domingo, 21 de diciembre de 2014

"Alas rotas" editada por "La Esfera Cultural"


De nuevo la amistad se hace presente en estos días que estamos a punto de comenzar. De nuevo puedo presumir de ser protagonista inmerecido de un relato navideño. ¿Por qué cómo interpretar que en la víspera de Navidad, a un escritor que casi no escribe, le editen una novela cuya primera versión viene de 2003...?

Pero vayamos al grano.


Francisco Concepción Álvarez es alguien muy difícil de definir, porque es imposible encasillarlo en ninguna parte. Si dijera que se trata de un editor ajeno a los moldes habituales, no sería cierto, aunque tampoco mentiría. Si dijera que es un promotor cultural, tampoco se me podría acusar de falsear la realidad, pero podrían acusarme de poco tiento en mis valoraciones.

Quizá con decir que es un espíritu inquieto, intranquilo, insatisfecho, y, además un apasionado de la literatura en todas sus vertientes, probablemente me amoldaría mucho mejor a la realidad. Nada le es ajeno de cuanto tiene que ver con lo literario: ni la escritura, ni la tipografía, ni la composición, ni la impresión, ni la edición, ni la venta... A todo se arriesga y con todo disfruta, aunque sepa en la mayoría de casos que otros conceptos como negocio, rentabilidad, beneficios, etcétera, se han quedado fuera de sí.

Y, además, cuando algo le gusta no para hasta conseguir sus propósitos.

Mirad si no, lo que, entre otras cosas dice en la entrevista a la que os remitía anteriormente:

Antonio, si tu me confiesas una cosa, yo te voy a confesar otra: habitualmente y en cualquier situación, durmiendo, caminando, en la ducha... me vienen a visitar unos seres muy extraños que me meten en la cabeza ideas extrañas y proyectos a realizar y hasta que no los veo materializados no descanso. ¡Estoy muy preocupado! -aquí, Francisco, se parte de risa, destila ironía- Ahora en serio, lo que te cuento podría ser muy similar a lo que me sucede, no tengo una explicación. Se me ocurre o me lo proponen y lo concreto.

Aquí entro en juego.

Desde que Francisco leyó Alas rotas empezó a sugerirme que él podría hacerse cargo de su edición.

Alas Rotas
Portada de "Alas Rotas"
Edita: La Esfera Cultual
Tenerife diciembre 2014
Esta novela es muy especial para mí, y cada tanto tiempo reaparece en mi existencia. Y este año, por si hasta ahora hubiera sido poco, "La Esfera Cultural" ha decidido editármela en papel.

Así que ya puedo añadir, gracias a esta joven editorial y gracias a la amistad, el octavo título de mi bibliografía que crece de modo extraño... Pero eso es harina de otro costal.

Os dejo el texto de la contraportada de la novela, y si os interesa adquirirla, podéis hacerlo en esta dirección... Ah, y como oferta especial de estos días navideños, sin gastos de envío.

De todos modos, visitad la dirección que acabo de dejaros, si no os interesa Alas rotas, cosa comprensible, en la misma página podréis elegir algún otro libro de los diez que, de momento, forman el catálogo de esta pequeña editorial, cuyo trabajo es artesanal, humilde y digno, pero imparable y repleto de ilusión y entrega hacia la literatura.

Alas Rotas, reflexiona sobre el camino de deterioro de una parte del ser humano que el autor no sabe muy bien situar ni acaso definir, un sutil lienzo que se aloja entre el cerebro, el alma, la psiqué. Esta novela, a través de un diálogo entre el protagonista y su propia conciencia —que se convierte en la voz narrativa de la historia—, recuerda y casi revive el proceso de la enfermedad de su mujer que ha concluido con el entierro de ella en un pequeño cementerio de un pueblo de Castilla.

Alas Rotas es fruto de una serie de vivencias del autor que una buena noche entrechocaron en su cerebro y produjeron esta especie de paso previo al monólogo interior. Una novela dolorosa y densa que, sin embargo —y a pesar de conocer desde la primera línea su desenlace—, acaba por atrapar al lector. Una relato en el que su autor ha buscado también —influido por su tendencia hacia la poesía— cuidar especialmente el ritmo de la frase.

miércoles, 29 de octubre de 2014

I Premio internacional de novela corta "La Esfera Cultural"

Ha habido muchas razones para que este blog enmudeciera durante tantos meses, todo el verano, y el primer mes de otoño, nada menos. Quizá las que más han pesado tienen que ver con cierta dispersión interior y cierta sensación de que la creatividad se aleja de mí por momentos. Después de reseñar el libro de Alena Collar, ese maravilloso Chico de la chaqueta roja, sentí que las reseñas en público no eran mi tarea ni mi camino (quizá algunas presiones me influyeron en la decisión), y no tenía ánimos ni para un microrrelato. En estos meses, como algunos sabéis, he seguido fiel al diario, a EL surco de los días y poco más.
De hecho he llegado a pensar en dejar que este Pavesas y cenizas girase por la red como uno de esos satélites artificiales que una vez acabada su misión orbitan alrededor de la tierra sin objeto, dan y dan más vueltas para nada: basura interestelar.
Pero como no he decidido nada, simplemente he dejado que el tiempo fuera pasando, no tengo la sensación absurda de la contradicción.
En fin, que intentaré volver a publicar con algo más de frecuencia en este blog, pero tampoco lo prometo…
Portada de la obra galardonada
En realidad el motivo de este post, no es para lo anterior. Lo de más arriba es una mera introducción, lo que quería dejar aquí es constancia de que ha sido fallado el primer premio internacional de novela corta “La Esfera Cultural”, como podéis ver aquí, que la novela, La felicidad de la polilla de Francisco Corrales ya está a vuestra disposición y aquí podéis adquirirla, y que desde el mes de abril tuve el honor de formar parte del jurado junto con otras nueve personas. Gracias a Francisco Concepción, por haber contado con mi aportación en esta apasionante tarea.
En este texto, a modo de relato (publicado inicialmente, como no podía ser de otro modo en "La Esfera Cultural", mi segunda casa), describo parte de mis impresiones y parte de mis experiencias:

CORRÍA EL MES de abril —aún la primavera era retoño en el piedemonte castellano—, a vuelta de correo electrónico, sin dudarlo, el escribidor dijo sí a la propuesta del amigo: sería jurado del I CONCURSO INTERNACIONAL DE NOVELA CORTA DE LA ESFERA CULTURAL. Apenas aceptó, percibió el abrazo de la sombra o del eco de cuanto se venía encima. Unas semanas después sintió con nitidez de bronce el alcance de su decisión. Hubo días en que se recriminó en silencio no haber pensado, haber actuado sin reflexionar; pero algo en su interior le decía que el primer impulso era bueno, debía seguir la corazonada. Decidió esperar a llegar a la meta, al horizonte ubicado seis meses después, tan lejos que ni se columbraba, cegado por una montaña de altas dimensiones.
Tenía la sospecha extraña de que, a pesar de su animadversión a los concursos, cada vez era llamado con más frecuencia para estos menesteres. ¿Cómo negarse a la amistad? ¿Cómo no asumir las consecuencias de formar parte de la sala máquinas del blog que cada día consideraba más su casa, más incluso que los suyos propios? ¿Cómo oponerse a la tentación de conocer buena parte del mundo, de visitar lugares y situaciones a los que nunca tendría acceso, aunque su vida entera se dedicara a viajar?
Pronto empezó el escribidor, que sobre todo era lector, a recordar sensaciones tan viejas como sus latidos. Alguna vez fue joven y sintió el impulso irrefrenable de vomitar un relato (apenas un disfraz de sus vivencias, una trama que escondía amores frustrados) y pensar que la narración era la mejor que se había escrito en español, acaso sólo superada por tres o cuatro novelas de las que le mandaban leer los profesores. Y mientras leía un buen número de historias que eran la primera incursión en esto de novelar, sonreía y pugnaba por arribar al final, aunque supiera que aquel texto no alcanzaría la meta. Pero el esfuerzo, la ilusión y la pasión puestos por la escritora o el escritor en su tarea, merecían todo su respeto, y la única manera de demostrarlo era llegar hasta el último punto a pesar de precipitaciones, errores de sintaxis, erratas, lo endeble o manido de la historia… Y pensaba, que muchos alcanzarían lo que soñaban, pero que deberían leer y leer, no parar de leer, porque la lectura reflexiva es el mejor taller de escritura, es al escritor lo que el aceite de oliva a la dieta mediterránea.
La vida del jurado, desde hacía tiempo, era itinerario de sobresaltos que quizá algún día merecieran convertirse en algo más que veladuras de recuerdos, y por suerte la lectura casi compulsiva de novelas de acá y de allá, era un bálsamo, una bombona de oxígeno para su ánimo. Otro premio ganado por el jurado, salud sin gasto de botica.
Apenas tras un puñado de novelas, percibió una de las virtudes del certamen y uno de los premios mayores que ganaría como jurado: asistir a una interpretación de la sinfonía del idioma. Su experiencia como jurado no había pasado de relatos cortos, y en tal extensión es difícil percibir tales detalles. Ante él se desplegaban, con la naturalidad con que respira el sol o luce la brisa, los matices del español, la pluralidad que expresa realidad, sentimientos, reflexiones, dolor, miedo, soledad, violencia, abandono, guerra; la flexibilidad para que ninguna arista de una idea quede en la sombra; la capacidad para sugerir con una imagen un concepto que apenas se revela, pero explota en la mente del lector, acaso como un guiño. Variaciones incontables del idioma común. Tonos que, sin embargo, en cada caso, se asumían por la conciencia lectora, pues lo múltiple es sinónimo de riqueza, no de división.
Pasaban las semanas, aumentaban las entregas, y buena parte del ocio del escribidor se tornaba buceo en historias tan distintas como diversos son los rostros: aventuras futuras, soledad, regresos a la infancia de recuerdo feliz o dolorosa memoria, viaje al pasado de la historia, amores, sexo glorioso, amistad, sexo infernal, odio, traiciones, crímenes, miserias y grandezas de los humanos, tantos horizontes, como horizontes tienen las pupilas de quienes escriben. Pasaban las semanas, y aumentaba la responsabilidad. El escribidor supo que lo peor no era errar en las elegidas, sino desterrar alguna que debiera haber llegado la fase definitiva. Por suerte la tarea no era labor solitaria, junto a él, codo con codo, sentía la presencia de los colegas. Era afortunado pues la visión de otros fue luz cuando él no acertaba a desvelar.
Pasó la primavera, concluyó el verano, casi cuatrocientas novelas acudieron a la llamada. Al inicio del otoño, afrontaban el tramo postrero. Se rozaba con los dedos la línea del horizonte. El camino parecía expedito, llano y ancho, lo peor había pasado… El escribidor se dio cuenta del espejismo, llegaba lo peor. ¿Cómo desterrar esta historia o esta otra o aquella o la de más allá? La responsabilidad se hizo pesada roca que algunas noches se adentraba en los túneles del sueño. Fueron semanas en que el escribidor no eligió, descartó, a veces dolorosamente.
El día en que emitió su voto, vio por la tele las imágenes glamorosas de la entrada de los miembros del jurado del premio mejor dotado económicamente en español. Lo más probable es que juzgase mal, pero en la particular alfombra roja de un hotel de lujo barcelonés, no descubrió ningún rostro con la tensión de tener que decidir el futuro de un autor o una obra, no supo ver la melancolía de haber eliminado la tarea e ilusiones de la inmensa mayoría de los concursantes. Meneó la cabeza y siguió pegado al ordenador. Sentía la necesidad de saber si su voto era errático, acaso equivocado, si su sensibilidad como lector era similar a la de los tarugos de madera, o, por el contrario, había conectado con el sentir general de los otros diez compañeros…
Pero no fue aquel día, aún pasaron un par de jornadas hasta que todos los jurados conocieron el desenlace. Respiró aliviado. Más allá de algún detalle, caminaba cómodamente dentro de aquel calzado, salvo que todos hubieran sufrido una alucinación colectiva…

miércoles, 11 de junio de 2014

Alena Collar: "El chico de la chaqueta roja" (2)

Nuestra amiga Alena Collar ha publicado en la editorial Baile del Sol su novela El chico de la chaqueta roja.

Portada de El chicho de la chaqueta roja

Tanto es así que antes, casi, de saberlo, el pasado sábado cuatro de junio ya ha firmado ejemplares de la obra en la feria del libro madrileña, concretamente en la caseta de la librería Rafael Alberti..., nada menos.

De pronto todo ha tomado velocidad, como si el extremo izquierdo del equipo hubiera cogido el balón dispuesto a llegar hasta la línea de fondo. 

Mañana jueves a las 8 de la tarde en El dinosaurio todavía estaba allí (C/ Lavapiés 8, Madrid) se presentará la novela junto con el resto de novedades con que Baile del Sol desembarca desde Tegueste (Tenerife), para iluminar el final de curso de cara a un verano repleto de buena literatura. Se trata de una iniciativa del sello canario que pretende ampliar su presencia en la Península. ¿Qué mejor que hacerlo de mano de sus autoras y autores, de las últimas apuestas? Algunos nombres bastarán para afirmar que el envite va en serio, que no se andan por las ramas y que tienen claro por dónde ha de ir su catálago, ya bastante sólido. Junto a Alena (o Alena junto a ellas y ellos), presentarán su obra Roxana Popella, Marisol Torres, Noja Polman, Javier Morales, Marina Llorente, María Cabrera, Miguel Martínez López, Adriana G. García, Gsús Bonilla, Ramón J. Soria, David Pérez Vega e Inma Luna. 

Como es bien sabido por todos los que por aquí acudís, he sido uno de los privilegiados a la hora de seguir parte del proceso que ha culminado aquí, en esta obra que podrá engalanar nuestras librerías.

No me da ningún rubor recordar que fue este blog, tan frágil como una pavesa, tan efímero como una ceniza, el primero que reseñó esta novela hace prácticamente un año.

Justo estaba pensando, mientras lo escribía, cerrar la entrada enlazando este párrafo con aquel comentario..., pero qué narices, El chico de la chaqueta roja (que leí antes de que nadie supiera que sería editado, ni siquiera Alena), se merece  volver a poner aquí mis palabras, evitándoos el trabajo de un clic, ahorrando el tiempo que tarde en cargarse en vuestros equipos aquella carta abierta que dirigí a Alena Collar:

El chico de la chaqueta roja (reseña publicada el 28 de junio de 2013)


ALENA, te escribo esta carta, no en la superficie de un correo electrónico, porque sé lo que pasaría, porque sé que estaría en Internet y porque allí, en Internet, me distraería y pensaría que tengo no sé cuántos correos que contestar.

Y no quiero. No quiero distraerme, no que no quiera contestarlos, no me malinterpretes.
Más aún, estoy pensando que esta carta la convertiré en carta abierta y la publicaré en Pavesas y cenizas, en este blog que tengo un poco abandonado, como si me hubiera cansado de él, pero no me he cansado del blog, es que… Bueno, es que nada.

Acabo de fumarme un cigarrillo para ponerme a la altura de los personajes de tu novela, y porque después de acabar la lectura de El chico de la chaqueta roja me hacía falta. Un modo de celebrar esta lectura.

Ahora llega lo difícil: decir que es una novela muy grande y que no suene a que hago la pelota a una amiga. Y llenarme de dudas. Porque, si publico mi opinión como una reseña, pensarán que escribo así porque, qué voy a decir de una amiga, que además tiene las agallas de aguantarme todos los meses un artículo intrascendente en una revista que cada mes aumenta su número de lectores. Pero no va a suceder esto, quien me conoce sabe cómo soy, y quien no me conoce decidirá en todo caso lo que estime conveniente con la libertad que corresponde.

