lunes, 24 de marzo de 2014

V DÍA INTERNACIONAL DE LA POESÍA EN SEGOVIA. CRÓNICA PARTICULAR

Foto junto a la Estatua de Machado de los poetas seleccionados en esta edición
del V Día de la Poesía en Segovia. (Foto tomada del blog con el mismo título que
administra y gestiona Norberto García Herranz. Este es el enlace para acceder a él)

Ciento veintiuno. Bajamos, los tres, a su encuentro. Y a los pocos pasos, vemos a Norberto acompañado por un buen número de personas.
Cada año el encuentro en Segovia con motivo del día de la Poesía, añade un detalle que va redondeando su originalidad.
Como le sucede a mi amiga Mª. J., la distancia entre su hogar y Segovia obliga a que tenga que hacer noche la víspera de la jornada. Parece ser, según me cuentan, que uno de los participantes sugirió o propuso un encuentro entre aquellos del grupo de seleccionados que hicieran noche en la ciudad. quienes lleguen mañana de Madrid, Valladolid, Salamanca… se habrán perdido estas horas, en que ellos —los seleccionados— tienen tiempo de comentar los detalles de este tiempo previo, sobre todo desde que su poema fue seleccionado, hasta ahora, y quienes les acompañamos empezamos a disfrutar de éste o aquél detalle, o, como en mi caso, me reencuentro con alguno de los participantes de otras ediciones que regresan este año.
Anécdota va, anécdota viene, reflexión por aquí o por allí, sugerencias que se escuchan o se sobreentienden… Ilusión.
Entre tanto, me llama M. Ya ha leído algo del ejemplar de Los andamios de los pájaros que le he dado hace un rato, cuando ha traído a Mª J. y C. Dice que le ha encantado lo que ha leído. Intuyo emoción tras sus palabras.
Acaso era la opinión que más me interesaba, una vez que JSM decidió editarlo. Al fin y al cabo es su obra la que me ha inspirado. Al fin y al cabo es el resultado de su tarea el que se tornó inspiración para mis versos.
Sí, la palabra es ilusión. Ilusión de los que han venido desde lejos y también mi ilusión.
Nos recogemos, hasta mañana, en que he quedado encargado de acompañar a una fracción del grupo, los que se hospeden en la zona alta de la ciudad, hasta el puente de la Alameda del Parral, que está junto a la Casa de la Moneda.

Ciento veintidós. Mª. J. y C. han descansado bien, según me dicen. Es larga la jornada que nos espera. Para Mª J., además, intensa.
Esta mañana bien temprano, he visto e impreso las palabras que Ll. envía por correo, las que diré en su nombre antes de leer, lo mejor que sepa, el poema que, si las cosas hubieran sido justas, debería ella habernos recitado.
Ahora empiezo a dudar si debo contar en público el verdadero relato que obliga a su ausencia, tal y como lo conozco. Ella no hace referencia al asunto, tan discreta como siempre.
A nosotros tres se han unido siete personas más entre poetas, acompañantes. Entre ellos mi tocayo AGN que ya ha llegado a Segovia dispuesto a disfrutar del día. Aunque había pensado en un margen suficiente —media hora es más que de sobra desde la Plaza hasta la Casa de la Moneda, bajando por Escuderos, el Paseo de San Juan de la Cruz y el arco de Santiago—, desde el primer minuto intuyo que no va a ser fácil, porque la ilusión y la belleza y los reencuentros y quizá las nuevas amistades, son paradas obligatorias, necesidad de aquietar el paso, imperativo para resumir aún más una explicación de mi parte.
A veces a los poetas nos llaman la atención detalles que, en apariencia, nada tienen que ver con lo habitual. Hemos pasado más minutos extasiados contemplando los almendros en flor del jardín de los poetas, o rumiando los versos de Juan de la Cruz transcritos en un par de placas, o escudriñando el horizonte…
Con cinco minutos de demora respecto de lo previsto, llegamos hasta el punto de encuentro. Pero es algo irremediable, porque la belleza de esta ciudad brinca como corzo sonriente y asalta las pupilas sin remedio.
Antes de enfilar y subir la pendiente que nos lleva al Parral, otras presentaciones y otros reencuentros. Rostros que en dos años se hacen familiares y más queridos. Algunas miradas escudriñan, acaso un poco extrañadas, la camaradería que hay entre algunos.
En pocos minutos la extrañeza se habrá olvidado. Sé, porque siempre pasa, que quienes no hayan podido acudir a la primera parte de la jornada y se incorporen a partir de la comida, sufrirán el mismo proceso, y aún será más intenso en quienes lleguen sólo al recital. Al final uno va experimentando cada día y en carne propia que es el roce de la persona, compartir un tiempo, cruzar unas conversaciones, el cimiento que evita otro tipo de roces, no precisamente agradables, y que sirven más para confundir y separar que para lo contrario.
Sé, y me acusan muchas veces de ello, que soy demasiado idealista, que parezco ingenuo, que aspiro a cosas no sólo imposibles, sino impensables salvo locura.

