Arilde encontró, dormido sobre el suelo, el diario de su hermana.
La tarde del final del verano era polvorienta, vibrátil de escamas plateadas y acuosa de reptiles extraviados. Al verlo, no pensó que el odio por Veridiana se difuminaría como se esfumina la sombra de los perros entre los dedos de la noche. Un odio que había labrado con tanto esfuerzo, no era posible que desapareciera, como si se evaporara.
Aquel odio había profundizado en su corazón a medida que su estatura se aupaba. Cada micra ganada a la cinta métrica, era una micra que revestía de rencor las entrañas de sus huesos.
Sin embargo, al concluir la lectura de las páginas caligrafiadas con cuidadosa letra y escritas con delicadas frases, los ojos de Arilde lloraban. Cualquiera que la contemplara, por ejemplo la inmóvil y enhiesta farola de la calle, con vocación de pomelo insípido, apagada a esas horas, sabía a ciencia cierta que el profuso llanto tenía un final remoto, de acantilado lejano, un final imposible...
Nunca se había imaginado que Veridiana, tan bella, tan inteligente, tan estudiosa, tan sonriente, tan agradable, en fin, la mujer con más éxito del Instituto, del barrio, de la calle, de la casa, la chica en la que todos se fijaban, la joven que con un solo aleteo de sus sedosas pestañas, más oscuras que la noche, enamoraba a un ejército de mineros o de piratas, de directores de banco o de pordioseros, de ministros o de toreros corneados, o sea a cualquier tipo de hombre que sufriera aquel sutil ataque, eficaz como un gancho de un peso pesado sobre el hígado de un peso mosca, en fin, que nunca hubiera creído que su hermana Veridiana era el caldo de cultivo más refinado que se había encontrado para el sufrimiento y el dolor.
Arilde recordó, entre esféricos bordes de lágrimas, que, desde hacía unos años, su hermana, a pesar de las expectativas que construyó en su corazón, cimientadas sobre envidia y construidas con odio, tenía novio, Fabián, joven de físico agradable, cómoda posición, futuro prometedor y conversación, sino cosmopolita, amena. No era deslumbrante en nada, pero el fulgor cegador, el brillo encandilador, lo ponía su hermana; él era el complemento, un fondo claro sobre el que resaltaba la luz femenil.
Nunca se había imaginado que Veridiana, tan bella, tan inteligente, tan estudiosa, tan sonriente, tan agradable, en fin, la mujer con más éxito del Instituto, del barrio, de la calle, de la casa, la chica en la que todos se fijaban, la joven que con un solo aleteo de sus sedosas pestañas, más oscuras que la noche, enamoraba a un ejército de mineros o de piratas, de directores de banco o de pordioseros, de ministros o de toreros corneados, o sea a cualquier tipo de hombre que sufriera aquel sutil ataque, eficaz como un gancho de un peso pesado sobre el hígado de un peso mosca, en fin, que nunca hubiera creído que su hermana Veridiana era el caldo de cultivo más refinado que se había encontrado para el sufrimiento y el dolor.
Arilde recordó, entre esféricos bordes de lágrimas, que, desde hacía unos años, su hermana, a pesar de las expectativas que construyó en su corazón, cimientadas sobre envidia y construidas con odio, tenía novio, Fabián, joven de físico agradable, cómoda posición, futuro prometedor y conversación, sino cosmopolita, amena. No era deslumbrante en nada, pero el fulgor cegador, el brillo encandilador, lo ponía su hermana; él era el complemento, un fondo claro sobre el que resaltaba la luz femenil.
Arilde habría apostado doble contra sencillo que Veridiana acabaría por convertirse en objeto de placer para los hombres (para cualquier varón, sin excepción, pensaba en sus arrebatos de envidia más brutales y destructivos), una especie de prostituta universalmente deseada. Tal pronóstico lo realizaba cada vez que su físico se imponía ante su mirada. El cuerpo de su hermana tenía que resultar demoledor para cualquier observador imparcial; era tan perfecto como cualquier estatua clásica así que sería lo único que los demás considerarían de ella y, por tanto, lo único que ella explotaría de sí. Pero en los escasos momentos en que una mínima misericordia revoloteaba en sus sístoles, Arilde reconocía que ni en una sola ocasión su hermana dio muestras de que tal sucedería.
Los años se le pasaron a Arilde espiando a Veridiana, inhalando el aire que exhalaba. Cual huésped parásito, perdió el tiempo de su personal cultivo, de su individual crecimiento, para alimentarse de la vida de su hermana, pues de su sangre no podía; actuaba como si fuera la faceta oculta de Veridiana, el reverso indescifrable y repulsivo de la cara esplendente y bella.
