jueves, 4 de junio de 2015

Ana Joyanes y Francisco Concepción "El caso de la Pensión Padrón"

Ayer me llegó el último poemario de Marian Ramentol, Primaria, decisiva e inaprensible, del que daré cumplida cuenta en su momento. Sólo con la dedicatoria tan sugestiva —“Todo cuanto he escrito no existe todavía”— merecerá la pena zambullirse de nuevo en su poesía surreal, intensa, precisa, insobornable a modas, gustos de la galería.
Pero hoy me debo a otro libro.
Portada de "El caso de la Pensión Padrón"

Al regresar de la oficina, en casa me esperaba El caso de la Pensión Padrón, escrito a escote, a cuatro manos, por mis amigos Ana Joyanes y Francisco Concepción. De esta novela, sin leer el ejemplar que me acompaña, ya puedo hablar, ya quiero hablar, ya necesito hablar.
A lo largo de este tiempo, unos dos años si no me equivoco, ¿cuántas veces he deseado hacerme eco de su contenido, de su proceso de escritura incluyendo la pasión, el deseo, las dudas que han ido jalonando este tiempo?
Podría buscar, pero no me apetece hacerlo ahora, los primeros rastros, los balbuceos iniciales que dieron pie a la obra que ha visto la luz, allá en Santa Cruz de Tenerife los últimos días del mes de mayo.
Ahora la ilusión me desborda, pues bien sé la cantidad de tiempo que ha llevado a sus autores arribar en buen puerto esta tremenda historia.
Me llegan ecos de las reacciones (algunas no las comprendo muy bien) que se están produciendo en la isla respecto del libro, puesto que está basado en un hecho real que conmocionó la vida santacrucera durante unos meses. En el fondo no me extraña el revuelo. Era de esperar. Transcribo el arranque de la novela, o sea que no desvelo nada del texto:
Un cadáver entre colchones
Crónica: Samuel Nava
Agentes de la Policía Local de Santa Cruz de Tenerife han encontrado un esqueleto humano debajo de los colchones sobre los que durante los últimos dos años ha estado durmiendo una pareja, en la tercera planta de la Pensión Padrón de la capital tinerfeña.
Nadie ha podido dar una explicación a este macabro suceso, ni siquiera la propietaria del inmueble, de avanzada edad.
Efectivamente, se trata de un hecho tan macabro y tan real como recogen estos párrafos publicados en prensa, párrafos que sirvieron de inspiración o espoleta para que Ana y Francisco, años más tarde del suceso, empezaran a edificar su relato. Es decir, ellos, simplemente se han limitado a rescatar un hecho casi olvidado y sobre unos mimbres de realidad han creado una ficción bastante plausible.
Conozco con suficiente profundidad el texto como para hacer una reseña del mismo. Podría resaltar la facilidad con que se han imbricado dos estilos de autores tan distintos como Ana y Francisco. Podría hacer hincapié en la fluidez lograda por el texto. Podría enfatizar la originalidad de mezclar dos puntos de vista para narrar la novela: por una parte el objetivismo casi absoluto, emparentado con documentales o con ese tipo de cine en que el director se ‘limita’ a poner en funcionamiento la cámara para que ésta recoja lo que sucede ante su foco; y por otro lado el subjetivismo del autor omnisciente que penetra en los más profundos pensamientos de uno de los grupos de protagonistas, el del periodista y la investigadora que se empeñan en intentar descubrir la verdad. Podría ahondar en un tema casi filosófico que crece poco a poco, a medida que el argumento avanza y que desemboca en una pregunta que el lector atento se hará tras alcanzar el punto y final: ¿Qué es la verdad? Y por último, debería referirme inexorablemente a la valentía de Francisco Concepción y Ana Joyanes por asomarse a uno de los aposentos del infierno y habérnoslo trasladado con la mirada transparente de quien no juzga, de quien simplemente se da cuenta de que el averno no está tan lejos de nosotros, acaso a nuestro lado y que el sufrimiento de quien allí habita alcanza proporciones casi imposibles de digerir para la inmensa mayoría. Por suerte, añado. Y a colación de esto último, quizá debería reflexionar sobre la verdadera dimensión ética del escritor, que no debiera ser juzgar los hechos, sino intentar presentarlos al lector con la mayor objetividad posible y con el mayor número de puntos de vista a su alcance para que el lector pueda decidir por su cuenta, con suficiente conocimiento de causa. Determinar que algo sea bueno o malo, admirable o reprobable, admisible o inadmisible, no es misión de quien escribe, sino de quien lee; pero para que su juicio sea recto debe contar con todos los elementos o con la mayoría de ellos. A veces de un matiz, uno solo, depende llegar a una conclusión o a su contraria.
Pero todo esto lo dejo a otros, lo cito como quien prende un par de candelabros para apenas iluminar un camino, el sendero por donde se adentre el lector.
Porque, con ser importante cuanto vengo diciendo, a mí me importa más la pasión y la ilusión que durante dos años han puesto Ana y Francisco. Sin esa dosis de amor ilimitado y loco por este oficio, hubiera sido imposible culminar el proyecto. Ese ánimo se transparenta en muchas páginas del texto, pero yo diría que, de modo especial, en el respeto y cariño con que retratan a los personajes, sobre todo algunos de los más repulsivos a priori, pues forman parte de los parias desalojados de nuestra sociedad, unas veces por voluntad propia, otras porque la vida los ha arrojado al rincón más hediondo del estercolero.
Han sido varias decenas de correos electrónicos, tres o cuatro relecturas, algún pobre consejo, alguna mínima corrección y muchas horas de reflexión compartida como para no sentirme implicado de modo tan especial en El caso de la Pensión Padrón. Sé que no soy el único, sé que otros buenos amigos (Miguel Ángel Brito, Iván González Barrios, Inma Vinuesa, José Antonio Perales, Alexia Sálamo y Sara Sálamo) han estado muy presentes aconsejando, iluminando y animando —mucho más y mejor que yo—, pero también sé que he sido honrado con su confianza y que, al fin, todo el esfuerzo ha merecido la pena.
Además he tenido la bendición, gracias a que me implicaron en el proyecto, de aprender que incluso en medio de la realidad más repulsiva, cabe un resquicio para cierta luz, para un relámpago de amistad, aunque todo concluya del modo en que el lector conoce desde el primer párrafo de la novela.
Como recoge la nota introductoria, Jacques H. Bernardin de Saint Pierre dejó escrito: “El hombre es el único ser sensible que se destruye a sí mismo en estado de libertad”. Nada que objetar. De hecho añadiría que el hombre es esa parte de la creación capaz de hacer del infierno un territorio habitable en esta vida, sin necesidad de esperar a otra. Pero también añadiría que es ese ser capaz de asomarse a sus estancias y arrojar sobre ellas una mirada de misericordia.
Concluyo con un aviso: la novela puede herir determinadas sensibilidades, pero también puede abrir muchos ojos, y ojalá que unos cuantos corazones. De lo que estoy seguro es de que El caso dela Pensión Padrón no dejará indiferente a nadie, pues al fondo del relato, el lector sabe desde el principio que, tanto horror no fue ficción.



