domingo, 7 de julio de 2013

Al sur se aquieta el mar


                            
       Para mi hija Ana en su cumpleaños

Se aquieta el mar,
sosiego,
espuma blanda,
en el fielato plata de su risa:
fulgor de orquesta sobre aguas,
acorde de luz sobre la arena,
ilimitada vista de alas en hilván
sobre la espalda de la aurora,
cuando ya la mañana es vertical.

Como danza de olas
cuya matriz es diosa fecunda,
como sol insaciable de caricias,
como revolar de campanas de fiesta,
su risa es esencia del sur,
del sur que ahora sufre
donde la verdad no sólo es llanto,
ni es sólo herida en flor,
ni es sólo quejido
ni es sólo miedo o sufrimiento,
sino felicidad y dicha y baile,
tañido de su boca acogedora
como brisa vestida de sal,
sosiego,
espuma blanda…

Es tanta su intensidad,
como acorde de guitarra y nácar
despertando silencios del recuerdo,
rastro del tiempo en su rostro.

Sé, lo sabe el horizonte
y el aullido de la muerte,
que no es posible
hacer olvido del oprobio,
hundir la preocupación en el ocaso,
embaular el trabajo y el esfuerzo,
llenar un ataúd sin dolor y sufrimiento…
(Así de débiles son mis manos,
así de inútil es mi afán).
Pero cuando contemplo
el fielato de plata de su risa,
resquebrajo mi melancolía,
como si no existiera
como vector inútil de una fórmula.

Siento el taconeo de luna en su risa,
siento en los anaqueles del pasado
el relámpago de su mirada nocturna
rescatando de mis pliegues
los instantes de optimismo y
de horizonte iluminado por sus dedos.


Es contagiosa esa sinfonía de fulgor y nácar,
tanto que no entiendo
por qué el cosmos no interpreta,
como un trompeteo unísono,
sus acordes de brillos, destellos y colores
cuando el mediodía,
alta cordillera de allegro presto,
se hace luz, sólo luz, inalcanzable luz,
salvo para su rostro de duna iluminada,
de playa infinita
donde dejar que el tiempo transcurra sin fisuras
e impedir que edifique su guarida el desaliento…

