lunes, 30 de enero de 2012

Fulgencio Argüelles: "A la sombra de los abedules", ecos de una lectura

Portada del libro   

Título: A la sombra de los abedules

Autor: Fulgencio Argüelles
Editorial: Trea, 2011
ISBN: 978-84-9704-551-3
Páginas: 252


He leído A la sombra de los abedules, novela escrita por Fulgencio Argüelles  y editada en 2011 por Trea, que me ha provocado íntimas satisfacciones lectoras y que no voy a reseñar, porque nuestra amiga bloguera Lammermoor ya lo hizo en su momento en La Esfera Cultural. Justamente AQUÍ podéis leer su comentario, que os recomiendo vivamente, más allá de mis propias palabras que sólo pretenden ser, y no sé si lo conseguirán, un eco de los latidos que en mi corazón provocó su lectura.
Antes de nada, decir que la novela fue un regalo inesperado que me hizo la propia Lammermoor y que recibí como uno de los obsequios realizados por los magos de Oriente.
A la sombra de los abedules me ha reconciliado con mi modo de entender la literatura que, por otra parte, y vaya por delante, no es el modo al uso, más bien es un modo contracorriente, como remar surco arriba una río de aguas bravas, es decir, la manera que mejor escinde al autor de posibles editores. Uno intuye, pero esto es una hipótesis indemostrable, que la novela vio la luz precisamente por estar ubicada en el tiempo y lugares históricos en que lo está. Más allá del modo en que Fulgencio Argüelles decidió darle forma, algo así como un miniaturista de las palabras y del ritmo y de las imágenes.
A medida que mis ojos avanzaban por la tersa y transparente superficie de los renglones que trenzan la historia de Melendo, Niria, Magilo, Flanio, Lena, etcétera, era como si me limpiara la sangre, como si bebiera del agua cristalina y limpia que quita la sed, como si ecos de Gabriel Miró, por ejemplo, reverberasen en mi torrente sanguíneo transportándome a mis diecisiete años. La prosa del autor asturiano en multitud de ocasiones prefería ser como los atardeceres de mayo o junio, casi infinitos, con tantos matices como si fuera capaz de descomponer ilimitadamente el espectro del arcoíris. Sus palabras son como la paleta de un pintor que usa todos los colores en cualquiera de sus matices, sin olvidar ni uno solo. Pero más allá de esa riqueza, está la poesía y la morosidad con la que disfruta y paladea los momentos, ese ritmo redondo y cadencioso. No le importa a Fulgencio Argüelles la premura con la que los lectores contemporáneos nos enfrentamos a los textos. Él, muy consciente de la esencia de su tarea, prefiere tallar o moldear con precisión lo que desea contar, sin que le tiemble el pulso, ni le trastabille el ritmo a la hora de extender una frase durante más de una página. Su fraseo es amplio, como son amplias esas puestas del final de la primavera o de los inicios del verano a que me he referido, y, sin embargo, esa extensión no se hace intrincada para el lector, no está basada en recovecos de oraciones que se subordinan unas a otras pudiendo confundir, sino que su cimiento es la conjunción, la adición en igualdad de condiciones de una oración a otra. Y el ritmo. Esa cadencia suya que, probablemente, haya conseguido tras muchos años de trabajo silencioso y duro y arduo.
Además está esa capacidad para la observación, para temblar emocionado con la contemplación de la naturaleza, con ese devenir del río, con las lluvias, las ventiscas, el rielar de la luna, el paso de las estaciones y la huella que van dejando en el aspecto de las luces, las sombras, los animales, las hojas de los árboles, y el propio ritmo de los hombres y mujeres que hacia el año 1000 nacían, vivían, amaban, se reproducían y morían por el territorio asturiano próximo a lo que hoy conocemos por los valles mineros. Ese principio de milenio en que todavía las viejas y ancestrales creencias pervivían e iban siendo subsumidas dentro de las creencias y prácticas de la Religión oficial, impuesta casi por la fuerza…
