maestro a quien nunca me aproximaré. In memoriam
Al menos en apariencia, su madre se había equivocado en esta ocasión. Cuando Luis acabó de hablar con la chica y colgó el teléfono, una luz nueva brillaba en su mirada, algo diferente refulgía en su semblante: la luz del triunfo.
La conversación había sido breve, pero suficiente, según lo que se vislumbraba de los resultados obtenidos.
— Suficiente para empezar a sufrir otra vez— se dijo el ayudante del fiscal mientras salía de la ducha.
El agua caliente, casi abrasadora, mezclada con agua a temperatura de hielo no había servido para evitar que sus pensamientos dejaran de fluir. No le quedaba más remedio que afrontar los hechos como se presentaban. Aquella carta había venido hasta él y su sola llegada había abierto una espita de recuerdos como una catarata imparable. Allí no habría habido fontanero que hubiera podido taponar aquella fuga de recuerdos en la forma de alud que amenazaban con aplastarlo.
Hubiera dado buena parte de su sueldo de ayudante del fiscal por un cigarrillo.
Hacía un par de años que lo había dejado desde que, precisamente, por los días en que quedó por primera y última vez con Azucena, había fumado su primer pitillo. Un Bisonte sin boquilla que le había pasado un compañero apiadado por su soledad y que terminó con un mareo brutal que debiera haberle llevado a repudiar para siempre el tabaco, pero que lo único que consiguió fue infundirle más deseos por fumar. Si los demás fumaban, si los demás no sufrían el puñetazo del humo sobre la claridad de los pensamientos y la estabilidad de su estómago, ¿por qué él sí? En eso, recuerda que se dijo con firmeza entonces, no pensaba ser diferente del resto de sus compañeros. Ya tenía bastante con su fama, incluso con sus hechos.
La cita se concertó un par de días más tarde. Al día siguiente Azucena tenía algo que hacer. Quedaron en que después de las clases vespertinas, él acudiría a casa de ella, pero no irían juntos. Azucena le advirtió que su madre le había dado permiso con la condición de que estar todo el tiempo delante y que la clase fuese en el salón. Él aceptó pronunciando un sí inaudible, tan inaudible que ni el filo de los dientes fue consciente del paso del aire de la sílaba por su quicio. No había pensado en nada, de hecho había pensado que la chica se enfadaría con él, así que aquellas condiciones le parecieron lógicas.
Dos días más tarde, cuando salió de clase, como tenía tiempo, se dirigió a su casa, descargó la cartera del peso innecesario, merendó y volvió a salir ante la atónita mirada de su madre que sólo acertó a decir
— Ten cuidado, hijo mío.
No entendió la nueva melodía que se abría en el tono de voz de la madre, pensó que ella se refería, como siempre, a los asuntos relacionados con el fatal accidente de la infancia, no atisbó el nacimiento de un nuevo tema; pero aunque hubiera descubierto ese alumbramiento no le habría hecho caso. Ya no tenía unos pocos años. Ya era un joven. Y un joven enamorado, es decir, el rey del universo. Así que salió ufano y dispuesto a llegar puntual a la cita a casa de Azucena. Cosa que nunca sucedió.
Ya en la calle, no se dio cuenta de que a pocos metros de él, pero a suficiente distancia, era seguido por Eladio, Miguel, conocido por Cacharros, porque su padre tenía un comercio donde se vendían piezas de loza, y por Cristóbal, llamado Ciempiés, ya que en él se aunaba una extraña habilidad para jugar al fútbol usando con igual facilidad ambos pies, y porque se apellidaba Ciempozuelos, por parte materna. Pero él estaba ocupado en otros sonidos, no precisamente los que le llegaban por detrás de su espalda. Iba enfrascado en los latidos persistentes y alocados de su corazón, ¿cómo fijarse en las pisadas y las risas que ascendían hacia la barriada del Ángel tras él?
