Imagen tomada de Internet
PRIMERA PARTE , SEGUNDA PARTE
PRIMERA PARTE , SEGUNDA PARTE
Al verme ayer en su puerta, me sonrió como nunca hizo. Ante aquel gesto desusado, comprendí que ella me exigiría varias horas de mi tiempo y corroboré de nuevo que debería haber hecho caso al viento que verberaba en mis oídos, habiéndome zafado de los dedos como garfios.
Pero era tarde, así que, con resignación, subí los peldaños que nos separaban del salón, donde, como siempre, la fragancia inconfundible de una infusión me hacía viajar a atmósferas boscosas.
La casa de mi abuela es un ancestral edificio de dos plantas. La de abajo tiene la misión fundamental de caldear toda la vivienda, pues está ocupada casi en exclusiva por una enorme cocina, donde se encuentra la potente caldera de una calefacción que ha sido hasta hace poco de carbón y leña. Ahora es de gas natural. En tal cambio comprendí que los años hacían mella hasta en mi abuela. Completan esta planta el cuadrado y lóbrego zaguán, y una despensa con aspiración de almacén o trastienda. En el piso superior se ubican los cuatro dormitorios y el salón. Hay otra tercera altura, el sobrado o desván, donde se apilan, en orden inextricable para mí, los más extraños objetos.
La casa de mi abuela es un ancestral edificio de dos plantas. La de abajo tiene la misión fundamental de caldear toda la vivienda, pues está ocupada casi en exclusiva por una enorme cocina, donde se encuentra la potente caldera de una calefacción que ha sido hasta hace poco de carbón y leña. Ahora es de gas natural. En tal cambio comprendí que los años hacían mella hasta en mi abuela. Completan esta planta el cuadrado y lóbrego zaguán, y una despensa con aspiración de almacén o trastienda. En el piso superior se ubican los cuatro dormitorios y el salón. Hay otra tercera altura, el sobrado o desván, donde se apilan, en orden inextricable para mí, los más extraños objetos.
A pesar de los noventa años, su distribución no ha variado. Mis tíos y mi madre sugieren anualmente que sería bueno instalar un dormitorio en la planta baja, pues los años no perdonan a nadie; pero mi abuela sonríe con travesura y responde que no se meterá en ninguna despensa hasta que no la entierren, cuando esté de Dios que tal suceda. Así que las leves insinuaciones mueren al nacer. Me pregunto por qué mis tíos y mi madre repiten la misma estupidez año tras año, si saben de sobra que las cosas con la abuela suceden siempre del mismo modo. En su casa, es la reina despótica que actúa únicamente según su saber y entender. Jamás ha pedido consejo a nadie, y menos aún a sus hijos. Si incautamente, alguno continúa con la cuestión, la zanja de modo abrupto, ¿Es que voy a tu casa a meterme en cómo vives o dejas de vivir? El osado arría velamen y oculta la cabeza bajo el ala.
Ayer por la tarde, mi abuela estaba enfrascada en un solitario. Eso imaginé al ver las cartas dispuestas sobre la mesa camilla. Me extrañó que no tuviera prendida la luz del techo, a pesar de la oscuridad en que se había metido el día nubloso. Se conformaba con la tenue luminosidad de un par de palmatorias que tiene colocadas junto a las paredes de la habitación y que nunca había visto en funcionamiento.
Ayer por la tarde, mi abuela estaba enfrascada en un solitario. Eso imaginé al ver las cartas dispuestas sobre la mesa camilla. Me extrañó que no tuviera prendida la luz del techo, a pesar de la oscuridad en que se había metido el día nubloso. Se conformaba con la tenue luminosidad de un par de palmatorias que tiene colocadas junto a las paredes de la habitación y que nunca había visto en funcionamiento.
La atmósfera del salón era inquietante, onírica: luz de claridad anaranjada, largura de sombras provocada por el claror cítrico, aroma dulzón de los vahos procedentes de la infusión de hinojo, malva, menta, saúco, ciruela y manzana deshidratada, su favorita (gusto que comparto con ella, como tantas cosas, a pesar de nuestro recíproco odio larvado), humedad vaporosa que se adensaba por toda la habitación, calor exagerado que nacía de los viejos y enormes radiadores broncíneos de la sala, grisura nubosa de la tarde, tictac opresivo del perenne reloj de pared…
Me pidió que me sentara frente a ella.