Ciento veintitrés. Le cuesta trabajo al grupo alcanzar la meta, esa cima de la ladera donde el Monasterio del Parral contempla una de las vistas más especiales y hermosas de la ciudad. Desde aquí el caserío parece fortaleza donde se entremezclan poder religioso y político. Las torres del Alcázar o los torreones defensivos, donde la nobleza más poderosa llegó a tener pequeña —o no tanto— guarnición militar, se mezclan con las torres de las iglesias románicas y la esbeltez de la catedral. Desde lo hondo del valle, lamido por el Eresma de bronce, qué pensarían los frailes jerónimos ajenos —al menos en teoría— a los tejemanejes del mundo, a las contingencias del presente, siempre contemplando —al menos en teoría— lo que en verdad importa de la vida…
Pero la solidez de estos muros, la contundencia y calidad de su fábrica, la belleza tan notable de todo el conjunto, especialmente de su primoroso retablo del altar mayor, dan perfecta cuenta de que, en el fondo ni podrían ni querrían ser tan ajenos a todo cuanto sucedía enfrente de sus ojos, a pesar de la distancia entre la ciudad murada y el convento, que acaso en el siglo XV pareciera mayor que la de hoy, a pesar de ser idéntica…
Y sin embargo…
Sin embargo en cuanto uno entra en las naves del templo, además de sentir el frío de una nevera en pleno funcionamiento y a máxima potencia, a poca sensibilidad que tenga, a poco que sus poros estén pendientes de lo que sucede a su alrededor, siente algo especial. Acaso ese silencio, acaso la hermosura contundente del último gótico, del primer atisbo de renacimiento, transmiten o invitan a repensar los afanes ocultos de todo ser humano a lo largo de la historia. Esta atmósfera propone un interrogante en los corazones, un asombro en las neuronas más racionales e inquisitivas.
Compartimos visita con un grupo de turistas franceses y con una visita organizada por el Patrimonio de Turismo. Dentro de la iglesia seremos unas cien personas, más o menos.
Una vez escuchadas las explicaciones históricas, artísticas, en las que se cuela una reflexión abreviada sobre lo fugaz, frágil y efímero de la vida, y por tanto, y se presenta la conciencia de la muerte como ocasión para disfrutar más del presente y como el hecho más democrático de la humanidad, pues esta circunstancia a todos nos iguala, pasamos al claustro, donde la impresión de la ciudad deja en los gestos, y en el recuerdo de cuantos lo contemplan una imagen que provoca el silencio del asombro, y la búsqueda del ángulo imposible e inédito, donde fotografiar esa postal inigualable.

Ciento veinticuatro. Conozco de vista a la guía que nos va a mostrar la Casa de la Moneda. Es su primera visita guiada a este edificio —o conjunto de edificios— tan singular.
Desde que abrieron el complejo, tras su restauración, he estado una o dos veces, pero siempre por fuera, sin recorrer sus instalaciones con detalle. Reconozco la importancia histórica e incluso artística que puede tener para esta ciudad, o para cualquiera, haber tenido una Fábrica de Moneda. Pero el asunto me interesa más bien poco, casi nada. El dinero es un mal necesario, porque sin dinero es imposible vivir, bien lo sé. Pero me atrae más una panificadora o una huerta…
Lo que hoy he conocido, gracias entre otras cosas, a la pasión, la ilusión y el entusiasmo de nuestra guía, no mejora en mucho las cosas. Lo que acaso más me hubiera interesado —que tiene que ver con lo más humano de este asunto de la fabricación de monedas—, me ha demostrado nuevamente la mezquindad humana; cuanto más poderoso más cicatero. Y me ha subrayado el convencimiento personal de que todo cuanto tiene que ver con el dinero, al final envilece y origina recelos, enemistades y guerras.
El dinero, ese imprescindible veneno que necesita la humanidad para no extinguirse a los pocos días… O eso llevan diciendo tantos siglos que parece ser cierto.
Supongo.

