos, o sea como si cada minuto hubiese durado veinte segundos.
Cuando salieron a la calle, se lo dijo.
— Paloma, tengo la impresión de que sólo han pasado veinte minutos.
— A mí me pasa algo parecido.
Se citaron durante aquella semana todos los días a la misma hora. Él retrasó su hora de la comida, para coincidir con ella. La casa a donde iba a trabajar no estaba muy lejos de allí, en la Calle Leganitos, y era agradable pasearse por la zona de la Plaza de España con Paloma.
Se volvió a enamorar.
Era la segunda vez en su vida que se enamoraba. Recuerda que era hacia 1990, por tanto tendría unos veintiséis años. Ella tenía cuatro menos. Acaba de terminar la carrera de magisterio.
Pudo funcionar. De hecho durante algún tiempo funcionó. Al menos dos años.
Fue el año de las olimpiadas y de la Expo de Sevilla. Ella aprobó las oposiciones y fue destinada a Zaragoza, cerca de su tierra.
En realidad no pasó nada para que la relación muriera. Dejó de respirar, simplemente. La distancia y el reencuentro con un antiguo novio zaragozano fueron suficientes explicaciones para acreditar la endeblez de los sentimientos femeninos. En el fondo nunca se extrañó de aquello.
Casi se alegró, él sabía que no servía para vivir con una mujer. Él sabía que una mujer soportaría mal sus silencios y esos viajes interminables hacia pensamientos que contenían demasiados artículos de leyes, demasiadas sentencias, un montón de jurisprudencia.
Pero sobre todo miedo, el miedo al fracaso.
— En realidad ha sido al revés —, tuvo que reconocerse —. En realidad no interrumpe nada, en realidad ha sido la maldita carta la que ha disparado mis recuerdos. ¿Qué hago aquí recordando toda mi vida, bebiendo güisqui en vez de prepararme para pasar una buena tarde junto a Nélida y los demás?
Volvió a leer unas líneas más. Tampoco pudo avanzar en esta ocasión. Ahora comprendía el por qué de la mala caligrafía de Eladio. Aquella carta era un tobogán hacia el infierno. No podía calificarlo de otro modo.
Buscó con la mirada el móvil. Otra vez la carta, abandonada, yacía sobre la mesa de metacrilato del salón. Apenas había leído la primera cara del folio por segunda vez y no era capaz de continuar más adelante. El cacharro aquel no aparecía por ningún sitio.
— Quizá se haya quedado en la americana…
Así fue. Debido al desasosiego que le produjo la llegada de aquel sobre, mejor dicho, el nombre de su remitente, como una daga ensangrentada que había viajado desde el pasado, no había vaciado los bolsillos de la chaqueta ni del pantalón que continuaban arrebujados de cualquier modo sobre el pequeño butacón del dormitorio. Estuvo a punto de llamar a Nélida para decirle que tampoco acudiría aquel viernes a la cita.
Pero en el último instante detuvo el gesto.
En el fondo no había cosa que le apeteciera más que estar junto a ella, aunque no fuese a solas, aunque su silencio sólo fuera un abrazo mudo en medio de las conversaciones y las risas desenfadadas de los otros compañeros y compañeras que, como cada viernes, acudirían a la cita en el Pub Dominó de la Plaza de Euritmia.
Hubo un momento en que tuvo que enfrentarse nuevamente con el amor.
Después del fracaso con Azucena (si es que como fracaso puede definirse un deseo abortado en su embrión), su relación con las mujeres había sido nula. Se centró con tal pundonor en el estudio que eso le sirvió de búnker más que de muralla frente a los sentimientos románticos. Las clases, el trabajo, el estudio, a veces el cine y dormir unas pocas horas (cinco o seis habitualmente) fueron suficiente ocupación para que los días discurrieran a una velocidad suicida sin que él se enterara muy bien, salvo por los cambios de estación que llevaban aparejado las variaciones del atuendo. Cuando la necesidad era un insoportable peso, el alivio era un mero gesto físico que sólo servía para escenificar durante breves minutos una soledad que empezaba a dolerle como un defecto crónico al que se había acostumbrado menos de lo que pensaba.
Fue precisamente en el cine donde sucedió.
No se trató de un amor imposible con alguna intérprete de de una película, pues eso le hubiera llevado a la locura. Tampoco fue la coincidencia con alguna espectadora tan contumaz como él mismo. Todo comenzó en la taquilla de acceso. A la hora que iba él, que se mantuvo desde su tiempo de estudiante del último año de carrera, no había casi público, y por tanto, no había mucha acumulación de personas para adquirir la correspondiente localidad. Normalmente no había nadie.
