Digo que escribo, y no sé para qué, ni para quién. Ni siquiera sé lo que quiero escribir. Simplemente el hecho mecánico es suficiente. Pienso a veces que este gesto es a mi alma, lo que respirar para mi organismo. Muchas ideas circulan incipientes por las circunvoluciones de mi cerebro. A veces demasiadas, tantas, que se entorpecen, como las personas en el metro a hora punta.
Supuestamente, he agarrado el bolígrafo, como el náufrago se agarra a bote salvavidas, con la idea de preparar los cimientos de un libro de poesía. Mas, cuando me he dispuesto ante el bloc de hojas cuadriculadas en blanco, ese bloc de tapas negras que compré hace unos años y que utilizo cuando voy a empezar algún proyecto nuevo de cierta envergadura, me he sentido desbordado.
¿Un libro de poesía?
He escrito la pregunta y me he quedado suspenso. Miro los caracteres flotantes de la cuestión, como si fueran una libélula entristecida en mitad de la noche. La repito en voz alta. Creo que he sonreído con un ápice de melancolía en el fondo de los ojos. No me veo, no tengo un espejo delante; pero estoy seguro...
Un libro de poesía que tiene la forma indeterminada de ciertos deseos incorpóreos, como la niebla. Un libro de poesía cuyo hilo sea la vida cotidiana, cuyo protagonista sea el alma desnuda.
Me da mucha rabia no presentarme al concurso de poesía. Pero no me va a dar tiempo. Sé que si lo hago con premura, presionado por el tiempo, no será un libro bueno. Al menos que a mí me satisfaga. Intuyo que saldrá a empujones, trastabillándose a cada instante, con el riesgo evidente de caída por el precipicio.
Además, no confío en mis posibilidades. Y no confío porque no estoy en el circuito y mis cuarenta y un años largos me delatan; casi seguro que he perdido todos los trenes literarios que han pasado junto a mí en los últimos años.
No es que me sienta mayor, ni mucho menos. Si vamos a eso, a mí mismo me reconozco del mismo modo como lo hacía cuando tenía dieciséis años o veinte. No me refiero a una cuestión física, que en eso algo he cambiado, aunque, de momento, no tengo achaques de ninguna clase. Más bien me pienso y me identifico y me reconozco en las ilusiones, en las ganas de vivir, en los proyectos. En suma, que la vida no me pesa, a pesar de todos los pesares, a pesar de que no me parezca la pista de un circo donde actúan los payasos. Sin embargo, tal y como funcionan estas cosas, intuyo que estos años ya no son los mejores para empezar a aparecer en el mercado editorial. Hoy en día están más en boga las escritoras y los jóvenes. No estoy en ninguno de los dos grupos.
Quizá haya demasiado de mercadeo en todo este negocio. Lo que prima es la lista de ventas, más que la calidad. Ocurre como con las audiencias televisivas. El axioma es muy simple: tanto vendes, tanto vales. Así es imposible.
Tampoco estoy diciendo que mi obra sea la mejor que se haya escrito en los últimos tiempos, ni siquiera que esté cercana a lo mejor que se ha editado. Si lo pensara sería un necio y un ciego. Simplemente digo que las oportunidades se me fueron y ahora es muy difícil entrar. Lo mío fue un poco triste, o un poco raro. Me apeé del tren pensando que me daba tiempo a subirme de nuevo a él antes de que arrancara. Tardé quince años en regresar al andén. Y todavía me extraño.
Probablemente, el día que me bajé en marcha del humilde vagón en que viajaba, acabé con toda posibilidad que hubiera tenido, que tampoco sé si hubiera llegado a existir... Ello es así, pero hay más; no sería justo si todo lo achacara al exterior. Al fin y el acabo no dependo de que haga o no haga mal tiempo para que la cosecha dé su fruto.
Tengo otro pellizco doloroso en mi interior: la inseguridad de ser un buen escritor. Un escritor lo suficientemente bueno como para vivir de esto. Cuando me planteo el asunto, siento que camino por una senda arcillosa y repleta de agua, una senda en la que me atoro cada poco. Empero, esta es mi verdadera vocación. Esta es mi verdadera vida. Esta es mi verdadera ilusión. Detrás de la fachada de confianza, incluso de seguridad, en mi vida hay esa profunda insatisfacción, ese sueño truncado. ¿O todo es utopía? ¿Un sueño cuya base es otro sueño?