Leyendo, diez siglos más tarde, sobre aquellas creencias que despectivamente nos enseñaron a denominar precristianas, uno se da cuenta de que, con independencia de su certeza o no, están llenas de sabiduría y de sensatez, aunque en muchos casos los avances científicos, tecnológicos y técnicos las postrarían al nivel de ritos poco menos que decorativos. Sin embargo, poniéndonos, como hace Fulgencio Argüelles y como debe hacer cualquier escritor, en la piel de los protagonistas (en especial me refiero ahora a Magilo, sin duda el personaje más trabajado y querido por el autor aunque no sea el personaje principal de la historia), aquellos hombres y mujeres que habitaron Asturias, la Iberia, Europa, el mundo entero, eran tan sabios como lo somos nosotros mismos, puesto que ellos aprovechaban al máximo los conocimientos que tenían y se preguntaban cosas y en la capacidad de preguntar y en la búsqueda de la respuesta desde siempre ha anidado el mecanismo mediante el cual ha evolucionado la humanidad, y cualquier civilización ha crecido elevándose sobre el cimiento de las preguntas a las que se buscan y se encuentran respuestas. Y esta es, probablemente, la razón por la que las culturas o pueblos de antaño veneraban a sus ancianos, pues en ellos se atesoraba la sabiduría que se había ido transmitiendo de generación en generación.
Uno, desprendido de prejuicios, mejor dicho con el aval de la reseña de Lammermoor, ha sentido que se puede disfrutar de un texto narrativo que a la vez linda con la lírica en muchos momentos, un texto sin enredos especiales en el argumento, un texto en que importa la palabra –su cuidado, su moldeado, su pulimentado continuo-, un texto en que el ritmo de zancada amplia y ritmo sosegado nos lleva lejos, porque nos lleva, como las raíces de los árboles, a las honduras del corazón humano. Ésa es la verdadera historia, el verdadero quid de la narración. En realidad el núcleo de la novela es enfrentar dentro del corazón de un joven que ha de dirigir los destinos de muchas personas, el cristianismo del año 1000 (pujante y avasallador y ávido de poder) a los últimos restos de los cimientos religiosos o filosóficos o culturales o de costumbres de los primitivos pueblos astures que pervivieron incluso tras la romanización de aquellas tierras. Que el lector vea a través de los ojos de Melendo el mundo y reflexione sobre sus realidades perennes, aquellas que aún mil años después perduran, es el logro de Fulgencio Argüelles. De algún modo una novela de iniciación, porque el protagonista es un joven, casi un adolescente en el momento en que la vida se muestra a su ser en todo su esplendor, y con todos sus posibles riesgos.
Y digo, y no quiero engañar a nadie, que sólo se trata de mi opinión, que se trata de una reconciliación con un modo de escribir alejado de todos los presupuestos que se dan por asentados en las editoriales.
Y no hay nada que decir a ello. El lector en su sacrosanta libertad, lee aquello que quiere (esto es un poco utópico, pues no se puede escoger lo que se desconoce, pero eso forma parte de otra historia), el lector con su tiempo hace lo que estime menester. El escritor decide, si es que puede o sabe.
No hay premio, no hay castigo, simplemente hay consecuencias. Pero a veces uno se encuentra con perlas de esta magnitud, al menos para mí, al menos para el modo en que me allegué a la literatura, al menos cuando descubrí que las historias que más me gustaban eran las que tallaban a personajes hondos, con mil matices, utilizando las palabras y su sintaxis como los pintores usan los colores, los músicos los sonidos, los escultores la arcilla o el mármol…