Ciento veinticinco. Como el año pasado, el poema que ha resultado elegido ganador por el grupo de los poetas, ha sorprendido a su autor. No estoy seguro, pero diría que Daniel es el más joven de los poetas. También como el año pasado ha coincidido que compartía mesa con él. Lo cual ha provocado más de una broma y una risa.
Cuando se ha acercado Norberto a entregar el libro, cámara en ristre, he adivinado la razón. Mientras el autor hojeaba el libro, aún ajeno a la página donde figura su nombre con la mención a ese reconocimiento, el resto de la mesa ha confirmado la sospecha. Al fin ha comprendido el asunto y se ha ruborizado y se ha sorprendido y se ha emocionado.
Leo rápidamente sus versos, y sin poder profundizar en ellos lo suficiente, me sorprende su tema en alguien tan joven, esa nostalgia que transmite. Pero en la segunda lectura, intuyo que la excusa, ese nostalgia que siente por su amada, el amor aparente del que habla no se refiere sólo al de ella, sino a la poesía o quizá a la inspiración a esa musa de tirabuzón divino e incorregible.
Este reconocimiento es la guinda del pastel del certamen. Y es también una originalidad desconocida en el resto de certámenes que uno conoce. Una vez seleccionados los poemas, todos los integrantes de la antología, en este caso veintidós, desconociendo aún la identidad de los autores, eligen sus preferidos, y de la suma de tales preferencias sale el poema ganador.
No es esencial al certamen este detalle, pero le otorga un plus de limpieza y transparencia. Y mantener hasta este instante el secreto de la decisión colectiva, regala a la jornada un punto de juego y de misterio, una pizca de picante.

Ciento veintiséis. Una vez pasado el momento de alborozo tras conocer el poema y poeta distinguido por sus compañeros, he podido echar un vistazo general al librito.
Sólo conocía los poemas de Mª J. y de Ll. En conjunto me parece una antología de calidad, acaso la mejor de todas las ediciones, aunque sea un tanto arriesgada esta opinión.
La pluralidad de los estilos, del modo de decir, no esconde lo importante, la esencia, lo común que late en cualquier poema que merezca tal nombre.

Ciento veintisiete. Mientra abren o no el Palacio de Quintanar, donde será el acto público en que se recitarán todos los poemas, charlo unos momentos con SLN., que también se ha acercado hasta aquí, como representante del jurado.
Ya ha hecho una cala —ha dicho— en Los andamios de los pájaros, y me ha emocionado lo que ha comentado sobre el resultado de la prueba.

Ciento veintiocho. He conocido, por fin, a las hijas de Mª J. No es exactamente a lo que uno aspiraba en el primer encuentro, porque esperaba más calma, un diálogo más amplio, no sé, más tranquilo; sin embargo son momentos estos que se tocan con cofia de confusión y premura, saludos y nervios. Ya falta poco para que ella haga su primera lectura pública de un poema suyo. Y se le nota no sólo los nervios normales, sino la emoción que le produce haber llegado hasta aquí.
Durante unos segundos me pasan por el cerebro todos estos años desde que nos conocimos gracias a Internet, gracias a los blog. Y me doy por bendecido, por haber sido capaz de encontrar a un puñado de personas que, como ella, nos hemos ido acompañando sin interferir en nuestras vidas, pero formando parte de ellas, sumando, siempre sumando, ayudándome a crecer, a mirar, a aprender, a aprender siempre.

Ciento veintinueve. Es verdad que quizá nos hayamos precipitado al querer entrar en la sala. Iba con la intención de echar una mano, aunque sólo fuera en para colocar algunas sillas. Pero se pueden decir las cosas de una manera o de otra o de la de más allá… incluso se pueden decir bien, con educación o un poco de cortesía.
Será que algunos de los asistentes tenemos cara de posibles vándalos o parásitos indeseables.
Pero como todo tiene sus consecuencias, en este caso este desaire ha servido para poder contemplar durante algunos momentos algunas de las salas donde se exhiben fotografías de una muestra que se celebra por estos días. Y también ha valido para intercambiar algunas frases con algunas de las poetas, con quien apenas he departido durante lo que llevamos de día. Y con más conocimiento de causa, porque ya tenía la huella de sus versos en mi recuerdo.

