Ricardo detiene su primer penalti, a Gerrad.
La mirada oscura del arquero taladra las pupilas del delantero, ese hombre, ese inglés fornido que acaba de saltar a la cancha hace apenas diez minutos, sólo para eso, para ese instante en teoría decisivo: meterle un gol de penalti a la selección portuguesa que les lleve a la semifinal de los Mundiales. La mirada oscura del arquero luso es una mirada como de carbón que hierve, pero, tiene la paradójica virtud de transmitir calma y seguridad interna. Quien ose colocar sus pupilas enfrentadas a las suyas acabará por caer rendido a sus pies, casi muerto de miedo. Si fuera admisible la paradoja, se podría afirmar que lo que siente el delantero, es que aquella mirada lo puede matar a uno con su frío ardiente…
El delantero inglés ha cometido uno de los peores errores de su vida, uno de esos fallos que nunca confesará a nadie, pero que le atormentará toda su vida…
Pudiera ser, quizá, que en alguna noche londinense de niebla y frío, de humedad que se cuele hasta los huesos, algo ebrio de cerveza negra, una noche ya muy alejada en el tiempo de aquel tórrido primero de julio de 2006, cuando, hacia las siete de la tarde, ocurrió lo inevitable, le cuente a algún contertulio indiferente o, una vez más, a su conciencia saturada de la misma historia, todo lo que le ocurrió, o al menos cómo lo recuerda él…
‘El cabrón del seleccionador me sacó en la segunda parte de la prórroga, cuando no se podía hacer nada. Yo llevaba corriendo por la banda casi toda la prórroga y maldecía su estirpe. Mis compañeros necesitaban alguien de refresco y no terminaba de decidirse el sueco ése. Le miraba a lo lejos y él a lo suyo, que nunca se sabía muy bien qué era. Jugábamos con uno menos, y los portugueses, como perros furiosos, no hacían más que mordernos en los tobillos. Cuando salté al campo rugían los hinchas; aún parecía posible, incluso era posible que nos ahorráramos los malditos penaltis, porque a pesar de ser diez, de vez en cuando hicimos que temblaran. Pero no pudo ser, todo fue inútil…’
Su mirada turbia de cerveza negra se perderá por la lejanía del recuerdo. Detendrá el relato en ese momento, rebuscando las palabras que puedan hacer entender, aunque sea de modo torpe, los minutos aquellos que transcurrieron desde que el argentino de apellido vasco pitó el final de la prórroga hasta que le llegó la hora de chutar aquel penalti. Le será muy difícil que le comprendan, porque ni él mismo se comprende. Llevaba en el terreno de juego poco más de diez minutos y se sentía fatigado, casi asfixiado, como si llevara corriendo los ciento veinte minutos del maldito partido. Le habían sacado para eso; no es que el seleccionador se lo dijera así de claro, pero era tan evidente, que no se sorprendió cuando descubrió que su nombre estaba en la lista de los cinco elegidos para chutar.
‘Al principio, quiero decir, cuando empezamos a tirar a puerta, no estaba nervioso; pero me sentía cansado. Nuestro primer disparo lo atajó el portero portugués y se nos cayó el mundo encima y comenzamos a ver fantasmas revoloteando por encima de nuestras cabeza, los fantasmas de siempre, esos viejos fantasmas que nos persiguen y nos torturan, porque un par de años atrás, también esos bastardos nos eliminaron por penaltis en la Eurocopa. Y lo peor es que ellos habían marcado su primer chut. Gracias al cielo, el siguiente lo mandaron al poste y el nuestro fue adentro, aunque su portero lo llegó a tocar, como siempre, siempre tocaba el balón. Joder, ese portero parecía que había nacido para parar penaltis’.
Volverá a callar, envuelto en una nube melancólica que torna las imágenes de su cerebro en endebles recuerdos muy decolorados, casi de color sepia. Tragará saliva que le sabrá amarga, con el amargor de la cerveza negra que combina tan bien con el recuerdo agraz que le atormenta. No contará que el camino hacia el punto de penalti fue el peor paseo de su vida: unos cuarenta metros eternos, que estaban sembrados de minas invisibles y envueltos por la tenue brisa (invisible para la humanidad) que agitaban los fantasmas con sus estridentes risotadas, inaudibles para el mundo. Mientras se acercaba hacia el área, veía que el portero luso, vestido de gris, como si llevara una antigua armadura de antiguo caballero medieval, se agigantaba o es que la portería se hacía más chica, o ambas cosas al tiempo. Intuyó que la única posibilidad para meter dentro la bola era no mirar, ni tan siquiera de soslayo, la mirada del portugués vestido con una armadura gris.