miércoles, 25 de enero de 2012

III Día internacional de la Poesía en Segovia.

Ayer, en Madrid, ha sido fallado el concurso organizado para celebrar el "III día internacional de la Poesía en Segovia", el próximo día  24 de marzo.
Al inmenso esfuerzo organizativo de Norberto Gracía Hernanz, en esta ocasión se han sumado, como miembros del jurado de selección Santiago López Navia, Jesús Jiménez Reinaldo y José Manuel Lucía Mejía.
Enhorabuena a quienes hayan sido seleccionados, y a los que en esta ocasión hemos quedado fuera, pues nada, a seguir trabajando sin perder las ganas ni la ilusión.
Os esperamos en Segovia, para ese día 24 de marzo, seguro que lo pasamos genial.
El resultado del fallo del jurado, así como toda la información sobre los actos los podréis encontrar AQUÍ

domingo, 22 de enero de 2012

Veo



Al encender la luz de la oficina, su brillo me recuerda un hospital, aunque nuestros pacientes no respiren, ni en apariencia sangren o padezcan. Sobre la mesa yacen los papeles tal y como dejé su cuerpo ayer, sin otra novedad que la emboscada de miles de segundos en sus poros que no han causado heridas apreciables.
Cada mañana veo sin sorpresa que el almanaque está ya en el pasado; nunca paso sus hojas, las arranco, por alguna razón inexplicable, deseo que adelgace cada día, y le aplico esta dieta radical, la terapia precisa del olvido. Después de esta tarea imprescindible, ya puedo conectar mi ordenador. Asomo mi mirada a este planeta antes de comenzar mi laboreo, ése que me propicia el alimento y que sirve de escudo a mis neuronas contra tanto fantasma que me engulle dejándome el cerebro en carne viva.
Miro el mundo a través de su ventana, y sé que este paisaje es incompleto, como si viera un cuerpo al microscopio, sólo trozos, fragmentos sin costuras, carentes del misterio de la vida, de su latir continuo e imparable…
Veo el mundo habitado por seres en desgarro, corriendo hacia el abismo, enceguecidos, como unas marionetas torpes, sordas, conducidas por ciegos avarientos, prestidigitadores que hipnotizan: conducen nuestros pasos al barranco y nos hacen pensar en paraísos. Cada noticia engendra sufrimiento, y como un monstruo engendra pesadillas…
Veo que el graderío de los circos estalla en ovaciones afiebradas decenas de millones de alaridos atentos al rugido de las fieras.
Veo que un huracán nos extermina, la sangre que vertieron nuestros héroes, aquellos que entregaron su existencia para que nuestra vida fuese humana, y no de pobres bestias con dos piernas, cayó en acantilados sin memoria.
Veo que un terremoto nos desgaja y nos convierte en fieras sanguinarias, o en hienas carroñeras que se ríen gozando de un osario de gemidos.
Veo que el mar se adentra, y de un zarpazo comienza la tragedia cuyo fin quizá no sea muerte y cementerio, más bien esclavitud y pesadumbre, un continuo engendrar brazos y piernas para sustituir la carne inútil que será triturada y esparcida, apreciable carroña de los buitres…
Por fin un compañero abre la puerta, una sonrisa humana me rescata, regreso a este presente rutinario, y me aferro a un deseo como un niño cuando reza plegarias inocentes al Dios en quien confía nuestra infancia:
Señor, que esta rutina como polvo de un cansado reloj entristecido, sea harina del pan de nuestra mesa.
Señor, que nuestros hijos sigan siendo otro paso en la senda de la especie hacia la libertad, y no padezcan la vuelta de la argolla sobre el tiempo, preludio del dogal en el cerebro, prefacio de cadenas en la carne.

miércoles, 18 de enero de 2012

Manuel López Azorín: Antología y pasión cotidiana



Se dice, y con toda la razón, que hablar o escribir sobre un libro (y más cuando se trata del espacio de una reseña) se debe hacer con independencia de la biografía del autor. Pero en este caso conviene saltarse esta máxima, pues una parte importante de su biografía es la difusión de la poesía. Se puede afirmar que la intensa actividad poética que se vive en el municipio madrileño de San Sebastián de los Reyes se debe al hacer incansable de López Azorín quien fundó el grupo literario Helicón, organiza tertulias, llevó un programa de televisión dedicado a propagar la poesía…

Manuel López Azorín (Moratalla, Murcia, 1946) pertenece al grupo de los poetas que se implica hasta la médula en la actividad de propagar y promocionar la poesía con todas las fuerzas, tiempo y ánimos de su espíritu.