Entre los cipreses del frondoso Parque, a unos doscientos metros de la calle Chopera, divisó a Azucena que parecía acercarse a su encuentro. Luis no se esperaba semejante visión y pensó que su mente padecía una alucinación, o un espejismo provocado por el deseo. Cuando estuvo seguro de que era ella, su corazón inició un galope más desenfrenado aún, pero algo se rompió en su interior. Ella pasó de largo, ni le saludó siquiera, como si su figura se hubiera tornado transparente, como si Luis Enciso fuera un elemento más del aire invisible. Azucena, unos veinte pasos más abajo, fue a caer en los brazos de Eladio y tal gesto fue aplaudido por las risas escandalosas de Cacharros y Ciempiés.
— ¿Creías que ella te haría caso alguna vez, Empollón?
De nuevo la timidez, lejos de ser un lastre que le frenara, se convirtió en un buen aliado, el mejor. Volvió sus pasos hacia donde estaba el cuarteto que se reía en sus narices de su supuesta credulidad y se acercó a ellos, conteniendo la avalancha de sentimientos que le acuciaban: la vergüenza, la rabia, la tristeza, la impotencia, la venganza… Y otra vez Eladio en el centro de la burla.
— Simplemente pensé que le vendría bien una ayuda y se la he ofrecido desinteresadamente. — Antes de continuar, miró con rabia a Eladio—. Otros no actúan del mismo modo. Siempre buscan algo inconfesable. —Seguía sin separar la mirada de su compañero, a pesar del destino de sus palabras—. Azucena, ten cuidado con ellos.
Se escuchaba a si mismo y no creía lo que acababa de decir. Aquello sonaba a declaración de guerra en toda regla. Los otros cuatro se dieron cuenta. Ciempiés y Cacharros callaron como si les hubieran cortado la garganta, Azucena miró sorprendida a Luis y Eladio le devolvió la mirada con la misma intensidad que estaba recibiendo la del huérfano del empleado de su padre. Respiró hondo y cuando habló, sus palabras lentas y claras sonaron como cadenas heladas sobre el pavimento de la madrugada.
— Empollón, vete a tomar por culo… No me hagas hablar que sé mucho más de lo que te imaginas, así que más te vale estarte calladito. Y cuidado, mucho cuidado con quién quieres hablar. Primero pregunta por mí, y ya veré yo si te doy permiso. Yo decido con quién, cuándo y cómo puedes ligar. ¿Entendido?
Cuando aterrizó en sus oídos la frase, ‘No me hagas hablar que sé mucho más de lo que te imaginas’, Luis no pudo evitar un pensamiento extraño, algo así como una pedrada arrojada desde la infancia y que había concluido su vuelo en ese instante, en mitad del umbrío parque del Ángel. De inmediato recordó la pelota de colores, de inmediato pensó en el accidente, y de inmediato rememoró el perfil de Eladio niño medio oculto en el portal de su casa mientras la pelota cruzaba la calle y Luisito salía corriendo tras ella hasta que aquel bulto blanco…
Sintió un leve vahído que supo controlar ante aquellos cuatro, pero no encontró respuesta a la bravuconada de Eladio. De nuevo quedó por debajo de él, como un pelele entre sus manos.
Cuando regresó a su casa, a Laura Enciso no hacía falta que le explicara absolutamente nada, puesto que el escaso tiempo que había tardado en volver indicaba que algo había salido mal. Y a juzgar por las trazas que se dibujaban en el rostro del hijo, había ido peor que mal. Tuvo el acierto de no hablar, de no enturbiar los pensamientos borrascosos de Luis y prefirió que discurriera algo de tiempo. Cuando se presentó en su habitación con una infusión de tila bien caliente, tampoco dijo nada, la dejó en la mesita y esperó a que fuera él quien hablara.
— ¿Mamá, tú sabes por qué Eladio me odia?