Sí, ya sé que te da lo mismo. Ya sé que hemos hablado de la novela y que incluso he comentado lo que me ha parecido la historia. Pero me parece poco, aunque también sé que lo que uno diga se escucha menos que la caída de la ceniza de un cigarrillo sobre la acera.

El chico de la chaqueta roja, me parece una apuesta por el lector, una apuesta para que el lector deje de ser dos ojos y un cerebroesponja que reciben los datos suministrados por el escritor, con la misma pasividad con que la tierra recibe la lluvia, sin hacer nada. Tú no te conformas con eso. Quizá porque has leído tanto —y no vas a dejar de hacerlo—, estás hasta la aureola del moño de la pasividad y quieres que el lector sea al menos una planta —iba a escribir flor, escribo, pero lo mismo resulta cursi—, es decir, o sea, alguien que tiene que poner en marcha la atención y descubrir que el libro —electrónico de momento— necesita un poco de esfuerzo, un poco más de atención de lo habitual para entrar en el juego que propones: el autor que mientras escribe la historia, reflexiona sobre el modo en que la escribe o la podría escribir y, además, o de paso, propone toda una teoría sobre la narrativa…, y sobre la propia vida, sobre la propia relatividad de la vida, por precisar algo más.

¿Somos parte de una muñeca rusa? El autor que escribe sobre un autor que escribe sobre un autor que quiere enseñar su novela primeriza al autor que está escribiendo una novela sobre cómo vencer a los tiburones. Y al final, El chico de la chaqueta roja es la novela de los tiburones, la novela con la que el autor —a través de las técnicas narrativas— se enfrenta a la persona que pretende ocultar bajo el disfraz de escritor, ese disfraz que, acaso, coja cada mañana, cuando se quita el pijama y sale del dormitorio para desayunar.

Has demostrado —como ya demostraron otros, pero esto no termina de convencer a los lectores— que muchos escribimos obviedad tras obviedad repitiendo hasta el hartazgo las mismas fórmulas que de tan usadas se desgastan; sin embargo son las fórmulas que venden, que dan réditos y convierten en negocio más que rentable a algunas editoriales.

Es curioso que en pintura o escultura haya poca discusión sobre lo anticuado que ha quedado el realismo. Aunque la mayoría de espectadores no entendamos nada del arte abstracto —acaso porque muchos artistas hayan escamoteado el verdadero abstracto convirtiéndolo en mera frivolidad—, tenemos asumidas ciertas vanguardias. Pero no tanto en literatura, salvo, quizá, en poesía, porque la mayoría se encoge de hombros y condesciende con las aventuras de los poetas, porque, al fin y al cabo, ya se sabe, son poetas, y qué se va a esperar de los poetas, y quién va a leer a los poetas.

Pero dicho todo esto, conviene recalcar con contundencia que esta historia la puede entender cualquiera, a poco que entre con los ojos limpios y la mente atenta durante las primeras páginas, es decir, que se acostumbre al ambiente. A veces nos ocurre con los museos, con los bares, con los bosques, con las iglesias, con las discotecas (¿quedan discotecas?)…, cuando entramos en ellos la luz, el aroma, las perspectivas, la decoración, el sonido, nos chocan, no se corresponden con las coordenadas habituales, pero enseguida nos acostumbramos a ellas. Pues así con El chico de la chaqueta roja. No se trata —por poner malos ejemplos— de una dificultad como tiene la lectura de Ulises de Joyce; ni siquiera son necesarias las cabriolas que a veces parece necesitar comprender Rayuela, ni mucho menos, San Camilo 1936. Como ya te he dicho hace poco, el ambiente, el entorno, el tono, la atmósfera, se asemejan más a Seis personajes en busca de autor de Pirandello, pero, sobre todo a la teoría sobre la ‘nivola’ que Unamuno plasma en Niebla.

Quiero decir que la historia se lee con el mismo sosiego con que se puede leer cualquier otro relato: no hay saltos temporales, si acaso recuerdos que no confunden el entendimiento del lector. Tampoco se rompe la unidad espacial, aunque varíen mínimamente las localizaciones: un pueblo de la Sierra, Madrid, el Pantano. Sobre todo se oye a los personajes, las voces se unen, se enlazan del mismo modo en que se unen y enlazan las conversaciones normales con los pensamientos de unos y otros. Y la única dificultad —si esto es una dificultad— es la ausencia de las acotaciones que el narrador inserta a modo de andariveles, frenos las más de las veces para el relato, para que el lector transite cómodamente por el texto.

A mi modo de ver, El chico de la chaqueta roja es una narración de personajes que hablan o piensan, y a través de su expresión y de lo que dicen, el lector los va conociendo. Y los conoce sin necesidad de saber si miden tantos centímetros, los cabellos son de este color, o los ojos de tal otro, o el gesto, o el… Y sin embargo quien lee sabe de cada uno aquello que tiene que saber, y el resto —que para eso es lector, y por eso tanto lo respetas— lo pone su imaginación, como yo he puesto cara, fisonomía timbre de voz, gestualidad, a Carlos, Pablo, Nuria, Nati, Etelvino, incluso, si me apuras, a Lolita. Clara y don Augusto. Y esto sucede porque desde el principio has abierto la puerta al lector, le has propuesto que participe, que también activamente piense en la historia, en sus posibilidades. Pero sobre todo sucede porque —como ya has demostrado suficientemente en otras de tus obras, como Estampaciones o La casa de Alena— consigues convertir tus palabras en transcripciones literales del modo de hablar de la gente. Los personajes de tu novela son verdaderamente humanos en su manera de expresarse, con la misma naturalidad con la que podemos hablar un grupo de amigos mientras tomamos unos vinos o paseamos por la calle.

Si uno fuera uno de esos críticos que tanto ‘quieres y admiras’ empezaría ahora hablar de otras cosas tremendas de la novela como la estructura, la influencia de tal o cual autor a lo largo del texto (alguna tan evidente —Saramago—, que hasta citas a los autores para que no nos queden dudas, e incluso homenajeas a alguno del mejor modo que se podría hacer, de la manera en que si yo fuera el homenajeado me gustaría que hicieran), la ausencia de descripciones al uso y sin embargo cómo no dejas de hacerlas usando de un lirismo hondo —nada cursi— que demuestra tu modo de mirar al mundo, tanto que te atreves a arrancar y cerrar la novela con semejante tono, la presencia constante de tu ironía, a veces sarcasmo.

Pero ellos no hablarían de la mirada tierna que arrojas sobre los seres humanos, quizá se quejarían de que no hay nada tremebundo que ocupe el relato, aunque al fondo la muerte transita despellejando vidas y llenando nuestros sueños de tiburones y pantanos de agua oscura. Eso sólo lo hacemos quienes leemos por placer y decimos lo que pensamos, aunque nos equivoquemos, aunque nuestras palabras sean ajenas al discurso oficial, aunque seamos tan subjetivos como nuestra hipermétrope mirada.

Y, sobre todo, no escribirán que en esta novela suceden las cosas como sucede la vida, sin previsión que valga. Y eso lo recalcas una y otra vez de un modo u otro. No ocurre, sin embargo, nada extraordinario, pero es que en el día a día tampoco suele haber grandes dramas, tragedias o momentos de gloria; son más bien los pequeños imprevistos: un dolor de cabeza, una llamada de teléfono, un correo electrónico de alguien, una mirada nueva, una frase a destiempo…, dan al traste con lo que se pensaba hacer al minuto siguiente; y esta modificación tan sutil y puntual ha convertido en otro el argumento de nuestro día; acaso no sustancialmente, pero sí lo suficiente para que si no hubiera sucedido, o si hubiera acontecido otra cosa, la jornada fuese bien distinta.

Ahora hace falta que algún editor asuma el riesgo. La tarea no es fácil, pero ahí está el envite.