Para leer el resto del artículo, pinchad AQUÍ

viernes, 13 de enero de 2012

Jesús Pastor Martín: Un paseo literario por Segovia

Llego con la sonrisa pintada en el corazón. Es muy tarde para mis costumbres casi monacales, pero ha merecido la pena este par de horas de retraso, estas dos horas pasadas entre libros…
En estos días de atrás he leído y gozado Un paseo literario por Segovia, de Jesús Pastor Martín, primer título editado por la neonata Ediciones Derviche, sello segoviano que nace por la iniciativa de los propietarios de la Librería Entre Libros que ya tiene en cartera otros dos títulos de próxima aparición y que, en principio, pretende publicar textos relacionados con la ciudad y provincia. Poco a poco se va haciendo camino, y no conviene ir demasiado deprisa si se quiere llegar lejos.
Un paseo literario por Segovia es un libro de lectura jugosa para quienes conocemos y amamos esta ciudad y, a la vez, tenemos como parte imprescindible de nuestra dieta cotidiana la lectura.
Hoy, esta noche, en la amplia parte trasera de la librería, unas cien personas hemos gozado con el buen humor, la sencillez y la brillantez del autor que, mostrando sus dotes pedagógicas (ejerce la enseñanza de la literatura en el en Instituto de Educación Secundaria La Albuera de esta capital), nos ha conducido por el mismo itinerario que detalla en el libro.
Ha contado el lento proceso de maduración de este ensayo, cuyo germen surgió hace años como una actividad programada en su Instituto por profesores de las áreas de Lengua y Turismo. Más tarde, y ante la evolución de los acontecimientos, se tornó en Rutas Literarias, que él mismo dirigía, organizadas para los visitantes e, incluso, dramatizaciones nocturnas. Algunos amigos poetas que acudimos al II día Internacional de la Poesía en Segovia en el mes de marzo del año pasado, pudimos disfrutar de un mini paseo por la zona próxima a la pensión de la Calle Desamparados donde don Antonio Machado se hospedó durante los trece años que ejerció la docencia en el único Instituto que entonces había en Segovia. También se editó (con mucho éxito) un juego de la oca cuyo recorrido es este itinerario o uno similar. Con el tiempo lo que comenzó de modo tan sencillo fue acreciendo, hasta que hace un año le propusieron la escritura del libro.
Hace casi un siglo, otro escritor segoviano, Julián María Otero, de fina sensibilidad lírica, había escrito su Itinerario sentimental de Segovia, un librito fascinante y que me abrió los ojos sobre tantas cosa, calles e historias de esta ciudad, que parece vegetar entre el frío y la atonía, pero, sin embargo, late con más vigor de lo que a simple vista parece.
Se podría decir que la obra de Jesús es un nuevo paseo lleno de sentimientos, admiración, alegría y emoción por estas calles y su historia.
Desde la llegada del primer visitante escritor a Segovia que dejó anotadas sus impresiones sobre la ciudad y sus contornos serranos, Juan Ruiz, el Arcipreste de Hita, hasta Ramón Ayerra o José Antonio Abella (los dos únicos escritores vivos que figuran en el texto), el lector podrá catar las impresiones o las reflexiones que esta ciudad, su paisaje, sus monumentos, su historia, su luz, sus gentes… dejaron en autores que recorren toda la historia de la literatura en castellano: Alfonso X, Andrés Laguna, Diego de Colmenares, Miguel de Cervantes, Lope de Vega, Quevedo, Jerónimo Alcalá Yáñez, Juan de la Cruz, Teresa de Ávila, Gaspar Melchor de Jovellanos, José Rodao, Antonio Machado, Pío Baroja, Azorín, Alfonsa de la Torre, Ramón Gómez de la Serna, María Zambrano, Carlos Sahagún, Jesús Fernández Santos, Luis Martín Marcos, José Hierro, Jaime Gil de Biedma, Noah Gordon… Algunos de ellos segovianos, pero la mayoría visitantes o residentes temporales en estas tierras…
Quizá lo ojos foráneos escruten mejor las propias honduras de una tierra que no es la suya.
Este libro, de fácil y amena lectura, también sirve (y así se lo he comentado a Jesús y así me lo están diciendo algunos amigos) para quien no conozca la ciudad (ni su fisonomía ni su alma) pueda sentir la curiosidad de acercarse a ella y penetrar con algo más de hondura en sus recovecos.
A diferencia de lo que pudiera pensarse, no se trata de un estudio pormenorizado sobre las figuras o las obras de los autores citados. Es algo más divertido, ameno e ilustrativo. Se trata de pasear por la ciudad (mejor en dos o tres días pues la caminata no es corta) siguiendo la ruta propuesta y contemplar lo que nuestros ojos ven con la mirada con la que la observaron estos escritores. Al mismo tiempo, y como sin querer (o quizá muy a propósito), Jesús Pastor consigue una aproximación interesante e igualmente amena a algunos hechos fundamentales de la historia de España, pues no faltan (como no podía ser menos) alusiones a los momentos en que fueron escritos, pues también lo que una persona vive influye en el modo en que se ven las cosas. Por citar un ejemplo, el poema que José Hierro escribe en su regreso a esta ciudad, donde estuvo preso tras la Guerra In-Civil.
Creo que una guía literaria de esta ciudad, tan propicia para la literatura, a pesar de los pesares, se hacía necesaria. Pasear desde la Puerta de Madrid, hasta la Puerta de la Fuencisla a través del itinerario propuesto es un buen plan.
Como el mismo Jesús Pastor reconoce, se han quedado autores y lugares fuera de sus páginas, pero, en este caso, quizá todo habría sido demasiado prolijo y la intención pedagógica, que ha primado sobre otras, hubiera sufrido los efectos de una exhaustividad excesiva.
Se trata de disfrutar. Disfrutar de la lectura, disfrutar del paseo, disfrutar de los paisajes, de los monumentos, de las anécdotas incluso. La erudición academicista habría hecho huir a muchos de su lectura. Este libro abre la puerta al viajero y al vecino que quiere ver lo mismo que se observa habitualmente con una perspectiva un poco diferente y que puede catar (repito el verbo) desde la facundia más desternillante hasta la mística más sublime, todo ello repartido sabiamente, como se reparten los estilos arquitectónicos y los propios días de la vida.
Mejor aún lo dice el autor en las últimas líneas de su brevísimo prólogo justificativo:
El objetivo final es conocer un poco más Segovia y apreciarla más. Así pues, paseemos, de la mano de nuestros escritores.
Desde aquí sólo me queda felicitar y agradecer a Jesús Pastor y a Ediciones Derviche por el esfuerzo, la alegría y el bien hacer que han puesto en la tarea, incluyendo el tamaño de la letra, que nos ha facilitado a muchos gozar aún más con la lectura. Uno ya va dejando de leer libros, porque piensa que este ejercicio no ha de ser un sufrimiento y ciertos tamaños de letra empiezan a ser una tortura para los ojos, aunque bien sé que los editores han de ajustar al céntimo los presupuestos.