El nombre de aquella criatura era como nombrar el mal en aquella casa. Sin embargo, cuando llegaban las conversaciones importantes a Luis sólo se le ocurrían hacer preguntas que ocasionaban tremendas inundaciones en el rostro de su madre. Daba igual que tuviera ocho, doce o quince años. Eladio era el nombre del hijo del jefe de su Luis, y hacerle presente en la conversación era traer al recuerdo los mejores años de su vida, esos instantes que parecían tan lejanos (habían pasado casi ocho años desde su muerte). Pero es que, además, desde aquel infausto día, Eladio era el nombre del enemigo de su hijo, alguien que odiaba sin causa y aquello aumentaba la desolación en aquel hogar. Pero es que en este caso, aunque empezaba a intuirlo, no entendía por qué Eladio había aparecido en esta cita de su hijo con una chica. Se lo imaginaba vagamente, pero no podía creerlo…
— ¿Es que te has tropezado con él?
Le contó lo que había pasado, obviando la expresión grosera, y ella quedó, como él, de una pieza. De inmediato su corazón revivió aquella maldita tarde, y su mente llegó a conclusiones similares a las que había llegado su hijo. Y llegó a pensar algo terrible, algo que se negó a sí misma muchas veces, pero que estuvo a punto de volver a reavivar los peores momentos de los años anteriores.
Si Eladio decía eso, pensó, es que quizá vio cómo Luis, Luisito, se echaba sobre el coche de su padre inconscientemente, lo que pasa es que después del golpe no se acordaba muy bien de lo que había ocurrido.
O sí se acordaba y no quería decirlo.
Pero fue capaz de repudiarse a sí misma semejante pensamiento tan odioso, y llegó a la conclusión que llegaba siempre
— Eladio te odia porque no actúas como un criado a su servicio, que es como él quisiera que te comportaras con él, como tu padre se comportaba con el suyo.
— Pero él a mí no me paga, y su padre sí pagaba a papá.
Y su madre sonrió. En eso tenía razón. El padre de Eladio no le pagaba un mal sueldo a Luis, quizá por las horas extraordinarias, quizá por aquellos sábados por la tarde, a pesar de que más de una vez llegaba sin fuerzas ni para amarla, el sueldo era bueno.
La conversación había sido breve, pero suficiente, según lo que se vislumbraba de los resultados obtenidos.
— Suficiente para empezar a sufrir otra vez— se dijo el ayudante del fiscal mientras salía de la ducha.
El agua caliente, casi abrasadora, mezclada con agua a temperatura de hielo no había servido para evitar que sus pensamientos dejaran de fluir. No le quedaba más remedio que afrontar los hechos como se presentaban. Aquella carta había venido hasta él y su sola llegada había abierto una espita de recuerdos como una catarata imparable. Allí no habría habido fontanero que hubiera podido taponar aquella fuga de recuerdos en la forma de alud que amenazaban con aplastarlo.
Hubiera dado buena parte de su sueldo de ayudante del fiscal por un cigarrillo.
Hacía un par de años que lo había dejado desde que, precisamente, por los días en que quedó por primera y última vez con Azucena, había fumado su primer pitillo. Un Bisonte sin boquilla que le había pasado un compañero apiadado por su soledad y que terminó con un mareo brutal que debiera haberle llevado a repudiar para siempre el tabaco, pero que lo único que consiguió fue infundirle más deseos por fumar. Si los demás fumaban, si los demás no sufrían el puñetazo del humo sobre la claridad de los pensamientos y la estabilidad de su estómago, ¿por qué él sí? En eso, recuerda que se dijo con firmeza entonces, no pensaba ser diferente del resto de sus compañeros. Ya tenía bastante con su fama, incluso con sus hechos.
La cita se concertó un par de días más tarde. Al día siguiente Azucena tenía algo que hacer. Quedaron en que después de las clases vespertinas, él acudiría a casa de ella, pero no irían juntos. Azucena le advirtió que su madre le había dado permiso con la condición de que estar todo el tiempo delante y que la clase fuese en el salón. Él aceptó pronunciando un sí inaudible, tan inaudible que ni el filo de los dientes fue consciente del paso del aire de la sílaba por su quicio. No había pensado en nada, de hecho había pensado que la chica se enfadaría con él, así que aquellas condiciones le parecieron lógicas.
Dos días más tarde, cuando salió de clase, como tenía tiempo, se dirigió a su casa, descargó la cartera del peso innecesario, merendó y volvió a salir ante la atónita mirada de su madre que sólo acertó a decir
— Ten cuidado, hijo mío.
