Foto junto a la Estatua de Machado de los poetas seleccionados en esta edición del V Día de la Poesía en Segovia. (Foto tomada del blog con el mismo título que administra y gestiona Norberto García Herranz. Este es el enlace para acceder a él) |
Ciento veintiuno. Bajamos, los tres, a su encuentro. Y a los
pocos pasos, vemos a Norberto acompañado por un buen número de personas.
Cada año el
encuentro en Segovia con motivo del día de la Poesía, añade un detalle que va
redondeando su originalidad.
Como le sucede a mi
amiga Mª. J., la distancia entre su hogar y Segovia obliga a que tenga que
hacer noche la víspera de la jornada. Parece ser, según me cuentan, que uno de
los participantes sugirió o propuso un encuentro entre aquellos del grupo de
seleccionados que hicieran noche en la ciudad. quienes lleguen mañana de
Madrid, Valladolid, Salamanca… se habrán perdido estas horas, en que ellos —los
seleccionados— tienen tiempo de comentar los detalles de este tiempo previo,
sobre todo desde que su poema fue seleccionado, hasta ahora, y quienes les acompañamos
empezamos a disfrutar de éste o aquél detalle, o, como en mi caso, me
reencuentro con alguno de los participantes de otras ediciones que regresan
este año.
Anécdota va,
anécdota viene, reflexión por aquí o por allí, sugerencias que se escuchan o se
sobreentienden… Ilusión.
Entre tanto, me
llama M. Ya ha leído algo del ejemplar de Los
andamios de los pájaros que le he dado hace un rato, cuando ha traído a Mª
J. y C. Dice que le ha encantado lo que ha leído. Intuyo emoción tras sus
palabras.
Acaso era la opinión
que más me interesaba, una vez que JSM decidió editarlo. Al fin y al cabo es su
obra la que me ha inspirado. Al fin y al cabo es el resultado de su tarea el
que se tornó inspiración para mis versos.
Sí, la palabra es ilusión.
Ilusión de los que han venido desde lejos y también mi ilusión.
Nos recogemos, hasta
mañana, en que he quedado encargado de acompañar a una fracción del grupo, los
que se hospeden en la zona alta de la ciudad, hasta el puente de la Alameda del
Parral, que está junto a la Casa de la Moneda.
Ciento veintidós. Mª. J. y C. han descansado bien, según me
dicen. Es larga la jornada que nos espera. Para Mª J., además, intensa.
Esta mañana bien
temprano, he visto e impreso las palabras que Ll. envía por correo, las que
diré en su nombre antes de leer, lo mejor que sepa, el poema que, si las cosas
hubieran sido justas, debería ella habernos recitado.
Ahora empiezo a
dudar si debo contar en público el verdadero relato que obliga a su ausencia,
tal y como lo conozco. Ella no hace referencia al asunto, tan discreta como siempre.
A nosotros tres se
han unido siete personas más entre poetas, acompañantes. Entre ellos mi tocayo AGN
que ya ha llegado a Segovia dispuesto a disfrutar del día. Aunque había pensado
en un margen suficiente —media hora es más que de sobra desde la Plaza hasta la
Casa de la Moneda, bajando por Escuderos, el Paseo de San Juan de la Cruz y el
arco de Santiago—, desde el primer minuto intuyo que no va a ser fácil, porque la
ilusión y la belleza y los reencuentros y quizá las nuevas amistades, son
paradas obligatorias, necesidad de aquietar el paso, imperativo para resumir
aún más una explicación de mi parte.
A veces a los poetas
nos llaman la atención detalles que, en apariencia, nada tienen que ver con lo
habitual. Hemos pasado más minutos extasiados contemplando los almendros en
flor del jardín de los poetas, o rumiando los versos de Juan de la Cruz
transcritos en un par de placas, o escudriñando el horizonte…
Con cinco minutos de
demora respecto de lo previsto, llegamos hasta el punto de encuentro. Pero es
algo irremediable, porque la belleza de esta ciudad brinca como corzo sonriente
y asalta las pupilas sin remedio.
Antes de enfilar y
subir la pendiente que nos lleva al Parral, otras presentaciones y otros
reencuentros. Rostros que en dos años se hacen familiares y más queridos.
Algunas miradas escudriñan, acaso un poco extrañadas, la camaradería que hay
entre algunos.