5 comentarios:

Flamenco Rojo dijo...

Querido amigo escribidor,

Ya tenía noticias del libro...lo anuciaron sus autores hace días en eso que algunos mortales llamamos el "caralibro"...

Bastaba su anuncio allí para decirles que me haría con un ejemplar, pero después de leer tus comentarios no hacerlo sería pecado mortal.

Un placer leerte...como siempre.

Un abrazo enorme desde el Sur.
Pepe Gonce

Ana J. dijo...

Querido Amando, como siempre, me dejas sin palabras.
Millones de gracias no solo por esta fantástica reseña, sino por haber estado acompañándonos en esta aventura desde el principio.
Has sido uno de los pilares en los que nos hemos apoyado. Tu mirada y tus consejos han sido fundamentales para avanzar a pesar de las dudas y las dificultades. Tenerte respaldándonos nos da tranquilidad y confianza.
Gracias, amigo.

Flamenco, qué gusto, qué privilegio volver a tenerte como lector!

Un abrazo enorme para los dos.

Ana J. dijo...

Querido Amando, como siempre, me dejas sin palabras.
Millones de gracias no solo por esta fantástica reseña, sino por haber estado acompañándonos en esta aventura desde el principio.
Has sido uno de los pilares en los que nos hemos apoyado. Tu mirada y tus consejos han sido fundamentales para avanzar a pesar de las dudas y las dificultades. Tenerte respaldándonos nos da tranquilidad y confianza.
Gracias, amigo.

Flamenco, qué gusto, qué privilegio volver a tenerte como lector!

Un abrazo enorme para los dos.

catherine dijo...

Es interersante saber que has participado con tu mirada hipermetropa en esta escritura a dos o cuatro manos. Una razón más para leerlo. Abrazos para todos.

Marina Filgueira dijo...

Vaya, el libro debe ser todo un lujo leerlo... Veré si lo encuentro y lo ojearé primero, porque soy muy sensible! Y, un suceso así... Pero lo intentaré.

Un beso.