viernes, 28 de junio de 2013

Alena Collar. El chico de la chaqueta roja

Alena, te escribo esta carta, no en la superficie de un correo electrónico, porque sé lo que pasaría, porque sé que estaría en Internet y porque allí, en Internet, me distraería y pensaría que tengo no sé cuántos correos que contestar.
Y no quiero. No quiero distraerme, no que no quiera contestarlos, no me malinterpretes.
Más aún, estoy pensando que esta carta la convertiré en carta abierta y la publicaré en Pavesas y cenizas, en este blog que tengo un poco abandonado, como si me hubiera cansado de él, pero no me he cansado del blog, es que… Bueno, es que nada.
Acabo de fumarme un cigarrillo para ponerme a la altura de los personajes de tu novela, y porque después de acabar la lectura de El chico de la chaqueta roja me hacía falta. Un modo de celebrar esta lectura.
Portada de la novela
Ahora llega lo difícil: decir que es una novela muy grande y que no suene a que hago la pelota a una amiga. Y llenarme de dudas. Porque, si publico mi opinión como una reseña, pensarán que escribo así porque, qué voy a decir de una amiga, que además tiene las agallas de aguantarme todos los meses un artículo intrascendente en una revista que cada mes aumenta su número de lectores. Pero no va a suceder esto, quien me conoce sabe cómo soy, y quien no me conoce decidirá en todo caso lo que estime conveniente con la libertad que corresponde.
Sí, ya sé que te da lo mismo. Ya sé que hemos hablado de la novela y que incluso he comentado en la plataforma Entre escritores lo que me ha parecido la historia. Pero me parece poco, aunque también sé que lo que uno diga se escucha menos que la caída de la ceniza de un cigarrillo sobre la acera.
El chico de la chaqueta roja, me parece, una apuesta por el lector, una apuesta para que el lector deje de ser dos ojos y un cerebroesponja que reciben los datos suministrados por el escritor, con la misma pasividad con que la tierra recibe la lluvia, sin hacer nada. Tú no te conformas con eso. Quizá porque has leído tanto —y no vas a dejar de hacerlo—, estás hasta la aureola del moño de la pasividad y quieres que el lector sea al menos una planta —iba a escribir flor, escribo, pero lo mismo resulta cursi—, es decir, o sea, alguien que tiene que poner en marcha la atención y descubrir que el libro —electrónico de momento— necesita un poco de esfuerzo, un poco más de atención de lo habitual para entrar en el juego que propones: el autor que mientras escribe la historia, reflexiona sobre el modo en que la escribe o la podría escribir y, además, o de paso, propone toda una teoría sobre la narrativa…, y sobre la propia vida, sobre la propia relatividad de la vida, por precisar algo más.
¿Somos parte de una muñeca rusa? El autor que escribe sobre un autor que escribe sobre un autor que quiere enseñar su novela primeriza al autor que está escribiendo una novela sobre cómo vencer a los tiburones. Y al final, El chico de la chaqueta roja es la novela de los tiburones, la novela con la que el autor —a través de las técnicas narrativas— se enfrenta a la persona que pretende ocultar bajo el disfraz de escritor, ese disfraz que, acaso, coja cada mañana, cuando se quita el pijama y sale del dormitorio para desayunar.
Has demostrado —como ya demostraron otros, pero esto no termina de convencer a los lectores— que muchos escribimos obviedad tras obviedad repitiendo hasta el hartazgo las mismas fórmulas que de tan usadas se desgastan; sin embargo son las fórmulas que venden, que dan réditos y convierten en negocio más que rentable a algunas editoriales.
Es curioso que en pintura o escultura haya poca discusión sobre lo anticuado que ha quedado el realismo. Aunque la mayoría de espectadores no entendamos nada del arte abstracto —acaso porque muchos artistas hayan escamoteado el verdadero abstracto convirtiéndolo en mera frivolidad—, tenemos asumidas ciertas vanguardias. Pero no tanto en literatura, salvo, quizá, en poesía, porque la mayoría se encoge de hombros y condesciende con las aventuras de los poetas, porque, al fin y al cabo, ya se sabe, son poetas, y qué se va a esperar de los poetas, y quién va a leer a los poetas.
Pero dicho todo esto, conviene recalcar con contundencia que esta historia la puede entender cualquiera, a poco que entre con los ojos limpios y la mente atenta durante las primeras páginas, es decir, que se acostumbre al ambiente. A veces nos ocurre con los museos, con los bares, con los bosques, con las iglesias, con las discotecas (¿quedan discotecas?)…, cuando entramos en ellos la luz, el aroma, las perspectivas, la decoración, el sonido, nos chocan, no se corresponden con las coordenadas habituales, pero enseguida nos acostumbramos a ellas. Pues así con El chico de la chaqueta roja. No se trata —por poner malos ejemplos— de una dificultad como tiene la lectura de Ulises de Joyce; ni siquiera son necesarias las cabriolas que a veces parece necesitar comprender Rayuela, ni mucho menos, San Camilo 1936. Como ya te he dicho hace poco, el ambiente, el entorno, el tono, la atmósfera, se asemejan más a Seis personajes en busca de autor de Pirandello, pero, sobre todo a la teoría sobre la ‘nivola’ que Unamuno plasma en Niebla.
Quiero decir que la historia se lee con el mismo sosiego con que se puede leer cualquier otro relato: no hay saltos temporales, si acaso recuerdos que no confunden el entendimiento del lector. Tampoco se rompe la unidad espacial, aunque varíen mínimamente las localizaciones: un pueblo de la Sierra, Madrid, el Pantano. Sobre todo se oye a los personajes, las voces se unen, se enlazan del mismo modo en que se unen y enlazan las conversaciones normales con los pensamientos de unos y otros. Y la única dificultad —si esto es una dificultad— es la ausencia de las acotaciones que el narrador inserta a modo de andariveles, frenos las más de las veces para el relato, para que el lector transite cómodamente por el texto.
A mi modo de ver, El chico de la chaqueta roja es una narración de personajes que hablan o piensan, y a través de su expresión y de lo que dicen, el lector los va conociendo. Y los conoce sin necesidad de saber si miden tantos centímetros, los cabellos son de este color, o los ojos de tal otro, o el gesto, o el… Y sin embargo quien lee sabe de cada uno aquello que tiene que saber, y el resto —que para eso es lector, y por eso tanto lo respetas— lo pone su imaginación, como yo he puesto cara, fisonomía timbre de voz, gestualidad, a Carlos, Pablo, Nuria, Nati, Etelvino, incluso, si me apuras, a Lolita. Clara y don Augusto. Y esto sucede porque desde el principio has abierto la puerta al lector, le has propuesto que participe, que también activamente piense en la historia, en sus posibilidades. Pero sobre todo sucede porque —como ya has demostrado suficientemente en otras de tus obras, como Estampaciones o La casa de Alena— consigues convertir tus palabras en transcripciones literales del modo de hablar de la gente. Los personajes de tu novela son verdaderamente humanos en su manera de expresarse, con la misma naturalidad con la que podemos hablar un grupo de amigos mientras tomamos unos vinos o paseamos por la calle.
Si uno fuera uno de esos críticos que tanto ‘quieres y admiras’ empezaría ahora hablar de otras cosas tremendas de la novela como la estructura, la influencia de tal o cual autor a lo largo del texto (alguna tan evidente —Saramago—, que hasta citas a los autores para que no nos queden dudas, e incluso homenajeas a alguno del mejor modo que se podría hacer, de la manera en que si yo fuera el homenajeado me gustaría que hicieran), la ausencia de descripciones al uso y sin embargo cómo no dejas de hacerlas usando de un lirismo hondo —nada cursi— que demuestra tu modo de mirar al mundo, tanto que te atreves a arrancar y cerrar la novela con semejante tono, la presencia constante de tu ironía, a veces sarcasmo.
Pero ellos no hablarían de la mirada tierna que arrojas sobre los seres humanos, quizá se quejarían de que no hay nada tremebundo que ocupe el relato, aunque al fondo la muerte transita despellejando vidas y llenando nuestros sueños de tiburones y pantanos de agua oscura. Eso sólo lo hacemos quienes leemos por placer y decimos lo que pensamos, aunque nos equivoquemos, aunque nuestras palabras sean ajenas al discurso oficial, aunque seamos tan subjetivos como nuestra hipermétrope mirada.
Y, sobre todo, no escribirán que en esta novela suceden las cosas como sucede la vida, sin previsión que valga. Y eso lo recalcas una y otra vez de un modo u otro. No ocurre, sin embargo, nada extraordinario, pero es que en el día a día tampoco suele haber grandes dramas, tragedias o momentos de gloria; son más bien los pequeños imprevistos: un dolor de cabeza, una llamada de teléfono, un correo electrónico de alguien, una mirada nueva, una frase a destiempo…, dan al traste con lo que se pensaba hacer al minuto siguiente; y esta modificación tan sutil y puntual ha convertido en otro el argumento de nuestro día; acaso no sustancialmente, pero sí lo suficiente para que si no hubiera sucedido, o si hubiera acontecido otra cosa, la jornada fuese bien distinta.
Me has dicho —nos has dicho—, que la plataforma Entre Escritores sirve, entre otras cosas, para que aquellas obras que reciban buena acogida por los lectores, puedan ser publicadas por alguna editorial. Porque lo he visto, sé que El chico de la chaqueta roja está recibiendo esa calurosa acogida, y ojalá se cumpla con lo prometido. Como están demostrando estos comentarios, hay más lectores de los que parece, que aceptan esta literatura como parte de su lectura. Ahora hace falta que algún editor asuma el riesgo. La tarea no es fácil, pero ahí está el envite.
Es curioso, si hoy fuera mañana, a estas horas en Segovia estarían a punto de iniciarse los fuegos artificiales, porque es el día grande de la fiesta. Y tampoco parece que vaya a llover. Lo que no sé es si habrá un Etelvino que procure el encuentro entre Pablo y Carlos, o el entierro de los tiburones.
Acabo con una pregunta: ¿Por qué escribimos, Alena?
Acaso esta sea la única cuestión a la que debiéramos contestar los escritores. Pero la respuesta es tan corta y contundente que nos asusta, e incluso va en contra de nuestro laboreo. Y es la respuesta que das en la novela. Justo la última palabra, justo la última frase que es eso, una palabra que vale por una declaración de intenciones, una especie de Constitución con único artículo: Escribo.

Por favor, Alena, sigue escribiendo.

domingo, 16 de junio de 2013

Linternas (Oniliria XVIII)

Aquello que supera el tono inútil de una pregunta, se torna lágrima inalcanzable, aunque resbale lentamente a través de tus mejillas, adheridas a las mías.
Entender es necesario para lo pasajero. Lo esencial se siente. Salva.