‘Sí, sabía que si lo miraba me acabaría por quemar. Me decía durante todo el tiempo: No lo mires, no lo mires, no lo mires. Llegué donde el árbitro. Me dio el balón, lo coloqué en el punto de penalti y me di la vuelta. No retrocedí mirando a puerta, me volví, sabía que no podía mirarle. Sentía que su mirada sería como la de esas serpientes de la India que dicen que hipnotizan’.
Volverá a callar. Quizá callará durante más tiempo, varios minutos, lo que no importará en absoluto ni a su interlocutor, que no está prestando excesiva atención a la noticia, o a su conciencia, un poco aburrida con la historia tantas veces repetida.
Todavía, tantos años después, no comprende cómo le sucedió, qué ocurrió en su cabeza para cometer esa torpeza. Lo cierto es que ningún compañero se lo echó en cara, tampoco el entrenador sueco. De los hinchas no le importaba la opinión, de ellos sólo quería los ánimos, y esos los habían tenido para rebosar de orgullo durante el partido. Pero él no se ha dejado de atormentar con la escena.
‘En cuanto llegué al borde del área, como un resorte, di media vuelta, me volví hacia la portería, corrí hacia el balón y chuté hacia donde había decidido, el lado izquierdo del portero, fuerte, ajustado al palo, un poco más alto que a media altura, pero sin arriesgarme a que pudiera dar en el larguero.
Gol.
Iba a celebrarlo, pero, mierda, me di cuenta en esa milésima de segundo de que el arquero no se había movido, como si se hubiera convertido en una estatua y me miraba imperturbable con un rastro de sonrisa como de diablo; y justo entonces comprendí mi torpeza: el árbitro no había tocado el silbato, así que mi disparo no había servido de nada, es como si no lo hubiera lanzado… No había existido’.
Cuando le devolvieron la bola, ya sabía que todo sería inútil. Ya sabía, incluso, que aquel error sería definitivo para su selección. Además, desde el momento en que la pelota traspasó a deshora la línea de meta, el portero no había dejado de mirarlo, y, definitivamente descubrió aterrorizado que no había hueco en los once metros de la portería. En efecto, Ricardo, el portero portugués parecía un armario de tres cuerpos y la portería una de esas de mini fútbol, de las que se usan en los entrenamientos para afinar la puntería. Hasta un niño le pararía el penalti sin esfuerzo, incluso sin moverse.
‘Mientras sentía su mirada impasible pensé por dónde tirárselo. Y sabía que eligiera lo que eligiera me iba a equivocar. Si chutaba a su izquierda, como la primera vez, lo adivinaría, si lo ajustaba a los palos se me iría o lo mandaría al poste, como ya habían hecho ellos en una ocasión. Si lo mandaba a su derecha él pensaría que yo estaba pensando mandarlo allí. Así que cuando el argentino silbó, no lo pensé y fue a su derecha. Desde que salió de mi bota supe que lo detendría. Se lanzó hacia ese lado impulsado por una catapulta que escondía milagrosamente en las plantas de los pies, extendió su brazo derecho que me pareció una gigantesca pala de hierro que trató el balón como si fuera una pequeña bolita de pimpón. Y el mundo se me vino abajo. Dejé de escuchar todo lo demás. Desde entonces casi no escucho nada, para ser sinceros’.
Pero el delantero, acaso demasiado abrumado por su torpeza, no contará que no fue el último penalti de su selección que todavía hubo otro, que también detuvo el portero, y que los lusos marcaron otros dos, así que no hubo opción a un quinto lanzamiento, cuatro fueron suficientes para certificar la eliminación, que no la derrota, lo cual, bien mirado, duele más, mucho más, porque tal cuestión tiene un tufo de injusticia, un hedor a fatalismo que desmaya las conciencias.