Es curioso, si hoy fuera mañana, a estas horas en Segovia estarían a punto de iniciarse los fuegos artificiales, porque es el día grande de la fiesta. Y tampoco parece que vaya a llover. Lo que no sé es si habrá un Etelvino que procure el encuentro entre Pablo y Carlos, o el entierro de los tiburones.

Alena Collar
Acabo con una pregunta: ¿Por qué escribimos, Alena?

Acaso esta sea la única cuestión a la que debiéramos contestar los escritores. Pero la respuesta es tan corta y contundente que nos asusta, e incluso va en contra de nuestro laboreo. Y es la respuesta que das en la novela. Justo la última palabra, justo la última frase que es eso, una palabra que vale por una declaración de intenciones, una especie de Constitución con único artículo: Escribo.

Por favor, Alena, sigue escribiendo.

Conclusión


Como se desprende de los últimos párrafos, hace apenas un año, aún soñábamos con ver editada en papel esta novela. Hoy está ya entre nosotros, nos espera. Baile del Sol ha sido la editorial que ha apostado por esta novela, que no se nos escape a los lectores.

Los primeros afortunados serán quienes mañana acudan al acto que más arriba he señalado. De paso podréis asomaros a las intenciones y apuestas de una editorial como Baile del Sol.

domingo, 27 de abril de 2014

Mi versión de los hechos: presentación de "Los andamios de los Pájaros"

[NOTA: En el blog "Náufragos en tiempos ágrafos", donde colabora con menos asiduidad de la que desearíamos, Santiago López Navia, se ha publicado el texto que escribió el profesor, cervantista y poeta. Este es el enlace a la entrada en cuestión]

Se puso la tarde con ganas de empapar la tierra. Estaba anunciado, por tanto mejor no sorprenderse. Las cinco y media de la tarde y nada concreto preparado, aunque sí tuviera una idea aproximada de lo que quería decir.

Pocos minutos antes del inicio de la presentación del poemario, se acercó hasta la Diputación Carlos Álvaro, periodista de El Norte de Castilla en Segovia y amigo desde hace años.

Me dijo que antes de empezar el acto quería hacerme una entrevista, que luego se acercaría Antonio de Torre para hacerme una foto y que él aprovecharía para escribir la entrevista. Así fue: Me entrevistó, antes de comenzar la presentación subió Antonio y al día siguiente, o sea el viernes 25, este fue el resultado en la página 10 del periódico.

La página recortada del periódico del 25-04-2014.
Texto Carlos Álvaro foto Antonio de Torre
El Norte de Castilla - Segovia
Si alguien está interesado, además, en leer la entrevista puede hacerlo en el blog Los andamios de los pájaros o AQUÍ .

Acabada la entrevista, seleccioné algunos de los poemas del libro que podrían ser leídos ante los asistentes tras las palabras de Santiago López Navia y las mías. Decidí que no había tiempo para más y que, al fin y al cabo, presentar un libro debe ser eso, un modo de anunciar a los asistentes que una obra está en la calle, y qué mejor modo que los poemas. Los libros, al final, o se defienden por su contenido, o mejor nos olvidamos del asunto.

Una vez hecha la selección, un compañero me dijo que había llegado Santiago. El cálido abrazo dio paso a las fotos que hizo el jefe del gabinete de prensa de la Diputación. Y mientras subíamos las escaleras, iba pensando (a la vista del baciyelmo que Santiago llevaba en la solapa de su americana) que esta semana, justamente podría ser una de las más complicadas para un cervantista de su prestigio. 


Junto a Santiago López Navia. Al fondo a nuestra izquierda
la obra de Aniceto Marinas Hermanitos de leche.
Quizá podría haber subido alguna otra instantánea, pero ahora mismo no dispongo de más. Esta es la que se ha publicado en la cabecera de la página inicial de la web de la Diputación y en otros medios. El lugar es poco habitual, y agradecí la idea de Jesús Martínez, pues la obra de Aniceto Marinas es muy especial para mí. Con ella el escultor segoviano obtuvo la beca convocada por la Diputación y que le permitió formarse en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando. La que está en lugar tan preeminente de la Diputación de Segovia (y que por efecto óptico parece pequeña, aunque las figuras son de tamaño natural), es el molde en yeso del original en bronce que se ubica en la Biblioteca Nacional.

Empezaron a llegar los familiares, los compañeros, los amigos. También la Asociación de libreros de Segovia encargada de poner a la venta el libro para quien lo deseara.

Son momentos especialmente complicados. Uno quiere estar en todo y con todos, pero es imposible, porque por suerte aún somos limitados y no tenemos el don de la ubicuidad.

Junto a Santiago López Navia, momentos antes de iniciar el acto
Foto Antonio de Torre (El Norte de Castilla-Segovia)
Casi estábamos a punto de empezar el acto, cuando llegó (como estaba prometido) Antonio de Torre el fotógrafo de El Norte de Castilla. Para mi desgracia, el Presidente de la Diputación no pudo llegar al inicio del acto, debido a imprevistos de ultísima hora, así que según me dijeron, tuve que ocupar el lugar que a él le corresponde.

El jefe del Gabinete de Prensa de la Diputación, ha publicado la reseña del acto en la página web de la Diputación, concretamente aquí, así que quizá sea mejor que os ahorréis el resto de mis palabras y acudáis a las suyas.

El caso es que poco después de las siete de la tarde, como estaba previsto (ni siquiera pasaron los diez típicos minutos de cortesía), iniciamos el acto. A Santiago, además de la presentación que traía preparada, le tocó en suerte realizar la institucional. Justo al concluir estas palabras, el Presidente, Francisco Vázquez Requero, llegó al salón y declinó, a pesar de nuestra insistencia, subir donde estábamos. Permaneció todo el acto entre el público, sin perder detalle de nuestras palabras.

Sobre las palabras de López Navia (que me sonrojaron en más de una ocasión) no apuntaré nada aquí puesto que en unos días serán públicas, una vez que sean editadas en el blog "Náufragos en tiempos ágrafos" donde publica de vez en cuando Santiago.

Sin embargo, quiero dejar testimonio de agradecimiento por su contenido puesto que, además de su calidad literaria, demuestran un conocimiento de mis poemarios más profundo de lo que pensaba, aunque sé que ha leído los tres a su tiempo.


Mientras leo algún poema. (Foto José Antonio Molledo)
Sobrepasado por el contenido del texto de Santiago, tomé la palabra. Expliqué lo mejor que pude algunas entresijos de la escritura del libro. Referí algo de su inicio, la chispa que prendió mi inspiración tras la exposición que Mariano Carabias colgó en la sede del Colegio de Arquietectos de Segovia, en concreto una de las obras la del retrato de mi hija Míriam. Comenté algo sobre el tiempo y las etapas que tuvo la escritura del libro. También hablé del camino de búsqueda infatigable de quien se
Joven. Retrato de mi hija de Mariano Carabias.
Acrílico sobre tabla. Segovia, 2010
considera artista. Desvelé algunos detalles del proceso que ha concluido, casi tres años después de su escritura, en su edición gracias a la total y absoluta confianza que Javier Sánchez Menéndez como editor de La Isla de Siltolá ha puesto en el libro. 

Y por último leí algunos de los poemas del libro, no todos los preseleccionados (hubiera sido un somnífero para el público, que no se merecía tal castigo).

Para rematar la tarde (tras los saludos y parabienes habituales)
Momento de la firma de ejemplares. (Foto de mi móvil)
estuve firmando algunos ejemplares del poemario. A pesar de lo que algún amigo había pronosticado unas horas antes en un correo electrónico, no sufrí ningún tipo de lesión en la muñeca a causa del exceso de firmas. Tampoco estaba previsto, ni siquiera por los libreros de Segovia. Ellos conocen al dedillo los gustos del público lector. 
Como es bien sabido, y dejó dicho Santiago López Navia, las poesía es tan minoritaria que normalmente sólo la leen los poetas. No sé si es cierto del todo, pero sospecho que no va muy desencaminado.

domingo, 6 de abril de 2014

Crónica de la exposición Luz de la luz

Con esta entrada deseo agradecer a mi hermano su tremendo trabajo, y, además es una invitación para que quienes os acerquéis a Segovia, durante estas semanas, visitéis la exposición.

