viernes, 18 de mayo de 2012

Sin rúbrica y sin gesto

Para mi hija Ana, que me preguntó por el poema de Claudio Rodríguez
y con quien lo estuve analizando.



Como si nunca hubiera sido mía,
dad al aire mi voz y que en el aire
sea de todos y la sepan todos.
Claudio Rodríguez
Del poemario Don de la ebriedad

Ahora que este miedo tirita sobre el mundo,
ahora que el abismo está tan cerca,
que tanto polvo ensucia todo el aire
y las lágrimas riegan los sudarios,
mi voz pierde sentido si no muere
confundida en el grito del dolor
como cristal clavado en una arteria.
Quizá libar la flor tuvo sentido un día
mientras leía el mundo y su novela
y creí que el futuro de mis pasos,
y de cuantos caminan junto a mí,
podría ser la miel del paraíso
para endulzar la leche que manaba
de los pechos oscuros de la tierra.
Pero hoy nos hace falta un verso como un grito
que crezca calle a calle, piel a piel,
un verso como un salmo sin iglesia
besado por los labios sin orilla
de quienes sólo esperan su ataúd
donde olvidar el llanto de las horas
como una sinfonía de alacranes.
Debería mi voz arrodillarse, y muda
ante el limo de lágrimas y barro,
debería mezclarse con los gritos
olvidando su rúbrica y su gesto,
ser harina, molienda triturada,
apenas dócil hostia donde habite
la esencia del latido de los hombres.

martes, 1 de mayo de 2012

Proclamo la victoria de la muerte



Proclamo la victoria de la muerte: hoy campará su hielo y su risa de cal, sobre nuestros cadáveres tan muertos.
Cuando la sangre alcance las estrías de la tarde, y el último goteo del aire bese el calderón final de este adagio de lágrimas y lepra, el silencio será el postrer silencio, un silencio que flota sobre el mar, sobre nuestros cadáveres tan muertos.
¿Quién tendrá una razón para la queja, si un día, en vez de grito, fuimos risa, o fuimos un silencio perezoso?
¿Quién romperá el silencio de la muerte, si cada boca escupe a su mordaza, si cada piel cobija un yugo impenetrable?
Un veneno de víbora ha bordado con hilos de diamante y esmeralda la brisa de los días y sus noches, ya ha trazado la celda inexpugnable, plano de ángulos rectos y feroces, saetas de ponzoña y cautiverio.
Durante el plenilunio de los siglos, pensamos que el amor estaba lejos, tan infinitamente lejos, como imagen de espejo y nos acostumbramos a confundir latido y piel, caricia y roces descuidados, el beso con la brisa, el abrazo y un tango sin música y sin letra, la solidaridad y cierto gesto altivo de quien siembra arrogancia.
Ahora el yugo amordaza las auroras, ahora estamos desnudos, sin piel y sin caricias, sin besos, sin abrazos, como un guerrero inerme y solitario, exangüe y derrotado, agónico reptil de esta tragedia, último ocaso de la sangre.
Proclamo la victoria de la muerte, hoy campará su hielo y su risa de cal, sobre nuestros cadáveres tan muertos.
Mirábamos sin ver, éramos ciegos que otros ciegos guiaban. Y si hubo una mirada capaz de contemplar la agonía de las criaturas durante algún minuto de los días, fue arrojada al abismo, fue amordazada, fue despreciada.
Sí, la estrategia ha sido larga, como un día cautivo de la lluvia, pero ha llegado al fin nuestra derrota. Nos tendieron celadas, ablandaron los músculos y el alma, narcotizaron ojos y latidos, dibujaron un dios de oro y diamantes, ante el que arrodillamos nuestras vidas, como si fueran pétalos marchitos. Ahora somos aroma de una nube.
Proclamo la victoria de la muerte, hoy campará su hielo y su risa de cal, sobre nuestros cadáveres tan muertos. 


Gracias a Eme Jota que en su comentario (el primero a esta entrada)  nos regala este fragmento, quizá uno de los más hermosos, de El Mesías de Haendel titulado "Conforta a mi pueblo", cuyos versos están tomados del profeta Isaías. Es un canto para la esperanza, que ojalá recordaran algunos de los que dirigen los destinos de este Mundo. Este, creo, es el texto en el que se basa esta pieza.

"Consolad, consolad a mi pueblo, dice vuestro Dios; hablad al corazón de Jerusalén, gritadle: que se ha cumplido su servicio, y está pagado su crimen, pues de la mano del Señor ha recibido doble paga por sus pecados. Una voz grita: En el desierto preparadle un camino al Señor; allanad en la estepa una calzada para nuestro Dios; que los valles se levanten, que los montes y colinas se abajen, que lo torcido se enderece y lo escabroso se iguale. Se revelará la gloria del Señor, y la verán todos los hombres juntos —ha hablado la boca del Señor—. Súbete a lo alto de un monte, heraldo de Sión, alza con fuerza la voz, heraldo de Jerusalén, álzala, no temas, di a las ciudades de Judá: aquí está vuestro Dios. Mirad: Dios, el Señor, llega con fuerza, su brazo domina. Mirad: le acompaña el salario, la recompensa le precede.  Como un pastor apacienta el rebaño, su mano los reúne. Lleva en brazos los corderos, cuida de las madres."