Tampoco contará que antes, durante la prórroga, los hinchas ingleses habían sido el verdadero jugador número doce, mejor dicho el número once, pues jugaban los ingleses con uno menos, entonando, como si aquel estadio alemán fuera una inmensa catedral, el himno inglés al menos tres o cuatro veces. ¿Cómo aguantaron los portugueses tal acometida de la masa? Tampoco dirá que antes de eso, nada más comenzar la segunda parte, su delantero centro, aquel pequeño toro al que le hervía la sangre en la cabeza demasiado pronto, había aplastado de un pisotón inexplicable los testículos del central portugués en una jugada absurda en el centro del campo y que el árbitro lo tuvo que expulsar, ¿qué otra cosa podría haber hecho el árbitro? Al principio, desde el banquillo, no lo habían visto y pensaron que el colegiado había enloquecido, al fin y al cabo era argentino, y ya es sabido que entre argentinos e ingleses existen varios contenciosos históricos, no sólo futbolísticos para decirlo todo; pero en cuanto vieron la repetición en aquellas pantallas gigantescas, que como ojos divinos lo descubrían y lo mostraban todo, tuvieron que callarse; nadie en su sano juicio podría reprender al extremo izquierdo portugués, aquel joven inauditamente descarado que era compañero de equipo del delantero centro inglés, porque se fuera como una bala hacia el árbitro pidiéndole a gritos que sacase la tarjeta roja. A pesar de la tormenta que organizaron los periodistas con tal asunto, tenía razón el rubio chaval portugués… Ni contará tampoco que tras esa expulsión, fueron más leones que nunca y que estuvieron a punto de darles un disgusto a los portugueses, que habían jugado mejor que ellos, sí, pero que tampoco habían sido tan superiores. Ni dirá que los portugueses, en esa segunda parte y en la prórroga, les encerraron en su área, pero, en realidad, no llegaron a temer por el resultado, era como si los lusos no pudieran marcar ningún gol aquel día, ni aunque todos los ingleses, en vez de moverse al unísono, como un ballet, de izquierda a derecha del área para evitar que apareciese un hueco en la defensa, se sentaran en el césped tal que estuvieran celebrando un picnic sobre el manto verde del estadio. Ni contará tampoco que, un poco antes de la expulsión, sintió que todo se iba por la borda, cuando el icono de la selección, su capitán hasta aquel día, David Beckham, hubo de ser sustituido por lesión en el tobillo derecho, aunque, paradójicamente, la selección a partir de ahí, jugó más vertical, más rápida, más profunda, gracias al joven extremo derecho que penetraba por aquel costado del campo como si tuviera un motor especial para correr y correr. Tampoco contará que, en apariencia, esa desventaja psicológica se equilibró cuando el sustituido fue la imagen de la selección portuguesa, cuando los lusos cambiaron a su capitán, a Figo. Ni dirá tampoco que en la primera parte jugaron mal, rematadamente mal. Como lo hicieron los portugueses, dicho sea de paso, como lo llevaban haciendo todo el Mundial, con más aspecto de arrastrarse por los campos que de jugar al fútbol, incapaces de nada, de casi nada.
No contará tampoco que, a pesar de todo, no olvidará aquella tarde del uno de julio de 2006, cuando, antes de comenzar el partido, abrazado a sus compañeros en el banquillo, cantaba el ‘God save the Queen’, aupándose hacia la gloria montado sobre las voces de los millares de ingleses que cantaban lo mismo y al unísono, con toda la ilusión prendida en las retinas que taladraban el cielo de Alemania.
El delantero inglés ha cometido uno de los peores errores de su vida, uno de esos fallos que nunca confesará a nadie, pero que le atormentará toda su vida…
Pudiera ser, quizá, que en alguna noche londinense de niebla y frío, de humedad que se cuele hasta los huesos, algo ebrio de cerveza negra, una noche ya muy alejada en el tiempo de aquel tórrido primero de julio de 2006, cuando, hacia las siete de la tarde, ocurrió lo inevitable, le cuente a algún contertulio indiferente o, una vez más, a su conciencia saturada de la misma historia, todo lo que le ocurrió, o al menos cómo lo recuerda él…
‘El cabrón del seleccionador me sacó en la segunda parte de la prórroga, cuando no se podía hacer nada. Yo llevaba corriendo por la banda casi toda la prórroga y maldecía su estirpe. Mis compañeros necesitaban alguien de refresco y no terminaba de decidirse el sueco ése. Le miraba a lo lejos y él a lo suyo, que nunca se sabía muy bien qué era. Jugábamos con uno menos, y los portugueses, como perros furiosos, no hacían más que mordernos en los tobillos. Cuando salté al campo rugían los hinchas; aún parecía posible, incluso era posible que nos ahorráramos los malditos penaltis, porque a pesar de ser diez, de vez en cuando hicimos que temblaran. Pero no pudo ser, todo fue inútil…’
Su mirada turbia de cerveza negra se perderá por la lejanía del recuerdo. Detendrá el relato en ese momento, rebuscando las palabras que puedan hacer entender, aunque sea de modo torpe, los minutos aquellos que transcurrieron desde que el argentino de apellido vasco pitó el final de la prórroga hasta que le llegó la hora de chutar aquel penalti. Le será muy difícil que le comprendan, porque ni él mismo se comprende. Llevaba en el terreno de juego poco más de diez minutos y se sentía fatigado, casi asfixiado, como si llevara corriendo los ciento veinte minutos del maldito partido. Le habían sacado para eso; no es que el seleccionador se lo dijera así de claro, pero era tan evidente, que no se sorprendió cuando descubrió que su nombre estaba en la lista de los cinco elegidos para chutar.