Me pidió que me sentara frente a ella.
Sin preguntarme, me arrimó un tazón de loza pavonada, junto al que dejó la jarra de dos litros (que también le regalé en su día) donde reposaba la infusión, que mantenía siempre a punto de bullir, gracias a un infiernillo eléctrico en continuo funcionamiento. Me sentí complacido. Después del trayecto que había hecho hasta allí, esa infusión era lo más conveniente para calentar el cuerpo y templar el espíritu. Me serví del líquido de tonos musgosos, holgadamente, hasta el quicio del tazón. Me adelanté a su gesto, y devolví la jarra al infiernillo. Todo se desarrollaba en silencio. Salvo el tictac asfixiante del reloj, ningún sonido interfería nuestras miradas de hielo azul. Sabía, lo supe desde que abrió la puerta, que me tocaba escuchar, así que me acomodé en el butacón, tras absorber un reconfortante trago de la infusión que casi hervía.
La mañana parece que no aclarará. Las nubes se ciernen sobre nosotros con la misma animadversión de ayer. Aún tiemblo al recordar el tiempo que siguió. Debería estar agotado, pues no he pegado el ojo en toda la noche, pero si duermo será peor…
Digo que mi abuela quería hablar, y habló. Descubrí en su monólogo realidades que habían permanecido ocultas hasta esos minutos, no sólo para mí, sino para el resto de la familia. Comenzó diciéndome, mientras señalaba a las cartas dispuestas sobre el tapete de la mesa camilla, que tardé mucho en hacer caso de su invocación, ya que llevaba toda la tarde llamándome, más de dos horas, concluyó en un suspiro satisfecho.
Este fue mi primer escalofrío de la tarde.
Para combatirlo no dudé en dar otro largo trago de la infusión, lo que no le pasó desapercibido, y formó con sus labios una sonrisa siniestra. Después, señalando con sus nudosos dedos artríticos diversas cartas, que eran naipes extraños, pues no pertenecían a ninguna baraja que conociera, ni española, ni francesa, ni de póquer, ni la del tarot, me explicó que sabía que le costaría convencerme, pues la voz del abuelo, según le habían revelado las cartas, tenía que cumplir su misión y seguro que interfería con todas sus fuerzas, como siempre; ilustró su explicación, que me pareció de una enajenada, señalando a una carta que representaba a un anciano en actitud de silbar, o tal pensé por la hinchazón de sus mejillas. Ni muerto le deja a una hacer su trabajo, matizó para que mi escalofrío traspasase la espalda y empujara al corazón en una desenfrenada desbandada que me agota desde ese preciso instante.
19 comentarios:
Joder con la abuela…si me ha acojonao a mí… ¿cómo va a estar el nieto?
Mientras leía el relato, el salón de mi casa olía a la infusión de la abuela.
Toy intrigao.
Hay una descompensación. No en tu relato como arte narrativo, que es completo en este escrito.
Pero hay una descompensación y me temo que tú lo sabes. Las invocaciones se hacen cuando se hacen. Y el narrador de la historia "acude". No la abuela. El "Narrador".
¿Estamos equivocando el sujeto del misterio?...
Lo mismo ando disparatando, pero a mí quien me empieza a asustar es el Narrador...
Un abrazote...
Flamenco Rojo/Pepe Gonce
Sólo faltan dos capítulos. No olvidemos que se trata de un cuento breve, por tanto todo será rápido.
Alena Collar
Según la RAE, en su primera acepción, invocar significa, Demandar ayuda mediante una súplica vehemente. La frase a la que te refieres dice así literalmente:
"Comenzó diciéndome, mientras señalaba a las cartas dispuestas sobre el tapete de la mesa camilla, que tardé mucho en hacer caso de su invocación, ya que llevaba toda la tarde llamándome, más de dos horas, concluyó en un suspiro satisfecho."