Leer los poemas en mitad de la noche, ayuda a descubrir cuál de ellos sirve para guiar en el laberinto.

domingo, 9 de junio de 2013

Noche de junio (Oniliria XVII)

Tras archivar el invierno en perchas cuya estrechez de sangre negra perdura en el armario empotrado del recuerdo, he descubierto que hoy es imposible cerrar del todo su puerta; a través de la fenda abierta me alcanza la helada mano de escarcha.
He guardado la noche en la cartera, para que llene de estrellas mis recuerdos y el canto indestructible del ruiseñor afine mi bolsillo ahilándome a la rima de la existencia.
Afuera los vencejos desafinan, mientras el aire desflora la mañana en pertinaz contumacia de frío.

martes, 28 de mayo de 2013

Amelia Díaz Benlliure. Tuya es la voz (Texto de la presentación)

Momento de la presentación. En el centro Amelia Díaz Benlliure.
A la derecha de la imagen Norberto García Herranz. Fotografía de
Mónica Serra

Aquí dejo parte del acto de la presentación en Segovia de Tuya es la voz. Obviamente el acto fue mucho más: las palabras de Norberto, las de Amelia, los poemas recitados, las preguntas de los asistentes, la amabilidad de Maite...

I.- PREÁMBULO A LA PRESENTACIÓN EN SEGOVIA
Muy buenas tardes a todos, amigas y amigos.
En primer lugar agradezco a Maite que haya cedido su establecimiento para este acto y, de paso, dejar pública constancia de que fue a Norberto a quien se le ocurrió la idea. El lugar es magnífico para presentar este libro en Segovia, porque aglutina parte de lo que más quiere la protagonista de la velada, Amelia Díaz Benlliure: la literatura y el afán por llegar con ella a los más desfavorecidos. Recalar en este lugar subraya la esencia de su tarea como poeta comprometida con su tiempo y con el dolor de quienes sufren o están olvidados y de su afán como editora que ha publicado varios libros de obras colectivas, en prosa y verso —en dos de los cuales he colaborado—, cuyos beneficios se destinan a proyectos solidarios.
En segundo lugar quería dar las gracias más efusivas a Amelia por haberse atrevido a pedirme que le presente su poemario.
Amelia Díaz Benlliure es matemática —como Norberto, casualmente—, poeta y editora (amén de hija, madre y amiga de sus amigos); seis características que conviene tener presentes, pues ninguna de ellas es completamente ajena al resto. Como dice en algún lugar —más tarde quizá lo explique—, las Matemáticas y la poesía —junto con la música— tienen mucho en común, sobre todo la capacidad de abstracción. Sin embargo, su pasión por la poesía no le llega por sus concomitancias con las Matemáticas, sino porque su padre (el dueño de la voz a la que se refiere el libro que presentamos), sembró esta semilla en su corazón desde la infancia. Como ella afirma, su padre sembró más cosas que luego ella ha convertido en su forma de vida, en concreto ayudar a otros, no tolerar la injusticia, a repartir, a defender a los indefensos… Como madre, como profesora de matemáticas, como poeta, ha comprendido que este mundo precisa luces que alumbren la oscuridad en que nos movemos. Ahora que el sistema en que vivimos parece agonizar en medio de una crisis que es más profunda que la pura economía, ha comprendido que el futuro está, siempre está ahí, en la educación que reciban los niños. Y ella, en mitad del terremoto, dio el paso. No se quedó de brazos cruzados. En julio de 2012 decidió fundar su editorial —Urania Ediciones— cuyos pilares básicos, aunque no únicos, son la literatura infantil y la poesía.
Al poco de crear la editorial, aceptó un manuscrito mío que en el mes de febrero —rodeados de nieve y frío— Norberto presentó en Segovia. Esa primera visita sirvió además, para que conociera a algunos libreros de la ciudad. Y a través de Blanca, la propietaria de la librería Antares, se concretó el proyecto de presentar en un colegio su colección de literatura infantil. Entretanto la editorial Libros de la Frontera en su colección El Bardo (que inauguró sus publicaciones con un poemario de Gabriel Celaya en 1964) le ha editado Tuya es la voz, el libro que nos congrega. ¿Por qué no aprovechar este viaje? ¿Por qué Segovia no podía tener noticia de este poemario? Y aquí estamos, ya dispuestos a hablar del libro.

Portada del libro

II.- MI APROXIMACIÓN AL LIBRO
Al poco de conocer a Amelia, gracias a los milagros que a veces Internet regala, recibí la versión en PDF del poemario. No puedo precisar si fue antes o después de que ella supiera que la editorial Los libros de la frontera iba a publicarlo en su colección de poesía El Bardo actualmente dirigida por Amelia Romero. Recuerdo, eso sí, que desde su primera lectura tuve la impresión de que estaba ante un texto cuya esencia era la sinceridad más descarnada, a ratos casi brutal.
Como la autora anuncia en una breve y emocionante nota preliminar, el libro la invadió. Repito para que no pase desapercibido: el libro la invadió, la invadió… Todos sabemos lo que significa ser invadidos por algo o alguien, mas no siempre una invasión es una catástrofe. ¿No se dice a veces, estoy invadido por la felicidad? Cuando el escritor en general, y el poeta en particular, siente la ‘invasión’ de un libro en su interior, pierde su autonomía, se convierte en una especie de máquina transcriptora. Es decir, no tiene opción de no escribir, pues si se niega a hacerlo, todo el magma que arde en las entrañas, dañará o destruirá su interior. Precisamente a causa de esta necesidad irrenunciable, la sinceridad es nota esencial del resultado. Se trata de coherencia, pues ocultar, esconder, siquiera camuflar algo que se lleva dentro carece de sentido, desvirtuaría el texto.
También comprendí, al leer Tuya es la voz, que estaba ante una joya de la literatura pensada para decirse con la naturalidad con la que se habla, sin los engolamientos propios de los grandes discursos en que las palabras resuenan como truenos, pero no dicen nada, o casi nada, o tuercen su verdadero sentido.
Para que no se piense que me refiero a cosas extrañas, tomo prestada una reflexión de Manuel Rivas que se lee en su última novela, Las voces bajas:
«No sabemos bien lo que la literatura es, pero sí que detectamos la boca de la literatura. Tiene la forma de un rumor. De un murmullo. Puede ser escandalosa, incontinente, enigmática, malhablada, balbuciente. Yo conocí muy pronto esa boca. En aquel momento era, ni más ni menos, la boca de mi madre hablando sola»
Creo que no es casualidad que tanto Manuel Rivas como Amelia Díaz hayan usado la palabra voz, para ahormar el título de sus obras…
Voz: modo en que nuestro pensamiento cruza el aire para llegar a otro, a otros. Voz: arcilla inmaterial que funda la palabra como materia prima de la comunicación. Voz: palabra entrando a través de los oídos y anidando en el corazón. Voz: instrumento musical perfecto, según afirman quienes más saben.
En el caso de Amelia esta voz del título no es la suya —aunque esto se matizará más tarde—, sino la de su padre. No estoy descubro nada del libro pues en la nota preliminar, a la que me he referido, termina con estas palabras:
«Sin embargo, cuando terminé [el libro] sentí la necesidad de reflejar mi yo. Mi yo desde el otro lado del espejo mirando ya desde la vida, desde la esperanza, desde la reflexión, el tiempo pasado entre hospicios y hospitales, descubriendo que sí, que su voz se quedó. Que habita en mí»