No entendió la nueva melodía que se abría en el tono de voz de la madre, pensó que ella se refería, como siempre, a los asuntos relacionados con el fatal accidente de la infancia, no atisbó el nacimiento de un nuevo tema; pero aunque hubiera descubierto ese alumbramiento no le habría hecho caso. Ya no tenía unos pocos años. Ya era un joven. Y un joven enamorado, es decir, el rey del universo. Así que salió ufano y dispuesto a llegar puntual a la cita a casa de Azucena. Cosa que nunca sucedió.
Ya en la calle, no se dio cuenta de que a pocos metros de él, pero a suficiente distancia, era seguido por Eladio, Miguel, conocido por Cacharros, porque su padre tenía un comercio donde se vendían piezas de loza, y por Cristóbal, llamado Ciempiés, ya que en él se aunaba una extraña habilidad para jugar al fútbol usando con igual facilidad ambos pies, y porque se apellidaba Ciempozuelos, por parte materna. Pero él estaba ocupado en otros sonidos, no precisamente los que le llegaban por detrás de su espalda. Iba enfrascado en los latidos persistentes y alocados de su corazón, ¿cómo fijarse en las pisadas y las risas que ascendían hacia la barriada del Ángel tras él?
Entre los cipreses del frondoso Parque, a unos doscientos metros de la calle Chopera, divisó a Azucena que parecía acercarse a su encuentro. Luis no se esperaba semejante visión y pensó que su mente padecía una alucinación, o un espejismo provocado por el deseo. Cuando estuvo seguro de que era ella, su corazón inició un galope más desenfrenado aún, pero algo se rompió en su interior. Ella pasó de largo, ni le saludó siquiera, como si su figura se hubiera tornado transparente, como si Luis Enciso fuera un elemento más del aire invisible. Azucena, unos veinte pasos más abajo, fue a caer en los brazos de Eladio y tal gesto fue aplaudido por las risas escandalosas de Cacharros y Ciempiés.
— ¿Creías que ella te haría caso alguna vez, Empollón?
De nuevo la timidez, lejos de ser un lastre que le frenara, se convirtió en un buen aliado, el mejor. Volvió sus pasos hacia donde estaba el cuarteto que se reía en sus narices de su supuesta credulidad y se acercó a ellos, conteniendo la avalancha de sentimientos que le acuciaban: la vergüenza, la rabia, la tristeza, la impotencia, la venganza… Y otra vez Eladio en el centro de la burla.
— Simplemente pensé que le vendría bien una ayuda y se la he ofrecido desinteresadamente. — Antes de continuar, miró con rabia a Eladio—. Otros no actúan del mismo modo. Siempre buscan algo inconfesable. —Seguía sin separar la mirada de su compañero, a pesar del destino de sus palabras—. Azucena, ten cuidado con ellos.
Se escuchaba a si mismo y no creía lo que acababa de decir. Aquello sonaba a declaración de guerra en toda regla. Los otros cuatro se dieron cuenta. Ciempiés y Cacharros callaron como si les hubieran cortado la garganta, Azucena miró sorprendida a Luis y Eladio le devolvió la mirada con la misma intensidad que estaba recibiendo la del huérfano del empleado de su padre. Respiró hondo y cuando habló, sus palabras lentas y claras sonaron como cadenas heladas sobre el pavimento de la madrugada.
— Empollón, vete a tomar por culo… No me hagas hablar que sé mucho más de lo que te imaginas, así que más te vale estarte calladito. Y cuidado, mucho cuidado con quién quieres hablar. Primero pregunta por mí, y ya veré yo si te doy permiso. Yo decido con quién, cuándo y cómo puedes ligar. ¿Entendido?