En pocos minutos la
extrañeza se habrá olvidado. Sé, porque siempre pasa, que quienes no hayan podido
acudir a la primera parte de la jornada y se incorporen a partir de la comida,
sufrirán el mismo proceso, y aún será más intenso en quienes lleguen sólo al
recital. Al final uno va experimentando cada día y en carne propia que es el
roce de la persona, compartir un tiempo, cruzar unas conversaciones, el
cimiento que evita otro tipo de roces, no precisamente agradables, y que sirven
más para confundir y separar que para lo contrario.
Sé, y me acusan
muchas veces de ello, que soy demasiado idealista, que parezco ingenuo, que
aspiro a cosas no sólo imposibles, sino impensables salvo locura.
Ciento veintitrés. Le cuesta trabajo al grupo alcanzar la
meta, esa cima de la ladera donde el Monasterio del Parral contempla una de las
vistas más especiales y hermosas de la ciudad. Desde aquí el caserío parece
fortaleza donde se entremezclan poder religioso y político. Las torres del
Alcázar o los torreones defensivos, donde la nobleza más poderosa llegó a tener
pequeña —o no tanto— guarnición militar, se mezclan con las torres de las
iglesias románicas y la esbeltez de la catedral. Desde lo hondo del valle,
lamido por el Eresma de bronce, qué pensarían los frailes jerónimos ajenos —al
menos en teoría— a los tejemanejes del mundo, a las contingencias del presente,
siempre contemplando —al menos en teoría— lo que en verdad importa de la vida…
Pero la solidez de
estos muros, la contundencia y calidad de su fábrica, la belleza tan notable de
todo el conjunto, especialmente de su primoroso retablo del altar mayor, dan
perfecta cuenta de que, en el fondo ni podrían ni querrían ser tan ajenos a
todo cuanto sucedía enfrente de sus ojos, a pesar de la distancia entre la
ciudad murada y el convento, que acaso en el siglo XV pareciera mayor que la de
hoy, a pesar de ser idéntica…
Y sin embargo…
Sin embargo en
cuanto uno entra en las naves del templo, además de sentir el frío de una
nevera en pleno funcionamiento y a máxima potencia, a poca sensibilidad que
tenga, a poco que sus poros estén pendientes de lo que sucede a su alrededor,
siente algo especial. Acaso ese silencio, acaso la hermosura contundente del
último gótico, del primer atisbo de renacimiento, transmiten o invitan a
repensar los afanes ocultos de todo ser humano a lo largo de la historia. Esta atmósfera
propone un interrogante en los corazones, un asombro en las neuronas más
racionales e inquisitivas.
Compartimos visita
con un grupo de turistas franceses y con una visita organizada por el
Patrimonio de Turismo. Dentro de la iglesia seremos unas cien personas, más o
menos.
Una vez escuchadas
las explicaciones históricas, artísticas, en las que se cuela una reflexión abreviada
sobre lo fugaz, frágil y efímero de la vida, y por tanto, y se presenta la
conciencia de la muerte como ocasión para disfrutar más del presente y como el
hecho más democrático de la humanidad, pues esta circunstancia a todos nos
iguala, pasamos al claustro, donde la impresión de la ciudad deja en los
gestos, y en el recuerdo de cuantos lo contemplan una imagen que provoca el silencio
del asombro, y la búsqueda del ángulo imposible e inédito, donde fotografiar
esa postal inigualable.
Ciento veinticuatro. Conozco de vista a la guía que nos va a
mostrar la Casa de la Moneda. Es su primera visita guiada a este edificio —o
conjunto de edificios— tan singular.
Desde que abrieron
el complejo, tras su restauración, he estado una o dos veces, pero siempre por
fuera, sin recorrer sus instalaciones con detalle. Reconozco la importancia
histórica e incluso artística que puede tener para esta ciudad, o para
cualquiera, haber tenido una Fábrica de Moneda. Pero el asunto me interesa más
bien poco, casi nada. El dinero es un mal necesario, porque sin dinero es
imposible vivir, bien lo sé. Pero me atrae más una panificadora o una huerta…
Lo que hoy he
conocido, gracias entre otras cosas, a la pasión, la ilusión y el entusiasmo de
nuestra guía, no mejora en mucho las cosas. Lo que acaso más me hubiera interesado
—que tiene que ver con lo más humano de este asunto de la fabricación de
monedas—, me ha demostrado nuevamente la mezquindad humana; cuanto más poderoso
más cicatero. Y me ha subrayado el convencimiento personal de que todo cuanto
tiene que ver con el dinero, al final envilece y origina recelos, enemistades y
guerras.