III.- TEMA
Pero esa voz que, como acabo de señalar, se queda a habitar en la autora ¿qué dice? ¿De qué habla Tuya es al voz?
Somos, en buena parte, nuestra memoria. Cuando el individuo pierde su pasado en el olvido, deja de ser quien fue. Su organismo, su aspecto, su gesto se asemejarán a lo que sus allegados o conocidos recuerden, sin embargo no-será la persona que fue… Es más, probablemente no será. De esto sabe mucho esta época que nos ha tocado vivir, pues las enfermedades que afectan a los recuerdos se han extendido como una moderna plaga. Nadie, por desgracia, es ajeno a la posibilidad de padecerlas: da lo mismo que el sujeto haya sido catedrático, labrador o mendigo, intelectual, artesano o mecánico. Pues bien, lo mismo que sucede con el individuo, acontece con los grupos: familias, pueblos, ciudades, naciones… Si la especie humana no fuese social —es decir no viviera colectivamente—, quizá no sucedería de este modo. Pero así somos. Somos sociales y necesitamos de los otros para ser nosotros mismos, para crecer y para ayudar al crecimiento general.
Sucede a veces que la necesidad vital del individuo coincide con la del colectivo. Y ocurre el milagro de que el libro, partiendo de una experiencia autobiográfica, coincide con la necesidad del grupo. Esto ha sucedido con Tuya es la voz. Antonio Tello lo dice mejor en el prólogo:
«(…) En Tuya es la voz Amelia Díaz Benlliure cumple con estas premisas a partir de una historia particular que proyecta su verdad esencial sobre la comunidad. El libro (…) confronta la memoria, la realidad de la historia, con sus proyecciones especulares en un gesto desesperado contra el olvido que hace posible la impunidad»
Este es el meollo del libro: la memoria, mejor dicho, la urgente necesidad de que el olvido no la destruya, la imperante necesidad de seguir siendo nosotros mismos desde el recuerdo de lo que fuimos, y lo que fueron quienes nos precedieron, pues su olvido sería como cercenarnos nuestras raíces.
Habréis observado o sabréis que cuando alguien vive lejos de sus orígenes hay un tiempo complicado de adaptación. Por muy buenas que sean las condiciones del lugar donde haya ido, será extranjero: es decir, como una planta arrancada de la tierra. Pues bien, cuando arrancamos —o nos arrancan— el pasado, o sea el lugar del que venimos, sufrimos, perdemos las referencias, casi el equilibrio. Como las plantas, somos seres en busca de luz, pero como ellas también necesitamos de la tierra para crecer. Somos un proyecto encaminado hacia el futuro, es verdad, pero sin nuestra memoria, no existirá sendero por donde avanzar.
Por ello la literatura una vez y otra vuelve al recuerdo —personal y colectivo—, y realiza un perenne e infatigable ejercicio de memoria. Se trata de mantener atado junto al corazón, junto al presente, lo que nos explica, lo que debe ayudarnos a no olvidar. Se trata, además, de una medida preventiva que evite repetir errores.
Tuya es la voz es el ejercicio y la necesidad de una gran poeta, que primero es hija, de fijar para siempre recuerdos esenciales de la figura de su padre articulados en torno a dos momentos de la biografía paterna que se concretan en dos palabras: el hospicio donde se crió y el hospital donde murió. Dos palabras que llevan hacia el dolor, la desolación, la dificultad, el sufrimiento, pero que, al mismo tiempo, y como señala Amelia, comparten etimología con hospitalario, hospitalidad.
A veces convendría darle la vuelta a los significados de las palabras para ahondar en su esencia. Hablamos de un hospital, de un hospicio y nos invaden imágenes tristes o preocupantes… ¿Por qué no pensar que estos establecimientos sirven para intentar atemperar esa situación? ¿Qué sería de nosotros sin los hospitales? ¿Qué hubiera sido de tantos seres humanos sin los hospicios? ¿Qué sería la humanidad sin hospitalidad?
Cuenta Amelia en la nota previa que mientras esas dos palabras (hospicio, hospital) le rondaban, también recordó que su padre era muy hospitalario y acaso con las tres se podría explicar su vida. Dice la contraportada del libro:
Tuya es la voz es la poesía grito contra la desmemoria, contra el olvido pactado. Es un profundo anhelo de justicia que ordene el mundo bajo los parámetros de la felicidad y la belleza.
¿Pero es sólo esto, aunque esto sea tanto?
A mi modo de ver es algo más. O mejor dicho, es el rescate en plenitud de la memoria, a través de un ejercicio de asumirla en la propia esencia.
Está muy bien y es necesario, como vengo sosteniendo, evitar el olvido; pero esto se puede hacer de diferentes modos, y el que mejor garantiza el éxito es lograr que esos recuerdos pasen al circuito de nuestra existencia. Es decir, la memoria no es sólo archivo o museo o álbum fotográfico: la memoria es la forma de vivir, el modo en que los recuerdos logran pasar al caudal de nuestro tiempo.
Tuya es la voz no es sólo un catálogo de vivencias, de hitos fundamentales para la existencia de la autora y de su padre. Amelia se enfrenta a esos recuerdos con la misma naturalidad con la que nos enfrentamos a nuestra imagen en un espejo al levantarnos por la mañana. Ella no se limita a contar poéticamente tal o cual momento en el hospital o en el hospicio, sino que pregunta o se deja interpelar, se rebela, admite, llora, lamenta, desea, propone, proyecta. Por tanto también su voz, la de la poeta, aparece en este libro.