Cuando aterrizó en sus oídos la frase, ‘No me hagas hablar que sé mucho más de lo que te imaginas’, Luis no pudo evitar un pensamiento extraño, algo así como una pedrada arrojada desde la infancia y que había concluido su vuelo en ese instante, en mitad del umbrío parque del Ángel. De inmediato recordó la pelota de colores, de inmediato pensó en el accidente, y de inmediato rememoró el perfil de Eladio niño medio oculto en el portal de su casa mientras la pelota cruzaba la calle y Luisito salía corriendo tras ella hasta que aquel bulto blanco…
Sintió un leve vahído que supo controlar ante aquellos cuatro, pero no encontró respuesta a la bravuconada de Eladio. De nuevo quedó por debajo de él, como un pelele entre sus manos.
Cuando regresó a su casa, a Laura Enciso no hacía falta que le explicara absolutamente nada, puesto que el escaso tiempo que había tardado en volver indicaba que algo había salido mal. Y a juzgar por las trazas que se dibujaban en el rostro del hijo, había ido peor que mal. Tuvo el acierto de no hablar, de no enturbiar los pensamientos borrascosos de Luis y prefirió que discurriera algo de tiempo. Cuando se presentó en su habitación con una infusión de tila bien caliente, tampoco dijo nada, la dejó en la mesita y esperó a que fuera él quien hablara.
— ¿Mamá, tú sabes por qué Eladio me odia?
El nombre de aquella criatura era como nombrar el mal en aquella casa. Sin embargo, cuando llegaban las conversaciones importantes a Luis sólo se le ocurrían hacer preguntas que ocasionaban tremendas inundaciones en el rostro de su madre. Daba igual que tuviera ocho, doce o quince años. Eladio era el nombre del hijo del jefe de su Luis, y hacerle presente en la conversación era traer al recuerdo los mejores años de su vida, esos instantes que parecían tan lejanos (habían pasado casi ocho años desde su muerte). Pero es que, además, desde aquel infausto día, Eladio era el nombre del enemigo de su hijo, alguien que odiaba sin causa y aquello aumentaba la desolación en aquel hogar. Pero es que en este caso, aunque empezaba a intuirlo, no entendía por qué Eladio había aparecido en esta cita de su hijo con una chica. Se lo imaginaba vagamente, pero no podía creerlo…
— ¿Es que te has tropezado con él?
Le contó lo que había pasado, obviando la expresión grosera, y ella quedó, como él, de una pieza. De inmediato su corazón revivió aquella maldita tarde, y su mente llegó a conclusiones similares a las que había llegado su hijo. Y llegó a pensar algo terrible, algo que se negó a sí misma muchas veces, pero que estuvo a punto de volver a reavivar los peores momentos de los años anteriores.
Si Eladio decía eso, pensó, es que quizá vio cómo Luis, Luisito, se echaba sobre el coche de su padre inconscientemente, lo que pasa es que después del golpe no se acordaba muy bien de lo que había ocurrido.
O sí se acordaba y no quería decirlo.
Pero fue capaz de repudiarse a sí misma semejante pensamiento tan odioso, y llegó a la conclusión que llegaba siempre
— Eladio te odia porque no actúas como un criado a su servicio, que es como él quisiera que te comportaras con él, como tu padre se comportaba con el suyo.
— Pero él a mí no me paga, y su padre sí pagaba a papá.
Y su madre sonrió. En eso tenía razón. El padre de Eladio no le pagaba un mal sueldo a Luis, quizá por las horas extraordinarias, quizá por aquellos sábados por la tarde, a pesar de que más de una vez llegaba sin fuerzas ni para amarla, el sueldo era bueno.
22 comentarios:
Aquí me tienes, disfrutando con este relato por entregas que me tiene enganchadísima. Me gusta Luisito, me parece un chico extraordinario: estudioso, sencillo, callado, responsable, respetuoso con su madre... Me ha dolido la jugarreta que le han hecho los amigos, pero sobre todo la traición de Azucena. Estoy desando saber qué pone la carta, pero ya veo que aún habrá que esperar.
Siempre es un placer venir a tu casa a leer.
Un abrazo.
A pocas horas de subirme en el tren, no he podido evitar la tentación de seguir leyendo tu relato. Ya se va definiendo el juego de relaciones entre los personajes del entorno de Luis, que había estado muy centrado en su madre y en Eladio. La chulería de éste último, la manipulación que ejerce sobre los demás, seguro que esconden algo inconfesable... Un abrazo, escribidor. ¡Hasta pronto!