Como no podía ser de otro modo, la iniciativa la tomó la joven, pues si de él hubiera dependido, no se hubieran cruzado la palabra más allá de lo estrictamente necesario. Lo cierto es que la sonrisa de ella se había convertido en una campanilla para la atención de Luis; pero no había sido capaz de ir más allá. Gracias al mal tiempo se produjo el diálogo.
— Ya veo que aunque caigan chuzos de punta, vienes al cine.
A él le sorprendió su atrevimiento y permaneció mudo durante unos instantes. Pero le pareció excesivamente descortés tal actitud, así que, aunque con zozobra reflejada en la debilidad del tono empleado, balbuceó un comentario amable…
— Es que he descubierto que el cine me encanta.
— Y hablar le cuesta mucho también — respondió la joven detrás de una sonrisa que pareció iluminar la hora de aquella siesta licuada.
Ambos se quedaron en suspenso. Ella esperaba que le pidiera una localidad para alguna de las salas, y él se había olvidado por completo de la razón que le había llevado hasta allí. Fantaseó, influido sin duda por su creciente conocimiento cinematográfico, con la idea de que tantas películas vistas, habían tenido un motivo, una razón de ser, una misión: darle a conocer a aquella criatura que le sonreía como si le hubiera robado un pedacito a la superficie del sol…
De nuevo fue ella quien tuvo que hablar, alterando el orden lógico del diálogo…
— ¿Y qué película quieres ver hoy…?
— ¿Cuál me recomiendas…?
Mientras abría el armario y cogía la percha donde estacionar como un espantapájaros sin trabajo su traje, todavía se extraña de aquella osadía. Ella sonrió más aún y le pidió que acercara su rostro al cristal detrás del que hablaba…
— Es que si me oye el jefe lo mismo me echa… Hoy no veas ninguna, no merecen la pena. Mira, mi turno acaba en media hora, ¿por qué no me esperas en la cafetería de enfrente?
Luis no pudo decir nada, se atragantó con su propia saliva, y asintió.
Cuando cruzó la calle, no abrió el paraguas y sólo al entrar en el establecimiento indicado por la taquillera, se dio cuenta de dos cosas: estaba empapado hasta las rodillas, y el paraguas seguía cerrado en su mano. Cualquiera que contemplara su estampa, pensaría en que sus meninges no regían del mismo modo que en el común de los mortales.
No sabía si la joven habría comido o no, si querría comer con él o sólo tomarse algo, el caso es que le dijo al camarero que esperaba a una amiga y que, si no le importaba, le pediría la consumición en media hora, más o menos… El camarero no le miró con muy buenas pulgas, como diciendo que permanecer media hora sin consumir nada, no era lo mejor que podía hacer, sobre todo para la buena marcha del negocio. Después de unos minutos, aquel profesional de mirada leñosa y árida, dirigió sus pupilas al rostro de Luis y luego, como si una rama invisible de sus retinas se hubiera tornado brazo musculoso, dirigió el gesto hacia el aguacero que se había convertido en tupida cortina inacabable. El joven pasante del despacho de abogados, desmontado repentinamente del caballo de sus pensamientos bucólicos, trenzó una sonrisa de compromiso que venía a decir que había comprendido la intención del camarero…: o toma alguna cosa, o ya sabe dónde está la calle, esto no es un refugio para vagabundos.
Luis decidió no arriesgarse, pues no sabía muy bien si aquello sería aperitivo, comida, café o merienda, así que pidió un refresco para hacer tiempo. Al camarero le pareció mejor, al menos suficiente, y una vez servido el refresco de limón, y cobrado su importe (el grado de confianza en aquel cliente era nulo), se olvidó del joven, y se volvió a centrar en la lectura de la prensa deportiva que alternaba con fugaces ojeos a la televisión cuyo sonido estaba desconectado.
La media hora transcurrió con una velocidad más bien lenta. Tuvo la sensación de que aquel lugar debía estar encantado, porque los minutos duraban bastante más que afuera, en la calle, donde corrían desaforadamente, pero se armó de paciencia y no hizo ningún comentario. Repasó un periódico atrasado, aunque si le hubieran preguntado en aquel momento, hubiera sido incapaz de dar cuenta del resultado de su lectura.
Por fin la vio correr entre los charcos de la calle, intentando esquivarlos, como si participase en un extraño concurso entre lo gimnástico y lo circense que terminó con su entrada de vendaval en el bar. A pesar de su inexperiencia, a pesar de su falta de formación musical, por su cabeza rondaron los famosos versos de aquella canción de Víctor Jara, pero no se atrevió a pronunciarlos. Hubiera sido demasiado cursi. Tampoco ellos eran unos luchadores por la libertad.
— ¿Has comido ya?
Ella, mientras negaba con el gesto, le contaba que su turno en las taquillas del cine era el de mañana. Por la tarde cuidaba a los hijos de una mujer que trabajaba todo el día y por la noche estudiaba unas oposiciones para auxiliar de justicia.
