Llegué cuando Ángeles Caso salía del taxi que las entregó a la puerta de la iglesia-museo de los Zuloaga o San Juan de los Caballeros (de ambas formas conocemos a este lugar que ya es emblemático para la cultura segoviana). La joven escritora se acercó a la portezuela de atrás de donde bajó con dificultad Ana María Matute, toda ella vestida de blanco, como un hada buena, y con una muleta sobre la que cargaba su leve peso en el brazo derecho.
Me aproximé en silencio, para contemplar a esta mujer y escuché su exclamación al entrar en la nave del templo… (permitidme que lo llame así, aunque no haya culto en su interior desde que hace casi un siglo lo adquirió el ceramista Daniel Zuloaga que lo convirtió en su estudio…). Digo que escuché cómo decía “¡Qué maravilla!”, con la rotundidad propia de la admiración, con ese tono de voz nítido y fuerte que parece complicado que salga de ese organismo de apariencia tan delicada y que a lo largo de la siguiente hora empleó en muchos momentos. Durante unos segundos tuve tiempo de ver lo que sus ojos vivos de hada sabia veían: un amplio espacio rectangular (desde ese punto es difícil apreciar la plata de cruz latina) abovedado y al fondo, iluminado, el desnudo ábside románico que enmarca un espléndido arco de medio punto…
Me cerraron la puerta, como no podía ser de otro modo, y me fui, obediente, al acceso que tienen reservado para el público.
Se habían agotado las localidades que no sé en qué número se pondrán a la venta para este lugar, pero así, a ojo de buen cubero, yo diría que entre trescientas o cuatrocientas. Tuve suerte y encontré una silla libre en la tercera fila. Aunque estaba un poquito esquinada no me importó, pues la visibilidad era perfecta.
Como el Hay Festival, o más propiamente en español Festival Hay, está organizado por los británicos, la puntualidad es la esperable, y deseable, en cualquier acontecimiento.
A las cinco en punto de la tarde, pues, por uno de los arcos laterales, accedieron a ese espacio central las dos escritoras. Ángeles Caso, que siente verdadera y sincera admiración por Ana María Matute, la conducía con todo esmero, no se fuera a quebrar su frágil esqueleto. La ovación fue cerrada. No se trató, no, de las simples palmas de acogida, fue una ovación en toda regla. En cuanto se sentó en la silla, pareció la reina de las hadas, la reina del bosque, la reina de un reino imposible. Sus primeras palabras fueron para explicar que este lugar era el mejor que le podrían haber reservado, puesto que ella todavía vive en la Edad Media…
Desde esa primera frase, mi cabeza no se separó de los recuerdos de Olvidado Rey Gudú.
Ana María Matute vino el sábado a Segovia a decir cosas que a mí me parecen muy interesantes y que ya han publicado los periódicos. Por ejemplo, la exclusiva que nos dio: está empezando a escribir otro libro. Por ejemplo que para ella, el solo hecho de escribir le da el poder y la gloria.
Pero eso es lo que dicen y destacan los periódicos. A mí me interesaron, además, otras.
Al preguntarle la escritora ovetense por el instante en que empezó a escribir, la barcelonesa recordó a la cocinera que había en su casa, Isabel, que era de Segovia (y ella lo subrayó con una energía prodigiosa) y le contaba muchos cuentos de hadas, y desde entonces ella se dijo que de mayor querría escribir historias como esas. Evocó a su madre, quien guardaba sus cuentos escritos desde los diez años en una caja de zapatos. Relató que por ser mujer había tenido muchos problemas, pero el mayor de todos fue que le quitaron, por culpa de las leyes franquistas, el crecimiento de su hijo durante tres años. Nada menos que tres años. Para quien no lo sepa, por aquel entonces una separación era la condena para la madre, que perdía cualquier derecho sobre los hijos que, automáticamente pasaban al padre. Su marido (el malo, como ella lo llamó) fue retratado como un ogro, pero gracias a su suegra, que definió como buenísima, pudo disfrutar de su hijo los fines de semana. Quizá se piense que esto no debe estar aquí, pero ella dedicó varios minutos al asunto, y lo repitió varias veces. También citó al marido bueno con quien convivió veintiocho años hasta que murió, y de otros caprichillos, que con ochenta y cuatro años (ella repitió dos veces su edad). Y se extendió sobre la depresión, de lo terrible que es esta enfermedad y que a ella la sepultó en el silencio durante casi diecinueve años.