Mercedes
De nuevo mil gracias por tus palabras.
Azucena, que desaparece del relato prácticamente, creo que es más bien un instrumento, alguien que se deja llevar (como tantas veces sucede en la vida) por las apariencias, por el dinero, por la posición.
Todos hemos tenido, supongo, algún compañero en clase que ha pasado los cursos presumiendo de la posición del padre.
María Sangüesa:
Ojalá que por las tierras levantinas el sol y la bonanza meteorológica sustituya a este tiempo invernal de Castilla.
Es una suerte tenerte subida al carro de los seguidores de este relato.
A medida que Luis crece, como en general nos sucede a todos, se ensancha el círculo de sus relaciones y su paisaje humano empieza a tomar diferentes matices.
Feliz estancia en tierra levantina.
Estás consiguiendo que nos olvidemos de la carta… ¿qué carta?
Hasta el día antes de casarme mi madre estuvo diciéndome lo mismo cuando salía de casa…”ten cuidaito hijo”
Flamenco Rojo:
Puedo prometer, y prometo, que la carta existe, que no es una invención de Luis... y que la leeréis. Será el último capítulo.
A mí mi madre me lo sigue diciendo.
Y la suerte es que me lo siga diciendo.
No entiendo por qué Eladio tendría que darle permiso a Luisito para nada, ¿qué poder tiene sobre el pobre Luisito y por qué Luis se calla cuando éste le amenaza? No se si el terrible resfriado o que hoy estoy torpe, pero no entiendo nada. Supongo que simplemente es algo de lo que no sabemos nada aún, espero que no sea algo que se desvele con la carta, sería en el último capítulo...
Feliz fin de semana a todos
Me ha encantado esta parte.
Desde luego Luis es templado. Lástima que Azucena se dejara comportar como una pelele.
El último diálogo entre Laura y su hijo es brillante.
Evaasecas:
¿Así que ahora te toca a ti el resfriado? Pues espero que te recuperes pronto porque efectivamente debe ser que las mucosidades viajan por todo el organismo libres de control, campando a sus anchas...
Creo que todos conocemos o hemos sufrido a ese tipo de personas que se cree con todo el poder para gobernar sobre todas las voluntades. El principal valedor de este tipo de personajillo suele ser todo aquél que le hace el caldo gordo, como suele decirse, que le jalea las bromas, le apoya en sus iniciativas y le aúpa a una especie de liderazgo incontestable. En muchas ocasiones, como se viene diciendo, semejante sujeto se sirve de su superioridad económica para hacer y deshacer a su antojo. Son los capos, quienes chascando los dedos deciden sobre vidas y haciendas y, además, tienen esbirros que les hacen el trabajo sucio.
Luego están las víctimas.
A determinadas edades las víctimas suelen quedarse aisladas. No hay quien les defienda cuando caen en las garras de estos sujetos. Si, además (como le sucede a Luis) son seres solitarios (anormalmente solitarios) se convierten en la víctima codiciada por estos rufianes del tres al cuatro. Y si a esto se le añade (como en este caso) algo más que todavía no conocemos del todo, pero ya sabemos que nació en su infancia, creo que tienes dibujado el escenario que permite un diálago como el que se produce.
Por otro lado, Luis, por primera vez en su vida, planta cara (él sólo contra cuatro y además herido en su corazón de enamorado despreciado) a Eladio.
Espero haberte aclarado las dudas.
urbanoyhumano:
Me alegra que te haya gustado.
No tengo muy claro que Azucena se haya comportado como una pelele. Quizá no hubiera llegado tan lejos por sí misma, pero es evidente que Luis no le interesa nada. Más aún, aunque sepa que le puede servir de ayuda en cuestiones académicas, semejante cosa no es la más importante para ella; para esta jovencita es más importante lo que opinen los demás sobre su relación con el Empollón.
Hay demasiadas personas que establecen sus amistades no por el valor intrínseco de la persona, sino por el juicio que esa persona merece a los demás, al círculo donde el sujeto se desenvuelve.
