Padre,
vengo a contarte la noticia
más importante de las primaveras,
la que era tan feliz anuncio en casa,
la que a Segovia otorga su sonido
y convierte en nidal a su Acueducto:
ni ayer ha sido ni será mañana,
hoy han llegado los vencejos,
hoy, un quince de abril de dos mil veinticuatro.
Mientras el sol se esconde,
y la brisa despeina nubes
y la luz mengua tan despacio
sobre el regazo del ocaso,
sus vuelos y sus cantos —azabache y cristal—,
me acercan el recuerdo
de tu sonrisa joven, medalla de mi infancia.
Instantes detenidos en las fotos,
donde reposa esa sonrisa
y tu abrazo de luz sobre las cosas.
Pero, si no me engañan los
recuerdos
(a veces sombra, niebla a veces),
esa sonrisa florecía en otros
días y los tornaba memorables…
… El día de los nidos ya habitados,
o el de los tréboles de cuatro hojas,
¡qué jolgorio cuando eran cinco!
… O el día del viñedo,
cuando la imagen del racimo de uvas
—vista por tantos miles de miradas—,
en el momento previo al mosto,
zumo que no llegó a ser vino, azúcar
para siempre en los dedos de la niña
feliz sobre el regazo de su abuelo.
… Cuando un amanecer de nieve,
vestida la ciudad de novia,
con esa vieja Kodak
acariciabas su perfil,
doncella milenaria, objeto de tu amor…
… O cuando ya el otoño se acababa y
tu ojos avistaban la primera
cigüeña sobre un árbol o una torre
y raudo lo contabas.
Mientras tanto, en silencio me decía:
«torres de Segovia,
cigüeñas al sol»…
… O cuando los afanes de tus hijos
asomaban al viejo Adelantado
hablando de pinceles o de versos,
parecía tu rostro el de un monarca
que ha logrado vencer a su enemigo
sin haberse iniciado la batalla.
Padre,
esa sonrisa que me mira
como caricia pura y faro incombustible
en una foto que alguien hizo un lunes,
—no creo que tuviera yo dos años—.
Mientras leo noticias de la tarde,
y mi rostro de bebé pretende ser tu espejo:
esqueje de sonrisa, apenas sombra.
Padre,
sí, ya han llegado los vencejos,
sí, tan temprano, a la mitad de abril,
este quince de abril de poesía,
cuando junto al convento
fundado por tu santo amado,
contaba nuestra escena
de aquella primavera tan lejana
que da sentido al resto de mis días.
Cuando entendimos ambos que sin versos
mi alma deambula por la vida
vestida de pereza, hastío y hambre.
Padre,
sí, ya han llegado los vencejos,
y la emoción sentida al descubrirlo
(fumaba un cigarrillo
mirando al cielo azul de nuestra infancia)
me ha hecho entender que me escribías cartas
desde el lugar que no es lugar, mas es.
Padre,
sí, ya han llegado los vencejos.
Sus vuelos y sus cantos —azabache y cristal—
son los mensajes que me envías.
Como si su llegada
fuese tu carta abierta a la esperanza,
un código secreto, tu sonrisa
ahora procedente de lo eterno
desde el lugar que no es lugar, mas es…
Esa misma sonrisa que lucías,
bisectriz de la tarde
de un
domingo de agosto,
en la hora del abrazo de la muerte.
Esa misma sonrisa transfigurada en
túnica
que siempre vestirá tu rostro allá,
en el lugar que no es lugar, mas es.
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Cerca de mis dos años, creo, acariciado por la sonrisa de mi padre, mientras 'leo', junto al Acueducto un ejemplar de La hoja del Lunes |
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Amando Carabias Pascual Inauguración de su última exposición de fotografía (Chañe, Segovia, 2017. Detalle) (Foto Mariano Carabias) |
(Versión completa respecto de la leída el 20 de marzo de 2025
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