martes, 10 de enero de 2012

Uni-Versos para Somalia


Me envió un correo Laura Caro, luego lo he visto en su blog y en algún otro, como el de Fernando Sabido. Y como todo me parece poco, desde aquí lo difundo, aunque la repercusión no sea tan grande:

El próximo sábado 14 de enero se presentará en Madrid el poemario solidario Uni-versos para Somalia, iniciativa en la que participan cien poetas. Entre ellos algunos amigos de este espacio como la propia Laura Caro, Paloma Corrales, Fernando Jiménez Ontiveros, Laura Gómez Recas, Marisa Peña, Fernando Sabido Sánchez, etcétera.
Desde este blog nos sumamos a la iniciativa y animamos a cuantos podáis asistir al acto que continúa a los ya celebrados en otros puntos de España como Palma de Mallorca, Barcelona, Zaragoza y Cáceceres.
Después de la presentación en Madrid, parece que se hará otra en Valencia. Todo el importe que se obtenga de la venta del libro irá destinado a ayuda a Somalia a través de Médicos sin frontera. Podéis encontrar información complementaria AQUÍ:

Estos son los datos concretos de los que dispongo sobre el acto del sábado en Madrid:


SALA CLOVER ( Calle MARROQUINA 38-40 en  LA LONJA DE MORATALAZ)

- Presenta: LUIS LARRODERA.

