La palabra de cada día 2005.
El camino que serpea.
Enero
Muchas veces se piensa que la vida está plagada de monotonía o rutina, como si todo lo que sucede fuera más de lo mismo. Sin embargo, me parece que en tal sensación habita un punto de ceguera. Cada día tiene su propio afán. Cada día nos sorprende con novedades o sorpresas que lo hacen único. En muchas ocasiones no somos capaces de ver tales acontecimientos. Lo que no cambia, o lo hace en menor medida, es el envase en el que se reciben. Por así decir, la olla en la que se cocinan los alimentos cotidianos es la misma, sin embargo las viandas que la llenan son distintas. Quizá sólo nos fijamos en el continente, no en el contenido. Pasan los días, las semanas, los meses, las estaciones, los años, y no nos damos cuenta de cómo han evolucionado los acontecimientos.
De pronto, en un instante, una mañana o una noche, lo mismo da, caemos en que todo ha cambiado. Quizá miremos una foto, o nos crucemos con alguien por la calle, o una voz venida de lejos se acople a través del teléfono en nuestro recuerdo, o un libro que creíamos olvidado se nos ofrece, qué sé yo, y ¡zas!, por fin somos conscientes de que no somos el que éramos, o no vivimos del mismo modo.
Probablemente sea natural esa sensación de inmutabilidad que he descrito al principio, incluso un mecanismo de defensa para nuestra salud mental, porque estar siempre alerta, al acecho de las continuas novedades, agotaría al sistema nervioso. Por eso es buena esa calma de la rutina, ese sosiego de la monotonía. El problema comienza cuando nos cegamos a lo nuevo que se nos ofrece, a la variación que viene a sacudirnos y a despertarnos. En muchas ocasiones preferimos no verla y no la vemos. Es más cómodo, pero sólo en apariencia, pues si no aceptamos ese movimiento que nos ubica de modo diferente en el universo, lo pasaremos peor, infinitamente peor.
Sería muy bueno y muy necesario, colocar nuestros ojos en la sintonía de la juventud, o de la adolescencia, en el dial de la búsqueda; aquel tiempo en que la mayoría de las cosas suponían aprendizaje y descubrimiento, cuando cada opinión era sinónimo de reubicación en el mundo. Al avanzar en la edad, parece que está todo hecho, parece que estamos localizados en unas coordenadas exactas del planeta, como lo está una isla, y de allí no podemos movernos.
Qué hermoso, sin embargo, es contemplar los amaneceres con el convencimiento de que son un regalo, y con la seguridad de que el día se extiende ante nuestra mirada como un inmenso horizonte que intentaremos alcanzar.
Troquemos la adusta mirada, por la ilusión o la melancolía del que contempla por primera vez la sonrisa o las lágrimas. Cambiemos la resignación que encoge los hombros del alma, por la decisión de quien piensa que eso es lo mejor que puede suceder. Admitamos la vida como única oportunidad, único don que tenemos para ser nosotros mismos en cada instante, en cada situación. Tengamos las agallas bastantes para reconocer que la aventura de conocernos a nosotros mismos es la más apasionante de todas las posibles aventuras, y la única que no termina en ningún momento. En fin, arrostremos el mundo con la sonrisa esperanzada del que sabe que es el único aliado que tiene, por complicada que resulte la alianza algunas veces.
Desprendámonos del caparazón del conocimiento, y convirtámonos en esponja de sabiduría, porque el más sabio es quien mejor saborea cuanto la vida le regala, aquél que, a medida que avanza en el conocimiento de sus limitaciones (que a la postre es el verdadero conocimiento), descubre que le queda todavía el infinito por degustar. El mundo es una inmensa flor que se abre ante nosotros, quizá con nosotros en su entraña, para que libemos a diario el néctar que nos regala, aunque muchas veces el sabor no sea miel, sino acíbar.
En fin, que el único método sensato de aprendizaje es saber que las cosas se desconocen y querer aprenderlas. Pertrechémonos de la impedimenta de los exploradores, siempre a la búsqueda del territorio desconocido o del tesoro extraviado.
Probablemente sea natural esa sensación de inmutabilidad que he descrito al principio, incluso un mecanismo de defensa para nuestra salud mental, porque estar siempre alerta, al acecho de las continuas novedades, agotaría al sistema nervioso. Por eso es buena esa calma de la rutina, ese sosiego de la monotonía. El problema comienza cuando nos cegamos a lo nuevo que se nos ofrece, a la variación que viene a sacudirnos y a despertarnos. En muchas ocasiones preferimos no verla y no la vemos. Es más cómodo, pero sólo en apariencia, pues si no aceptamos ese movimiento que nos ubica de modo diferente en el universo, lo pasaremos peor, infinitamente peor.