‘Al principio, quiero decir, cuando empezamos a tirar a puerta, no estaba nervioso; pero me sentía cansado. Nuestro primer disparo lo atajó el portero portugués y se nos cayó el mundo encima y comenzamos a ver fantasmas revoloteando por encima de nuestras cabeza, los fantasmas de siempre, esos viejos fantasmas que nos persiguen y nos torturan, porque un par de años atrás, también esos bastardos nos eliminaron por penaltis en la Eurocopa. Y lo peor es que ellos habían marcado su primer chut. Gracias al cielo, el siguiente lo mandaron al poste y el nuestro fue adentro, aunque su portero lo llegó a tocar, como siempre, siempre tocaba el balón. Joder, ese portero parecía que había nacido para parar penaltis’.
Volverá a callar, envuelto en una nube melancólica que torna las imágenes de su cerebro en endebles recuerdos muy decolorados, casi de color sepia. Tragará saliva que le sabrá amarga, con el amargor de la cerveza negra que combina tan bien con el recuerdo agraz que le atormenta. No contará que el camino hacia el punto de penalti fue el peor paseo de su vida: unos cuarenta metros eternos, que estaban sembrados de minas invisibles y envueltos por la tenue brisa (invisible para la humanidad) que agitaban los fantasmas con sus estridentes risotadas, inaudibles para el mundo. Mientras se acercaba hacia el área, veía que el portero luso, vestido de gris, como si llevara una antigua armadura de antiguo caballero medieval, se agigantaba o es que la portería se hacía más chica, o ambas cosas al tiempo. Intuyó que la única posibilidad para meter dentro la bola era no mirar, ni tan siquiera de soslayo, la mirada del portugués vestido con una armadura gris.
‘Sí, sabía que si lo miraba me acabaría por quemar. Me decía durante todo el tiempo: No lo mires, no lo mires, no lo mires. Llegué donde el árbitro. Me dio el balón, lo coloqué en el punto de penalti y me di la vuelta. No retrocedí mirando a puerta, me volví, sabía que no podía mirarle. Sentía que su mirada sería como la de esas serpientes de la India que dicen que hipnotizan’.
Volverá a callar. Quizá callará durante más tiempo, varios minutos, lo que no importará en absoluto ni a su interlocutor, que no está prestando excesiva atención a la noticia, o a su conciencia, un poco aburrida con la historia tantas veces repetida.
Todavía, tantos años después, no comprende cómo le sucedió, qué ocurrió en su cabeza para cometer esa torpeza. Lo cierto es que ningún compañero se lo echó en cara, tampoco el entrenador sueco. De los hinchas no le importaba la opinión, de ellos sólo quería los ánimos, y esos los habían tenido para rebosar de orgullo durante el partido. Pero él no se ha dejado de atormentar con la escena.
‘En cuanto llegué al borde del área, como un resorte, di media vuelta, me volví hacia la portería, corrí hacia el balón y chuté hacia donde había decidido, el lado izquierdo del portero, fuerte, ajustado al palo, un poco más alto que a media altura, pero sin arriesgarme a que pudiera dar en el larguero.
Gol.
Iba a celebrarlo, pero, mierda, me di cuenta en esa milésima de segundo de que el arquero no se había movido, como si se hubiera convertido en una estatua y me miraba imperturbable con un rastro de sonrisa como de diablo; y justo entonces comprendí mi torpeza: el árbitro no había tocado el silbato, así que mi disparo no había servido de nada, es como si no lo hubiera lanzado… No había existido’.
Cuando le devolvieron la bola, ya sabía que todo sería inútil. Ya sabía, incluso, que aquel error sería definitivo para su selección. Además, desde el momento en que la pelota traspasó a deshora la línea de meta, el portero no había dejado de mirarlo, y, definitivamente descubrió aterrorizado que no había hueco en los once metros de la portería. En efecto, Ricardo, el portero portugués parecía un armario de tres cuerpos y la portería una de esas de mini fútbol, de las que se usan en los entrenamientos para afinar la puntería. Hasta un niño le pararía el penalti sin esfuerzo, incluso sin moverse.