- Música:
         ÁNGEL PETISME 
         FERNANDO PRIETO 
         PABLO SCIUTO
         ARUNA 
         ZARÁPOLIS

- Poetas participantes:

      MARCOS CALLAU
      LAURA CARO
      PALOMA CORRALES
      DAVID ESCUDERO VIGARA -
      AARÓN GARCÍA PEÑA 
      LAURA GÓMEZ RECAS
      JORGE MERINO
      ISABEL MIGUEL
      MARISA PEÑA
      FRANCISCO J. PICÓN
      EUSEBIO PRIEGO
      FERNANDO SABIDO -
      MIGUEL ÁNGEL YUSTA

Es posible que vayan añadiéndose músicos y poetas conforme puedan confirmar su disponibilidad ese dí­a.

domingo, 8 de enero de 2012

Última jornada

(Este texto, sé que es muy largo para una entrada habitual de un blog, pero después de varios días de pensar en ello, he decidido su publicación íntegra. No he visto el modo trocearlo en partes. Es más, no descarto aún reformarlo y convertirlo en novela corta. Si es así, esto sería, pues. el primer esbozo general de ella.)
Sé que esta es mi última jornada. No sé si este texto será leído por alguien que lo pueda comprender. Escribo y pienso que estos caracteres serán simples trazos ilegibles para el entendimiento de ese alguien futuro, si es que llega a existir.
No me quedan casi fuerzas, pero me apremia una necesidad que ya intuyo improrrogable. A mi alrededor sólo veo cadáveres de cualquier criatura. Pienso con la lentitud propia del que se queda sin oxígeno, de quien en cada ocasión que boquea un átomo de aire, sabe que se está envenenando un poco más…
Los colores hace tiempo que son simples instantáneas en un recuerdo cada vez más impreciso. Los árboles son óseos esqueletos que bailan extrañas danzas obedeciendo la melodía que interpreta un viento devastador y muy caliente siempre, un viento que reseca, quema y agrieta las pieles. Hace muchos meses que nadie logra ver el sol. Sabemos que continúa en su lugar, pues la sucesión de claridad y oscuridad prosiguen con un ritmo constante, o eso escuché la última vez que oí a alguien a hablar; sin embargo, mi percepción me dice que las horas de claror disminuyen progresivamente, y la luz se torna cada vez más plomiza, salvo durante algunas horas en que parece arder el cielo. Llevan años proclamando que la situación no es irremediable, pero después de comprobar que el atuendo del locutor no varía nunca, he llegado a la conclusión de que repiten y repiten la misma mentira que un aparato reproduce diaria y machaconamente.
No tengo conciencia de ser el único ser humano con vida, ni tampoco tengo conciencia de lo contrario. Lo único que puedo constatar es que en el espacio en que me puedo mover, apenas quinientos metros cuadrados, pues mis energías, probablemente postreras, no dan para más, llevo varias semanas sin ver un ser vivo, ni vegetal ni animal… ni siquiera un diminuto insecto.
Me mantengo en las proximidades del supermercado cercano a mi casa. Pude, hace unas semanas, apartar, al fin, el cadáver del encargado que, después de mi cuchillada cayó mal herido bajo el umbral de la puerta automática de entrada, bloqueándola. Fue esa puerta la que le seccionó la yugular y acabó con su vida. Pero ya casi no quedan alimentos, ni siquiera para mascotas, y no me atrevo a ingerir otros productos que se almacenan en sus anaqueles: tengo miedo al dolor atroz que puedan producir en mi aparato digestivo. Si supiera de alguno ocasiona una muerte instantánea e indolora, lo comería sin dudar, probablemente con una sonrisa de paz en mis labios que parecen piel de lagarto consumida por el sol… Me encantaría morir en este preciso momento, en mitad del ruido ensordecedor del viento, que es el único sonido que escucho…
Estoy seguro de que el mundo no va a sufrir ninguna consecuencia, sólo se trata del final de la vida tal y como la hemos conocido. El planeta seguirá siendo una nave espacial, pero durante un tiempo indeterminado únicamente transportará sustancias inorgánicas inermes y nuestros cadáveres en descomposición; esta bola de sílice y agua continuará impertérrita su viaje alrededor del sol y el sistema solar no se inmutará por esta alteración. En el Universo no quedará noticia de esta leve anécdota. Si Dios (algún dios, cualquier dios) existe, quizá llore o quizá se encoja de hombros o quizá, simplemente, certifique el fracaso de su obra e intente otra en un futuro. Quizá tus ojos sean fruto de esa nueva criatura. No lo sé, creo que no lo sabré nunca. Creo, además, que a estas alturas no me importa… De hecho me avergüenza este rotundo fracaso de la especie.