Ensalzó la luz de la palabra, la fuerza de la palabra, cómo ella se curó, no con pastillas, sino que gracias a que su doctor le dejaba hablar y hablar y hablar.
Le preguntó Ángeles Caso cuál era su mejor novela. Ella dijo que no sabía si era la mejor, pero sí la que más le gustaba, Olvidado Rey Gudú, porque esa era la novela que siempre había querido escribir… A este escribidor se le iluminaron las pupilas, porque esa novela también le gustó muchísimo y eso que es una novela de género fantástico, que es un género que no prodiga mucho quien esto anota. Pero la tremenda sensibilidad de trasgos, gnomos, ondinas, y otros seres extraordinarios en convivencia con humanos de todas las clases, me dejó fascinado hace años.
Admitió con muchas reticencias y, un poco forzada por la insistencia de la asturiana (o a mí me lo pareció), que en la literatura hay una mirada femenina distinta de la masculina, cosa que yo no comparto.
Me aproximé en silencio, para contemplar a esta mujer y escuché su exclamación al entrar en la nave del templo… (permitidme que lo llame así, aunque no haya culto en su interior desde que hace casi un siglo lo adquirió el ceramista Daniel Zuloaga que lo convirtió en su estudio…). Digo que escuché cómo decía “¡Qué maravilla!”, con la rotundidad propia de la admiración, con ese tono de voz nítido y fuerte que parece complicado que salga de ese organismo de apariencia tan delicada y que a lo largo de la siguiente hora empleó en muchos momentos. Durante unos segundos tuve tiempo de ver lo que sus ojos vivos de hada sabia veían: un amplio espacio rectangular (desde ese punto es difícil apreciar la plata de cruz latina) abovedado y al fondo, iluminado, el desnudo ábside románico que enmarca un espléndido arco de medio punto…
Me cerraron la puerta, como no podía ser de otro modo, y me fui, obediente, al acceso que tienen reservado para el público.
Se habían agotado las localidades que no sé en qué número se pondrán a la venta para este lugar, pero así, a ojo de buen cubero, yo diría que entre trescientas o cuatrocientas. Tuve suerte y encontré una silla libre en la tercera fila. Aunque estaba un poquito esquinada no me importó, pues la visibilidad era perfecta.
Como el Hay Festival, o más propiamente en español Festival Hay, está organizado por los británicos, la puntualidad es la esperable, y deseable, en cualquier acontecimiento.
A las cinco en punto de la tarde, pues, por uno de los arcos laterales, accedieron a ese espacio central las dos escritoras. Ángeles Caso, que siente verdadera y sincera admiración por Ana María Matute, la conducía con todo esmero, no se fuera a quebrar su frágil esqueleto. La ovación fue cerrada. No se trató, no, de las simples palmas de acogida, fue una ovación en toda regla. En cuanto se sentó en la silla, pareció la reina de las hadas, la reina del bosque, la reina de un reino imposible. Sus primeras palabras fueron para explicar que este lugar era el mejor que le podrían haber reservado, puesto que ella todavía vive en la Edad Media…
Desde esa primera frase, mi cabeza no se separó de los recuerdos de Olvidado Rey Gudú.
Ana María Matute vino el sábado a Segovia a decir cosas que a mí me parecen muy interesantes y que ya han publicado los periódicos. Por ejemplo, la exclusiva que nos dio: está empezando a escribir otro libro. Por ejemplo que para ella, el solo hecho de escribir le da el poder y la gloria.