‘Mientras sentía su mirada impasible pensé por dónde tirárselo. Y sabía que eligiera lo que eligiera me iba a equivocar. Si chutaba a su izquierda, como la primera vez, lo adivinaría, si lo ajustaba a los palos se me iría o lo mandaría al poste, como ya habían hecho ellos en una ocasión. Si lo mandaba a su derecha él pensaría que yo estaba pensando mandarlo allí. Así que cuando el argentino silbó, no lo pensé y fue a su derecha. Desde que salió de mi bota supe que lo detendría. Se lanzó hacia ese lado impulsado por una catapulta que escondía milagrosamente en las plantas de los pies, extendió su brazo derecho que me pareció una gigantesca pala de hierro que trató el balón como si fuera una pequeña bolita de pimpón. Y el mundo se me vino abajo. Dejé de escuchar todo lo demás. Desde entonces casi no escucho nada, para ser sinceros’.
Pero el delantero, acaso demasiado abrumado por su torpeza, no contará que no fue el último penalti de su selección que todavía hubo otro, que también detuvo el portero, y que los lusos marcaron otros dos, así que no hubo opción a un quinto lanzamiento, cuatro fueron suficientes para certificar la eliminación, que no la derrota, lo cual, bien mirado, duele más, mucho más, porque tal cuestión tiene un tufo de injusticia, un hedor a fatalismo que desmaya las conciencias.
Tampoco contará que antes, durante la prórroga, los hinchas ingleses habían sido el verdadero jugador número doce, mejor dicho el número once, pues jugaban los ingleses con uno menos, entonando, como si aquel estadio alemán fuera una inmensa catedral, el himno inglés al menos tres o cuatro veces. ¿Cómo aguantaron los portugueses tal acometida de la masa? Tampoco dirá que antes de eso, nada más comenzar la segunda parte, su delantero centro, aquel pequeño toro al que le hervía la sangre en la cabeza demasiado pronto, había aplastado de un pisotón inexplicable los testículos del central portugués en una jugada absurda en el centro del campo y que el árbitro lo tuvo que expulsar, ¿qué otra cosa podría haber hecho el árbitro? Al principio, desde el banquillo, no lo habían visto y pensaron que el colegiado había enloquecido, al fin y al cabo era argentino, y ya es sabido que entre argentinos e ingleses existen varios contenciosos históricos, no sólo futbolísticos para decirlo todo; pero en cuanto vieron la repetición en aquellas pantallas gigantescas, que como ojos divinos lo descubrían y lo mostraban todo, tuvieron que callarse; nadie en su sano juicio podría reprender al extremo izquierdo portugués, aquel joven inauditamente descarado que era compañero de equipo del delantero centro inglés, porque se fuera como una bala hacia el árbitro pidiéndole a gritos que sacase la tarjeta roja. A pesar de la tormenta que organizaron los periodistas con tal asunto, tenía razón el rubio chaval portugués… Ni contará tampoco que tras esa expulsión, fueron más leones que nunca y que estuvieron a punto de darles un disgusto a los portugueses, que habían jugado mejor que ellos, sí, pero que tampoco habían sido tan superiores. Ni dirá que los portugueses, en esa segunda parte y en la prórroga, les encerraron en su área, pero, en realidad, no llegaron a temer por el resultado, era como si los lusos no pudieran marcar ningún gol aquel día, ni aunque todos los ingleses, en vez de moverse al unísono, como un ballet, de izquierda a derecha del área para evitar que apareciese un hueco en la defensa, se sentaran en el césped tal que estuvieran celebrando un picnic sobre el manto verde del estadio. Ni contará tampoco que, un poco antes de la expulsión, sintió que todo se iba por la borda, cuando el icono de la selección, su capitán hasta aquel día, David Beckham, hubo de ser sustituido por lesión en el tobillo derecho, aunque, paradójicamente, la selección a partir de ahí, jugó más vertical, más rápida, más profunda, gracias al joven extremo derecho que penetraba por aquel costado del campo como si tuviera un motor especial para correr y correr. Tampoco contará que, en apariencia, esa desventaja psicológica se equilibró cuando el sustituido fue la imagen de la selección portuguesa, cuando los lusos cambiaron a su capitán, a Figo. Ni dirá tampoco que en la primera parte jugaron mal, rematadamente mal. Como lo hicieron los portugueses, dicho sea de paso, como lo llevaban haciendo todo el Mundial, con más aspecto de arrastrarse por los campos que de jugar al fútbol, incapaces de nada, de casi nada.