Los años se le pasaron a Arilde espiando a Veridiana, inhalando el aire que exhalaba. Cual huésped parásito, perdió el tiempo de su personal cultivo, de su individual crecimiento, para alimentarse de la vida de su hermana, pues de su sangre no podía; actuaba como si fuera la faceta oculta de Veridiana, el reverso indescifrable y repulsivo de la cara esplendente y bella.
Se convirtió en su espía oficial, en sombra corpórea y, paradójicamente, invisible, pues una de sus mejores cualidades era la silenciosa astucia ingrávida, casi aérea, de sus acciones. Así, sin que nadie lo sospechara, pues confundían su silencio con una rica vida interior, era la mejor conocedora de todos sus gustos, aficiones, horarios, entradas, salidas, llamadas de teléfono, cartas, perfumes, amigos, amigas, novios ocasionales, y demás intimidades que sólo pensarlas, provocarían rubor intenso en las mentes más abiertas.
Se olvidó por completo de sí, pero no era un olvido altruista o una donación de su existencia, sino que se trataba de ansia por succionar la esencia victoriosa de su hermana y hacerla suya; se olvidó de sí, porque no quería ser ella misma, sino que anhelaba ser la otra. Arilde respiraba en función del hálito de Veridiana. El mundo, pero sobre todo ella misma, tenía explicación porque su hermana existía. Tanto codició su fracaso que olvidó su propia vida, sus propios latidos, su propio cuidado.
A veces (algún vecino especialmente cáustico lo reseñaba a menudo), parecía imposible que fueran hermanas. Se necesitaba una profunda contemplación sosegada y lenta para obtener tenues o pálidas semejanzas entre ambas, ni un poso común en estructura ósea, o en ángulos faciales, o en color de ojos, o en tono de cabello, o en forma de caminar, o en gestos compartidos, sino a causa de la genética, al menos, de la convivencia. Ni siquiera, como ocurre entre muchos hermanos, se podía aducir que una se asemejase al padre y otra a la madre, pues, aunque Veridiana participaba de los ojos maternos y de su grácil movimiento, Arilde no portaba nada que se pudiera relacionar con la carga genética de los progenitores. Lo que en una era sonrisa casi perenne, en otra era fruncimiento constante del gesto, tanto que, a pesar de la juventud (quizá su único rasgo compartido), Arilde mostraba arrugas incipientes en su rostro cetrino; lo que en Veridiana era natural simpatía, en Arilde resultaba repulsión constante; la opaca luz de los ojos de Arilde era brillo chispeante en los verdes faros de su hermana. Arilde no era hermosa, ni siquiera guapa, ni tan siquiera mona, (sutil calificativo con que suelen zaherirse las mujeres), pero tampoco se la podría definir como fea o poco agraciada, (torpeza lingüística usada como disculpa por los hombres respecto de las mujeres que les resultan poco atractivas para sus primitivos gustos).
Veridiana, por el contrario, caminaba por la vida con pasos que levitaban un palmo por encima de problemas, murmuraciones, críticas, maledicencias; a pesar de tal distancia despegada, sus pupilas no alufraban contornos, o apariencias, más bien, escrutaba cuanto le rodeaba con mirada acariciadora y, paradójicamente, honda, un mirar envolvente, pero penetrante y aprehensivo, como si, al lanzar sus ojos, desplegase un potente microscopio que analizase exhaustivamente su más recóndito interior, pero no con afán de vampiro hambriento, sino con ánimo resuelto de rescatar lo mejor del otro, una condición limpiadora o redentora que admiraba a quienes escuchaban sus opiniones, pues ponderaba más las cualidades del observado, por ocultas o escondidas que estuvieran, que sus defectos, por evidentes o visibles que resultaran a cualquiera.
Veridiana, por el contrario, caminaba por la vida con pasos que levitaban un palmo por encima de problemas, murmuraciones, críticas, maledicencias; a pesar de tal distancia despegada, sus pupilas no alufraban contornos, o apariencias, más bien, escrutaba cuanto le rodeaba con mirada acariciadora y, paradójicamente, honda, un mirar envolvente, pero penetrante y aprehensivo, como si, al lanzar sus ojos, desplegase un potente microscopio que analizase exhaustivamente su más recóndito interior, pero no con afán de vampiro hambriento, sino con ánimo resuelto de rescatar lo mejor del otro, una condición limpiadora o redentora que admiraba a quienes escuchaban sus opiniones, pues ponderaba más las cualidades del observado, por ocultas o escondidas que estuvieran, que sus defectos, por evidentes o visibles que resultaran a cualquiera.
Así se determinó machaconamente aquellos dolorosos días, en murmurios apenas audibles pronunciados como si transmitieran contraseñas o secretos de estado. La enormidad del suceso alcanzó magnitud desproporcionada, tanto, que fue referido en los informativos televisivos de las cadenas nacionales. Sin embargo, en Euritmia, sorprendida como novia ultrajada, se tejió una inextricable red de mutismo que escondía bajo su denso manto vástagos de miedo e hijos de anonadamiento.