El juego de roles en los grupos no es precisamente sencillo.
A este chico habría que ponerle un monumento -de momento, no quiero precipitarme...-
Me ha gustado la foto que has publicado de Alenarte sobre la capital de la cultura. Me ha recordado mi visita a Bruselas el pasado diciembre - enero. Me gustó la escultura. Buen fin de semana.
urbanoyhumano:
Mejor esperemos, sí.
¿Estuviste en el edificio Justus Lipsius del Consejo de Europa?
La verdad es que la fotografía que nos regaló Alena es muy ilustrativa.
Distrua del fin de semana también tú.
Sí. Allí estuve y saqué también algunas fotos.
He visitado el Consejo dos veces: en ésta y en la anterior presidencia checa. Como sabrás se creó una gran polémica con Entropa de David Cerny.
Un beso.
urbanoyhumano:
Alguna vaga referencia me suena de la prensa. Los checos (su gobierno)anda un poco a la gresca con según qué libertades.
Todos nos sentimos en éstos días huérfanos, sin el abuelo, Miguel.
Anónimo
Tienes razón.
He leído con detalle, acompañándome de un ribera, lo que dice El Norte de Castilla (su segunda casa) sobre él y me ha quedado esa sensación de orfandad.
Si las palabras permanecen,
si el ejercicio de su cadencia
sigue aligerando el peso
de la estridencia del mundo.
Si los destellos en lo oscuro
de un faro leal a su bujía
permanecen nobles y fieles
al auxilio en la tormenta.
Qué ha muerto pues,
sino la certeza de la muerte,
cuando el futuro sigue
con su acento y con su voz.
Anacanta:
Gracias por este poema y estos versos tan hermosos.
Aunque tardíamente, enganchada al relato estoy. Espero que Luis espabile un poco y que Eladio se encuentre en algún momento con alguien que le pare los pies... Estas historias de adolescentes, perduran y ahora lo llamamos acoso... Claro que con menos connotaciones familiares. Sería casi imposible que el hijo del jefe coincidiera en el mismo centro educativo... uno iría a un centro privado o, como mucho, privado concertado y Luis, iría a uno público... Las chicas suelen estar por medio, pero llevando la batuta.
Por fin hemos disfrutado de un fin de semana soleado.
Abrazos africanos.
Mª Amalia
Si uno no espabila antes, espabila un poco más tarde, pero ciertas cosas cuestan, cuestan.
Probablemente en una ciudad grande sea más difícil que en una ciudad pequeña, pero en Euritmia estas cosas suceden. Los hijos de los jefes van al mismo colegio que el de sus empleados, entre otras cosas porque viven a poca distancia.
El escribidor no se planteó la verosimilitud o no de esta cuestión, porque su experiencia vital concuerda en algunos aspecto (en este en concreto) con la de Luis.
Esta historia cada vez está más interesante… A lo mejor me equivoco- como tantas veces. Pero intuyo que la madre de Luis- guarda… algún secreto que no puede desvelar. Hasta me creo que hay en vida, hay pocas personas que no llevemos algún secreto oculto que nunca contaremos. ¿Estaré equivocada en esto? Me mosquea… cuando él, la dice, ¿Mamá tú sabes porqué Eladio me odia? ¿Las preguntas que ocasionan tremendas inundaciones en el rostro de su madre? ¿O el nombre de aquella criatura era como nombrar el mal de aquella casa? Bueno no sé que pensar… estoy intrigada y a la vez ensimismada, ya no puedo pasar sin leer un relato. Hago como antaño pegada a la radio escuchando aquellas novelas bien bonitas- que nos hacían brotar algunas lágrimas… a las chicas de mi generación. Un gusto leerte Amando. Un beso y se feliz.
Marina Fligueira:
Te equivocas a medias o a medias aciertas. Y no puedo decir más, porque si no le quito intriga al asunto, como pasaba en los seriales radiofónicos...
En otra cosa aciertas de pleno, creo, extrañísimo será el humano que no se lleve algún secreto a la tumba, salvo que no haya vivido lo suficiente.
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