Pero eso es lo que dicen y destacan los periódicos. A mí me interesaron, además, otras.
Al preguntarle la escritora ovetense por el instante en que empezó a escribir, la barcelonesa recordó a la cocinera que había en su casa, Isabel, que era de Segovia (y ella lo subrayó con una energía prodigiosa) y le contaba muchos cuentos de hadas, y desde entonces ella se dijo que de mayor querría escribir historias como esas. Evocó a su madre, quien guardaba sus cuentos escritos desde los diez años en una caja de zapatos. Relató que por ser mujer había tenido muchos problemas, pero el mayor de todos fue que le quitaron, por culpa de las leyes franquistas, el crecimiento de su hijo durante tres años. Nada menos que tres años. Para quien no lo sepa, por aquel entonces una separación era la condena para la madre, que perdía cualquier derecho sobre los hijos que, automáticamente pasaban al padre. Su marido (el malo, como ella lo llamó) fue retratado como un ogro, pero gracias a su suegra, que definió como buenísima, pudo disfrutar de su hijo los fines de semana. Quizá se piense que esto no debe estar aquí, pero ella dedicó varios minutos al asunto, y lo repitió varias veces. También citó al marido bueno con quien convivió veintiocho años hasta que murió, y de otros caprichillos, que con ochenta y cuatro años (ella repitió dos veces su edad). Y se extendió sobre la depresión, de lo terrible que es esta enfermedad y que a ella la sepultó en el silencio durante casi diecinueve años.
Ensalzó la luz de la palabra, la fuerza de la palabra, cómo ella se curó, no con pastillas, sino que gracias a que su doctor le dejaba hablar y hablar y hablar.
Le preguntó Ángeles Caso cuál era su mejor novela. Ella dijo que no sabía si era la mejor, pero sí la que más le gustaba, Olvidado Rey Gudú, porque esa era la novela que siempre había querido escribir… A este escribidor se le iluminaron las pupilas, porque esa novela también le gustó muchísimo y eso que es una novela de género fantástico, que es un género que no prodiga mucho quien esto anota. Pero la tremenda sensibilidad de trasgos, gnomos, ondinas, y otros seres extraordinarios en convivencia con humanos de todas las clases, me dejó fascinado hace años.
Admitió con muchas reticencias y, un poco forzada por la insistencia de la asturiana (o a mí me lo pareció), que en la literatura hay una mirada femenina distinta de la masculina, cosa que yo no comparto.
Nos confesó que ella no era intelectual, que ella no sabía de muchas cosas, que ella escribía y contaba historias que es lo que realmente sabe hacer, que de muchas cosas no sabe nada, y que no entiende por qué a un escritor hay que preguntarle siempre sobre todo. Que ella es una mujer que vive en este mundo y que escribe, entre otras cosas, para protestar, para quejarse, pero no sólo del mundo o de las injusticias, sino de sí misma, de las miserias que a todos nos acontecen. Nos dijo que odia a los simuladores, sobre todo a los que van de intelectuales sin serlo.
Y quizá, todavía refirió mucho más, incluso contestó alguna pregunta del público.
Pero si yo hubiera sido periodista, que no lo soy, el titular que hubiera escogido es el que he puesto ahí arriba: Para mí, vivir es escribir.
28 comentarios:
Magnífico reportaje!!!!
Enhorabuena!!!
¡Qué suerte poder escocharla!
Buenos días.
y puedes añadir: la escritura da la vida.
Es lo que tú has hecho, has dado vida a una escena que ya pasó y seguirá viva aquí.
Buenos días
Alenarterevista
Muchas gracias.
Gaspard:
Buenos días.
Tienes toda la razón. Creo que ya somos conscientes de la inmesa suerte que tenemos en esta ciudad, de haber disfrutado de cuatro ediciones de este festival.