Ciento treinta. Creo que este año es el que más disfruto del recital. Me ha venido bien haber leído los poemas antes de empezar. Tampoco me duele la cabeza como me sucedió dos años, claro que como intuía que podía pasar, he tomado el correspondiente ibuprofeno que ha cumplido con su misión.
Mª. J. ha recitado con sobriedad y claridad. No parecía nerviosa. A diferencia de la mayoría, no ha explicado nada del poema, lo ha leído y han sonado sus versos al suave deslizar del patinador sobre el hielo con esa fluidez de la musicalidad que le ha impreso a la idea que ha sido capaz de hacer poema y que en el fondo habla de la humildad que siente alguien que toma prestado unas vestiduras que no le corresponden…
Eso opina ella, claro; pero no es verdad del todo, pues en ella, como la gran lectora de poesía que es, late —cada vez menos oculto— el corazón de una poeta que, además, escribe.
Por mi parte, al final, me he limitado a insinuar sin decir, y a leer las pocas líneas que me ha enviado Lluïsa justificando su ausencia, agradeciendo la selección, pero sobre todo, dando gracias a quienes le han ido trayendo al mundo de la poesía: Amelia Díaz Benlliuere, María Luisa Mora Alameda y María Ramos, a quienes llama, sus doulas me ha escrito, es decir esas mujeres encargadas de traer a la vida a un nuevo ser. ¡Qué hermoso piropo!
Y luego he leído del mejor modo que he sabido los versos del poema. Sólo espero no haberlo traicionado, no haber hecho trizas las intenciones de Lluïsa…
Me llevo dos penas de esta jornada. La primera no haber conocido en persona a Lluïsa, que era algo que me ilusionaba mucho, además de otras muchas ilusiones. La segunda es la ausencia de M. que ha viajado a Asturias en estos días. Por lo demás, es verdad que la mayoría de las expectativas se han cumplido. Es verdad que he conocido a más personas. Pero se me ha quedado esa espina clavada.

Ciento treinta y uno. No sé si Norberto ha reducido el número de poemas de cada bloque, intercalando más intermedios musicales a cargo de Pablo Zamarrón y Miguel Abad, que han interpretado una hermosa música que mezclaba tradición popular y temas renacentistas. Si es así, ha acertado, porque permite a la atención no decaer del todo.
He observado un denominador común, como un hilo que traba toda la antología de este año: el ser humano que no desaparece nunca de los versos. Cualquier estilo, cualquier tono, alumbra una experiencia personal o una reflexión individual que colmó en los poemas: una estrategia para mantener el amor como perenne llama, el recuerdo en forma de sentida elegía de quien nos arrebataron con mentira e injusticia, el deseo convertido en fuego por encontrar la poesía —cuántos de estos poemas, cuántos—, el recuerdo del amado, las huellas de quienes fueron en un tiempo plasmadas en la sombra de la historia, lo frágil de la identidad, la añoranza del futuro, tantas reflexiones sobre la vida, el deseo de vestirse de poeta, la memoria, el miedo a la ausencia del amado, el cuerpo como templo de la verdadera esencia, la poesía que otorga sentido a la vida, el amor apasionado frente a la falso y edulcorado, la añoranza del paraíso de la infancia, el clamor por la injusticia, el horizonte del futuro anclado en nuestra esencia del pasado, la asunción de la realidad frente a los sueños, el amor como único norte de la vida, el amor frente a las normas, la poesía para fijar el recuerdo de lo que ha de permanecer, el canto a una ciudad que nos convirtió, quizá, en lo que somos, el grito por la injusticia de estos tiempos que nos convierte en parias de la noche a la mañana.
Pero uno de los poemas, uno de ellos, me ha tocado de un modo muy especial. No sé si es el mejor, tampoco me importa, aunque casi es el elegido, según se ha dicho. Y me llega y me golpea, porque rima con mi vida, porque se cose como una sombra a mi cotidianidad, porque hilvana con ese dolor que perdura durante estos años, este dolor que ya se ha hecho amigo, este dolor inevitable y asumido, por tanto no desesperado, pero no por ello menor doloroso.
Sé que cometo injusticia al citarlo aquí, sin haber personalizado el resto, pero cómo no dar las gracias a Vicente Rodríguez Manchado, como no solidarizarme con su emoción y las vaharadas de los ojos de su esposa, si son mis vaharadas, si es mi emoción, si es su Canción de cuna para una madre, la misma nana que entono cada día.