IV.- ALGUNOS DETALLES FORMALES
Esta actitud tiene su reflejo en la estructura del poemario.
En sus páginas impares leemos el asunto biográfico relacionado con el recuerdo de su padre. En las pares, la reacción que tal suceso está produciendo o produjo en Amelia. Es decir, entraña ese recuerdo, incorporándolo a su forma de ser.
Y como se trata de dos planos diferentes —aunque ambos repercutan en la misma persona—, el modo en que se manifiestan es distinto también: dos modos de escribir poesía, dentro del mismo estilo. Así, los poemas de las páginas pares son más breves y de un tono más íntimo aún, más misterioso, más reflexivo.
En general la poética de Amelia se caracteriza por poemas breves y rítmicos, como de inmediato capta el lector y por un lenguaje sobrio en la forma, pero brillante en la imagen. Como queda apuntado, la poeta afirma que, junto con la música, las matemáticas y la poesía comparten la capacidad para la abstracción. En su consecuencia, la poética de Amelia apuesta por la esencia, lo que le acerca a formas de abstracción. A ver si me explico. El asunto concreto del que parte el poema —o el poemario— al final es casi invisible, como el hilo de la cometa. Lo que importa es el modo en que vuela, no el hilo que la sujeta a su propietario; y sin embargo, sin ese hilo, el artefacto acabaría por desaparecer, quedando a merced de los vientos o de sus ausencias, perdido para siempre. Quizá exagere, pero acaso así se podría definir el modo en que escribe Amelia. Muchas veces el asunto queda casi invisible a la vista del lector que emprende vuelo en los versos, pero a poco que se reflexione, enseguida uno atisba nuevamente ese hilo que sujeta su vuelo.
Para Amelia el poema es un conjunto y todo tiene que estar a disposición del significado, no sólo la semántica de las palabras. En su consecuencia, también la tipografía ha de estar al servicio del poema. Como comprobamos cuantos leímos Manual para entender las distancias (su primer poemario individual), la tipografía es un elemento más del significado del poema. No se trata sólo de algo más o menos bello, sino que tiene que reforzar el contenido. Para ello distribuye los poemas en el espacio de la página como quien piensa la estructura de un escenario, elige el tamaño de las letras para anunciar su estado de indignación, usa la letra cursiva para resaltar que leemos su reflexiones más íntimas, tanto que a veces alcanzan el tono de la oración un tanto despechada con el creador.

miércoles, 8 de mayo de 2013

3d3: Cuentos de amor, desamor y otras reacciones químicas


Cuentos de amor, desamor y otras reacciones químicas
Anabel Consejo Pano, Jose Antonio Prades, Pilar Aguarón Ezpeleta
Edita 3d3 LiterArt
Preliminar
Portada del libro. Ilustración
Pilar Aguarón Ezpeleta
3d3, o lo que es lo mismo, Anabel Consejo, José Antonio Prades y Pilar Aguarón, ponen en manos del lector su tercera entrega como grupo. Su afán por el trabajo en equipo y por promocionar con todas sus fuerzas el relato breve —o de tiro corto como dice alguno de ellos—, avanza otro paso en este complicado e intrincado mundo de las letras. Así que, antes de entrar en algunos pormenores de este libro —tampoco excesivos, porque se trata de invitar a la lectura, no de sustituirla—, conviene felicitarse y felicitar a los autores por no rendirse, por continuar por esta senda y desear fervientemente que pronto haya una cuarta.
Como su título indica, Cuentos de amor, desamor y otras reacciones químicas, se adentra con decisión en un tema en apariencia de fácil comprensión para el lector, pues el amor, el desamor y las correspondientes reacciones químicas que ambos afectos segregan en el ser humano —¿o era al revés?—, han sido, son y serán vividas por la inmensa mayoría del género humano en uno o varios momentos de la existencia; sin embargo, es precisamente aquí donde empieza el problema para un escritor, que, además, se agranda cuando se toma conciencia de que estos sentimientos son la base de una buenísima parte de la literatura. Si uno tuviera que arriesgarse a dar una cifra, seguro que diría que más de dos tercios de las obras literarias pergeñadas por el género humano a lo largo de la historia tienen como tema el amor o alguna de sus variantes, desde las más edulcoradas y empalagosas, hasta las más podridas y sangrientas. Más aún, uno diría que hay un trípode sobre el que se apoya el nacimiento y desarrollo de la literatura, comenzando por la oral: los relatos religiosos o míticos que explican la creación del mundo y del ser humano, los cantares de gesta de todas las civilizaciones y los poemas que tienen que ver con el amor o el desamor. Y no sólo me refiero a nuestra tradición que bebe de los orígenes griegos y judíos, sino al resto de las literaturas de cualquier civilización o tradición que pueblan la Tierra.
Una vez leídos todos los relatos, estoy convencido de que los tres componentes del grupo aragonés eran bien conscientes de lo que se traían entre manos al afrontar esta aventura, porque —aunque no hay nada nuevo bajo el sol— en cada relato intentan salirse de lo más trillado, de lo más evidente, de lo que en apariencia uno podría sospechar al iniciar su lectura. Con innegable afán de exploradores viajan por las diferentes edades y condiciones del ser humano: hombres y mujeres; jóvenes, maduros y ancianos; heterosexuales y homosexuales; sinceros y ladinos; torpes y hábiles; valientes y cobardes; prácticos y soñadores; felices y tristes; rebeldes y resignados; enamorados y desenamorados…
Es verdad que el tema general es el del amor en sus vertientes, pero, a la postre, ante nosotros desfila un nutrido elenco de seres humanos con tantos matices que, en general, se hacen bastante reconocibles.
La primera conclusión, pues, es que si los protagonistas de estos relatos son seres como cualquiera de nosotros, entonces es probable que la historia que nos narran, también haya sido vivida o pueda ser vivida por otros, tanto las más felices, como las que nos muestran el hedor que a veces es el aroma de algunos individuos de esta especie; tanto las más normales —suponiendo que se pueda llegar al consenso respecto de la normalidad—, como las más inverosímiles.

La puesta en escena
Si en las anteriores entregas del colectivo, sus autores habían utilizado diversas variantes para presentarse ante los lectores: bien un número determinado de palabras por relato, bien utilizar la misma frase de arranque, bien aprovechar la frase final de uno de los compañeros para escribir su propuesta, en esta ocasión han decidido explorar otro método de trabajo, con dos estrambotes, por así decir.
Han usado para su beneficio y el de los lectores, claro está, lo que tanto se hace últimamente en el mundo del cine o la televisión. Cada autor ha escrito un relato, con el tema genérico del amor al fondo. Es decir, tenemos nueve relatos base. Una vez escritos estos, los otros dos miembros de la terna escribían sendos relatos que fueran bien secuela, bien precuela, incluso spin off del texto del que partían. En consecuencia el lector se halla con nueve epígrafes o capítulos, cada uno de ellos con tres relatos cortos.
He hablado de dos estrambotes. El capítulo décimo lo componen tres relatos escritos en común por el trío de escritores y el undécimo, como para respirar, son tres relatos independientes, en los que Pilar, Anabel y José Antonio ofrecen un botón de su muestrario personal.

