[… Se equivocó la paloma…]
Rafael Alberti
Rafael Alberti
Dios acarició la pulpa del sol como panadero amasando destierros. Dios nos vistió de latidos como alfarero moldeando arcilla para la sed. Dios musitó el agua como monje acunando silencios. Dios bordó las nubes como zapatero tejiendo el cuero para las huellas del camino. Dios festejó el último día como niños besando risas… Dios incendió el cosmos como la luz y el color renacen de tus ojos y de tus dedos explicando el tiempo, donde nada concluye nunca, salvo las vidas, efímeras como suspiros…
Cabrillea en mi memoria, uña del sol sobre la melena del mar, el gesto de tus manos —cuando la vida aún era asunto de los sueños—, tomando el cuerpo de tus lápices de colores tal que cintura de novia sin presentir. Salta en mi desván, como las gacelas al cruzar el Serengeti —¿recuerdas?—, el modo en que entornabas los párpados y aquietabas el gesto deteniéndolo, felino ante su presa, buscando la policromía del instante, esa exactitud de matemático convirtiendo en magnitud el aroma de las flores, esa precisión de traductor de colores, esa adecuación inamovible del sinónimo tornándose retrato de palabra besada en otro idioma, como brota la hierba en los jardines, en cada jardín. Cazcalea con descuido por mi sala de estar, tu escarbar en el corazón para dejar a la intemperie la veta del tesoro, esa matriz fecunda donde dormitaba la esencia. Con la misma velocidad que pulsa el corazón, y con la misma atención prestada a sus ecos, se nos sucedían las horas: —Sin sentir— decía Madre, —¿recuerdas?—. Y verte trabajar —casi niño— era comprender que el arte era un viejo dios despiadado, a quien acogíamos, porque el mundo debía girar en el orden adecuado, y no en el caos. Como la vida, como la misma vida. No es menester remitir pliego de descargo contra mis recuerdos, pues aún conservas ese gesto, aún aguardas como felino tenso en el Serengeti, —¿recuerdas?—, a descubrir la ubicación perfecta en la cartografía del color, el brillo de una mirada, el tono de un centímetro de sonrisa sobre un labio humedecido por la luz, la espesura de un suspiro aún por llegar, el matiz y la densidad de una lágrima cuya presencia es surco en la mejilla, como un endecasílabo indecible…
Cuando los dedos tornan carne palpitada los pinceles, emprenden un baile inexplicable para quien ignora el misterio de la danza. Sólo quien ha sido testigo de este milagro entiende que los trazos estallen, como beso o como llanto, sobre la superficie hasta entonces inane y que sus rastros, más que pinceladas, sean caricias donde brota el hálito de la vida. Auscultas el mundo con los ojos, reposándolo en tus dedos que mecen los pinceles como se toma el talle de la amada. Te guían las pupilas como brújulas de aire, como cazamariposas de luz… Tu mirar es el mirar de un cazaluces secuestrando porciones de arcoíris. Tus dedos son balanzas de precisión aquilatando la proporción de cada tono, para que suceda otra vez un verso.
5 comentarios:
¡Ooostras marinas con perlitas! Que bello Amando, enhorabuena a Mariano. Oyeee que no me importaría nada pero nada nada tener un hermanito medianamente parecido a ti. Bs. extendido.
Me he emocionado leyéndote, Amando. Gracias por haberlo hecho.
Un abrazo.
Vellos de punta...y no me llamo Mariano.
Orgullosos tienen que estar vuestros padres de los Carabias Marías.
Un abrazo, hoy abarcando al resto de la familia.
Este es un regalo para los que te leemos; imaginamos ese lugar de infancia donde cada uno de vosotros pasaba las horas, no precisamente con tonterías.
Es una maravillosa prosa poética y un regalo merecedísimo para Mariano en su aniversario.
Felicidades, como dice Flamenco, extensivos a toda la familia y besos incontables!
Un poco tarde... pero quiero pasar si dejar mis-felicidades.
Me encanta este genial texto toda linda prosa. Siempre me gustó Alberti. Gracias por compartirlo.
Un besito y se feliz
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