Ciento treinta y dos. Nos ha costado a la mayoría más de veinte minutos terminar de salir del Palacio de Quintanar. Firmas de poemas en los ejemplares de la antología entre compañeros y quizá nuevos amigos, abrazos y besos de despedidas, intercambios de mails, comentarios con unos o con otros.
En mi caso, además, saludos a algunos conocidos que han asistido al recital como público y salen encantados de lo que han visto y han oído.
He salido al patio a fumar un cigarrillo y he contemplado la hermosura del almendro sobre el que cae la luz ambarina de una farola dándole una expresividad fascinante, casi surrealista. Como decía R. que ha acompañado Mª. S. al recital, contemplando la torre circular del Palacio de las Cadenas que desde aquí se ve, la unión de la naturaleza y de la historia en un instante. Y al señalarle la cigüeña posada sobre la esquina del tejadillo de otra torre, la pequeña dicha ha sido total…
La pena es que algunos debían retornar a sus hogares, que otros necesitaban algún descanso.
Pasa siempre, llega el final del recital y cierta sensación de melancolía y de bajón se apodera de las papilas de mi lengua…
Aunque este año, en nuestro caso, hemos prolongado la jornada. C, Mª J., Mª S, R y yo hemos ido a tomar algo calentito, mientras llegaba el momento en que Ana llegase desde la Granja, para rematar el día.

9 comentarios:

LBH dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
LBH dijo...

Amando es fantástica la manera de hacernos partícipes desde el primer momento de esta aventura "cultural poética", acercándonos hasta vosotros, recorriendo las empedradas calles y respirando el frescor de la mañana; hasta desembocar en una tarde grisácea y fría pero llena de ilusiones compartidas donde el acto de clausura remata con la luz de los poetas y de sus versos y de esa conjunción que nace entre ellos y el público. Es en ese momento cuando brota la sensación de querer ser y estar. Gracias Amando por contarnos con esa fina textura de tus letras la experiencia vivida. Abrazos.

Isolda Wagner dijo...

Qué emoción encierran tus palabras, querido Amando. Los que tenemos la suerte de conocerte, sabemos que eres lo que escribes. Es un placer guardar tus textos que siempre nos recordarán este día tan especial para todos nosotros. Es una suerte, como dices, que la poesía nos uniera hace unos años.
Un gran beso.

Flamenco Rojo dijo...

Tendré la suerte de conocer de primera mano todo lo que nos relata...mis amigas MªJ y C. me lo contarán todo a partir de mañana.

Una abrazo, hoy extendido al amigo Norberto y a todos los participantes en el V Día Internacional de Poesía de Segovia.

Pepe Gonce

catherine dijo...

Un día de encuentros y reencuentros, caluroso a pesar del tiempo. Como lo contabas a amigos me inicié a la poesía española en tu blog y tu texto me servirá de memoria. Abrazos, Amando y hasta la próxima vez en Segovia.

Amando García Nuño dijo...

Vista la intensidad de ese día recreado, dudo si volver el año que viene o disfrutarlo directamente en tus palabras. ¿Qué me aconsejas?
Por cierto, nada dices de los judiones y cochinillo que se hicieron poesía en tu plato.
Abrazos, siempre

Jesús Pastor Martín dijo...

Al final, resulta que todo acontecimiento necesita un cronista capaz de cazar al vuelo todos los detalles. A pesar de haber estado ahí, leyendo tu relato me da la impresión de haberme perdido una buena parte. Y tiene razón tu tocayo: solo te faltó nombrar el codillo.

Vicente Rodríguez Manchado dijo...

Buenos días,Amando, y al resto de la compaña.
A estas horas de la mañana del domingo 30 de marzo, con la huella del cambio de hora en el cuerpo, visito el blog. Lo leo con atención, y me asombro.
Amando, gracias por tus palabras que me acompañarán siempre. Gracias por tu maravillosa fotografía de la jornada compartida el pasado sábado día 22de marzo, con motivo de "nuestro" V Día Internacional de la Poesía en Segovia.
Gracias a los "comentaristas".
Y, aquí, también, gracias a Norberto, en público, a falta de comentárselo reposadamente por correo electrónico.
Amando: visitaré tu blog, y leeré tu "Andamio...", y, sabedlo, os espero en Salamanca en cualquier momento.
Un abrazo a todos.

emejota dijo...

Pero qué bien escribes Amando!!! No, no te olvido pese a avatares diversos, e igualmente os deseo felices tiempos para u
ti y los tuyos.