Mariano Carabias junto a Clara Luquero,  nueva Alcaldesa de la ciudad
durante la rueda de prensa celebrada la mañana del viernes 4 de abril
(Foto de zoquejo.com)

Ciento cuarenta y nueve. Bajando de la presentación —mientras hablaba por teléfono con mi padre—, al llegar a las escaleras que dan acceso a la Alhóndiga, he mirado hacia el edificio. Allí, espléndido, junto a su portón, un magnífico arco de medio punto, luce una reproducción inmensa del cartel de la exposición de Mariano, ese Adán que recibe la luz. Acaso ese momento infinitesimal de la historia de la humanidad en que algo cambió para convertirnos en lo que hoy somos, arcilla iluminada.

Ciento cincuenta. Me he adelantado a propósito. Sé que dentro de un rato, apenas veinte minutos, quizá menos aún, empezarán a llegar familiares muy queridos, amigos, conocidos, saludados, y se hará muy difícil poder contemplar detenidamente los cuadros.
Sé, o supongo, que vendré muchas tardes, sé, o supongo, que pasaré muchos ratos delante de estas pinturas, pero me apetecía una visión anticipada, me apetecía colocarme solo ante su propuesta, sabiendo, además, que me encontraría con novedades, a pesar de haber visto muchos de los cuadros en el mes de diciembre.
Pero la sorpresa ha sido aún mayor de la imaginada. Mayúscula podría decirse, sin exagerar.
Llueve desde hace un par de horas. Es una lluvia tranquila, casi de seda, una de esas tardes primaverales en que me apetece pasear bajo su caricia líquida que no sólo limpia el aire, sino también los pensamientos.
Al entrar en la Alhóndiga —edificio que desde hace siglos pertenece al Ayuntamiento y hoy es sede del Archivo Municipal y lugar donde habitualmente se celebran exposiciones y otros actos culturales patrocinados por el Consistorio—, he visto el nuevo retrato de una de mis hijas; bellísimo. Creo que es el tercero que le hace, y si les juntara se vería bien la evolución en su joven carácter.
Cuando he pasado hacia la mayor de las salas, me he encontrado de frente con cuatro enormes cuadros que representan a los cuatro evangelistas, a cuatro hombres inspirados por figuras angélicas, femeninas. 
Sin abandonar la técnica abstracta que se manifiesta en los ropajes, en los fondos, los cuerpos se hacen más sólidos, más rotundos, más próximos a lo escultórico. Detrás de mí, de un tamaño similar, una recreación de Juan de la Cruz… Y en estos cinco cuadros, otra novedad, otro paso en su pintura: la representación de más de un personaje: dos retratos en cada cuadro. Un reto diferente, una inquietud distinta, un sendero menos trillado por su pincel, una vía que indagar: composición, perspectivas, espacios…
San Juan evangelista, acrílico sobre tabla.
Autor Mariano Carabias (fragmento)
[foto de mi móvil]
Ocupa toda la pared de uno de los lados estrechos del rectángulo, su cabecera, como presidiendo el evento, un tríptico que ya conocía y que mostró por vez primera en Santa María la Real de Nieva; esa Parusía que invita a la paz, que no amedrenta, que llama a hacerme luz de la luz. Al lado opuesto, otro cuadro grande, de la Virgen que, más que transmitir paz, la trasfunde en el venero, no a través de una jeringuilla, sino filtrándose por nuestras pupilas. Y junto a estos siete cuadros de gran formato, las series de pequeñas tablas que llenan el resto del espacio: el colegio apostólico, ángeles, figuras veterotestamentarias, y otros dos cuadritos con dos personajes, El beso de Judas (inquietante y brumoso, pintado como con rescoldos de carbón) y La conversión de San Pablo, donde es tan importante es el caballo como el implacable fariseo perseguidor de la secta de los cristianos que aún en ese preciso instante desconoce que será el primer gran anunciador del hombre a quien pretende volver a aniquilar.
En mi mano el pequeño folleto que cualquier visitante puede llevarse a casa. Es un cuadernillo con ocho páginas en que aparecen siete reproducciones de otros tantos de los casi cien cuadros de la exposición, que podrían ser un esquemilla o una leve aproximación a lo que se podrá contemplar. La octava página, no tiene ninguna reproducción de imagen, está ocupada por un puñado de palabras que escribí, y que no sé si estropean la visita al espectador o ayudan a la contemplación:
Imagina una sola jornada sin sol, veinticuatro horas sin poder distinguir colores, sonrisas, lágrimas, apenas volúmenes sombríos. Ahora imagina un día sin noche, iluminado por esa estrella de quien depende la existencia.
Como la esencia de la vida del planeta se explica por la íntima fusión de la luz llegada desde el cosmos con otras sustancias, así nuestra esencia.
El arte podría definirse como plasmación del hallazgo del artista en su incansable rastreo. Mariano nos ofrece los resultados de su última exploración: buscar la explicación de nuestra esencia la luz, la luz de la luz.
En estos cuadros contemplarás humanos y ángeles. Son como estrellas que nos acompañan e iluminan para ver los caminos del mundo, regalándonos la esperanza de que es posible habitar una ciudad sin noche.
Regreso a la sala central, a la que uno accede al entrar al recinto. Me detengo otra vez en el nuevo retrato de mi hija. Avanzo. Un enorme retrato de su musa verdadera, esta vez encarnando una hermosísima sibila, preside esta sala. A mano izquierda, según se entra, la recreación de Andrés Laguna, reencarnado en otro amigo, al que tanto debe Segovia desde hace tantos años, tan amante y conocedor de árboles y plantas como el médico de emperadores y papas. 
Los lemas de las tablas se tornan líricos. Los cuadros se agrupan por series, pero en cada uno, además de la habitual potencia de color y formas, de la capacidad de siempre de establecer con el arcoíris un diálogo repleto de matices e insinuaciones, se añade la sugerencia que el título propone. Esta conjunción invita o empuja al espectador a poner en marcha algunas de las potencias que a veces olvidamos utilizar cuando nos situamos ante una pintura. 
Empiezan a llegar visitantes. Pero creo que no se quedarán a la inauguración. El trío de turistas que hablan en inglés se detiene con parsimonia ante la mayoría de la obra. Dialogan animadamente. Él parece explicarles a ellas algún detalle, o acaso —me figuro— traslada el título a su idioma. Otras personas, por el contrario, pasan rápido ante la sucesión de imágenes, que no sé si contemplan o simplemente deslizan ante sus ojos con menos interés que el que pondrían frente a los escaparates, y continúan su cháchara algo que parece ha revelado alguna televisión respecto del padre de una famosa.
La sala de la derecha, llena de pequeños recovecos, con paredes más reducidas, quizá sea algo menos llamativa: reúne menos tablas y no tiene cuadros de formato grande; pero para quienes estamos tan pegados a la obra de mi hermano, es fácil comprender que aquí laten hondas emociones. Por razones puramente sentimentales, esta sala traspasa mi ánimo. Además parece que algún título tiene que ver con alguno de mis versos.
Regresan mis palabras a su tierra, pues fueron sus pinceles el arado, que preparó el terreno y abonó mi tarea de escribir los andamios de los pájaros.

