viernes, 27 de febrero de 2009

EL ESPEJO 3.

Palidecí presa del espanto.
Obviamente, no me vi, pues no se me ocurrió (ni hubiera podido) acudir a otro espejo de la casa, pero la sensación de vacío repentino en el estómago, la sequedad de la boca, la semejanza entre la textura de la lengua y la de una lija, son síntomas inconfundibles. Por si fuera poco, noté las piernas gelatinosas, como si les hubieran aflojado los tornillos que las unen con las caderas. El corazón, primero, paró en seco, y, en décimas de segundo, cabalgaba a uña de caballo. Sentí sudor frío por la frente y la espalda.
Reaccioné paulatinamente, con tal lentitud, que podía contar cada gota de saliva que acudía, redentora, a humedecer mi lengua, mi garganta... Pensé (supongo que por el afán racionalista de los humanos) que el espejo había perdido el azogue, o que, más que luna, era algún material pulido y oscuro que aún semejando un espejo tenía todas sus cualidades excepto, precisamente, la que le define: su capacidad de reflejar lo que está al otro lado.
Pero me equivocaba. Allí sólo había un vulgar espejo..., que no devolvía imágenes, tan sólo la fría oscuridad, el vacío infinito, la nada eterna. Una transparencia opaca, como si un muro, a la vez invisible y negro, le impidiera cumplir su misión secular.
Lo repasé.
De su aspecto no extraje consecuencias que explicaran lo inexplicable. Todo era normal. Ahuecándolo, alcé el bastidor que colgaba de la pared por la parte superior del marco. No hallé otra cosa que una lámina de madera. Recorrí cada milímetro del marco (lo más hermoso del dormitorio), una prodigiosa filigrana de volutas y hojas, realizada por un experto ebanista. Nada...
Un espejo que no reflejaba. Tiempo suspendido, colgado del infinito, instante detenido.
Intenté acallar el miedo que ascendía, irrefrenable, desde una zona confusa del tórax a mi garganta. Mi cerebro, que giraba como las aspas de una batidora a máxima velocidad, seguía a lo suyo: buscar y encontrar la explicación racional. Es curiosa esta tendencia humana a buscar lo racional en todo. El cerebro está construido de tal modo que para él es inaceptable incluso lo evidente. Al menos como primera reacción. Porque, al mismo tiempo, otra idea se apoderaba de su engranaje acelerado, ¿y si eran ciertos los rumores, y el piso estaba encantado?
Nunca me gustaron la literatura ni el cine de terror, acaso porque me meto demasiado en las historias y lo paso fatal. Entonces maldije mi animadversión a este género, pues, en caso contrario, o sea, si me hubiera gustado, sabría todo lo relacionado con espejos que no reflejan, cuando, en apariencia, su “organismo está sano”.
Hubiera sabido, por ejemplo, que eso sólo sucede en el caso de los vampiros, y sin embargo yo sabía que no era vampiro.
¿O no lo sabía y sí lo era?
Escuché ruidos extraños.
Parecían (me parecían) maullidos de gatos asustados, gañidos de perros apaleados, chirridos de puertas desvencijadas... Volvía la cabeza de un sitio a otro, como si el pánico fuera viento huracanado y yo ligera veleta. Supongo que, amplificados por mi pavor, serían los típicos sonidos que en un caserón antiguo generan los cambios térmicos, que dilatan o contraen la madera y otros materiales empleados en su construcción. Quizá alguna cañería en la que el aire se dedicaba a circular más que el agua, quizá alguna teja que se desplazaba mientras sus pezuñas invisiblen arañaban el tejado, quizá el leve roce de una persiana mal atada a algún balcón.
Todoe eso es lo lógico. Sin embargo, en aquel momento imaginaba a mi alrededor fantasmas encadenados, ánimas en pena, errabundas almas de asesinos o suicidas, diablos que arrojarían de aquellos vetustos muros al ocupante que interrumpía sus perpetuos aquelarres, vampiros ávidos de hemoglobina joven, monstruos devoradores de humanos, muertos vivientes, momias andarinas... En fin, la turbamulta de horribles criaturas que a la imaginación del ser humano ha dado a luz a lo largo de la historia.
Decidí que me marchaba de inmediato. No firmaría el contrato, y devolvería las llaves. Prefería la pensión: tirantez silenciosa, violencia sorda, odio mudo, alusiones acusatorias...
Desde luego todo eso era como vivir en el paraíso comparado con aquel terror que cegaba mi razón, como la niebla del invierno enceguece el paisaje.

4 comentarios:

S.C. dijo...

¡Sigueeee!!!

Por cierto, hemos coincidido en la lengua de lija. Tiene huevos, jajajaj.

Adrian Dorado dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Adrian Dorado dijo...

Aclaro que el comentario suprimido ha sido producto de mi autocensura, después de releerlo, me pareció verdaderamente la guarrada de un infante y preferí suprimirlo.No sin cierta vergüenza.
El dueño del blog no es culpable sino mi sucia conciencia.
Disculpen

Amando Carabias dijo...

S.C: Tener lengua en vez de lija es la prueba evidente de que algo no funciona bien; o la realidad que nos circunda nos acecha o el interior que nos refugia se rebela.

Adrián: La libertad siempre es un riesgo que asumen los valientes. Y tú has sido valiente dos veces, ergo, eres libérrimo. Abrazos. No me molestó.