No contará tampoco que, a pesar de todo, no olvidará aquella tarde del uno de julio de 2006, cuando, antes de comenzar el partido, abrazado a sus compañeros en el banquillo, cantaba el ‘God save the Queen’, aupándose hacia la gloria montado sobre las voces de los millares de ingleses que cantaban lo mismo y al unísono, con toda la ilusión prendida en las retinas que taladraban el cielo de Alemania.
‘Joder’, dirá, mientras deja el vaso de cerveza negra sobre la mesa, ‘Mierda, durante aquel par de minutos creí que los venceríamos, esos locos que se habían gastado tanta pasta, no se merecieron aquello. No, joder, no se lo merecieron. Y fui yo quien miró al portero, fui yo quien destrocé tantos sueños, mierda’.
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Este texto forma parte de mi libro, inédito, Azul de ocaso, basado en el Mundial de Alemania 2006 y que también integra mi diario de aquel año: La palabra de cada día 2006. El jardín de la memoria.
Ya que ha comenzado el Mundial de Sudáfrica 2010 he querido hacer una incursión en el ámbito futbolero. Espero que los no aficionados me lo perdonéis.
Gracias a uno de los comentarios de Gaspard en la entrada anterior, he recordado este instante.
El protagonista, real, del penalti fallado es Carragher.
30 comentarios:
¿Esto era el fútbol? De haberlo sabido...
Nunca pensé que me iba a gustar tanto un relato de este tipo.
No pidas perdón, a mí me ha encantado y no creo que haya alguien menos aficionada que yo.
Es un texto tierno, emocionante, con intriga, como todo lo que tocas.
Besos para los amantes del balón.
Que sepas que te visite de futbol ,no se nada de nada por eso no comento,cariños.
Lamento no saber absolutamente nada de fútbol, pero has escrito muy bien, y eso siempre se agradece. Un abrazo.
Isolda:
Algunas veces el fútbol tiene estas cosas. Uno puede encontrar alguna historia, alguna reflexión... Pero no ocurre todos los días.
Por desgracía muchas veces es otra cosa, es más de lo mismo.
Quizá sea una manera para mirar los partidos: buscar una posibilidad... En un terreno de juego hay veintidós jugadores, tres árbitros y puede haber seis sustituciones, tres por bando... Como mínimo, pues podemos fijarnos en treinta y un acotres... Pero están los entrenadores, los otros suplentes que no juegan, el público, los espectadores atne el televisor...
fiaris alfabeta:
Gracias por tu visita y por tus palabras.
María Sangüesa:
Este texto, que forma parte de un librillo, como he puesto más abajo, y de mi propio diario, fue una manera de unir dos de mis pasiones, por ello me esforcé... Me alegra que te haya gustado.
Y este año, Amando, con lo bien que nos va a pintar sobre el papel, ¿seguirás escribiendo ese diario?
Una visión de un momento, que parece que son pocos segundos y, sin embargo, fijate, lo que da de si.
Tengo ganas ya de ver jugar a nuestra selección, el miércoles, a las cuatro, en el bar de Yeyo, con mis chicas. Creo que este año también nos vamos a pintarrajear la cara, y me han buscado una bandera, que yo solo uso cosas del barça, ni una triste banderita de papel tengo, creo que me voy a hacer una... Suerte, y enhorabuena por el relato, sorprendente sin duda. Un abrazo.
¿Qué es el futbol? ¿Sufrimiento o goce? ¿Tristeza o alegría? ¿Pasión o profesión?...Es todo. Son las dos caras de la moneda…es la gloria, para el que detiene un penalti; es la ruina, para el que falla la pena máxima. Eres un héroe, Ricardo el portero; eres un villano, Carragher el jugador de campo…Mañana el héroe será el villano y viceversa…Futbol es futbol que diría aquel.
Después de cuatro años, el que falló el penalti, Carragher, sigue siendo internacional por Inglaterra y el que lo paró, Ricardo Martins Soares, es suplente en un equipo que en estos días aspira a ascender a la 1ª división de la liga española. Cosas del futbol.
Un abrazo míster.