Ciento cincuenta y uno. Empiezan a llegar personas que no son visitantes de pocos minutos, sino quienes se sienten convocados a la inauguración de la exposición. Familiares y amigos que vienen a arropar y a reconocer —también a reconocerse— la pintura de Mariano.
Según observo por el número y estado de los paraguas que quedan en la entrada, no llueve precisamente poco.
Ahora me alegro mucho más de haber adelantado mi llegada, y no lo digo por el chubasco. Después de haber satisfecho la necesidad de contemplar la exposición, puedo dedicarme a saludar a unos, a besar a otros y a otras, a compartir una conversación, un chascarrillo, una inquietud, una confidencia, al abrazo por el reencuentro que en más de un caso propicia este instante…
Palpo que el trabajo de mi hermano —incesante, valiente y original—, llega a unos y a otros. Aunque a cada uno de forma diferente, a todos alcanza: por la belleza sin otra consideración, por la armonía de los colores, por el parecido de los rostros con el natural que, además, bucea con éxito en el corazón del retratado, por la mezcla de lo abstracto con lo real, por lo desmesurado del trabajo, por la técnica que los más especialistas descubren en cada trazo, por el tema propuesto a nuestra consideración…

Ciento cincuenta y dos. Seremos más de doscientas personas en el momento en que la próxima primera alcaldesa de Segovia nos dirige unas palabras.
[Acabo de darle la enhorabuena por anticipado, puesto que hasta mañana no es el pleno municipal en que se celebra la elección. Desde que Pedro Arahuetes anunció su dimisión y que ella sería su sustituta en el cargo, no la había visto. Se le nota emocionada e ilusionada. No hace falta que lo digan sus labios; su mirada y su gesto lo anuncian a las claras. Está bien que así sea, pues quizá su ilusión y su emoción se transmitan a su tarea. Al fin esta ciudad tiene una alcaldesa. Alcaldesa y socialista en una ciudad como Segovia… A veces convendría revisar viejos clichés].
Tras sus palabras, que demuestran que ha entendido el contenido de la exposición y que glosan la figura y la obra de Mariano, sin olvidar la que se puede ver por la ciudad, y tras otras pocas de Mariano, densas y explicativas de su intención, es el momento de continuar con los abrazos y los saludos, de acercarse a unos para comprobar el crecimiento imparable de los niños, para recibir una enhorabuena, para saber de nuevos proyectos y de nuevos logros, para constatar en cada reacción que el camino que inició mi hermano hace ya unos cuantos años, quizá algo más de un lustro, avanza firme y poderoso.
La columna del Templo. Acrílico sobre tabla.
Autor Mariano Carabias. AQUÍ SU BLOG
Si nuestra encarnadura de siglo XXI sirve para recrear a Adán, Noé, Moisés, Aarón, Gedeón, una sibila, un evangelista, un ángel…, se podría aceptar que la esencia humana apenas ha variado y, por tanto —como demuestran las miradas de los retratos, los andamios de los pájaros—, su misma naturaleza de entonces habita nuestra entraña de ahora. Si aquellas personas de hace miles de años vivieron dudas, certezas, pasiones, odios, alegrías, emociones, anhelos, revelaciones…, podemos concluir sin margen de error que nuestra vida se nutre de iguales condimentos. Si un puñado recibió o encontró lo que Mariano llama luz de la luz, entonces su pintura se eleva como un grito de esperanza, porque viene a proclamar que nosotros, individuos del siglo XXI, también somos arcilla iluminada, aunque apenas nos demos cuenta. 

lunes, 31 de marzo de 2014

Mariano Carabias: Nueva exposición, Luz de la luz

La semana pasada, entre otras cosas escribí en mi diario:

Ciento cuarenta. Ya está el cartel de la exposición, también están las invitaciones. Sólo falta el folleto.
Ayer me acerqué hasta la concejalía de Cultura del Ayuntamiento a recoger la porción que necesita mi hermano para sus envíos.
 
No conocía los recovecos del edificio de la concejalía. En realidad sigo sin conocerlos, pues una visita de apenas diez minutos no lo permite. Pero sí me volvió a admirar lo intrincado de los edificios diseñados y construidos durante el Renacimiento, o antes.
Uno pasea por las callejuelas de la judería, y las fachadas se suceden. Casi nada llama la atención, pero si por una razón u otra, se adentra en su interior descubre espacios casi imposibles, algunos milagrosos.Aún faltan unos días para que abril se inicie. Pero la llegada del libro, la recogida de estos carteles, es como el anuncio de sus heraldos. 
En abril de 2014 Mariano inaugura otra exposición, y antes de que concluya, presento un poemario. Y sé que hay dos corazones, además de los nuestros, que laten satisfechos, contemplando desde la distancia de los años como los sueños de dos de sus hijos se concretan.

Pues bien, ya se debe anunciar que la exposición de Mariano Carabias se inaugura el viernes próximo, cuatro de abril, en la Alhóndiga de Segovia. La dirección oficial es Plaza de la Alhóndiga s/n; pero mejor no liarnos. En plena Calle Real, hacia su mitad, allí encontraréis la exposición, que ha titulado La luz de la luz.
Durante un mes podréis visitarla en este horario:
De martes a viernes: De 6 a 9 de la tarde.
Sábados: Mañanas 12 a 2.       Tardes: 6 a 9.
Domingos: De 12 a 2 por las mañanas.

De momento no desvelaré más. Sólo os animo a que acudáis, de nuevo la pintura de Mariano hará que viajemos hacia los balcones que se asoman a los horizontes más luminosos del ser humano.

Fotografía del Cartel anunciador de la exposición

lunes, 24 de marzo de 2014

V DÍA INTERNACIONAL DE LA POESÍA EN SEGOVIA. CRÓNICA PARTICULAR

Foto junto a la Estatua de Machado de los poetas seleccionados en esta edición
del V Día de la Poesía en Segovia. (Foto tomada del blog con el mismo título que
administra y gestiona Norberto García Herranz. Este es el enlace para acceder a él)

Ciento veintiuno. Bajamos, los tres, a su encuentro. Y a los pocos pasos, vemos a Norberto acompañado por un buen número de personas.
Cada año el encuentro en Segovia con motivo del día de la Poesía, añade un detalle que va redondeando su originalidad.
Como le sucede a mi amiga Mª. J., la distancia entre su hogar y Segovia obliga a que tenga que hacer noche la víspera de la jornada. Parece ser, según me cuentan, que uno de los participantes sugirió o propuso un encuentro entre aquellos del grupo de seleccionados que hicieran noche en la ciudad. quienes lleguen mañana de Madrid, Valladolid, Salamanca… se habrán perdido estas horas, en que ellos —los seleccionados— tienen tiempo de comentar los detalles de este tiempo previo, sobre todo desde que su poema fue seleccionado, hasta ahora, y quienes les acompañamos empezamos a disfrutar de éste o aquél detalle, o, como en mi caso, me reencuentro con alguno de los participantes de otras ediciones que regresan este año.
Anécdota va, anécdota viene, reflexión por aquí o por allí, sugerencias que se escuchan o se sobreentienden… Ilusión.
Entre tanto, me llama M. Ya ha leído algo del ejemplar de Los andamios de los pájaros que le he dado hace un rato, cuando ha traído a Mª J. y C. Dice que le ha encantado lo que ha leído. Intuyo emoción tras sus palabras.
Acaso era la opinión que más me interesaba, una vez que JSM decidió editarlo. Al fin y al cabo es su obra la que me ha inspirado. Al fin y al cabo es el resultado de su tarea el que se tornó inspiración para mis versos.
Sí, la palabra es ilusión. Ilusión de los que han venido desde lejos y también mi ilusión.
Nos recogemos, hasta mañana, en que he quedado encargado de acompañar a una fracción del grupo, los que se hospeden en la zona alta de la ciudad, hasta el puente de la Alameda del Parral, que está junto a la Casa de la Moneda.