Porque, a veces, en los momentos de menos esperanza, en los momentos turbios, como noches de tempestad, he llegado a pensar que mi supuesta vocación literaria es la manifestación evidente de la necesidad que tengo de que me reconozcan. De dejar de ser un anónimo y vulgar ser humano, lleno de complejos y embutido en un cuerpo que, diciéndolo suavemente, es muy poco atractivo y poco deseado (ni deseable). Quizá sólo se trate de poner sobre la mesa una virtud, un don, una gracia, algo que me diferencie del resto y, al tiempo, me haga descollar sobre los demás. En fin, algo que me haga amable.
Supuestamente, he agarrado el bolígrafo, como el náufrago se agarra a bote salvavidas, con la idea de preparar los cimientos de un libro de poesía. Mas, cuando me he dispuesto ante el bloc de hojas cuadriculadas en blanco, ese bloc de tapas negras que compré hace unos años y que utilizo cuando voy a empezar algún proyecto nuevo de cierta envergadura, me he sentido desbordado.
¿Un libro de poesía?
He escrito la pregunta y me he quedado suspenso. Miro los caracteres flotantes de la cuestión, como si fueran una libélula entristecida en mitad de la noche. La repito en voz alta. Creo que he sonreído con un ápice de melancolía en el fondo de los ojos. No me veo, no tengo un espejo delante; pero estoy seguro...
Un libro de poesía que tiene la forma indeterminada de ciertos deseos incorpóreos, como la niebla. Un libro de poesía cuyo hilo sea la vida cotidiana, cuyo protagonista sea el alma desnuda.
Me da mucha rabia no presentarme al concurso de poesía. Pero no me va a dar tiempo. Sé que si lo hago con premura, presionado por el tiempo, no será un libro bueno. Al menos que a mí me satisfaga. Intuyo que saldrá a empujones, trastabillándose a cada instante, con el riesgo evidente de caída por el precipicio.
Además, no confío en mis posibilidades. Y no confío porque no estoy en el circuito y mis cuarenta y un años largos me delatan; casi seguro que he perdido todos los trenes literarios que han pasado junto a mí en los últimos años.
No es que me sienta mayor, ni mucho menos. Si vamos a eso, a mí mismo me reconozco del mismo modo como lo hacía cuando tenía dieciséis años o veinte. No me refiero a una cuestión física, que en eso algo he cambiado, aunque, de momento, no tengo achaques de ninguna clase. Más bien me pienso y me identifico y me reconozco en las ilusiones, en las ganas de vivir, en los proyectos. En suma, que la vida no me pesa, a pesar de todos los pesares, a pesar de que no me parezca la pista de un circo donde actúan los payasos. Sin embargo, tal y como funcionan estas cosas, intuyo que estos años ya no son los mejores para empezar a aparecer en el mercado editorial. Hoy en día están más en boga las escritoras y los jóvenes. No estoy en ninguno de los dos grupos.
Quizá haya demasiado de mercadeo en todo este negocio. Lo que prima es la lista de ventas, más que la calidad. Ocurre como con las audiencias televisivas. El axioma es muy simple: tanto vendes, tanto vales. Así es imposible.
Tampoco estoy diciendo que mi obra sea la mejor que se haya escrito en los últimos tiempos, ni siquiera que esté cercana a lo mejor que se ha editado. Si lo pensara sería un necio y un ciego. Simplemente digo que las oportunidades se me fueron y ahora es muy difícil entrar. Lo mío fue un poco triste, o un poco raro. Me apeé del tren pensando que me daba tiempo a subirme de nuevo a él antes de que arrancara. Tardé quince años en regresar al andén. Y todavía me extraño.
Probablemente, el día que me bajé en marcha del humilde vagón en que viajaba, acabé con toda posibilidad que hubiera tenido, que tampoco sé si hubiera llegado a existir... Ello es así, pero hay más; no sería justo si todo lo achacara al exterior. Al fin y el acabo no dependo de que haga o no haga mal tiempo para que la cosecha dé su fruto.
Tengo otro pellizco doloroso en mi interior: la inseguridad de ser un buen escritor. Un escritor lo suficientemente bueno como para vivir de esto. Cuando me planteo el asunto, siento que camino por una senda arcillosa y repleta de agua, una senda en la que me atoro cada poco. Empero, esta es mi verdadera vocación. Esta es mi verdadera vida. Esta es mi verdadera ilusión. Detrás de la fachada de confianza, incluso de seguridad, en mi vida hay esa profunda insatisfacción, ese sueño truncado. ¿O todo es utopía? ¿Un sueño cuya base es otro sueño?