Porque, con independencia de los gustos de cada uno, hemos contado con la posibilidad de escuchar a autores que son pesos pesados de las letras.
Por una vez, las instituciones fueron rápidas en reaccionar, y, por ejemplo, el Ayuntamiento de Segovia entregó, casi de inmediato, las Llaves de Oro de la ciudad a la organización de estos encuentros.
Sólo por el ambiente que se crea en la ciudad merecería la pena, pero hay mucho más, bastante más.
Como alguna secuela en forma de otro evento titulado IV Encuentro de Escritores que será el próximo fin de semana. Es algo más alternativo y con menos glamour, pero también tiene su importancia.
Maririú
Claro, la escritura da la vida, porque a quienes escribimos nos vivifica y porque, además, tiene la prodigiosa (si se hace bien) recrearla en la mente de los lectores.
Como otras de su época, y lo digo por mi admirada y añorada Carmen Martín Gaite, Ana María Matute es una mujer a la que es imposible no admirar y querer. Bien claro nos lo has dejado en la entrada de hoy.
Y aunque este año no he tenido ocasión de asistir a ningún acto, el viernes pudimos disfrutar por la calle Real de un auténtico reguero de periodistas y escritores como si tal cosa: Rosa María Calaf, Javier Rioyo, etc.
Esperemos que el Hay Festival nos dure muchos años y siga proporcionando a Segovia prestancia internacional, como hasta ahora lo ha hecho Titirimundi.
Besos escribidor
Susana:
Ya era imposible no admirarla, sólo con leer algo de ella; pero conociendo un poquito de su personalidad, lo que se pudo percibir, este sentimiento crece y crece. Es una mujer tan vital, tan bienhumorada, tan sensible, tan optimista...
A mí me llamó la atención, no sólo la presencia de escritores, sino el elevado número de británicos que había por la calle (inseparables de sus cervezas en varias terrazas).
Y entre eso, el buen número de turistas que se acercó hasta aquí, el novenario de la Fuencisla y las bodas, desde luego la calle en sí misma era un festival
Lo mejor de la organización de este festival es que toda la ciudad parece implicarse.
Un fin de semana dedicado a la cultura.
Neuroscopetrix:
No sé si toda la ciudad, pero desde luego una buena parte sí. Es un fin de semana en que los escritores y sus obras aparecen en las primeras páginas de los periódicos, lo que, desde luego, es un buen síntoma. Al menos una vez al año.
Amando, ¿Qué te parece el titular de EL ADELANTADO.com? “Ana María Matute conquista con su sentido del humor al público”. Con 84 años, madre mía…
De tu reportaje hipermétrope, lo que más me sorprende es la confesión que os hace de “que ella no era intelectual”…dentro de ese escalafón si Ana María Matute no es una intelectual, nosotros, los monaguillos, ¿Qué somos?
Un abrazo.
Pepe Gonce:
Pues es un magnífico titular.
Como creo que he señalado nos mostró un sentido del humor envidiable, una ironía grande y fina. Sobre todo cuando hablaba de sí misma, de su vida; también mezclada con una exquisita ternura que a alguno nos puso los ojos, como con cristalitos, tú ya me entiendes.
Alguien muy entrañable que nos hizo reír y sonreír.
Y sí, lo que dices como colofón, lo suscribo, los monaguillos, ya sabes, a ayudar en misa y a tocar la campanilla
No conozco su obra pero el retrato que haces Amando me hace pensar en el de la doctora Levi..., una italiana co la misma edad, la misma hermosura, la misma dulce ironia a que interviuvo Miguel Mora, el periodista, en el Pais hace unos meses.
Al leer el blog de JC, B.B o sea Brigitte Bardot, y el blog tuyo me viene a la mente que no hay ninguno privilegio de la edad, que uno se construye fisica (en lo que es posible) y moralmente al largo de la vida.