Ciento veintidós. Mª. J. y C. han descansado bien, según me dicen. Es larga la jornada que nos espera. Para Mª J., además, intensa.
Esta mañana bien temprano, he visto e impreso las palabras que Ll. envía por correo, las que diré en su nombre antes de leer, lo mejor que sepa, el poema que, si las cosas hubieran sido justas, debería ella habernos recitado.
Ahora empiezo a dudar si debo contar en público el verdadero relato que obliga a su ausencia, tal y como lo conozco. Ella no hace referencia al asunto, tan discreta como siempre.
A nosotros tres se han unido siete personas más entre poetas, acompañantes. Entre ellos mi tocayo AGN que ya ha llegado a Segovia dispuesto a disfrutar del día. Aunque había pensado en un margen suficiente —media hora es más que de sobra desde la Plaza hasta la Casa de la Moneda, bajando por Escuderos, el Paseo de San Juan de la Cruz y el arco de Santiago—, desde el primer minuto intuyo que no va a ser fácil, porque la ilusión y la belleza y los reencuentros y quizá las nuevas amistades, son paradas obligatorias, necesidad de aquietar el paso, imperativo para resumir aún más una explicación de mi parte.
A veces a los poetas nos llaman la atención detalles que, en apariencia, nada tienen que ver con lo habitual. Hemos pasado más minutos extasiados contemplando los almendros en flor del jardín de los poetas, o rumiando los versos de Juan de la Cruz transcritos en un par de placas, o escudriñando el horizonte…
Con cinco minutos de demora respecto de lo previsto, llegamos hasta el punto de encuentro. Pero es algo irremediable, porque la belleza de esta ciudad brinca como corzo sonriente y asalta las pupilas sin remedio.
Antes de enfilar y subir la pendiente que nos lleva al Parral, otras presentaciones y otros reencuentros. Rostros que en dos años se hacen familiares y más queridos. Algunas miradas escudriñan, acaso un poco extrañadas, la camaradería que hay entre algunos.
En pocos minutos la extrañeza se habrá olvidado. Sé, porque siempre pasa, que quienes no hayan podido acudir a la primera parte de la jornada y se incorporen a partir de la comida, sufrirán el mismo proceso, y aún será más intenso en quienes lleguen sólo al recital. Al final uno va experimentando cada día y en carne propia que es el roce de la persona, compartir un tiempo, cruzar unas conversaciones, el cimiento que evita otro tipo de roces, no precisamente agradables, y que sirven más para confundir y separar que para lo contrario.
Sé, y me acusan muchas veces de ello, que soy demasiado idealista, que parezco ingenuo, que aspiro a cosas no sólo imposibles, sino impensables salvo locura.

Ciento veintitrés. Le cuesta trabajo al grupo alcanzar la meta, esa cima de la ladera donde el Monasterio del Parral contempla una de las vistas más especiales y hermosas de la ciudad. Desde aquí el caserío parece fortaleza donde se entremezclan poder religioso y político. Las torres del Alcázar o los torreones defensivos, donde la nobleza más poderosa llegó a tener pequeña —o no tanto— guarnición militar, se mezclan con las torres de las iglesias románicas y la esbeltez de la catedral. Desde lo hondo del valle, lamido por el Eresma de bronce, qué pensarían los frailes jerónimos ajenos —al menos en teoría— a los tejemanejes del mundo, a las contingencias del presente, siempre contemplando —al menos en teoría— lo que en verdad importa de la vida…
Pero la solidez de estos muros, la contundencia y calidad de su fábrica, la belleza tan notable de todo el conjunto, especialmente de su primoroso retablo del altar mayor, dan perfecta cuenta de que, en el fondo ni podrían ni querrían ser tan ajenos a todo cuanto sucedía enfrente de sus ojos, a pesar de la distancia entre la ciudad murada y el convento, que acaso en el siglo XV pareciera mayor que la de hoy, a pesar de ser idéntica…
Y sin embargo…
Sin embargo en cuanto uno entra en las naves del templo, además de sentir el frío de una nevera en pleno funcionamiento y a máxima potencia, a poca sensibilidad que tenga, a poco que sus poros estén pendientes de lo que sucede a su alrededor, siente algo especial. Acaso ese silencio, acaso la hermosura contundente del último gótico, del primer atisbo de renacimiento, transmiten o invitan a repensar los afanes ocultos de todo ser humano a lo largo de la historia. Esta atmósfera propone un interrogante en los corazones, un asombro en las neuronas más racionales e inquisitivas.
Compartimos visita con un grupo de turistas franceses y con una visita organizada por el Patrimonio de Turismo. Dentro de la iglesia seremos unas cien personas, más o menos.
Una vez escuchadas las explicaciones históricas, artísticas, en las que se cuela una reflexión abreviada sobre lo fugaz, frágil y efímero de la vida, y por tanto, y se presenta la conciencia de la muerte como ocasión para disfrutar más del presente y como el hecho más democrático de la humanidad, pues esta circunstancia a todos nos iguala, pasamos al claustro, donde la impresión de la ciudad deja en los gestos, y en el recuerdo de cuantos lo contemplan una imagen que provoca el silencio del asombro, y la búsqueda del ángulo imposible e inédito, donde fotografiar esa postal inigualable.

Ciento veinticuatro. Conozco de vista a la guía que nos va a mostrar la Casa de la Moneda. Es su primera visita guiada a este edificio —o conjunto de edificios— tan singular.
Desde que abrieron el complejo, tras su restauración, he estado una o dos veces, pero siempre por fuera, sin recorrer sus instalaciones con detalle. Reconozco la importancia histórica e incluso artística que puede tener para esta ciudad, o para cualquiera, haber tenido una Fábrica de Moneda. Pero el asunto me interesa más bien poco, casi nada. El dinero es un mal necesario, porque sin dinero es imposible vivir, bien lo sé. Pero me atrae más una panificadora o una huerta…
Lo que hoy he conocido, gracias entre otras cosas, a la pasión, la ilusión y el entusiasmo de nuestra guía, no mejora en mucho las cosas. Lo que acaso más me hubiera interesado —que tiene que ver con lo más humano de este asunto de la fabricación de monedas—, me ha demostrado nuevamente la mezquindad humana; cuanto más poderoso más cicatero. Y me ha subrayado el convencimiento personal de que todo cuanto tiene que ver con el dinero, al final envilece y origina recelos, enemistades y guerras.
El dinero, ese imprescindible veneno que necesita la humanidad para no extinguirse a los pocos días… O eso llevan diciendo tantos siglos que parece ser cierto.
Supongo.

Ciento veinticinco. Como el año pasado, el poema que ha resultado elegido ganador por el grupo de los poetas, ha sorprendido a su autor. No estoy seguro, pero diría que Daniel es el más joven de los poetas. También como el año pasado ha coincidido que compartía mesa con él. Lo cual ha provocado más de una broma y una risa.
Cuando se ha acercado Norberto a entregar el libro, cámara en ristre, he adivinado la razón. Mientras el autor hojeaba el libro, aún ajeno a la página donde figura su nombre con la mención a ese reconocimiento, el resto de la mesa ha confirmado la sospecha. Al fin ha comprendido el asunto y se ha ruborizado y se ha sorprendido y se ha emocionado.
Leo rápidamente sus versos, y sin poder profundizar en ellos lo suficiente, me sorprende su tema en alguien tan joven, esa nostalgia que transmite. Pero en la segunda lectura, intuyo que la excusa, ese nostalgia que siente por su amada, el amor aparente del que habla no se refiere sólo al de ella, sino a la poesía o quizá a la inspiración a esa musa de tirabuzón divino e incorregible.
Este reconocimiento es la guinda del pastel del certamen. Y es también una originalidad desconocida en el resto de certámenes que uno conoce. Una vez seleccionados los poemas, todos los integrantes de la antología, en este caso veintidós, desconociendo aún la identidad de los autores, eligen sus preferidos, y de la suma de tales preferencias sale el poema ganador.
No es esencial al certamen este detalle, pero le otorga un plus de limpieza y transparencia. Y mantener hasta este instante el secreto de la decisión colectiva, regala a la jornada un punto de juego y de misterio, una pizca de picante.

Ciento veintiséis. Una vez pasado el momento de alborozo tras conocer el poema y poeta distinguido por sus compañeros, he podido echar un vistazo general al librito.
Sólo conocía los poemas de Mª J. y de Ll. En conjunto me parece una antología de calidad, acaso la mejor de todas las ediciones, aunque sea un tanto arriesgada esta opinión.
La pluralidad de los estilos, del modo de decir, no esconde lo importante, la esencia, lo común que late en cualquier poema que merezca tal nombre.