A veces, a causa de nuestro insufrible orgullo, creíamos que el Universo se conmovía por el dolor y el sufrimiento que aquejaba a la humanidad. A veces llegamos a la absurda conclusión de que desapareciendo nosotros, desaparecería este cosmos, e incluso el Planeta dejaría de serlo. Simplemente, ya lo he comprendido, era algo imposible si la causa es la salvaje avaricia humana que devasta y asfixia esta pequeña bola de sílice cargada de agua. Es imposible que el entramado cósmico regido por leyes físicas tan complejas (algunas aún desconocidas por nosotros, quizá no por ti) vaya a verse siquiera escalofriado por estos acontecimientos.
La pronta extinción humana, así como la de cualquier ser vivo, animal o vegetal, no puede significar la desaparición de la vida, ni del astro Tierra. No es la primera vez que se produce una circunstancia que al alterar drásticamente las condiciones de habitabilidad, tenga como consecuencia la desaparición de vida.
Algunas veces hemos sido demasiado desmemoriados y nos hemos figurado ser más de lo que en verdad somos.
Quizá no hubiéramos sido tan estúpidos y tan avaros, si en cada momento hubiéramos tenido presente que antes de la presencia animal en este Planeta, esa célula primigenia con vida propia, esa ameba ancestral, hubo de realizarse una obra de ingeniería cósmica y astrofísica de consideración, pues primero hubo de disponerse de luz (energía) a modo de explosión inimaginable y que causó la aparición de los cuerpos celestes y su posterior organización a base de movimientos orbitales y elípticos que, una vez asentados, además de una armonía inimitable, tienen un automatismo basado en reglas complejas y precisas inalterables (desde la perspectiva temporal humana). Pero esto fue sólo el principio, ese primer día de la creación según una de nuestras religiones; pero de eso mejor no hablaré, entonces no acabaría nunca… Una vez que los astros se ubicaron cada uno en su lugar, la existencia de agua en la roca esférica número tres (en cuanto a proximidad del sistema de masas minerales y gaseosas que orbitan alrededor de una de las estrellas menos significativas del firmamento), se empezaron a producir fenómenos pura y estrictamente internos de este planeta que en nada afectaron o afectan al devenir cosmológico. Por resumir, la existencia de agua y oxígeno en la masa gaseosa que rodea su superficie, implicó la posibilidad de que otros elementos químicos interactuaron entre sí y fueron provocando sutiles cadenas moleculares que en un momento determinado concluyeron en la primera célula viva que nunca tuvo conciencia de serlo.
Con independencia o no de la existencia y/o intervención divina, según se descubrieron algunos de nuestros científicos, hasta llegar a los primeros individuos del homo sapiens, existieron otras especies de homínidos y prehomínidos con inteligencia o atisbo de ella. Sin embargo, por cuestiones distintas, algunas conocidas y otras no, desaparecieron, lo que (como sucedió con otros animales o vegetales), no afectó ni a la vida ni al Planeta ni al Universo. Sólo se me ocurre una posibilidad para imaginar que la desaparición de la vida afecte en algo al Planeta y esto, a su vez, pueda implicar algún leve picorcillo al sistema solar: la destrucción mediante explosión de esta roca. Sin embargo, una fragmentación en cientos o miles de meteoritos que quizá –aunque es poco probable- pudieran alterar mínimamente el funcionamiento orbital del Sistema Solar, tampoco es nada sencillo, a pesar de lo que creímos, cargados de esa mirada orgullosa y egocéntrica que nos caracteriza.
Así pues, futuro desconocido, es la primera vez que, con conciencia y con determinación voluntaria, una especie del Planeta elimina un modo concreto de manifestación de la vida, la que se basa en el oxígeno y en el carbono como fundamento. Aunque, ¿desaparecerá la vida? Es una respuesta arriesgada. Quizá no desaparezca del todo como la conocemos, quizá haya algún microorganismo (bacteria o virus) que pueda sobrevivir en las nuevas condiciones y sean el cimiento para una nueva evolución por otras vías bien distintas a las anteriores y que no estamos en condiciones de imaginar ni siquiera por aproximación.