De acuerdo con Catherine.
Pero es que para construirse moralmente ( yo prefiero la palabra "éticamente", lo de la moral me suena en exceso a religión) hace falta tener principios. Y la Bardot el único que tuvo fue su narcisismo.
Aquí se respira
Pues Cathérine, vas a leer a Ana María Matute y cuando la leas disfrutarás de lo lindo. tengo algunos aquí, pero no OLvidado rey Gudú.
El humor , el sentido del humor es lo más necesario cuando se vive viejo y siempre, pero ayuda a sobrellevar los achaques
¡Qué maravilla!, como dijo Ana María Matute. No se me ocurre otra frase para agradecerte esa narración tan sentida del rato que pasate junta esa mujer tan admirada. Y no me olvido de Angeles Caso, siempre tan comedida, tan sabia. Vaya dos señoras!
Besos en exclusiva para el escribidor.
Catherine
A mí me ocurre respecto de la doctora Levi..., pero si se parece a Ana María Matute seguramente es una grandísima mujer. Y efectivamente, somos, en buena medida el fruto de nuestro propio esfuerzo y de nuestra propia dedicación.
Alena Collar
Precisamente porque estoy de acuerdo contigo, aunque intuyo que tienes razón, prefiero no opinar sobre BB.
La ética de Ana María Matute, desde luego, es intachable y asume en sí valores como la solidaridad, la escucha, la sinceridad...
Maririú
Creo que el sentido del humor (que a veces no tiene que ver con la carcajada, sino con la ironía y la sonrisa) es muestra, primero de humanidad, y segundo de inteligencia. Por tanto con la edad es más necesario, pues los recursos físicos escasean.
El sentido del humor bien entendido empieza por uno mismo.
Isolda
¿Recuerdas que nos asomamos a la iglesia-museo y estaban como en obras...? Pues no debían ser obras como tal sino el montaje del espacio para estos actos.
Claro que me acuerdo, Amando.
Después de lo de hoy, tengo clarisimo que el último fin de semana de septiembre de 2010, voy a estar en Segovia.
Besos.
PS. FELICIDADES Alenarterevista!!!
Amando, creo que conté aquí que el 24 de junio iba yo andando por la acerca que hay entre la fachada del Ayuntamiento y los jardines enfrente del edificio. Ya no recuerdo si llegaba de los muelles del río, tras cruzarlo para comprar unos libros, o venía del Beaubourg para ver por segunda y última vez la exposición de Kandisnky. La cosa es que, igual que tú te encontraste a Matute, yo me encontré a Tzvetan Todorov. Cierto que tú ibas con intención de escucharla, y que yo no tenía ni idea de que estaba allí, en un estudio al aire libre de RTL. También me aproximé en silencio. De hecho, casi paso por delante de Todorov y no me doy cuenta. Pero, fortuna que tengo, como hacen en las películas cuando miran desde un binocular, ven el objetivo, lo pasan de largo y luego retroceden la vista, pensé: ¡A ese señor de pelo blanco lo conozco! Lo conozco, claro, de verlo en TV, o en las fotos de sus libros. Retrocedí, y allí estaba, levantándose de una silla para acercarse al micrófono al que lo invitaba el locutor. Y me pasé no sé cuánto tiempo escuchándolo. No me cerraron la puerta, porque no se podía, era plena calle. Vi su pelo desgarbado, su ropa corriente, unos calcetines de rayas y sus ojos vivos tras las gafas. Un tono de voz normalito. Allí lo tenía, delante de mí al filósofo búlgaro, autor, entre otros, de 'La peur des barbares'. Los periódicos no hablaron del acto en concreto. La división internacional de la cadena de radio está protestando por el recorte de plantilla. Justo hoy leo en 'Le Monde' la primera información al respecto.
RFI (Radio France Internationale), no RTL (Radio Télévision Luxembourg).
