Nunca había estado allí. Hasta ese día no le había atraído el juego, pero aquella noche, sintió una poderosa llamada que parecía proceder de los ojos del casino. Las luces de la entrada fueron reclamo suficiente. Pensó que, como cumplimiento del viejo refrán, su nueva vida debía inaugurarse con una buena racha en el juego.
No lo dudó, se sentó ante la mesa de póquer. No es que fuera un gran jugador de póquer -ni de otros juegos-, pero tenía nociones aventajadas, y dedujo que pasaría un buen rato. En todo caso, prefería ese tipo de juegos que no los de puro azar, como la ruleta. Tuvo suerte durante las primeras horas. La suficiente suerte como para que dos profesionales se fijaran en él.
Era -obviamente-, la primera vez que lo veían en el local. Se miraron. Sin necesidad de cruzar palabra, decidieron que aquel hombre, con el negro tatuaje del fracasado cosido a los ojos, era la víctima adecuada.
Nada en apariencia les unía.
De hecho, ni el personal del casino les identificaba como compañeros de juego. Eran inteligentes y discretos. Muy discretos, laboriosos y concienzudos. Parecían hormigas. Sus actuaciones no eran llamativas. Salvo viernes y sábados, algunos días faltaba uno de ellos, otros el otro. Desaparecían por temporadas. Se alternaban en las mesas. Sus ganancias constantes pasaban desapercibidas, porque nunca, o casi nunca, eran desorbitadas. Incluso las combinaban, muy sabiamente, con noches de leves pérdidas. Este caso sólo se producía en uno de los dos jugadores, nunca en ambos al tiempo. Aparecían a horas distintas, uno en coche, otro caminando. Vestían muy distinto. Hablaban muy distinto. Eran muy distintos.
Tras la mirada muda, cada uno ocupó sitios diferentes y distantes de la mesa. Ni siquiera se sentaron al mismo tiempo. Tenían los papeles bien divididos; uno actuaba como el provocador, y su misión consistía en poner nervioso al inexperto jugador; el otro, a su debido tiempo, haría de prestamista generoso, de salvador in extremis, de aliado ante el fanfarrón voceras. No recurrían a la trampa, salvo alguna seña secreta, pero sí, a su experiencia. No apostaban con desmesura. No permanecían mucho tiempo sentados en la misma partida, salvo excepciones que a nadie extrañaban, pues hay partidas que se enconan y hasta admiten espectadores ávidos con apuestas ajenas a la propia partida, pero cuyo único sentido es la partida en sí misma. Existen rachas de suerte que cualquier buen jugador siente venir y ha de aprovechar... Sobre todo los profesionales.
Las cosas comenzaron a torcérsele cuando, a pesar de que una voz interna clara y nítida le aconsejó prudencia, no pasar los cien euros aquella mano, arriesgó más de la cuenta. Después de dos descartes tenía entre sus dedos dobles parejas de damas y cincos. Hasta ese momento, todo había ido muy bien. Nunca había perdido en exceso, y, cuando iba de farol, siempre había ganado. De hecho, llevaba embolsados más de setecientos euros, casi ochocientos. Se hizo la promesa de que a los mil se retiraría.
El nuevo jugador, vestido con el traje oscuro y la camisa tan hortera, era un bocazas. Le estaba poniendo nervioso. La tomó con él desde que se había sentado. Decía que iba de farol, que tenía la suerte del principiante, que no jugaba como los hombres... Esta vez, achacó al miedo la voz que escuchaba aconsejándole prudencia. Se decidió por arriesgar doscientos euros. Era la única forma de callar a aquel impertinente, y, si tenía suerte, se levantaría de la partida y dejaría de escuchar su voz estridente, como de chirrido de tren. Pero, con taimada sonrisa, el profesional cubrió la apuesta y la hizo subir otros trescientos euros. No le quedaba opción, o se jugaba quinientos de golpe -nada menos-, o el imbécil aquel se llevaba sus doscientos sin mirar las cartas. Un furor ciego -el que no había sentido en toda la noche, y había tenido motivos objetivos para ello- ascendió bermejo por su rostro. En un ataque de irracionalidad, decidió cubrir la apuesta. Los demás jugadores arrojaron desanimados sus cartas, pero nadie dejó de observar los movimientos que se sucedieron en unos pocos segundos. Un trío de ases apareció sobre el tapete, acompañado de una risa excesivamente estridente, tan hortera y poco delicada como su camisa. Uno de los participantes en la partida pensó que alguien debía enseñar al imbécil a ganar. Pero sabía a lo que jugaba, tuvo que reconocerse, y se prometió prudencia a partir de entonces.