El dinero, ese
imprescindible veneno que necesita la humanidad para no extinguirse a los pocos
días… O eso llevan diciendo tantos siglos que parece ser cierto.
Supongo.
Ciento veinticinco. Como el año pasado, el poema que ha
resultado elegido ganador por el grupo de los poetas, ha sorprendido a su
autor. No estoy seguro, pero diría que Daniel es el más joven de los poetas.
También como el año pasado ha coincidido que compartía mesa con él. Lo cual ha
provocado más de una broma y una risa.
Cuando se ha
acercado Norberto a entregar el libro, cámara en ristre, he adivinado la razón.
Mientras el autor hojeaba el libro, aún ajeno a la página donde figura su
nombre con la mención a ese reconocimiento, el resto de la mesa ha confirmado
la sospecha. Al fin ha comprendido el asunto y se ha ruborizado y se ha
sorprendido y se ha emocionado.
Leo rápidamente sus
versos, y sin poder profundizar en ellos lo suficiente, me sorprende su tema en
alguien tan joven, esa nostalgia que transmite. Pero en la segunda lectura,
intuyo que la excusa, ese nostalgia que siente por su amada, el amor aparente
del que habla no se refiere sólo al de ella, sino a la poesía o quizá a la
inspiración a esa musa de tirabuzón
divino e incorregible.
Este reconocimiento
es la guinda del pastel del certamen. Y es también una originalidad desconocida
en el resto de certámenes que uno conoce. Una vez seleccionados los poemas,
todos los integrantes de la antología, en este caso veintidós, desconociendo
aún la identidad de los autores, eligen sus preferidos, y de la suma de tales
preferencias sale el poema ganador.
No es esencial al
certamen este detalle, pero le otorga un plus de limpieza y transparencia. Y
mantener hasta este instante el secreto de la decisión colectiva, regala a la
jornada un punto de juego y de misterio, una pizca de picante.
Ciento veintiséis. Una vez pasado el momento de alborozo tras
conocer el poema y poeta distinguido por sus compañeros, he podido echar un
vistazo general al librito.
Sólo conocía los
poemas de Mª J. y de Ll. En conjunto me parece una antología de calidad, acaso
la mejor de todas las ediciones, aunque sea un tanto arriesgada esta opinión.
La pluralidad de los
estilos, del modo de decir, no esconde lo importante, la esencia, lo común que
late en cualquier poema que merezca tal nombre.
Ciento veintisiete. Mientra abren o no el Palacio de Quintanar,
donde será el acto público en que se recitarán todos los poemas, charlo unos
momentos con SLN., que también se ha acercado hasta aquí, como representante
del jurado.
Ya ha hecho una cala
—ha dicho— en Los andamios de los
pájaros, y me ha emocionado lo que ha comentado sobre el resultado de la
prueba.
Ciento veintiocho. He conocido, por fin, a las hijas de Mª J.
No es exactamente a lo que uno aspiraba en el primer encuentro, porque esperaba
más calma, un diálogo más amplio, no sé, más tranquilo; sin embargo son
momentos estos que se tocan con cofia de confusión y premura, saludos y nervios.
Ya falta poco para que ella haga su primera lectura pública de un poema suyo. Y
se le nota no sólo los nervios normales, sino la emoción que le produce haber
llegado hasta aquí.
Durante unos
segundos me pasan por el cerebro todos estos años desde que nos conocimos
gracias a Internet, gracias a los blog. Y me doy por bendecido, por haber sido
capaz de encontrar a un puñado de personas que, como ella, nos hemos ido
acompañando sin interferir en nuestras vidas, pero formando parte de ellas,
sumando, siempre sumando, ayudándome a crecer, a mirar, a aprender, a aprender
siempre.
Ciento veintinueve. Es verdad que quizá nos hayamos precipitado
al querer entrar en la sala. Iba con la intención de echar una mano, aunque
sólo fuera en para colocar algunas sillas. Pero se pueden decir las cosas de
una manera o de otra o de la de más allá… incluso se pueden decir bien, con
educación o un poco de cortesía.
Será que algunos de
los asistentes tenemos cara de posibles vándalos o parásitos indeseables.
Pero como todo tiene
sus consecuencias, en este caso este desaire ha servido para poder contemplar
durante algunos momentos algunas de las salas donde se exhiben fotografías de
una muestra que se celebra por estos días. Y también ha valido para
intercambiar algunas frases con algunas de las poetas, con quien apenas he departido
durante lo que llevamos de día. Y con más conocimiento de causa, porque ya
tenía la huella de sus versos en mi recuerdo.