¿Qué hay ahí dentro?
A la izquierda, Anabel Consejo.
En el centro Pilar Aguarón.
A la derecha José Antonio Prades
Cuentos de amor, desamor y otras reacciones químicas, no sólo es una especie de composición pitagórica, donde el tres, con su magia particular (tres autores en su tercer libro en común escriben tres relatos enlazados de algún modo por el mismo ambiente, o personaje o historia), sino que se trata de un conjunto de relatos en los que la literatura diferente de cada uno de ellos se armoniza en busca de un sonido polifónico y bien orquestado. Es decir, más allá de la atractiva puesta en escena, son las historias que se desgranan entre los dedos del lector, las que van dotando de hondura al libro.
Efectivamente lo importante del libro está en la exploración que cada autor hace sobre algunos matices de lo que todos entendemos más o menos por amor o por desamor, es decir, el tejido que se forma entre las personas cuando fundan, mantienen, desgastan o matan una relación de pareja.
Al avanzar por el libro el lector se encontrará con treinta y tres relatos (otra vez el baile del tres) estructurados —como ya he señalado en once capítulos—. Ahora, sin embargo, me referiré a los nueve primeros, los que confieren el tono y el ritmo del volumen. El lector encontrará el relato que aborda la indecisión y el deseo por conseguir la respuesta favorable de quien ama o desea y que no es otra que la compañera de trabajo de toda la vida. También entrará en el tono oscuro de una vida arruinada por un amor que se convirtió en dolor a causa de la cobardía y el engaño. Temblará emocionado al acompañar ese amor que atraviesa toda la existencia y sobrevive a los años y a la enfermedad. Quizá se identifique con ese sentimiento que los sueños confunden al teñir la realidad de sus pigmentos oníricos. Sonreirá y acaso se haga alguna pregunta cuando se le proponga que hay amores y relaciones que ni siquiera concluyen con una tumba ocupada por uno de los miembros de la pareja. Es probable que más de un o una lectora recuerde aquel amor suyo que, en realidad, fue la ardiente pasión de un verano. Comprobará también que algunas veces la razón pretende derrotar, sin éxito, lo que otras reacciones corporales están gritando. Cómo no sentir un pellizco de melancolía al revivir ese primer amor truncado. Se lamentará también con ese amor que empieza en forma de incendio y acaba convertido en cenizas…
Cada una de estas propuestas iniciales —atractivas por sí mismas—, en manos de los otros miembros del equipo, adquiere un quiebro o una mirada que enriquece la inicial. Me parece importante señalar, porque es uno de los innegables valores del libro, que este enriquecimiento no es una mera adición o continuación de la historia, sino más bien porque se produce una alteración en la perspectiva. La literatura no es lo que se dice, sino cómo se dice, o sea, el matiz, el punto de vista en que el escritor ubica al lector. Un paisaje, cualquier paisaje, es el mismo en cualquier circunstancia, sin embargo no parece igual visto a ras de suelo que montado sobre un globo o puesto en medio de él. Desde esta consideración me parece una aportación a tener en cuenta la que hacen José Antonio, Pilar y Anabel.
Los capítulos décimo y undécimo son un colofón que abrocha el modo de hacer anterior. En el décimo capítulo, los tres relatos escritos a tres manos, por así decir, parecen hechos por una sola, tan bien han ensamblado sus voces. Acaso el recurso del diálogo haya sido un buen mecanismo para engrasar las piezas.
El undécimo epígrafe, donde cada autor vuela libre y en la dirección que desea, nos muestra bien a las claras tres autores de fuste que conocen a la perfección los mecanismos y engranaje de un relato.

Estilos
Como vengo diciendo Pilar, Anabel y José Antonio armonizan su propio modo de decir para que éste no desentone con el de sus compañeros. Sin embargo en ningún caso, salvo en el capítulo décimo, pretenden camuflar su estilo. Es más, al lector le extrañaría que José Antonio escribiera como Anabel o que ésta quisiera imitar a Pilar.
Es verdad que en el caso de los relatos cortos es más difícil discriminar diferencias, pero el lector las apreciará rápidamente, como el buen oyente distingue la melodía del tenor respecto de la del barítono o la de la soprano o la contralto.
A mi modo de ver 3d3 logra que sus respectivas personalidades y estilos no desaparezcan o se camuflen y, al mismo tiempo, consiguen que no hagan disonancia con los estilos de sus dos socios.
Y si hago esta referencia justo antes de concluir, es porque me parece uno de los varios logros del libro.

Conclusión
Escribir un libro colectivo puede consistir en juntar bajo un mismo volumen un número determinado de textos. Pero no todos los libros que aglutinan varios relatos escritos por diferentes autores, son meros libros colectivos. Algunos, como Cuentos de amor, desamor y otras reacciones químicas además de ser colectivos son libros hechos en equipo. La diferencia parece sutil, pero no es baladí.
Esta forma de narrar requiere disciplina y respeto a la tarea del compañero, pero, al mismo tiempo, permite la suficiente libertad como para dar rienda suelta a la voz propia de cada uno de los autores. Esto quiere decir que el lector no se encuentra con uniformidad de estilo, lo que lastraría el resultado final de la obra, sino que se encontrará con el singular modo de decir de Anabel, José Antonio y Pilar, con lo que el resultado se asemeja al de una obra polifónica en la que cada voz resuena con su matiz individual, pero siempre afinada en el mismo tono, el que da el tema de la obra: el amor, el desamor y las reacciones químicas que a su alrededor crecen.

miércoles, 1 de mayo de 2013

Iré.


