El río Tormes por la zona de Hoyo del Espino, serranía de Gredos, Ávila. Verano 2007Supongo que todos os habréis fijado ya a estas alturas, pero el momento que he elegido para publicar estos comentarios es el que abre una jornada, esa hora con vocación de frontera en que los dígitos del nuevo día aparecen ante nuestros ojos, radiantes y limpios, casi imposibles, pues todavía nosotros vivimos la noche de la víspera.En fin, que comentaba que esta hora, a medias elegida y a medias impuesta por el propio ritmo cotidiano, es en la que el silencio arropa los corazones y hace que las distracciones sean mínimas...Ahora mismo, por ejemplo, para que la concentración en las palabras sea mayor, digamos que absoluta, escucho Las cuatro suites orquestales de Johan Sebastian Bach, mi músico favorito.
Viene esto a cuento de que tanta oscuridad, tanto silencio, tanta paz invita a la confesión íntima, a esas palabras susurradas que se dicen, no con el ánimo de proclamar o reivindicar una posición, sino con la idea de explicar quién es uno.
Y hoy ha habido un par de noticias, que no están en los titulares de los medios de comunicación, que me empujan a estas palabras.
En Italia un grupo de sordomudos ha denunciado haber sufrido abusos sexuales por parte de religiosos (incluidos sacerdotes) cuando eran niños. De la comisión de estos supuestos delitos, según refería el telediario de La Primera de TVE que es donde he oído la noticia, nadie podrá ser juzgado puesto que tal horrorosa afrenta ocurrió hace cincuenta años y los delitos han prescrito. Parece que denuncian ahora porque alguno de aquellos individuos sigue en activo y porque la postura de este Papa sobre el asunto, les ha animado a ello.
La otra noticia, su titular más bien, la he leído en El País. Allí se dice que los obispos catalanes consideran blasfemo el texto que figura en algunos autobuses de Barcelona. Ya sabéis esa propaganda escrita en los citados vehículos que afirma rotundamente: "Dios no existe, disfrutemos de la vida".
Quienes mejor me conocéis sabéis de mi ubicación en el sector de los creyentes cristianos. Y nadie ni nada me moverán de tal lugar.
Pero noticias de este tipo me impulsan a matizar en qué consiste dicha ubicación, porque uno, con humildad lo digo, no cree pertenecer a la misma creencia de quienes se rasgan las vestiduras, en pleno siglo XXI, porque otros ciudadanos paguen una publicidad que, sin ser ofensiva, hace pública confesión de su ateísmo. Al fin y al cabo una fe más: creen que Dios no existe o está en otros asuntos. Tampoco me puedo alinear con quien aprovechándose de los niños (internados en un colegio para sordomudos para más villanía) satisficieron de modo espurio sus apetitos sexuales.
No pertenezco al grupo, muy amplio, por cierto, que tiene asumido que Dios excluye a quienes piensan de modo diferente. Tampoco pertenezco al colectivo de quienes afirman que la dignidad del hombre es nacer, y morir de hambre a continuación, o vivir hambrientos (que puede ser peor). No me alineo con quien afirma que los homosexuales son perversos pecadores o enfermos recuperables. No pertenezco a la tribu de quienes van a las iglesias y son incapaces de atender las razones de quienes no las pisan. Tampoco me une nada a quienes piensan que la única verdad es la suya, y por tanto, han de imponerla a toda costa y de cualquier modo, violencia incluida. No opino que ejercer el sacerdocio sea contradictorio con vivir el amor humano. No soporto a quienes creen que la fe consiste en cumplir con ciertos rituales y esclavizar en el tercer mundo a otros seres humanos. No estoy de acuerdo con quienes confunden justicia y caridad. No me parece de hijos de Dios, no condenar con firmeza y a diario y sin desmayo la existencia de la pena de muerte, de la tortura, de la fabricación de armas, del tráfico de niños, de los niños soldados, de la prostitución infantil, del hambre en el mundo, de la falta de acceso a medicamentos porque las multinacionales poseen la patente y han de hacerse multimillonarias por ello...(oh, sacrosanto dios, dondinero).
Si siguiera os abrumaría.
Ahora conviene que me aclare.
No, no me considero mejor que ellos. Ya quisiera yo. Mi vida es un completo dislate en muchos sentidos y en muchos aspectos. La cantidad de cosas que hago mal, o que no hago, llenarían, no un parrafillo como el de arriba, sino un libro entero.
Y sin embargo, aún mantengo que creo en Dios, que soy cristiano. ¿Entonces...?
Me ahílo con los que creen que la tarea del creyente no es tanto la de rezar en el templo (que también), cuanto la de paliar el hambre, la sed, la desnudez, la ignorancia, la injusticia, la enfermedad, el abandono, la calumnia, la soledad, la marginación, el miedo... Esa es mi iglesia. No tanto la de los dogmas y las mitras, cuanto la que tiene las manos manchadas con barro y vida, y algunas llagas han pasado a su propio organismo. Y por no extenderme daré nombres: Teresa de Calcuta, Monseñor Casaldáliga, Leonardo Boff, Francisco de Asís, Erasmo de Rotterdam, Teresa de Jesús, Vicente de Paúl, Juan de la Cruz, Jesús de Nazaret...
Siempre he pensado que el rostro de Dios es inabarcable, inescrutable, inimaginable para el ser humano. Si acaso, nosotros estamos más cerca, pero, ay, estamos tan lejos. Cada día estoy más convencido de que alguna porción de ese rostro poliédrico e infinito de Dios también ha sido vista por musulmanes, judíos, hinduistas, brahamanes, animistas..., incluso ateos y agnósticos cuando, en vez de apuntar a lo alto, apuntan a la tierra para señalarnos la tarea que tenemos pendiente, esa por la que nos convertimos en colaboradores necesarios de la obra divina siempre en marcha, siempre creadora.
Cada vez que tomo mi Biblia y leo algún trozo, no llego a conclusiones distintas, sino que, por el contrario, descubro más razones para creer en el Dios de la misericordia, del amor, de la entrega, del silencio, de la paciencia, del susurro, del perdón, ese Dios que está en la brisa y no en el huracán, ese Dios que descansa y labora entre los humildes, ese Dios que sufre con quienes más sufren.
Diría, por ejemplo, que en música nadie, ni siquiera Bruckner, me ha aproximado mejor a ese Dios que Bach y como todos sabéis, el viejo gruñón de pelucón blanco, era luterano. Y, ¿sabéis una cosa?, desde que escucho más despacio su música, he descubierto que la que más habla de la divinidad no es la propiamente religiosa, sino la que supuestamente no lo es...
Cualquier día os hablo de un libro mío de poesía que me empujó a escribir tanta melodía tan sublime... Pero eso será otro día, otra confesión.
Espero no haberos aburrido.