Es decir según lo que nos sugieres, interpretación lícita y precisa, la abuela es la que demanda ayuda mediante una súplica vehemente, para que su nieto acuda.
Pero nada se dice, aún, de las razones que provocan esta llamada tan vehemente. También se dice que el nieto tarda en acudir, por tanto hay algo extraño. Y no parece probable que tal llamada se hciese mediante SMS... Pero aún así, quién sabe, quizá pudiera ser que efectivamente el nieto sea el que nos deba asustar, aun en contra de su voluntad.
Interesantísima apreciación, desde luego.
Pues que quereís... A mi me gustan mucho los dos, la abuela y el nieto... Tienen una relación asombrosa...
Tendré que esperar para saber por dónde camina la historia...
Besitos...
Me abría gustado muchísimo tener una abuela tan rodeada de misterio, por cierto...
Mmmmm... será que las abuelas tienen todas esa especie de retrato unviersal que las une en una especie de Totem... me he sentido como en casa en este relato Amando, y espero con ansia la continueación...
Besotes
MArian
Beatriz Ruiz:
No digo nada, no sea que termines por cambiar de opinión...
Marian Raméntol
Al menos otra que voy conociendo y ésta, lo parece.
Veremos (lo digo porque también espero como agua de mayo cada semana el siguiente capitulo de tu novela corta "Quién te dio permiso").
Por mi parte sé a dónde va esta abuela y lo que nos espera, pero de la tuya todavía aguardo muchas sorpresas.
A esa descompensación me refería. El nieto "tarda" en acudir. ¿Cómo le han llamado, cómo se ha "enterado" de que le "invocan"...?
Tú sabes que se "invoca" y se "convoca"...y en este relato aparecen además las "cartas".
Y no digo más...
Alena Collar:
Creo que en la segunda parte ya se decía algo al respecto...
Bueno, en fin, que sí, que vale, y tampoco digo más...
A mí todo este ritual del té, las cartas, las miradas entre abuela y nieto, me suena a algo conocido por ambos y por nadie más.
¿Qué será? Otra vez a esperar!
Besos para el narrador, por si cambia de opinión.
Os recuerdo que a las 00.01 se publica el próximo capítulo de "Mañana amanecerá" en el otro blog: EURITMIA EN LA RED.
Desde aquí se accede.
Esta es su dirección:
http://euritmiaenlared.blogspot.com/
También os espero allí.
Hola Amando: Me está gustando ésta historia o… relato. Aparecen las cartas… quizá me equivoque, pero me da que el nieto descubre algo trascendental que ignora o… ya intuye… de esa abuela más bien misteriosa. A mi cuarto también llega el aroma de esa infusión, rica- purificante y sabrosa. Esperaremos entonces, haber que rumbo coge… presiento que tendrá un final feliz- no macabro. Besos para todos vosotros/as. En un domingo lluvioso muy lluvioso. Ser felices.
Marina Fligueira:
Acabamos de ver en las noticias que Pontevedra está teniendo un domingo especialmente lluvioso. Esperemos que las inundaciones no sean graves.
Me alegra que la historia o relato o cuento o narración, da igual cómo lo llamemos, te guste.
Digamos que estoy seguro que en la primera parte de tu apuesta aciertas. En la segunda... Bueno en la segunda ya opinaréis vosotros.
A mí esta abuela me parece de lo más entretenida. Seguro que de joven tuvo muchas habilidades sociales. Esperaremos a ver qué le dice su santo esposo. Lo de llevo dos horas 'llamándote' lo ha dicho con alevosía.
Palabra en cierne
Pues cuando la conozcas un poco más, ni te cuento... Lo de las dos horas es de reloj, y además de con alevosía lo dijo agotada... Su santo esposo, silbaba.
nos dejas con la miel en los labios!!!!!!!!!!!!!!!!!
chus:
No es mal sabor ese...
Bueno no preocuparse, sólo quedan dos semanas de intriga. El 18 de diciembre, antes de las vacaciones, queda zanjada la historia,
¿o quizá comience aunque no esté escrita...?
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