Ciento treinta. Creo que este año es el que más disfruto
del recital. Me ha venido bien haber leído los poemas antes de empezar. Tampoco
me duele la cabeza como me sucedió dos años, claro que como intuía que podía
pasar, he tomado el correspondiente ibuprofeno que ha cumplido con su misión.
Mª. J. ha recitado
con sobriedad y claridad. No parecía nerviosa. A diferencia de la mayoría, no
ha explicado nada del poema, lo ha leído y han sonado sus versos al suave
deslizar del patinador sobre el hielo con esa fluidez de la musicalidad que le
ha impreso a la idea que ha sido capaz de hacer poema y que en el fondo habla
de la humildad que siente alguien que toma prestado unas vestiduras que no le
corresponden…
Eso opina ella,
claro; pero no es verdad del todo, pues en ella, como la gran lectora de poesía
que es, late —cada vez menos oculto— el corazón de una poeta que, además,
escribe.
Por mi parte, al
final, me he limitado a insinuar sin decir, y a leer las pocas líneas que me ha
enviado Lluïsa justificando su ausencia, agradeciendo la selección, pero sobre
todo, dando gracias a quienes le han ido trayendo al mundo de la poesía: Amelia
Díaz Benlliuere, María Luisa Mora Alameda y María Ramos, a quienes llama, sus doulas me ha escrito, es decir esas
mujeres encargadas de traer a la vida a un nuevo ser. ¡Qué hermoso piropo!
Y luego he leído del
mejor modo que he sabido los versos del poema. Sólo espero no haberlo
traicionado, no haber hecho trizas las intenciones de Lluïsa…
Me llevo dos penas de
esta jornada. La primera no haber conocido en persona a Lluïsa, que era algo
que me ilusionaba mucho, además de otras muchas ilusiones. La segunda es la
ausencia de M. que ha viajado a Asturias en estos días. Por lo demás, es verdad
que la mayoría de las expectativas se han cumplido. Es verdad que he conocido a
más personas. Pero se me ha quedado esa espina clavada.
Ciento treinta y uno. No sé si Norberto ha reducido el número de
poemas de cada bloque, intercalando más intermedios musicales a cargo de Pablo
Zamarrón y Miguel Abad, que han interpretado una hermosa música que mezclaba
tradición popular y temas renacentistas. Si es así, ha acertado, porque permite
a la atención no decaer del todo.
He observado un denominador
común, como un hilo que traba toda la antología de este año: el ser humano que
no desaparece nunca de los versos. Cualquier estilo, cualquier tono, alumbra
una experiencia personal o una reflexión individual que colmó en los poemas:
una estrategia para mantener el amor como perenne llama, el recuerdo en forma
de sentida elegía de quien nos arrebataron con mentira e injusticia, el deseo
convertido en fuego por encontrar la poesía —cuántos de estos poemas, cuántos—,
el recuerdo del amado, las huellas de quienes fueron en un tiempo plasmadas en
la sombra de la historia, lo frágil de la identidad, la añoranza del futuro,
tantas reflexiones sobre la vida, el deseo de vestirse de poeta, la memoria, el
miedo a la ausencia del amado, el cuerpo como templo de la verdadera esencia,
la poesía que otorga sentido a la vida, el amor apasionado frente a la falso y
edulcorado, la añoranza del paraíso de la infancia, el clamor por la
injusticia, el horizonte del futuro anclado en nuestra esencia del pasado, la
asunción de la realidad frente a los sueños, el amor como único norte de la
vida, el amor frente a las normas, la poesía para fijar el recuerdo de lo que
ha de permanecer, el canto a una ciudad que nos convirtió, quizá, en lo que somos,
el grito por la injusticia de estos tiempos que nos convierte en parias de la
noche a la mañana.
Pero uno de los
poemas, uno de ellos, me ha tocado de un modo muy especial. No sé si es el
mejor, tampoco me importa, aunque casi es el elegido, según se ha dicho. Y me
llega y me golpea, porque rima con mi vida, porque se cose como una sombra a mi
cotidianidad, porque hilvana con ese dolor que perdura durante estos años, este
dolor que ya se ha hecho amigo, este dolor inevitable y asumido, por tanto no
desesperado, pero no por ello menor doloroso.
