Foto reciente de José Luis Sampedro, distribuida por la agencia EFE a varios
medios de comunicación
Al acabar de leer La sonrisa etrusca de José Luis Sampedro, sentí que dentro de mí se removía algo muy hondo. Me conmovió como pocos libros la exquisita sensibilidad del escritor barcelonés, que vivió su infancia y buena parte de su juventud junto al Mediterráneo de Tánger. De él yo sabía poco o nada: que era economista y profesor universitario y senador por designación real y publicaba libros, y que, cuando hablaba sobre temas políticos o económicos, era muy ácido, muy crítico, muy heterodoxo, casi corrosivo: el perfil de alguien que no se casa con nadie.
Pero no había leído nada suyo.
Por aquel entonces, hablo de 1993, RBA publicó una colección de narrativa española que se vendía en los quioscos, una nueva novela cada semana. No era el típico libro de bolsillo, pues era de tapa dura, aunque uno pagaba el peaje de su barato precio en forma de letras minúsculas, casi adosadas las unas a las otras, y de renglones tozudos que pretendían todos, a la vez, caminar por la misma trocha. En fin, lo más apropiado para un pobre hipermétrope que no se cansaba de leer.
El segundo volumen de esa colección fue La sonrisa etrusca. No recuerdo si lo leí de inmediato o pasaron algunas semanas antes de hacerlo, pero tal circunstancia no tiene demasiada importancia, puesto que lo trascendente fue que me lo leí en un par de tardes y luego, cosa que no suelo hacer, lo releí.
La primera escena de la novela me dejó completamente colgado de ella e imposibilitado para abandonar el resto de la narración; lo demás no lo pude remediar, aunque ni lo intenté. Sobre todo me quedó indeleble en el alma lo que me parece que quiso transmitir el escritor: su amor a la vida, la radical capacidad de transformación que el amor otorga a los seres humanos: esta especie animal capaz de cualquier cosa, de todo, cuando ese sentimiento invade su venero, aunque en ese momento reciban la primera llamada de la muerte... Aquellos dedos torpes del anciano enfermo que, en medio de la noche milanesa, practican una y otra vez con un muñeco el modo que se abotona un jersecillo, para ser capaz de ensartar los diminutos botones dentro de los diminutos ojales de la ropilla de su nietecillo recién nacido... Todavía me estremezco al recordar ese instante y el resto de escenas que se entrelazan con tanta sencillez y tanta emoción en un libro no muy largo, tan hermoso.
En esa misma colección se publicó Octubre, octubre que tardé mucho más tiempo en leer. Con esta última descubrí otro modo de entender la novela, quizá fue la confirmación que necesitaba para comprender por propia experiencia que estaba ante un gran escritor. Luego he leído El amante lesbiano, La vieja sirena y La senda del drago… Todos diferentes, todos de aguda penetración, todos ellos cánticos a la vida. La vida como furor genésico que está por encima de ideologías, orientación sexual, condición social, edad, profesión, época histórica…
El pasado domingo 1 de febrero, este hombre ha cumplido noventa y dos años, y a pesar de su sordera, a pesar de su reciente enfermedad tan grave (que ha provocado un nuevo libro), a pesar de que su organismo ha entrado en decadencia (algo inevitable) su espíritu vital sigue ardiendo y le baila y le brinca y le cruza sus pupilas y se le clava en el intenso gesto que se confunde con el profundo rastro que en él han dejado tantos años. Ese afán suyo por abrazarse a la vida, le permite seguir con el trabajo constante, levantándose en plena madrugada para no despertar a Olga, escribir cada mañana sobre una tabla que apoya en sus rodillas…
Ahora, por lo que se nos ha dicho a través de la prensa, La sonrisa etrusca va camino de subirse sobre los escenarios. Y si él está detrás de la adaptación de su novela, será menester, casi obligación moral, acudir a verla, porque somos, a imagen del maestro, defensores a ultranza de la vida.
Pero no había leído nada suyo.
Por aquel entonces, hablo de 1993, RBA publicó una colección de narrativa española que se vendía en los quioscos, una nueva novela cada semana. No era el típico libro de bolsillo, pues era de tapa dura, aunque uno pagaba el peaje de su barato precio en forma de letras minúsculas, casi adosadas las unas a las otras, y de renglones tozudos que pretendían todos, a la vez, caminar por la misma trocha. En fin, lo más apropiado para un pobre hipermétrope que no se cansaba de leer.
El segundo volumen de esa colección fue La sonrisa etrusca. No recuerdo si lo leí de inmediato o pasaron algunas semanas antes de hacerlo, pero tal circunstancia no tiene demasiada importancia, puesto que lo trascendente fue que me lo leí en un par de tardes y luego, cosa que no suelo hacer, lo releí.