Isolda:
Bueno, pues será un buen momento de pasar unos días intensos. Ya lo verás, porque no te conformarás con una cosa, ya lo verás.
Gaspard
Pues no recuerdo esta anécdota en concreto, pero es igual. De Teodorov sé qué has hablado y en más de una ocasión. A mí me impresionó el discurso que pronunció durante la ceremonia de entrega de los Premios Príncipe de Asturias. Lo que dices, lo intuí: esa falta de afectación, la sencillez, claridad, inteligencia y contundencia de sus ideas.
Se me quedó grabado aquello de que cualquier ser humano es emigrante que, creo, es una de las ideas motriz de su pensamiento.
Ýa lo he comprobado en alguna ocasión, los más grandes son los que menos aparentan esa grandeza, los que se confunden con más naturalidad entre las gentes normales; además suelen tener clara conciencia de que son gentes normales.
Bonsoir!
Llego un poco tarde y ya el sueño me invade....
D. Amando .¡ Qué lujo y qué sana envidia poder ver de cerca a la Matute!
¡ Magnifico testimonio del acontecimiento el que nos ofrece!
Hace mogollón de tiempo que no leo nada de la señora . Creo que leí "Los soldados lloran de noche " y " La trampa" pero no recuerdo ni por donde andarán los libros.
Le he leido atentamente y no me ha sorprendido mucho que Dª Ana María dijera que no se siente una intelectual,pues esa actitud ( característica de muchos de los escritores de su época ) se refleja bien en toda su obra literaria. Verá ..recuerdo a D. Luis , profesor progre de Literatura allá por el Pleistoceno, explicandonos que en ella , en Aldecoa, Sanchez Ferlosio y alguno más que no recuerdo..bueno ,pongamos que en todos los que pasaron a integrar la generación llamada del medio siglo.. el elemento más característico fue el problema de la función intelectual en la literatura, y por eso ella siempre lo repite cuando tiene la oportunidad de hablar en público.
Nos explicaba que los escritores de estos años, partiendo de una base ética (procedente sobre todo del filósofo Sartre) defendían un arte comprometido con el momento social y moral del mundo que les había tocado vivir.
Que cada cual lo reflejaba en su obra con diversos grados de intensidad, que en los casos en que el escritor se sentía más "artista" , existía una visible preocupación por el lenguaje y la estructura del escrito,pero que otros caían en un abandono casi completo de las exigencias artísticas para producir literatura con poco o nulo valor estético.
No creo que esto sea completamente cierto en la Matute,porque a pesar de que sus novelas "llaman " más por su carácter didáctico ,por su condición de arma de "lucha", lo cierto es que lo social alcanza a lo estético e incluso lo supera, si pensamos que el arte en nuestra vida , en nuestro mundo, consiste precisamente en "luchar" para transformarlo. ¿No?
Uy ..perdón por la extensión pero se me fue el santo al Cielo....
Miro el reloj y mejor decir
¿Bonjour?
Venecia:
¡Buenos días! Amanece despacito y con viento. Las nubes parece que son la peineta de la sierra y no sé si acabaremos por tener el día nublado o el cielo permanecerá limpito como está ahora mismo.
Una de las cosas que dijo Ana María Matute y que no escribí y que sus palabras hace que emerja de mi memoria es que ella escribe (y siempre lo hizo) para protestar.
Utilizó este verbo, como si con él quisiera rebajar ese compromiso social del que estamos hablando. Y así al hacerlo más cotidiano, como más familiar nos lo acercó a todos.
Explicó, además, que no se trataba de protestar sólo contra la situación de las cosas o sobre los tremendos problemas que asolaban y asolan a la humanidad, o al país, sino para protestar en primer lugar contra sí misma, contra su propia vida.
Me da la impresión, como hemos dicho hoy por aquí, que su ética nace de su postura personal, de la exigencia consigo mismo y del compromiso ético con la escritura, esa imposibilidad de hacer otra cosa distinta de escribir.
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