sábado, 22 de febrero de 2014

Escribo en este día de febrero



Serán mis versos tumbas, palabras olvidadas,
como ciudad sin calles, sin aves y sin gentes,
asumo su destino igual que asumo
el final de mi sangre y de mi sombra,
con el mismo semblante del ocaso.
Pero no callarán por conocer su meta,
ni olvidarán el centro de su lava,
ni el fuego que crepita entre sus pulsos,
ni el horizonte azul de su mirada,
ni el hilván con que tejen sus ropajes,
ni la materia prima de su ritmo.
Y no hablo del aroma de las flores,
ni de la melodía de los besos,
ni de la sinfonía de la albada,
ni de nuestro arcoíris de caricias.
Escribo en este día de febrero
mientras recuerdo el rostro moribundo
y me asomo a la fuente que me riega:
el dolor de quien sufre y se pelea
por llevar a sus hijos calor y pan y sueños…;
el dolor de quien busca cada día
evitar corazones helados de ignorancia;
el dolor de quien llora cada tarde
en mitad de la estepa del miedo a los infiernos;
el dolor de quien vive con el hambre
como piel injertada, como amanecer muerto;
el dolor de quien muere en la frontera
sin maldecir la estirpe de Caín,
sino haciendo presente en la partida,
un pétalo guardado en el abrigo,
estos días azules, este sol de la infancia.