Esto del que tira el penalti, o del portero que falla como lo hizo Green el sábado, son momentos inolvidables, traumáticos para los jugadores. Para ellos debe de ser como salir de las trincheras. Un momento de gran tensión también para quien lo está viendo, en el campo, por la tele y no digo nada si lo estás escuchando por la radio sin imagen delante. Luego están los casos ridículos, como el de Beckham cuando fue expulsado. Tal vez no les ocurra como al colombiano que mataron tras un gol en propia puerta en el Mundial de USA '94, pero la pasión deportiva casi no conoce límites. En Nueva Zelanda, el equipo de rugby casi se tiene que esconder por vergüenza tras perder la final del Mundial Francia 2007. En rugby está la transformación, sobre todo si el ensayo ha sido bajo palos o cerca. Si se falla eso... Hay jugadores especializados que se juegan mucho, casi todo su prestigio, como Wilkinson en 2003 por los ingleses, o el half-fly sudafricano Stransky en el 95, con su drop final contra Australia.
Ver deportes ya no me gusta, pero tu arte en narrar esa historia me ha encantado. Contra,.... que bien escribes Amando.
No puedo evitar que me de pena lo que le pasó al portero inglés, pobre chaval, ¡hasta que se le pase! Un abrazo.
No sé si te he dicho alguna vez que no soporto el fútbol, fíjate cómo será que en cuanto escucho al comentarista me da una fatiguita... Lo que a mí me gustaría poder disfrutarlo en el sofa con mi familia, unas cervecitas y unas tapitas. Pero no, prefiero mil veces leer tus entradas, por ejemplo, de las que siempre aprendeo y disfruto aunque hablen de fútbol.
Un abrazo.
Hola: A mí, tampoco me gusta el futbol, pero sin embargo me meto un poquito en los mundiales; por cierto sufro bastante cuando- - España no triunfa. He disfrutado leyendo tu relato, si hubiese que puntuar, te pondría sin lugar a duda, un diez. En tus letras el futbol tiene otra cara. Felicidades. Besos. Marina.
Evaasecas:
Esperemos que lo que se dice sobre el papel se cumpla.
No, este año, aunque siga con el diario, no escribiré tanto sobre el Mundial. No tengo tanto tiempo, ni tantas ganas, ni la posibilidad de ver todos los partidos, pues no estoy abonado a la plataforma digital que da la mitad de los encuentros, o más. Veré los que pueda en abierto, y quizá en algún bar alguno muy interesante en teoría.
Flamenco Rojo:
El fútbol es las dos cosas, y muchas más como tantas cosas en las vidas. En muchas ocasiones pienso que el fútbol puede ser un reflejo de la propia vida, y como tantas veces sucede lo que para unos es alegría, para otros es tristeza. Y también es cierto que los instantes no suponen una trayectoria definitiva. Pones un buen ejemplo. Ricardo suplente en el Betis y Carragher continúa en la selección británica
Aquel "no gol " de Cardeñosa...
Sí que soy mayor, carape...
Gaspard:
Es verdad. Algunas veces la tensión es tan excesiva que se puede llegar a extremos intolerables.
Esta quizá sea la parte más peligrosa de este deporte. El caso extremo del jugador colombiano asesinado por aquella jugada, debería ser un aviso a navegantes.
Es difícil controlar esa pasión, y más cuando desde los dirigentes, se ha puesto tanto énfasis en identificar un club o una selección con un pueblo, con una nación... A veces los límites se sobrepasan y se pueden llegar a verdaderas aberraciones.
Esto es lo que más me disgusta de este deporte y de otros que también son de masas.
Es difícil de controlar todo esto, pero habría que intentarlo.
emejota:
La verdad es que el pobre chaval lo va a pasar mal una buena temporada. Quizá el error quede en anécdota si no es definitivo. Quiero decir si Inglaterra acaba en primer lugar del grupo, no habrá sucedido nada, a partir de ahí...
Mercedes:
Algo hemos comentado, sí. Se puede intentar, pero en fin, este tipo de aficiones o nacen muy pronto o es difícil que se adquieran más tarde.
Gracias por tus palabras. Las mías son torpes y seguro que sabes mejor que yo que muchos autores han escrito hermosos textos con el fútbol como telón de fondo (o no tan de fondo).
Marina Fligueira:
No eres la única. Hay muchas personas que sólo soportan los partidos de la selección, sobre todo en las dos grandes competiciones por equipos: Eurocopa y Mundiales.
Gracias por tu generosidad
Alena Collar
¿En el Mundial de Argentina 1978? Me suena. Vaya mundial... Aquel todavía lo vi en blanco y negro. Es del primero que recuerdo alguna cosa, algún detalle. No pasamos (parece que hubiera jugado, jeje) de la primera fase... Poco a poco se ha ido mejorando ¿Tendrá ver con cierto desarrollo del propio país?