Ese silencio, carnívoro hambriento y sigiloso, se adueñó de las horas adensándolas, hinchiéndolas de pavor. Sólo dejó un rastro de su presencia, las escamas plateadas y vibrátiles de los reptiles ígneos que envolvieron las tardes sucias y húmedas.
12 comentarios:
Una vez más, nos involucras en un relato intrigante, aumenta poco a poco la tensión hasta el penúltimo párrafo. En el último resuelves de un plumazo, con esa calma que suele venir después de la tormenta.
Amando, ¡Viva Euritmia y enhorabuena, me ha gustado mucho!
Besos para dormir bien.
Bueno, pues aquí estamos leyéndote... a ver donde nos llevas ahora. ¡Qué nombrecitos las dos niñas! Viridiana la única vez oida por mí, fué con la de Buñel y la otra, Arilde, es la primera vez que lo oigo, es en la antigúedad que transcurre el buen relato?
ISOLDA: En este relato, como su título sugiere, nos adentraremos en el lado oscuro de la luna, ese lugar que nadie conoce, que nadie ve, al que todos tememos...
ADRIÁN: Me gusta, como sabes por Cuentos de Euritmia, no conformarme con el primer nombre que se me viene a la cabeza. Creo que con los nombres se puede explicar algo de los personajes. Preguntas si este relato sucede en la antigüedad... No, pero podría haber sucedido... Por ello esos nombres extraños, que no inexistentes, al menos en el santoral... También es un modo de alejarnos de la realidad... Por desgracia algunas noticias hacen dudar de que los escribidores poseamos fantasía o nos dediquemos a un copio y pego de la vida.
Estupendo relato que nos deja sumidos en la intriga. Retratos psicológicos muy minuciosos que me llevan hasta Caín y Abel, en versión femenina. Euritmia...parece un lugar intemporal. Un beso.
Bien, bien Amando. Ya estamos otra vez… La narración, estupenda, como siempre. El ritmo, el que nos tienes acostumbrados.
Ya sé que los nombres nos dicen algo… pero vayas nombrecitos…Ea, pues a esperar la próxima entrega.
Abarzos fuertes.
MARÍA: Euritmia es un lugar intemporal como son intemporales todas las viejas ciudades, donde el tiempo no ha dejado de presenciar tantas vidas. Euritmia es el escenario de algunos de mis relatos, de alguna de mis novelas, Euritmia es el lugar, mi terrotorio donde sucede lo que sucede en todas partes... En este caso el odio, al menos el aparente... Pero mejor no fiarse de las apariencias.
PEPE GONCE: Fíjate que anoche, cuando meditaba sobre el relato que iba a colocar en las próximas semanas, en prncipio serán cuatro contando esta entrega, he dudado mucho y ya se verá por qué.
Los nombres, como descubrirás, si lees Cuentos de Euritmia y si nos embarcamos en Cuentos de Euritmia 2, como ya he contestado a Adrián, parte fundamental del relato, aunque sólo sea para que los personajes sean únicos y el nombre les ayude a tener más personalidad si cabe.
Euritmia es aparentemente pequeña pero parece que da mucho de si. Estupendo Amando, encantado de seguir leyendo relatos de este magnífico lugar.
Amando, ¡me encanta el relato! pero, aún mejor, pongo cara a Arilde y Veridiana!!!... Nadamás empezar a leerlo, me vino la imagen y anécdotas de dos hermanas del pueblo cercano al lugar donde transcurrió mi infancia. Con apodo que nunca confesaré y de cuya historia no diré ni mu...siempre que las he recordado he pensado que eran personajes de película del mejor Almodóvar, no del quejica -aunque tenga alguna razón...-. En las siguientes entregas ya iré viendo si continúan pareciéndose, en cuyo caso pensaré que tienes algún relator amigo nativo de la "raya de Portugal", que vivió su infancia en aquella época tan triste y casposa, en una de las zonas más deprimidas de la piel de toro. Bueno, he pasado media tarde entre brochazos, pintores..¡horror!,pero riendo al acordarme de las.... no, no pienso decir su apodo ni contar nada...Abrazos norteafricanos, con un tiempo casi invernal...María.
JAVIER: Gracias por tu entusiasmo y por tu constancia. Como dije antes, en Euritmia cabe casi todo lo que sucede en el mundo, porque en todas partes casi siempre suceden cosas similares.
MARÍA: Empiezo por el final, aquí el verano ha hecho su primer paseíllo serio, ha lucido sus mejores galas. Veremos si continúa sobre el tablado de la antigua faras, o decide esconderse en unos días tras las bambalinas. De ayer a hoy más de diez grados de diferencia, como si hubiéramos parpadeado y el niño se hubiera hecho joven.
Dado el parte meteorológico, que ya tenía ganas de informaros, te digo que ojalá no se parezcan, ojalá.
Y no digo más.
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