Sería muy bueno y muy necesario, colocar nuestros ojos en la sintonía de la juventud, o de la adolescencia, en el dial de la búsqueda; aquel tiempo en que la mayoría de las cosas suponían aprendizaje y descubrimiento, cuando cada opinión era sinónimo de reubicación en el mundo. Al avanzar en la edad, parece que está todo hecho, parece que estamos localizados en unas coordenadas exactas del planeta, como lo está una isla, y de allí no podemos movernos.
Qué hermoso, sin embargo, es contemplar los amaneceres con el convencimiento de que son un regalo, y con la seguridad de que el día se extiende ante nuestra mirada como un inmenso horizonte que intentaremos alcanzar.
Troquemos la adusta mirada, por la ilusión o la melancolía del que contempla por primera vez la sonrisa o las lágrimas. Cambiemos la resignación que encoge los hombros del alma, por la decisión de quien piensa que eso es lo mejor que puede suceder. Admitamos la vida como única oportunidad, único don que tenemos para ser nosotros mismos en cada instante, en cada situación. Tengamos las agallas bastantes para reconocer que la aventura de conocernos a nosotros mismos es la más apasionante de todas las posibles aventuras, y la única que no termina en ningún momento. En fin, arrostremos el mundo con la sonrisa esperanzada del que sabe que es el único aliado que tiene, por complicada que resulte la alianza algunas veces.
Desprendámonos del caparazón del conocimiento, y convirtámonos en esponja de sabiduría, porque el más sabio es quien mejor saborea cuanto la vida le regala, aquél que, a medida que avanza en el conocimiento de sus limitaciones (que a la postre es el verdadero conocimiento), descubre que le queda todavía el infinito por degustar. El mundo es una inmensa flor que se abre ante nosotros, quizá con nosotros en su entraña, para que libemos a diario el néctar que nos regala, aunque muchas veces el sabor no sea miel, sino acíbar.
En fin, que el único método sensato de aprendizaje es saber que las cosas se desconocen y querer aprenderlas. Pertrechémonos de la impedimenta de los exploradores, siempre a la búsqueda del territorio desconocido o del tesoro extraviado.
Tengamos claro que nuestra vida, cada uno de sus segundos, es un regalo. No vivimos porque así lo decidida nuestra suprema voluntad, sino que, probablemente, es fruto de otra decisión, de otra voluntad.
12 comentarios:
Yo no quiero que llegue nunca ese día... Ese día que deje de sorprenderme, incluso de mi misma, que deje de aprender, que deje de querer... No, no quiero...
Un beso cariñoso desde Tenerife...
BEATRIZ: Como no quieres, seguro que no llega.
Respecto del mundo y sus saberes, respecto de la humanidad y su devenir, un cerebro es muy poquita cosa. No se puede meter todo el mar en un pozo... (La idea no es mía, claro, sino de San Agustín y corresponde a un conocidísimo instante de su vida que narra en "Las Confesiones", creo).
El asombro cotidiano...o que de pronto llegue algo que te recuerde que lo aparentemente inmóvil está vivo, que lo cotidiano es acumulación de novedades, no reiteración ni inercia de lo ya vivido.
Os envío un abrazo cariñoso desde Ronda. También me ha cogido por sorpresa el anochecer (el regalo complementario al amanecer): desde el Parador, edificado al filo del tajo, puede verse, cuando el sol está a punto de desaparecer casi de golpe tras la serranía, un paisaje que es más claro. Parece que, sin someterse a una claridad sofocante, que deshace las cosas y las convierte en un lugar unánime, la temperatura tenue y la suavidad repentina de las formas nos permite apreciar los detalles. Por ejemplo, cómo la tierra desciende, dejándose caer desde las zonas con vegetación más densa hasta el espacio rugoso y vacío por donde se pone el sol. Hay una carretera vieja, una cuenca de asfalto que se desliza sin esfuerzo alguno, cobarde y acomodaticia, esquivando las dificultades del relieve a base de curvas desorientadas, hasta que rectifica bruscamente al llegar al pie de la osamenta de una casa en ruinas. Y, a diferencia de la mañana, puede verse qué distinta es la actitud de las montañas opulentas, holgazanas, blandas, recostadas justo frente al balcón, mientras las que están en segunda línea, grises y escarpadas, se levantan rígidas, inflexibles, como más atentas a esas horas lacias, cuando los perros empiezan a ladrar intermitentemente, en las casas de abajo, y el aire deja de ser algo estancado, inerte, y se mueve con los aletazos de los pájaros que ya buscan refugio nocturno.