La primera escena de la novela me dejó completamente colgado de ella e imposibilitado para abandonar el resto de la narración; lo demás no lo pude remediar, aunque ni lo intenté. Sobre todo me quedó indeleble en el alma lo que me parece que quiso transmitir el escritor: su amor a la vida, la radical capacidad de transformación que el amor otorga a los seres humanos: esta especie animal capaz de cualquier cosa, de todo, cuando ese sentimiento invade su venero, aunque en ese momento reciban la primera llamada de la muerte... Aquellos dedos torpes del anciano enfermo que, en medio de la noche milanesa, practican una y otra vez con un muñeco el modo que se abotona un jersecillo, para ser capaz de ensartar los diminutos botones dentro de los diminutos ojales de la ropilla de su nietecillo recién nacido... Todavía me estremezco al recordar ese instante y el resto de escenas que se entrelazan con tanta sencillez y tanta emoción en un libro no muy largo, tan hermoso.
En esa misma colección se publicó Octubre, octubre que tardé mucho más tiempo en leer. Con esta última descubrí otro modo de entender la novela, quizá fue la confirmación que necesitaba para comprender por propia experiencia que estaba ante un gran escritor. Luego he leído El amante lesbiano, La vieja sirena y La senda del drago… Todos diferentes, todos de aguda penetración, todos ellos cánticos a la vida. La vida como furor genésico que está por encima de ideologías, orientación sexual, condición social, edad, profesión, época histórica…
El pasado domingo 1 de febrero, este hombre ha cumplido noventa y dos años, y a pesar de su sordera, a pesar de su reciente enfermedad tan grave (que ha provocado un nuevo libro), a pesar de que su organismo ha entrado en decadencia (algo inevitable) su espíritu vital sigue ardiendo y le baila y le brinca y le cruza sus pupilas y se le clava en el intenso gesto que se confunde con el profundo rastro que en él han dejado tantos años. Ese afán suyo por abrazarse a la vida, le permite seguir con el trabajo constante, levantándose en plena madrugada para no despertar a Olga, escribir cada mañana sobre una tabla que apoya en sus rodillas…
Ahora, por lo que se nos ha dicho a través de la prensa, La sonrisa etrusca va camino de subirse sobre los escenarios. Y si él está detrás de la adaptación de su novela, será menester, casi obligación moral, acudir a verla, porque somos, a imagen del maestro, defensores a ultranza de la vida.
Con toda humildad y a sabiendas de que es imposible que le llegue esta tarjeta de felicitación y con dos días de retraso, además, feliz nonagésimo segundo cumpleaños.
5 comentarios:
Ves, lo que digo, uno no tiene tiempo real de leer todo lo que se desea, encima escribir...y con pretensiones, menos, me mandé a hacer un trabajo sobre Macedonio que...en realidad no sé si podré concluir...8 vidas más no alcanzaría para todo lo que hay delante.... Ah! y me olvidaba encima del mural, nó si me quedaré con las ganas del mestro Sampedro.
Sorprende Sampedro. Tan sencillo, tan inteligente, tan seguro de sí mismo, pero a la vez tan tierno y entrañable. Siempre le he tenido ahí como un gran hombre. La sonrisa etrusca, en casa, en espera. El amante lesbiano, un libro sorprendente para un hombre de su edad, con un montón de matices imposibles.
Adrián, tienes razón. Quizá ésta sea otra de las virutdes de la comunicación: se comparte la riqueza de unos y de otros, y al menos ssbemos que hay algo más.
Además, no todo el mundo está tan ocupado. Quizá alguien dude en qué leer, no sé. "La sonrisa etrusca", o cualquiera de los otros libros de Sampedro me figuro que se encontrará en cualquier biblioteca.
S.V.-B: Pues si tienes un huequecillo que no espere más, se lee muy pronto y muy fácil. No tanto Octubre, Octubre. El amante lesbiano fue un descubrimiento para mí, porque me abrió los ojos sobre los matices. Sí todo parece que es igual, que sólo hay hombres o mujeres, que se pueden relacionar homosexual o heterosexualmetne, pero hay tantas vairantes. Si no recuerdo mal, a mí me salieron nueve.
Gracias por la recomendacion,la sonrisa etrusca no la he leido, si el amante lesbiano y otro el mercado y la globalizacion muy interesante de hace unos años.
Esta claro ,el que quiere seguir vivo, vive pase lo que pase,lo importante es querer!!!
Qué alegría, Chus. Disfrutarás, lo juro, y más tú, madre joven, con La sonrisa etrusca... Ten los pañuelos cerca, por la emoción, que no tristeza.
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