Ésa debió haber sido la señal, pero se había obcecado en los mil euros y era imposible que nadie se lo sacara de la cabeza. Ni su voz que le pedía que se levantara con insistencia, con esa insistencia con la que la conciencia se pone a trabajar en determinadas ocasiones. Si se levantaba en ese momento llegaría a casa con unos doscientos treinta euros más de los que había salido, que tampoco estaba mal. Pero siguió impertérrito el juego. Insensiblemente, pues, por ejemplo, ganaba dos manos, pero, en la tercera, perdía lo que había ganado y algo más, fue descendiendo la cantidad que contaba en su poder. De forma rápida, transcurrieron las horas. Más que avanzada la madrugada, no tenía ni un euro. Casi todos -y no se lo explicaba muy bien- habían pasado a manos de aquel hombre que no paraba de meterse con él y vestía como si fuera a presentar un espectáculo circense.
En aquel momento, otro jugador, que le había pasado casi inadvertido a lo largo de la partida, le llamó a su lado con un elegante y leve gesto. Le propuso un préstamo, para ver si entre ambos podían deshacerse del bocazas. Le pareció bien. No advirtió la carga de profundidad, la trampa en la propuesta. No descubrió el lado oscuro y maquiavélico de la oferta. No vislumbró el terreno pantanoso en el que se metía. No percibió las señas. Se sintió, de pronto y sin sentido, fuerte, ganador. La jornada, casi al amanecer, concluyó con la deuda de mil euros. No le importó. Su cartilla de ahorros estaba saneada.
Había sido el final justo para aquel día. Y un día es un día, se dijo.
31 comentarios:
Lo mejor:
Que una partida se encone.
Se le notaba un poco palurdo, nada de cuenta corriente: cartilla de ahorros.
Lo acabaría perdiendo todo.
Ventana indiscreta
Casi seguro, pero era una cuenta corriente. Más que palurdo aprendiz, como quien después de cuatro pedaladas cree que subirá Navacerrada como los auténticos campeones.
Que asco.
Que alguien se alíe para hacer daño a alguien.
Buen Fin.
de.
Y con esto y un bizcocho...
http://www.youtube.com/watch?v=2I75g3h0i4w
...glub,glub.
Pilar:
Ya me lo decían mis padres desde bien pequeño: cuidado con quien te juntas... Si es que...
Este tío es más inocente que el chupete de un bebé...
Buen fin de semana (largo) para algunos.
Pepe Gonce (Flamenco rojo):
Inocente...? Quizá pensó que los refranes son reglas matemáticas: Desdichado en amores...
Y luego algo de avaricia...
Y tu que lo digas.
Pilar.
Las malas junteritas, dicen por aquí.
Pero digo yo, qué hombre tan insensible. ¡Mira que largarse al casino, la noche en que su mujer le deja!
Claro que a lo mejor estuvo oyendo la canción de Pilar, quién sabe?
El relato se va complicando por momentos y nuevamente nos toca esperar a la siguiente entrega.
Escribidor, un poquito más la próxima vez, vale?
Besos con mucho ánimo!
Se me olvidaba, ¿dónde estais los franceses, de Catherine ya sabemos, pero Maririu y Gaspard?
Más besos por si acaso.