Ayer lo miraba así, el mismo paisaje de tantos años y, de pronto, nuevo.
Y una recomendación, de libro devorado en un día sin pausa: Chang-rae Lee "Una vida de gestos" (Anagrama), 2004. Conmovedor, poderoso, recordando el sacrificio de las mujeres coreanas en los espacios de placer de los campamentos japoneses en la segunda guerra mundial...
Abrazos
Ferran;Me pillas trabajando en este preciso instante, tomando notas, repasando otras, buscando un texto. A las cinco de la tarde es la mejor hora para dejarse seducir por un té, pero aquí estoy al abrigo del bochorno que no es tanto como el de ayer. Por eso te contesto de inmediato.
Nos llegan desde Ronda, la hermosa ciudad malacitana, tus abrazos, que recibimos con la misma calidez, igual que recibimos tu recomendación.
Amando, me quedo con un par de los últimos mensajes: “el único método sensato de aprendizaje es saber que las cosas se desconocen y querer aprenderlas” y “que nuestra vida, cada uno de sus segundos, es un regalo”
Este fin de semana hemos tenido (Mary, Carmen y yo) un magnífico regalo, hemos conocido en persona a Isolda y parte de su familia. Un encanto.
Ferrán, buen sitio Ronda…
Un caluroso abrazo.
Pepe Gonce: A mi modo de ver, una mera opinión, nada más, son las dos cuestiones fundamentales, porque en esta vida lo fundamental es la actitud. Luego llegarán o no llegarán los logros (en este caso alcanzar un conocimiento, llegar a cierta cuota de sabiduría). Pero si no se cuenta con esa actitud, lo otro será casi imposible.
¡No sabéis lo que me alegro que gracias, entre otros, a Pavesas y cenizas se haya trabado ese contacto entre dos blogueros tan sensibles y tan tenaces.
De verdad que es una profundísima satisfacción.
Hola, Amando, la vida es un don y es un camino de perpetuo apredizaje. Me ha gustado muy especialmente este texto de hoy. Refleja mi punto de vista sobre el día a día. Con tu permiso lo voy a imprimir para tenerlo más a mano, clavas las palabras exactas para expresar esas sensaciones del diario vivir.
Me siento encantada con la noticia de que Gonce e Isolda se hayan conocido. Así que, hoy, mi abrazo lo mando por triplicado
Hola,hola, si mis achaques me lo permiten, espero, regreso de nuevo a la tertulia...de la que tanto aprendo, cada día. Yo coincido en lo de que la vida es un regalo...y pienso que,como no elegí dónde nacer, la fortuna me sonrió ubicándome en buen lugar y época, pienso...Y con la suerte de estar rodeada de jóvenes, de gente que está empezando... En estas fechas de exámenes, evaluaciones, calificaciones y demás horrores, yo procuro responderme la siguiente cuestión: ¿fuí capaz de inculcarles el gusanillo de aprender? Con eso suelo conformarme...Y me lo aplico a mi misma: ¿sigo con ganas de aprender? siiiii. Abrazos africanos calurosos, pero menos que allende el Estrecho, que vaya caló en la sierra gaditana.... María.
María Sangüesa: La verdad es que es un honor y un placer que tengas este texto impreso a tu lado. Nunca pensé que pudiera llegar a tanto.
Muchas gracias y muchos besos.
María: Creo que hablo en nombre de todos si afirmo que esperamos tu recuperación total, y que, por favor no corras ningún riesgo por escribir ante un teclado.
Tocas un tema realmente importante, a mí me lo parece, al menos. ¿Elegimos el lugar de nacimiento? ¿Qué nos diferencia pues de otros humanos que nacieron en otros lugares con peores condiciones? En realidad no es el tema de la entrada, pero es un tema colateral que surge. Y por su puesto un añadido más que casi nos obliga a dar gracias por el regalo de cada día. No es lo mismo levantarse cuando amanece en España que en Somalia, por citar un país del que hoy se habla en la prensa.
Desde luego que no es lo mismo... amigo... para nada, y sin embargo, muchas veces no sabemos apreciar tantos privilegios...
Beatriz: Si mientras contemplamos ciertas escenas de los telediarios, escucháramos el contenido de muchas de nuestras quejas, seguro que nos ruborizábamos de vergüenza.
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