Ciento veintisiete. Mientra abren o no el Palacio de Quintanar, donde será el acto público en que se recitarán todos los poemas, charlo unos momentos con SLN., que también se ha acercado hasta aquí, como representante del jurado.
Ya ha hecho una cala —ha dicho— en Los andamios de los pájaros, y me ha emocionado lo que ha comentado sobre el resultado de la prueba.

Ciento veintiocho. He conocido, por fin, a las hijas de Mª J. No es exactamente a lo que uno aspiraba en el primer encuentro, porque esperaba más calma, un diálogo más amplio, no sé, más tranquilo; sin embargo son momentos estos que se tocan con cofia de confusión y premura, saludos y nervios. Ya falta poco para que ella haga su primera lectura pública de un poema suyo. Y se le nota no sólo los nervios normales, sino la emoción que le produce haber llegado hasta aquí.
Durante unos segundos me pasan por el cerebro todos estos años desde que nos conocimos gracias a Internet, gracias a los blog. Y me doy por bendecido, por haber sido capaz de encontrar a un puñado de personas que, como ella, nos hemos ido acompañando sin interferir en nuestras vidas, pero formando parte de ellas, sumando, siempre sumando, ayudándome a crecer, a mirar, a aprender, a aprender siempre.

Ciento veintinueve. Es verdad que quizá nos hayamos precipitado al querer entrar en la sala. Iba con la intención de echar una mano, aunque sólo fuera en para colocar algunas sillas. Pero se pueden decir las cosas de una manera o de otra o de la de más allá… incluso se pueden decir bien, con educación o un poco de cortesía.
Será que algunos de los asistentes tenemos cara de posibles vándalos o parásitos indeseables.
Pero como todo tiene sus consecuencias, en este caso este desaire ha servido para poder contemplar durante algunos momentos algunas de las salas donde se exhiben fotografías de una muestra que se celebra por estos días. Y también ha valido para intercambiar algunas frases con algunas de las poetas, con quien apenas he departido durante lo que llevamos de día. Y con más conocimiento de causa, porque ya tenía la huella de sus versos en mi recuerdo.

Ciento treinta. Creo que este año es el que más disfruto del recital. Me ha venido bien haber leído los poemas antes de empezar. Tampoco me duele la cabeza como me sucedió dos años, claro que como intuía que podía pasar, he tomado el correspondiente ibuprofeno que ha cumplido con su misión.
Mª. J. ha recitado con sobriedad y claridad. No parecía nerviosa. A diferencia de la mayoría, no ha explicado nada del poema, lo ha leído y han sonado sus versos al suave deslizar del patinador sobre el hielo con esa fluidez de la musicalidad que le ha impreso a la idea que ha sido capaz de hacer poema y que en el fondo habla de la humildad que siente alguien que toma prestado unas vestiduras que no le corresponden…
Eso opina ella, claro; pero no es verdad del todo, pues en ella, como la gran lectora de poesía que es, late —cada vez menos oculto— el corazón de una poeta que, además, escribe.
Por mi parte, al final, me he limitado a insinuar sin decir, y a leer las pocas líneas que me ha enviado Lluïsa justificando su ausencia, agradeciendo la selección, pero sobre todo, dando gracias a quienes le han ido trayendo al mundo de la poesía: Amelia Díaz Benlliuere, María Luisa Mora Alameda y María Ramos, a quienes llama, sus doulas me ha escrito, es decir esas mujeres encargadas de traer a la vida a un nuevo ser. ¡Qué hermoso piropo!
Y luego he leído del mejor modo que he sabido los versos del poema. Sólo espero no haberlo traicionado, no haber hecho trizas las intenciones de Lluïsa…
Me llevo dos penas de esta jornada. La primera no haber conocido en persona a Lluïsa, que era algo que me ilusionaba mucho, además de otras muchas ilusiones. La segunda es la ausencia de M. que ha viajado a Asturias en estos días. Por lo demás, es verdad que la mayoría de las expectativas se han cumplido. Es verdad que he conocido a más personas. Pero se me ha quedado esa espina clavada.

Ciento treinta y uno. No sé si Norberto ha reducido el número de poemas de cada bloque, intercalando más intermedios musicales a cargo de Pablo Zamarrón y Miguel Abad, que han interpretado una hermosa música que mezclaba tradición popular y temas renacentistas. Si es así, ha acertado, porque permite a la atención no decaer del todo.
He observado un denominador común, como un hilo que traba toda la antología de este año: el ser humano que no desaparece nunca de los versos. Cualquier estilo, cualquier tono, alumbra una experiencia personal o una reflexión individual que colmó en los poemas: una estrategia para mantener el amor como perenne llama, el recuerdo en forma de sentida elegía de quien nos arrebataron con mentira e injusticia, el deseo convertido en fuego por encontrar la poesía —cuántos de estos poemas, cuántos—, el recuerdo del amado, las huellas de quienes fueron en un tiempo plasmadas en la sombra de la historia, lo frágil de la identidad, la añoranza del futuro, tantas reflexiones sobre la vida, el deseo de vestirse de poeta, la memoria, el miedo a la ausencia del amado, el cuerpo como templo de la verdadera esencia, la poesía que otorga sentido a la vida, el amor apasionado frente a la falso y edulcorado, la añoranza del paraíso de la infancia, el clamor por la injusticia, el horizonte del futuro anclado en nuestra esencia del pasado, la asunción de la realidad frente a los sueños, el amor como único norte de la vida, el amor frente a las normas, la poesía para fijar el recuerdo de lo que ha de permanecer, el canto a una ciudad que nos convirtió, quizá, en lo que somos, el grito por la injusticia de estos tiempos que nos convierte en parias de la noche a la mañana.
Pero uno de los poemas, uno de ellos, me ha tocado de un modo muy especial. No sé si es el mejor, tampoco me importa, aunque casi es el elegido, según se ha dicho. Y me llega y me golpea, porque rima con mi vida, porque se cose como una sombra a mi cotidianidad, porque hilvana con ese dolor que perdura durante estos años, este dolor que ya se ha hecho amigo, este dolor inevitable y asumido, por tanto no desesperado, pero no por ello menor doloroso.
Sé que cometo injusticia al citarlo aquí, sin haber personalizado el resto, pero cómo no dar las gracias a Vicente Rodríguez Manchado, como no solidarizarme con su emoción y las vaharadas de los ojos de su esposa, si son mis vaharadas, si es mi emoción, si es su Canción de cuna para una madre, la misma nana que entono cada día.

Ciento treinta y dos. Nos ha costado a la mayoría más de veinte minutos terminar de salir del Palacio de Quintanar. Firmas de poemas en los ejemplares de la antología entre compañeros y quizá nuevos amigos, abrazos y besos de despedidas, intercambios de mails, comentarios con unos o con otros.
En mi caso, además, saludos a algunos conocidos que han asistido al recital como público y salen encantados de lo que han visto y han oído.
He salido al patio a fumar un cigarrillo y he contemplado la hermosura del almendro sobre el que cae la luz ambarina de una farola dándole una expresividad fascinante, casi surrealista. Como decía R. que ha acompañado Mª. S. al recital, contemplando la torre circular del Palacio de las Cadenas que desde aquí se ve, la unión de la naturaleza y de la historia en un instante. Y al señalarle la cigüeña posada sobre la esquina del tejadillo de otra torre, la pequeña dicha ha sido total…
La pena es que algunos debían retornar a sus hogares, que otros necesitaban algún descanso.
Pasa siempre, llega el final del recital y cierta sensación de melancolía y de bajón se apodera de las papilas de mi lengua…
Aunque este año, en nuestro caso, hemos prolongado la jornada. C, Mª J., Mª S, R y yo hemos ido a tomar algo calentito, mientras llegaba el momento en que Ana llegase desde la Granja, para rematar el día.