(Un día como el de hoy me ha empujado a esta reflexión que no me importa compartir con vosotros).
SIRVE de poco acudir a una manifestación. Mejor dicho: nunca sirve de nada tal y como deben ser. Quizá las violentas logren cambiar algo que está mal más deprisa, pero éstas son las que abomino, desprecio y repudio, y a largo plazo acarrean más problemas de los que supuestamente solucionaron.
Pasearse por las calles enarbolando banderas, sosteniendo pancartas, luciendo pegatinas, cantando o gritando consignas más o menos reivindicativas, agresivas, u originales, es apenas un desfogue del ánimo y, si acaso, una llamada de atención que la insensibilidad de cualquier gobernante desprecia sin más.
Sin embargo este año, como el anterior, aunque la protesta pacífica sirva sólo de desfogue, y, quizá testimonio visual del descontento, desconfianza e indignación generales, habrá que ir.
Iré.
Nada convencido, pero iré. Sabiendo que mi presencia será usada por los intereses poco nítidos de las centrales sindicales que también se están tornando en monstruos que fagocitan a los individuos en pro de la sacrosanta organización.
Iré porque mis hijas merecen un futuro mejor del que ahora mismo se dibuja. Iré porque es injusto y doloroso el sufrimiento de Marián, Míriam, Mariano, Antonio, Elena, Mª Ángeles, Gerardo, Pedro, Marta, José Antonio… y tantos millones de parados o personas que tienen un trabajo con la misma consistencia que un castillo de arena junto a la playa al inicio de la pleamar.
Iré porque no aguanto más tanta desidia, tanta dejación de funciones, tanta cobardía, tanta miseria moral y tanta banalización y prostitución del lenguaje. Estoy harto de que mi inteligencia sea ofendida todos los días varias veces por el discurso de sepulcro blanqueado que repiten nuestros gobernantes.
Iré porque hasta veo en peligro mi cada vez más lejana jubilación. Empiezo a intuir que nunca dispondré de aquello que más ansío, que no es dinero, precisamente, sino tiempo; y cuando éste me llegue —si es que llega—, mi salud andará resquebrajada y mi ánimo disminuido, como suele suceder en muchos ancianos.
Iré aunque mi presencia o mi ausencia no altere ni en una diezmillonésima la estadística que se arrojen unos a otros cuando la jornada haya concluido.
Iré porque se está demoliendo el pilar más sagrado de la verdadera democracia con la torpe excusa de la crisis económica; me refiero a la igualdad de oportunidades. Gracias a medidas que van cercenando lo público (sanidad, educación, justicia, investigación, cultura…) con una cadencia de tortura insoportable, sólo tendrán acceso a los mejores puestos y a la prestación de los mejores servicios quienes los paguen. No soporto más tiempo el argumento homicida que sostiene toda esta política: ¿Desde cuándo el principal valor para medir la eficacia de la sanidad, educación, justicia, investigación, cultura… es su rentabilidad económica? ¿Además, qué es rentabilidad económica: lo que cuesta la prestación del servicio en términos monetarios o la calidad de vida que aporta a los ciudadanos con menos recursos? La brecha entre quienes más tienen y los que menos tenemos, ya no es la típica pendiente por muy abrupta y escabrosa que fuese; ahora se parece a una sima de altísimas paredes verticales. Es tan profundo el abismo, que quienes ocupan su cima —para evitar nuestra reacción—, empiezan a necesitar la debilidad física y la estulticia mental de quienes vivimos en la penuria oscura, fría e insalubre de su fondo. No me gustaría acertar, pero sospecho que esta es la verdadera razón que lleva al desmantelamiento de lo público y a potenciar la iniciativa privada. Hasta que se privatizaron las televisiones, creí en la necesidad de la iniciativa privada, también en los sectores citados; pero nunca defendí que la iniciativa privada compitiera contra unos servicios públicos paupérrimos y anémicos; al contrario, la iniciativa privada que interesa a una sociedad verdaderamente democrática es aquella que logra equipararse a un sector público potente y robusto.
Aunque las cifras oficiales que transmitan las policías de cada ciudad, se corresponderán con la mitad o poco más de los que realmente asistamos, y a pesar de la ceguera interesada que asola a nuestros más ineptos gobernantes de la llamada democracia española, el presidente del Gobierno y sus ministros y sus delegados de gobierno harán mentalmente el cálculo real. En silencio y para sus adentros doblarán los números que les faciliten, y comprenderán al hacerlo que el tiempo de travesía que les resta al frente del puente de mando, se acorta.
Su cobardía, y ciega obediencia a las directrices dictadas por los jerifaltes europeos que sólo nos ven como un número porcentual del que se puede prescindir de cualquier modo, tienen una penitencia: el odio y la indignación que provocan. A pesar de que van a intentar perpetuarse con medidas que alivien un poco tanto sufrimiento, no va a ser suficiente.
Estos años se están haciendo interminables, como un desierto al mediodía de agosto. La sensación no es sólo mía, a más de una persona he oído lo mismo. Si antes no zozobra la embarcación —que todo es posible—, dentro de dos años harán las maletas.
Aunque tampoco se puede ser muy optimista con los recambios que ahora mismo aguardan tomar el relevo. Y además me temo que tanta indignación, sufrimiento y desesperación recorriendo nuestras sangres, provocarán que el resultado de las próximas elecciones se parezca más bien al estado en que queda un vaso cuando ha estallado sobre el suelo…

miércoles, 24 de abril de 2013

Marcos Alonso: "Andamana, la reina mala".


Andamana, la reina mala. Marcos Alonso Hernández
1ª edición Bubok Publishing SL 2012
Para adquirir la novela, AQUÍ
Est es su blog: "Tintaentrepapeles"

Al fondo el ansia de poder 

Marcos Alonso Hernández
¿Qué existe tras el ansia de poder que movió, mueve y moverá el corazón y la voluntad de tantos seres humanos a lo largo de la historia? Explorar una respuesta a esta pregunta —u otra similar— es el principal asunto que trata Marcos Alonso Hernández (Carrizal de Ingenio, Gran Canaria, 1963) en su primera novela individual: Andamana, la reina mala.
Para quienes desconocemos la tradición canaria, conviene decir que Andamana fue un personaje histórico de importancia para conseguir la unidad de los diez cantones en que se dividía la isla Canaria bajo su dominio y el de su marido, el valeroso guerrero Gumidafe. (Aquí podéis leer una breve referencia sobre el personaje)
Sin embargo, la novela escrita por Marcos —como afirma su contraportada— no es una novela histórica en sentido estricto, sino una ficción que recrea mitos, hechos, personajes y lugares de Canarias, aunque perfectamente exportables a cualquier cultura, época o continente, porque las ideas, ambiciones, sentimientos y miedos que atesoran los personajes son similares a los de cualquier ser humano de cualquier tiempo y lugar, sobre todo si atesoran cierta cuota de poder.