Sé que cometo
injusticia al citarlo aquí, sin haber personalizado el resto, pero cómo no dar
las gracias a Vicente Rodríguez Manchado, como no solidarizarme con su emoción
y las vaharadas de los ojos de su esposa, si son mis vaharadas, si es mi
emoción, si es su Canción de cuna para
una madre, la misma nana que entono cada día.
Ciento treinta y dos. Nos ha costado a la mayoría más de veinte
minutos terminar de salir del Palacio de Quintanar. Firmas de poemas en los
ejemplares de la antología entre compañeros y quizá nuevos amigos, abrazos y
besos de despedidas, intercambios de mails, comentarios con unos o con otros.
En mi caso, además,
saludos a algunos conocidos que han asistido al recital como público y salen
encantados de lo que han visto y han oído.
He salido al patio a
fumar un cigarrillo y he contemplado la hermosura del almendro sobre el que cae
la luz ambarina de una farola dándole una expresividad fascinante, casi surrealista.
Como decía R. que ha acompañado Mª. S. al recital, contemplando la torre circular
del Palacio de las Cadenas que desde aquí se ve, la unión de la naturaleza y de
la historia en un instante. Y al señalarle la cigüeña posada sobre la esquina
del tejadillo de otra torre, la pequeña dicha ha sido total…
La pena es que
algunos debían retornar a sus hogares, que otros necesitaban algún descanso.
Pasa siempre, llega
el final del recital y cierta sensación de melancolía y de bajón se apodera de
las papilas de mi lengua…
Aunque este año, en
nuestro caso, hemos prolongado la jornada. C, Mª J., Mª S, R y yo hemos ido a
tomar algo calentito, mientras llegaba el momento en que Ana llegase desde la
Granja, para rematar el día.
9 comentarios:
Amando es fantástica la manera de hacernos partícipes desde el primer momento de esta aventura "cultural poética", acercándonos hasta vosotros, recorriendo las empedradas calles y respirando el frescor de la mañana; hasta desembocar en una tarde grisácea y fría pero llena de ilusiones compartidas donde el acto de clausura remata con la luz de los poetas y de sus versos y de esa conjunción que nace entre ellos y el público. Es en ese momento cuando brota la sensación de querer ser y estar. Gracias Amando por contarnos con esa fina textura de tus letras la experiencia vivida. Abrazos.
Qué emoción encierran tus palabras, querido Amando. Los que tenemos la suerte de conocerte, sabemos que eres lo que escribes. Es un placer guardar tus textos que siempre nos recordarán este día tan especial para todos nosotros. Es una suerte, como dices, que la poesía nos uniera hace unos años.
Un gran beso.
Tendré la suerte de conocer de primera mano todo lo que nos relata...mis amigas MªJ y C. me lo contarán todo a partir de mañana.
Una abrazo, hoy extendido al amigo Norberto y a todos los participantes en el V Día Internacional de Poesía de Segovia.
Pepe Gonce
Un día de encuentros y reencuentros, caluroso a pesar del tiempo. Como lo contabas a amigos me inicié a la poesía española en tu blog y tu texto me servirá de memoria. Abrazos, Amando y hasta la próxima vez en Segovia.
Vista la intensidad de ese día recreado, dudo si volver el año que viene o disfrutarlo directamente en tus palabras. ¿Qué me aconsejas?
Por cierto, nada dices de los judiones y cochinillo que se hicieron poesía en tu plato.
Abrazos, siempre
Al final, resulta que todo acontecimiento necesita un cronista capaz de cazar al vuelo todos los detalles. A pesar de haber estado ahí, leyendo tu relato me da la impresión de haberme perdido una buena parte. Y tiene razón tu tocayo: solo te faltó nombrar el codillo.
Buenos días,Amando, y al resto de la compaña.
A estas horas de la mañana del domingo 30 de marzo, con la huella del cambio de hora en el cuerpo, visito el blog. Lo leo con atención, y me asombro.
Amando, gracias por tus palabras que me acompañarán siempre. Gracias por tu maravillosa fotografía de la jornada compartida el pasado sábado día 22de marzo, con motivo de "nuestro" V Día Internacional de la Poesía en Segovia.
Gracias a los "comentaristas".
Y, aquí, también, gracias a Norberto, en público, a falta de comentárselo reposadamente por correo electrónico.
Amando: visitaré tu blog, y leeré tu "Andamio...", y, sabedlo, os espero en Salamanca en cualquier momento.
Un abrazo a todos.
Pero qué bien escribes Amando!!! No, no te olvido pese a avatares diversos, e igualmente os deseo felices tiempos para u
ti y los tuyos.
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