Aquella noche, Elio Baeza Artiga, el joven periodista del Diario de Euritmia, encargado de la sección de cultura del periódico, estaba descentrado. Tenía la obligación de llenar una página con la reseña del último estreno que había subido a las tablas del Teatro Calderón de la vieja ciudad.
Pero tenía dos problemas.
El más importante era que la obra no le había gustado. Ni poco ni mucho. No le había gustado. Sin adjetivos. Sin adverbios. Sin circunstancias. Pero el mayor accionista del periódico (en realidad el único accionista y, por tanto, su dueño) era amigo íntimo del productor del espectáculo y gracias a esa amistad, Euritmia se había visto favorecida por aquel estreno absoluto, a cambio de un precio de las localidades que rozaba el atraco a mano armada.
El segundo problema era que había discutido a la hora de la comida con Virginia. Lo de siempre.
Virginia de modo rítmico (cada mes, más o menos) hacía referencia a su edad, al hecho de no tener hijos, a la inutilidad de Elio, a su egoísmo, a la falta de compromiso serio, a la estupidez de sus sueños literarios. Sabía que ella tenía razón, pero no estaba dispuesto a dar su brazo a torcer… de momento.
Si escribía lo que pensaba se quedaría sin trabajo, casi seguro.
Si decía lo que pensaba, Virginia le dejaría, casi seguro.
Faltaba una hora para el cierre.
No, tres cuartos de hora. Los últimos quince minutos los había pasado pensando en cómo escribir que lo mejor era no ir a ver la función, cómo explicar que el texto era un bodrio y la interpretación un desastre, todo ello sin decirlo y sin que se notara mucho.
Estas cosas no se las habían explicado en la facultad.
Cómo convencer a Virginia, tampoco.
Claro que si fuera valiente, quizá tuviera una oportunidad: escribiendo lo que pensaba, se quedaría sin trabajo, y un despido sería un buen motivo para que Virginia continuara a su lado sin volver sobre el mismo tema de los hijos. Además contaría con tiempo para escribir su obra maestra, ésa que le catapultaría a la fama.
O no.
Faltaba media hora para la hora del cierre.
Empezaba a temer el bocinazo de D. Efrén, el director, quien, para añadir un poco de pimienta a la situación, ya le había advertido sobre la importancia que su crónica tendría al día siguiente.
Desastre en el Teatro Calderón.
Podría ser un buen título para la crónica, pensó, mientras comenzaba a teclear con fuerza en el ordenador, sabiendo que, probablemente, a la mañana siguiente, formaría parte de la nómina de parados.
12 comentarios:
Amando, no me dejes así. Me has dado mucha libertad para pensar en ese desastre y estoy en ascuas o perdido o vaya usted a saber.
Esta noche mi hija se ha dormido con el video del Observatorio del Teide. Hemos apagado la luz, he llevado mi portatil a su cama y... le ha encantado.
Gracias.
Pues me da la impresión de que todos nos vamos a quedar así.
Pero rompía mi silencio para declarar mi emoción por lo que cuentas de tu hija.
Seguro que Ana se alegra mucho más.
Un fuerte abrazo.
Bien por Elio Baeza. Todo tiene un límite, y si hay que plantarse ante el jefe, la pareja, o lo que sea, pue se hace y punto.
Sería maravilloso poder permitirnos "esos lujos", pero no siempre somo valientes y nos conformamos con lo que tenemos, aunque día tras día, nos vayamos convirtiendo en unos amargados.
Ayayay. Ya sabes lo que esta impulsiva amiga tuya haría con la crítica y con la tal Virginia del cuento...
;)
Pero eso sería meter al "prota" en un lio muy gordo...
¿O no?...;)
Si fuésemos siempre capaces de decir lo que no es políticamente correcto... aunque, a decir la verdad, no creo que habría pensado dos veces en decir lo que pensaba.
Buena historia, Amando.
Un abrazo.
Leo
Es que hay cosas que no se enseñan en las facultades, que solo te enseña la vida, y hay que tener en cuenta que con cada decisión que tomamos alguien gana y alguien pierde.
Me ha recordado a un trocito de Ciudadano Kane! :)
Hay que conocer los limites..
A pesar de que ando despisto-errática, no puedo dejar de olfatear el rastro de Euritmia y sus moradores en tu blog.
Cómo me gusta ese estilo directo y esos personajes-persona, tan reales, tan de carne y hueso, con los mismos problemas, anhelos, ansiedades e insatisfacciones de todos.
Supongo que, al final, con la crítica hecha, Elio seleccionará el texto y lo borrará de un golpe seco en la tecla "delete" y en su corazón. Elio tiene que seguir siendo reportero, eso está claro. Que seguirá aguantando los embates maternales de Virginia, también. Claro, que habría que ver el punto de vista de la susodicha...
Cómo me gustan tus historias de Euritmia, Amando, no sabes cuánto.
Por cierto, sí que me he emocionado con el comentario de Odiseo y, más aún, con que hayas colgado el timelapse en tu blog.
Un abrazo
La solución para el bueno de Elio para ser sincero y no meter “la gamba” no es decir lo que le ha parecido la obra…sino no decir lo contrario de lo que le pareció…Con Virginia la misma teoría. A veces funciona…a veces.
Un abrazo.
Ahora que habló el sabio de Flamenco tenemos la solución "entre la chèvre et le chou". El sabio lo puede entender porque a veces escribe en francés, sí sí. Lo traduzco por "hacer concesiones" lo que literalamente es entre la cabra y el col.
Es que a veces unos espectáculos dan pena y que nuestro Elio está entre Don Efrén y Virginia. Quizá se podría comer a ambos...
¡Cómo me alegra encontrar a los viejos conocidos, Elio y Virginia que siguen con sus eternos problemas! No por los problemas, que conste, sino por recordar otras novelas. En cuanto al meollo de la cuestión, qué dificil resulta contentar, en este caso, al que te da de comer y que la conciencia no remuerda. Efectivamente, Flamenco, una vez más, tiene razón.
Pero como siempre, la duda queda en el aire...
Ana, que siempre me olvido de darte las gracias, por este espléndido video, es una maravilla.
Los besos también van por el aire.
Gracias Ana por el video pero no lo podré ver hasta mañana ( aquí no abre).
Yo aplaudo a Elio con respecto a los de la crítica de la obra, como periodista ha de ser honrado, o al menos no decir mentiras.
En cuanto a Virginia ¿?Por qué no la escucha y le da una respuesta honesta? ¿Por qué no se pone en su lugar y se deja querer sin cortapisas?. Bueno, tampoco los conozco tanto.
Un abrazo Á.
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