Tampoco podemos olvidarnos de la final de la Eurocopa en París, con aquel fallo de Arconada.
O el penalti que el portero belga paró a Juan Señor en aquellos cuartos de final del Mundial de México.
O aquel otro error de Zubizarreta en el Mundial de Francia.
O también contra Francia el penalti que no marcó Raúl...
Uf, vaya racha, mejor lo dejamos...
Esperemos que la racha de la úlitma Eurocpa continúe en este Mundial
En el 78, si hijo. 18 añitos tenía una servidora (de nadie).
Debo reconocer que entonces mi vida era tan desastre como el desastroso fallo de Cardeñosa, con lo que me solidaricé completamente con el pobre muchacho...
Lo miraré cuando el portero se ponga su armadura y fulmine con su mirada todos los eligidos para chutar o al contrario cuando los eligidos vengan con cañones.
Es una epopeya, una guerra lo que nos cuentas, como las guerras que hacen los niños con sus soldaditos de plomo, o de plástico. Me gusta como lo cuenta el viejo soldado/adelentero.
Alena Collar:
Y es una pena que el pobre Julio Cardeñosa, tan exquisito jugador, haya pasado a la memoria de los aficionados españoles por semejante momento puntual, por ese detalle, casi circunstancial, aunque tuviera consecuencias para la clasificación de la selección. Es como si ya nadie recordara ese guante que tenía en el pie... No sé si ocurre en el resto de ámbitos de la vida, pero en el deporte de alta competición, como venimos comentando (quizá por la igualdad que existe entre los contendientes, cada vez mayor), todo parece estar ligado a los instantes, a un segundo decisivo, como si las trayectorias importaran poco, o importaran nada.
Tanto es así, que hasta este comentario nace de un momento.
catherine:
Este es el problema que se puede achacar al deporte de alta competición. La sensación de enfrentamiento, de batalla, de lucha...
Quizá, estoy seguro de que hay estudios sobre el asunto, esto sea una especie de reminiscencia de algo interno que anida en nuestros genes, casi como especie. ¿Tendrá que ver con la territorialidad, con la defensa de la tribu, con que, al fin y al cabo, somos mamíferos que tienen que matar para alimentarse, tiene que ver con el afán de conquista -estas epopeyas que narras...?
Cosas tan aparentemente poco cruentas como el ajedrez, en el fondo no es más que una batalla brutal entre dos enemigos irreconciliables...
Te paso una solución de emergencia, yo tampoco tengo tv para ver los partidos que no son en abierto, pero mi hijo encontró esto y hemos visto ya unos pocos, no es la mejor forma de ver un partido, en la silla del pc, pero a veces no queda otra. Consejo, quitar el sonido y poner la radio.
para ver algunos partidos
Yo lo escucho con Radio Marca
y si, escucho radio marca a pesar de ser culé, increiblemente, ya no es lo que era. Un saludo a todos.
Bueno, pues mañana juega la Selección española. A pesar de mi reticente españolidad -siento un no sé qué al escuchar el Himno español-, espero que ganen. O que ganemos. Sobre todo vista la ruina a la que nos están condenando les Bleus. Sólo hace falta que los deslices ateos de San Iker se queden en eso...
No se puede negar que es un vicio mundial no???
Digo vicio con simpatía.
Pjala los seres se unieran tanto como cuando estan prendidos de la tv viendo un partido.
Pasion de multitudes!!!!!
Gracias por tu visita y realmente los números no interesan sino los amigos con quienes compartir.
Cariños
Gaspard:
Bueno, bueno... Después de ver a Brasil esta noche, ya he visto a todas las teóricamente candidatas de este Mundial, salvo España.
Esperemos que mañana a las 16.00 (hora peninsular) no suceda lo que ha sucedido con las otras, salvo, quizá Alemania. Esperemos que Casillas no tenga que engrosar la nómina de porteros cantores: Green (Inglaterra), Chauchil (Argelia), Justo Villar (Paraguay), y el de Corea del Norte.
Esperemos que jueguen como lo vienen haciendo estos últimos años.
Después se verá.
Abuela Ciber:
Por lo que ya se sabía, y por lo que se está viendo en estos días, así es. Por algo será, digo yo...
Y tienes razón en las dos cosas que dices: ojalá nos uniéramos más por otras cosas también, y lo que menos importa es el número, sino con quien compartir.
Evaasescas:
Me he despistado... Creí que te había contestado. Sorry.
Tengo ese enlace, pero este equipo de casa no puede con él, no puede.
Así que este año veré la mitad del mundial.
Que lo disfrutemos todos mañana
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