Notas sobre el estilo

Marcos Alonso consigue con extraña habilidad que el lector se olvide de que la trama que se construye ante sus ojos la protagonizan personajes del siglo XV, aunque tampoco lo oculta. Para ello utiliza una técnica sorprendente —más en un profesor de historia—. En el prefacio, y después de una intensa, lírica y hermosa descripción de la isla, leemos estas palabras, que podrían servir como advertencia, para lo que más tarde nos encontraremos:
(…) y desde entones como un torbellino, el tiempo se precipitó de tal manera que a medida que se adentraba en el océano parecía detenerse y retrasarse como las mareas. A veces se vuelve impreciso como si todo fuese lo mismo y se repitiese eternamente, aunque con otras formas (…)
En los primeros capítulos, aunque algunos detalles se repiten a lo largo del relato, junto con costumbres o hechos correspondientes a el inicio del Renacimiento e incluso a tradiciones propias de los nativos de las islas en tiempos previos a la conquista española, nos encontramos con móviles que suenan, periódicos, ordenadores, vestimenta actual, una huelga general, probablemente alguna caricatura de algún político local, un breve homenaje a Tonono —uno de los grandes futbolistas canarios de todos los tiempos—, … Estos anacronismos —que rechinarán a los puristas del género—, a mi entender, son un acierto del autor porque sirven para que el lector se sienta más próximo al relato y, sobre todo, subrayan lo que apuntaba anteriormente: ciertos modos de actuar no son exclusivos de épocas pretéritas.
Portada de la novela
Al leer una novela histórica, tendemos a ubicar todo lo que en ella sucede en el pasado al que nos ha conducido el autor, sin que nada afecte a nuestro presente. En este caso, el escritor pretende lo contrario, busca que el lector se sienta próximo el relato, porque lo que allí y entonces sucedió, no es tan distinto de lo que sucedió, sucede y sucederá en cualquier instante… 
Estremecedor, por ejemplo, es el fragmento en que se relata una lapidación a un joven ante el llanto desesperado de su madre. Sin embargo, el lector no encontrará sombra del delito por el que es ajusticiado. Tal ausencia es la gran denuncia, lo que sitúa en la categoría de crimen abyecto la ejecución de un reo, de cualquier reo, de cualquier época, incluso la nuestra, en que la pena de muerte existe en muchos códigos penales, incluido el de una democracia muy avanzada, según se predica. Algunos de los conflictos que plantea la novela —que serán telón de fondo del ánimo del lector hasta el fin de la historia, aunque apenas se vuelva sobre ellos— son los conflictos sociales que vivimos en España. En concreto el descontento infinito que los maestros de nuestro país sienten con toda razón, toma carta de naturaleza en uno de los capítulos iniciales de la novela. Marcos Alonso —docente él mismo— no duda en atribuir a quienes tienen la tarea de enseñar la clave que solucionará el futuro:
—No habrá que pedir, al contrario tendremos que dar. En realidad la solución al primer problema está en el segundo problema: los maestros (…) son ellos los que enseñan a pescar y a cultivar; los que pueden conseguir que nuestros instrumentos y producciones sean mejores. Son ellos los que arrojan luz para que nuestros ojos puedan ver. Sin ellos no distinguiremos el camino y nos perderíamos. Pero si la luz no se alimenta con buena leña, ni se protege del fuerte viento, terminará extinguiéndose (…)
Otra de las señales del estilo de Marcos Alonso que brilla en esta narración y que no sorprende a quienes más conocemos su obra, es la ironía y el fino sentido del humor. En el caso de Andamana, la reina mala esta herramienta se usa de manera mordaz sobre todo en la primera parte. A medida que el drama crece en intensidad, tal cualidad —aunque no desaparece del todo— se dosifica y empalidece. En un momento de la novela, cuando los personajes ya son arquetipos de seres humanos intemporales, la fuerza de la historia abarca al autor que no puede o no quiere sustraerse al empuje del argumento que se ramifica en los distintos individuos a medida que estos cobran autonomía y solidez.
El estilo de Alonso, además, se caracteriza por momentos de hondo lirismo que descubren al poeta que también esculpe su sensibilidad, y por descripciones precisas que sirven para que el lector adivine un hondo amante de Gran Canaria, de sus paisajes, de sus costumbres: mar, montaña, bosques misteriosos, el territorio abrupto pero dotado de una hermosura que difícilmente se encontrará en cualquier otra parte del mundo, los amaneceres, los ocasos, las noches, las nieblas, la lluvia… Nada escapa a la capacidad de observación y evocación del autor

El argumento y los personajes

La trama, en apariencia, es sencilla: Andamana, hija del Gran Mencey, ha de demostrar su legitimidad de la que hay serias dudas, para aspirar a suceder a su padre. Para ello idea un plan complejo que le asegurará el control de la Isla en persona o en diferido a través de su hijo Artemi —que también existió—, a quien ha elegido como su sucesor, frente a su hermano mellizo Taré, quien —según desveló el oráculo— será rey del mar. Para que este plan triunfe, contará con el apoyo y la voluntad de los achicaxnas (la mano de obra, los parias, la clase baja, el proletariado, los siervos de los señores feudales); pero no diré cómo logra este apoyo, porque a partir de aquí se desarrolla una intriga que se complica línea a línea y no deja de asombrar al lector con continuas vueltas de tuerca hasta llegar a las grandes sorpresas finales que, sin embargo, son las que acaban de situar todas las piezas del puzzle en su lugar. Así, la resolución de la trama es lógica y brillante. El lector no puede sentirse engañado por argucias de autor, puesto que cada supuesta sorpresa final se ha advertido previamente con sutiles avisos o pistas distribuidas y dosificadas adecuadamente por el texto.
La estructura formal de la novela es lineal, aunque —como acabo de señalar— se bifurca entre los personajes principales: Andamana, Gumidafe, Artemi y Taré.
En sus manos los protagonistas se convierten en tipos llenos de matices lo que les dota de enorme verosimilitud. En este caso, y a pesar del título en que parece advertirnos de que hay que ir contra ella por su maldad, Andamana es un retrato prodigioso, poliédrico, hondo, lleno de vericuetos que la convierten en alguien por quien el lector se siente atraído. Pero no es el único caso, todos los personajes importantes de la trama y alguno de los que en el cine adoptarían el papel de actores de reparto, parecen personas con quienes podríamos cruzarnos en cualquier momento de nuestra vida. Incluso los antagonistas de Andamala tienen ángulos de luz que evitan en el lector caer en la habitual dicotomía narrativa entre buenos y malos. ¿Es mejor Taré que Windlord? Sí. No. ¿Por qué? ¿Puede Artemi actuar de un modo diferente a como lo hace? Quizá sí, pero cualquiera que lea la obra determinará que si hubiera tomado otras decisiones que las que toma habría ido muy en contra de sí mismo… Podría formular preguntas similares respecto del resto de personajes, pero si lo hiciera daría excesivas pistas sobre el desarrollo de la obra, cosa que no haré.

Conclusión

Andamana, hermosa mujer cuyo rostro siempre va cubierto por un antifaz que oculta los desperfectos de su cara tras un incendio cuando era una niña, es el retrato de la ambición, de la sed de poder por encima de todo y de todos a quienes utiliza a su antojo y como meros instrumentos para alcanzar sus fines. (¿Será su máscara una metáfora del corazón de los ambiciosos?). No es el único personaje, como ya he escrito, cuya vida se rige por esta cuestión, pero es que Andamana, además, tiene otra característica: bajo tal sed de poder, vive una mujer cuyos sentimientos y pasiones (incluidos amor y ternura) no distan en nada de los sentimientos y pasiones de cualquier humano. Vivir atrapado en tal contradicción tiene que ser complicado, y Marcos Alonso sale airoso de esta complejidad, logrando un retrato equilibrado, atractivo y que no deja indiferente al lector.
En fin, Andamana, la reina mala es una ficción que, partiendo de hechos y personajes históricos, pretende diseccionar los mecanismos de la sed de poder que atrapa a muchos individuos y analizar las consecuencias a donde puede llevarlos, y lo hace demostrando que narrar es más que una mera pasión de aficionado, como, por otra parte, ya sabemos quienes leemos sus textos desde hace algunos años.