Porque, a veces, en los momentos de menos esperanza, en los momentos turbios, como noches de tempestad, he llegado a pensar que mi supuesta vocación literaria es la manifestación evidente de la necesidad que tengo de que me reconozcan. De dejar de ser un anónimo y vulgar ser humano, lleno de complejos y embutido en un cuerpo que, diciéndolo suavemente, es muy poco atractivo y poco deseado (ni deseable). Quizá sólo se trate de poner sobre la mesa una virtud, un don, una gracia, algo que me diferencie del resto y, al tiempo, me haga descollar sobre los demás. En fin, algo que me haga amable.
Fragmento de Autorretrato de un escribidor. Libro inédito. Segovia, 2004
7 comentarios:
“Lo único que queda para hacer es precisamente eso: cualquier cosa, hacer una cosa detrás de la otra, sin interés, sin sentido, como si otro (o mejor otros, un amo para cada acto) le pagara a uno para hacerlas y uno se limitara a cumplir en la mejor forma posible, despreocupado del resultado final de lo que se hace. Una cosa y otra cosa, ajenas, sin que importe que salgan bien o mal, sin que no importe que quieren decir. Siempre fue así: es mejor que tocar madera o hacerse bendecir; cuando la desgracia se entera de que es inútil, empieza a secarse, se desprende y cae”,
Adrián, has entrecomillado el texto, no sé si pertenece a alguna de tus entradas, el caso es que me suena vagamente...
Bah, da lo mismo. El caso es que me anima y mucho, y tendría que hacer el esfuerzo de memorizarlo, o grabarlo en la pared de mi casa, para leerlo cada día... En todo caso haré mías las dos ideas sustanciales: trabajar sin mirar el resultado final ya que quizá éste no dependa de nostros y no parar en la tarea ya que este laboreo será el mejor antídoto contra el fracaso.
Como siempre agradecerte tus aportaciones.
caminante no hay camino....
Creo que lo voy pillando
Cuando escribiste esto ibas ya para los cuarenta y dos en 2004, si los cálculos no me fallan, que somos de la misma quinta, tú mayor que yo por tres días. Y desde entonces hasta hoy han pasado, un montón de años, un porrón de cosas y multitud de personas que han hecho marcas en tu vida, así que deberías de haber puesto un P.D. para indicar que la situación no es ni parecida: has cambiado físicamente, tienes otra perspectiva de la vida, tienes más amigos, los de siempre, más profundos y por supuesto, tienes para qué y para quién escribir: todos aquellos que te seguimos desde hace años y los que se van incorporando. Además, dime una editorial más barata y con más ámbito de distribución que la red. Y dime una profesión que te permita dedicar todas las tardes de tu vida a lo que más te gusta hacer.
¡Cuantos libros se pudren en las estanterías sin que nadie los haya abierto jamás!
¡Cuántas personas buscando el paso a la posteridad!
Y al final, ¿para qué?
Besos, escribidor.
Amando, te he puntuado esta entrada con un bien, no porque me haya gustado su contenido, sino por como lo has expresado, menos mal que he leido los comentarios de Adrián, Chus y S.V.-B, que parecen ser más optimistas y me han dejado mejor sabor de boca. Me parece que no eres consciente de lo bien que escribes.
Vaya chorreo. No como le pasó al Liverpool, el otro día, este es de verdad...
Es lo que tienen los libros medio de memorias, medio diarios.
Este "Autorretrato de un escribidor", fue un libro que escribí para recopilar lo que había sentido mientras escribía mis primeros libros.
Como dice SVB, en aquel momento todo era muy distinto. Este fragmento, en concreto, está al principio del libro y en él vengo a contar el momento en el que me encontraba, y las sensaciones que tenía, que por lo demás son las mismas que sigo teniendo y que siempre tendré. A mediados de los ochenta no tomé un tren que tenía que haber tomado.
Sin embargo, y por eso os estoy respondiendo, creo que sí, que todavía hay opciones y que, como dice Chus, se hace camino al andar.
De todos modos SVB y Javier, gracias por vuestra regañina, ya que me hace ver que, a lo mejor, no aprovecho como debiera el momento concreto.
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