Ya sabes, Isolda. Desaparecen por temporadas.
Pilar.
Isolda:
Este relato tiene poca complicación y poca espera: dos semanas más.
De los 'franceses' pues supongo que como dice, Pilar, descansando.
Quizá sea una enfermedad que padecen muchas personas. Aparte de la avaricia de compañías mezquinas. Dime con quien andas y yo te diré quien eres. Es un refrán que no falla. Besos y buen fin de semana a todos vosotros/as.
Me ha gustado, ahora me vas a hacer retroceder y leer las tres partes anteriores, que casi acabo de llegar!!!
Pues es que el pobre se merece esta cancioncilla, más hortera que la camisa del colega, si cabe.
http://www.youtube.com/watch?v=m_m1PxYX9Gk
Cambiándole el género,claro.
Pilar.
Pd.- No hace falta esperar dos semanas, Amando. Hoy mismo podría acabar. Para mí está perfecto.Así tal cual.
De parte de Pilar
Marina Fligueira
No, de momento no es enfermedad... Aunque según como se mire...
Bueno ya veréis.
Delgaducho:
Espero que las tres anteriores también te gusten y así te enganchen a las dos que faltan.
Menos mal que no llegaste a mitade de "¿Qué decisión tomar?" Fueron 45 entregas, aunque eran micros.
La pobre Neuro llegó casi al final y anduvo perdida...
Pilar:
Pues hay dos entregas más, en plan submarinismo...
Es que a mi el juego me da náuseas.
Yo ya colgúe mi colita.
Buen Fin.
Pilar
pues estoy por aquí no muy lejos unos 1400kms, muy cansada con mis achaques y no muy optimista sobre su desaparición y
... basta de lloriqueos, he tenido stages = cursillos de nuevas técnicas de pintura aprovechando las vacaciones y como estoy mucho rato de pie sólo añoro mi cama y me duermo antes de las noticias para luego despertarme a la madrugada magullada y entorpecida
Basta de lloriqueos
y vuelta a empezar
pienso en vosotros, os leo, pero más es difícil porque me faltan ideas
Algo así me temía. Pues sólo puedo decire que primero es la salud y después la pintura. Lo bueno es que aquí estás, bueno allí.
Besos que te calmen.
gracias, Isolda; aquì està otra francesa entre dos urgencias.
Amando, tu relato acabarà en el cementerio de la foto?
Gracias Isolda, aquì està otra francesa entre dos urgencias.
Amando tu relato acabarà en el cementerio de la foto?
ya veìs, ya no sé usar la maldita maquina. Entro dos veces para decir lo mismo.
En castellano decimos "más vale que sobre que no que falte"
Además, indica que no será tan tan urgente.
Besos para descansar.
Con qué facilidad caemos a veces en el error de convertirnos en víctimas.
-Esta vez no me pierdo ni una entrega, jaja-
maririu:
¿Cómo se le dice a una artista que cuide su rodilla si para ello tiene que dejar de pintar?
Difícil consejo, a pesar de las buenas intenciones.
En todo caso mi deseo es que den pronto con el remedio para tanto dolor insoportable.
De todos modos, intuimos tu mirada silenciosa, pero aún cómplice.
Catherrine:
A mí también me pasa a veces, que sin darme cuenta se duplica el comentario. Gajes del oficio...
Sobre el final del relato no haré nigún comentario.
Sobre el cementerio de la foto, sí.
La foto es de servidor, de agosto de este año, y se corresponde al cementerio de la iglesia de Niembro, en Asturias, donde se rodaron algunas escenas de El Abuelo.
El agua que se ve es agua de mar.
Isolda:
Gracias a tu llamada ha acudido parte de nuestros contertulios franceses. Así que nuevamente y por tantas cosas gracias.
Neuroscopetrix:
No sé si habrás regresado ya, o nos escribes desde el mismísimo Estocolmo, en todo caso, esta vez no será necesario hacer un resumen del argumento.
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