— No es que tengas mucho tiempo libre.
— Ahora mismo, una hora.
Poco más o menos lo mismo que él. Una hora para comer. No dio tiempo para mucho. Por primera vez en su vida, Luis sintió que no le dejaran hablar más. Estaría por jurar que, sin embargo, lo había hecho más tiempo que Paloma, pero tampoco podría asegurarlo. Tuvo la sensación de que cuando ella entró en el local, la esencia del discurso del tiempo volvió a variar de ritmo tornándose alegro vivace que rozaba las cualidades del presto… La hora aparentó recorrer aquel local en menos de veinte minutos, o sea como si cada minuto hubiese durado veinte segundos.
Cuando salieron a la calle, se lo dijo.
— Paloma, tengo la impresión de que sólo han pasado veinte minutos.
— A mí me pasa algo parecido.
Se citaron durante aquella semana todos los días a la misma hora. Él retrasó su hora de la comida, para coincidir con ella. La casa a donde iba a trabajar no estaba muy lejos de allí, en la Calle Leganitos, y era agradable pasearse por la zona de la Plaza de España con Paloma.
Se volvió a enamorar.
Era la segunda vez en su vida que se enamoraba. Recuerda que era hacia 1990, por tanto tendría unos veintiséis años. Ella tenía cuatro menos. Acaba de terminar la carrera de magisterio.
Pudo funcionar. De hecho durante algún tiempo funcionó. Al menos dos años.
Fue el año de las olimpiadas y de la Expo de Sevilla. Ella aprobó las oposiciones y fue destinada a Zaragoza, cerca de su tierra.
En realidad no pasó nada para que la relación muriera. Dejó de respirar, simplemente. La distancia y el reencuentro con un antiguo novio zaragozano fueron suficientes explicaciones para acreditar la endeblez de los sentimientos femeninos. En el fondo nunca se extrañó de aquello.
Casi se alegró, él sabía que no servía para vivir con una mujer. Él sabía que una mujer soportaría mal sus silencios y esos viajes interminables hacia pensamientos que contenían demasiados artículos de leyes, demasiadas sentencias, un montón de jurisprudencia.
Pero sobre todo miedo, el miedo al fracaso.
17 comentarios:
Bueno, ya sabemos algo más de Luis: está enamorado de Paloma, una taquillera de cine, canguro y estudiante de oposiciones.
Me gusta Luis, siempre me gustó la gente callada, incapaz de hablar porque sí.
De la carta seguimos sabiendo poco: que está escrita por Eladio y que, desde luego, ha supuesto para Luis un tsunami mental que le está costando mucho asimilar.
Sigo pendiente de esta historia, disfrutando de su clara y amena escritura.
Hasta pronto, Amanado. Un abrazo.
Mercedes:
Ya falta menos. Dos capítulos y al siguiente, el décimoquinto, la carta brotará...
En mis tiempos mozo lo que hizo Paloma a Luis era “tirarle los tejos”…ahora no sé cómo se llama. Está bien que la mujer tome iniciativas. Antiguamente esa forma de actuar en una mujer era rara y a veces mal vista…Afortunadamente los tiempos han cambiado.
Buen fin de semana a todos.
En este momento parece que tiene una novia, o futura, cuyo nombre es Nélida. Lo de Paloma fué antes. Luis me sigue pareciendo un tipo extraño, muy brillante en los estudios y en su carrera, pero frío, incluso esa timidez tan arraigada, los años bajo las faldas de su madre, en fin... Que sigo pensando que esos antecedentes pueden, en un momento dado, sacar lo peor de sí mismo.
¿Por qué carape, que diría Alena, no termina de leer la dichosa carta?
En fin, menos mal que ya falta menos y sigo más enganchada que el propio sello.
Besos, Amando.
Flamenco Rojo:
Pues sí, por suerte, los tiempos han cambiado y mucho y más que tienen que cambiar.
Aunque todavía haya muchos hombres que siguen sin aceptar esos cambios.
Para alguien tan tímido como Luis, es una suerte que existiera Paloma.
Isolda:
Efectivamente, lo de Paloma duró dos años:
"Pudo funcionar. De hecho durante algún tiempo funcionó. Al menos dos años.
Fue el año de las olimpiadas y de la Expo de Sevilla. Ella aprobó las oposiciones y fue destinada a Zaragoza, cerca de su tierra.
En realidad no pasó nada para que la relación muriera. Dejó de respirar, simplemente. La distancia y el reencuentro con un antiguo novio zaragozano fueron suficientes explicaciones para acreditar la endeblez de los sentimientos femeninos. En el fondo nunca se extrañó de aquello".
Quizá es que estaba muy abajo y no se ha leído bien.
Hay más gentes introvertidas de lo que parece.