Si en el transcurso de los siglos, la diferentes reacciones químicas, o la acción de ese Hacedor, o la visita de otras vidas procedentes de otros cuerpos celestes, consiguen aclimatarse a las condiciones de este astro y resurge la vida de un modo similar a éste o completamente inimaginable para mi torpe imaginación, me gustaría que encontraran estas palabras y que supieran que sobre la superficie de esta esfera en perenne movimiento hubo una vida supuestamente inteligente rodeada de belleza, bienestar y equilibrio y que fue destruida a causa del orgullo y avaricia de unos cuantos individuos (quizá muchos de ellos por desidia e ignorancia) del homo sapiens según nos hemos dado en llamar a nosotros mismos. Esta especie, después de sobrevivir a muchas y variadas tragedias y penurias (glaciaciones, terremotos, volcanes, maremotos, huracanes, inundaciones, sequías, corrimientos de tierra, hambre, sed, guerra, persecución, enfermedades...) y después de unos miles de años (es decir unos cuantos miles de giros orbitales alrededor de la estrella más cercana, que hasta hoy hemos llamado sol), decidió un suicidio colectivo, un genocidio planetario, mejor dicho, un ecocidio* sin marcha atrás, mediante el uso de un método lento: el envenenamiento y desaparición de las sustancias del Planeta que permitían las condiciones básicas y esenciales para la vida.
Cada vez me cuesta más trabajo respirar. Siento que mis ideas fluyen mucho más despacio como si me pesaran más y más... No tengo tiempo de resumir la historia de la humanidad, ni siquiera en titulares y espero que además de este testimonio, encuentres la información que ha almacenado esta especie, caracterizada, entre otras cosas, por parlotear sobre sí misma sin descanso y sin aburrimiento.
Según mi percepción, todo el proceso hacia el final ha consistido, en una desmedida ambición por poseer más dinero (un invento netamente humano), y por controlar los medios para obtenerlo. La posesión de estos medios, a partir del llamado siglo XX, deterioró tanto la atmósfera (el espacio gaseoso que abraza la superficie terráquea y nos aísla del resto del Universo y que quizá hayas tenido que atravesar hasta llegar aquí), y el agua (una sustancia líquida formada por oxígeno e hidrógeno y que abarcaba siete partes del planeta y siete partes de nuestro organismo), que comenzó a producirse un cambio en el clima que nos ha llevado a la destrucción.
Hubo voces, sobre todo en el último tercio del siglo XX, que advirtieron el peligro. Al principio parecían leves susurros de locos o ilusos; poco a poco fueron aumentando de intensidad. Cuando se tornaron clamor, ya en pleno siglo XXI fue tarde e inútil, puesto que quienes controlaban los elementos contaminantes y destructores, también controlaban la economía y los resortes del poder y sabían que si buscaban el alivio de la situación para una hipotética regeneración de las condiciones de vida, perderían su poder, su riqueza y su forma de existencia. Por otra parte, pensaron, o debieron pensar, que encontrarían a tiempo un antídoto al veneno y creyeron que ellos eran inmunes, construyendo ciudades subterráneas que podían mantener la vida, almacenando oxígeno en lugares seguros, custodiados e inalcanzables para el resto. Entretanto engañaron y acallaron las conciencias y raciocinio de la inmensa mayoría de habitantes del planeta (varios miles de millones de individuos) manteniéndoles ajenos a cualquier información fidedigna sobre este asunto y ocupando su tiempo de diversas formas, para evitar que pusieran en marcha su pensamiento.
Por tanto, si alguien pretende estudiar las causas de esta destrucción, que no piense en alteraciones del clima a causa de un inmenso meteorito que modificó la trayectoria de la órbita del Planeta alejándola o acercándola al sol; que no piense en una erupción durante varios decenios de todos los volcanes del planeta y que contaminó e hizo irrespirable el aire; que no se piense en invasiones extraterrestres (así llamamos a las criaturas procedentes de otro planeta).
La única razón de esta destrucción ha sido un suicidio inducido, un genocidio global, un ecocidio*, irreparable a estas alturas.
Quizá nuestra supuesta vida inteligente no merecía otra cosa. No se trata de un castigo, simplemente es la consecuencia lógica de unos hechos que un día, quizá hacia el año 2012, todavía parecían lejanos e incluso improbables...
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ECOCIDIO: Esta palabra se la debo al poeta Jorge Riechmann a quien se la he leído por primera vez en su poemario El común de los mortales, editado por TUSQUETS en 2011