Esta mañana alguien me ha preguntado por Luis, ¿quién era...? Le sonaba muy real.
Eso decía, Amando. Lo de Paloma, efectivamente pasó, ahora mientras está en su casa tiene que decidir si anula una cita con la tal Nélida.
Te gusta intrigarnos, eh? ahora que a alguien le suena muy real...
Uff qué sinvivir!
Isolda:
Me he dado cuenta que te habías percatado. Únicamente he vuelto a poner ese final, por si acaso.
Creo que los capítulos están siendo un poco largos. Pero no temáis, no cambiaré lo que está preparado.
Lo que he comentado antes es algo que me ha pasado esta mañana. Y me ha hecho reflexionar, porque quizá se esté dando por sentado que los tímidos y solitarios no existen...
No me he querido referir, y quizá no se ma haya entendido, a que haya 'biografías' similares a las de Luis.
No es una cuestión de argumento, sino de carácter a lo que me refiero.
Quizá no sea imposible que algún ayudante de fiscal sea muy tímido, tanto que se refugió en los estudios como salida a su timidez, como se podría haber refugiado en cualquier otra cosa, y todo ello después de una dura infancia creyéndose culpable de la muerte del padre gracias a la acusación constante de su madre... Pero lo dudo...
Muchísimas gracias por el detallazo de poner la presentación del libro en tu blog. Había entrado a leerte y casi sin tiempo para contestar, pero me puede la impaciencia por llegar al final de la historia y saber qué es lo que nos va a descubrir la carta, aunque ya sé que será en el XV, mientras tanto vemos como Luis va tirando tejos cinematográficos... ¿se enamorará?, ¿cómo lo llevará su madre?... besos.
Como este fulano no lea la carta ya, le voy a coger manía... nunca pude entender a gente como él, que recibe una carta y no se pone a leerla en cuanto puede...imaginaros que es un boleto de lotería premiado...a este paso le caduca y pierde la pasta. ¡vaya cuajo que tiene!
María Sangüesa: te deseo lo mejor en la presentación de tu libro, te lo mereces. Besos africanos,con temporal de Levante.
Me quedo con la última frase: "sobre todo tiene miedo, el miedo al fracaso" que explica el personaje entero. No quiere hacer nada que pueda fracasar. Dudas, Amando, que pueda existir un hombre parecido a Luis pero lo has creado y nos creemos que existe de verdad.
Buen fin de semana. Nos vamos a Provenza, fiesta de familia, cumpleaños de una sobrina, aniversario de la boda de cuñados, mucha gente y ...¿mucho sol?
María Sangüesa:
De todo corazón, que hoy la presentación sea un sonoro exitazo.
Te lo mereces todo, y mucho más que este libro tan delicado y tan limpio y tan claro sea conocido y vendido.
Un beso
María A:
No cojas manía al pobre Luis, lo que le faltaba al pobre, como es tan hablador y tiene tantos buenos amigos que ahora le cojamos manía.
Más hecha la bronca al escribidor que es un poco capullo.
Total nos está haciendo pasar de las de caín para nada.
Catherine:
Por eso, quizá, se ha escondido en el estudio, porque en ese ámbito logró encontrar la satisfacción del éxito, de cierto éxito.
Buena celebración familiar. Que el sol, este mismo sol que lleva con nostros dos o tres días, también se haga presente en la Provenza para terminar por revistir un hermoso día.
No sé si al final el contenido de la carta será determinante o algo trivial, en cualquier caso creo que la explosión que ha desencadenado en Luis sí que es importante, se está enfrentando a su vida a través de los recuerdos, y casi lo hace de una forma disociada; parece el protagonista y el espectador.
Magnífico, a ver si no te demoras mucho en las siguientes entregas, no he llegado a adquirir la costumbre de la espera con este relato ;-)
Un abrazo.
Paloma Corrales:
Será vuestra propia opinión la que determine a partir del día 30 de abril si el contenido de la carta es determinante o trivial.
Aunque lo desconozcamos (y no lo revelaré, claro 0_0), sabemos una cosa, lo que bien afirmas, pues su contenido, el que sea, ha motivado que esta tarde (todo sucede en el transcurso de unas pocas horas de una tarde)Luis se enfrente a sí mismo, mejor dicho a su biografía.
Próximos capítulos:
nº 13, 16 de abril.
nº 14, 23 de abril.
nº 15 (la carta y último), 30 de abril.
Hola Amando: Pues si que- el incauto de Luis... no tiene suerte realmente- para el amor. le van saliendo ranas... A veces la felicidad llega, pero tarde, aunque nunca es tarde cuando la dicha es buena. Creo que el borde- de Eladio, debe tener muy mala letra... poreso Luis, no da acabado de leer la dichosa carta. Bueno... esperando con anhelo. Como siempre! Un besote. Ser felices.
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