
Confío en el general a pie juntillas así que, como buen subordinado, envío a las tropas del ejército encapsulado a que cumplan con su misión de eliminar sin piedad a las huestes insurrectas que tienen tomada mi garganta, mis articulaciones y el ánimo, que es lo peor de todo. Mis refuerzos son enviados a cumplir su misión al amanecer, cuando la tarde va de caída y en la media noche.
Si uno va a mirar, no parece proporcionado que semejantes bichillos puedan con un corpachón como el de uno (aunque tampoco es que sea precisamente un ejemplar humano encuadrado en la categoría de los pesos pesados); pero es incomprensible del todo que arrumben el ánimo y las ganas de hacer cualquier cosa, llevándome a una especie de desidia perezosa, a una haraganería insufrible.
El caso es que el cerebro emite deseos, proyecta alguna actividad, pero cuando llega la hora de ponerse manos a la obra, parece que soy heredero directo del ritmo abúlico del oso perezoso que para mover uno de sus brazos tiene que pedir permiso al día siguiente.
Y en esas estamos.
Por gozosas razones, este escribidor tiene concedido permiso para los días laborables de esta semana y, aunque es cierto que no he elaborado excesivos planes, salvo un abrazo entusiasmado a uno de nuestros contertulios llegado del sur con la familia, me refiero a Flamenco Rojo, y una íntima celebración de un aniversario especialísimo, el tercer año junto a Marián, sí que tenía proyectado que el tiempo de asueto se pudiera dedicar a la escritura de un artículo que tienen a bien publicarme, y la lectura de algún libro, de esas decenas de libros que tengo pendientes por leer y esperemos que disfrutar.
En teoría (imagino que ustedes supondrían algo por el estilo), por las fechas que corren, parecería pertinente realizar un balance sobre el año que está a punto de concluir, pero ni siquiera tengo ánimos para ello, ni sé si tendré la mínima coherencia mental para conseguir hilvanar con lógica dicho memorando.
Por no dejar el asunto de vacío, me limitaré a enunciar aquello que para este escribidor ha sido determinante de este 2009 que agota sus últimas horas:
El año se inició con el dolor de la sangre y de la injusticia allá por Palestina, como una premonición de un año duro para los débiles y oprimidos. Y ha sido un año duro, muy duro. Por demasiados lugares del Planeta la bestia ha mordido con saña los débiles miembros de sus hijos más necesitados con la mirada neutra y vacía de la mayoría que contemplábamos (como si todo nos fuera ajeno) tanto sufrimiento en África, Latinoamérica y Asia. Y eso, por desgracia no es ninguna novedad. Ocurre todos los años desde siempre, creo. Cambia el nombre y la ubicación de los sujetos, pero siempre es la sangre de los oprimidos la que se derrama.
Entre nosotros mismos, como un ominoso criminal, se ha instalado el fantasma del paro que se ha encarnado con tanta firmeza, que ya parece milagroso lograr desalojarlo de nuestras vidas. Y el paro, como un monstruo siempre insatisfecho, es el primer paso para que las existencias de muchos se conviertan en miserables, y pasen a formar parte de la turba de los necesitados.
Otros, como cada año de forma casi perenne, se dedican a intentar alcanzar sus metas a través de bombas y crímenes sin cuento, olvidando a la primera de cambio que así consiguen enemigos en vez de adeptos...
Pero no todo son sombras espeluznantes, a nuestro alrededor también han brillado antorchas de poderosa luz, aunque parecieran absurdas en un primer momento.
Una generación de deportistas de alto nivel ha hecho olvidar ciertos vicios muy propios de nuestro país, que en general tienen que ver con el orgullo. Desde la cercanía, la humildad, el sacrificio, el trabajo en equipo, la actitud de poner en juego las mejores virtudes de cada quien, han demostrado de una vez por todas que para que los sueños se conviertan en realidad hay que vestirse con el mono de faena. Aunque a ustedes les pudiera extrañar, me parece esto más relevante de lo que parece, pues semejante receta se puede aplicar, probablemente con resultados semejantes, o sea alcanzar la meta planteada, si se aplican los mismos criterios en cualquier actividad que desarrollemos.
Durante este año que se nos escapa, este escribidor ha sido condecorado con el distintivo de su atención casi diaria, y para quien se dedica al ejercicio de juntar palabras, no hay premio mayor que tener lectores.
Gracias a ustedes y a esa pertinaz paciencia con la que me soportan, a este blog le ha nacido una criatura en forma de libro de poemas llamado Versos como carne. Y probablemente no sea el único.
En el ámbito más estrictamente individual, quien suscribe, ha sido sonreído por la gratificante circunstancia de haber conocido nuevos seres humanos (incluso en persona) que acrecientan sus horizontes, nuevas amistades que no serían posibles si no hubiera comenzado esta aventura llamada Pavesas y cenizas.
Y lo más importante de todo, lo que da equilibrio a mi existencia, hay una persona, Marián, que todavía me soporta y hace más llevadera mi existencia y mi tarea.
Y todas estas cosas a pesar de la faringitis que clava sus alfileres sobre la garganta, como si no tuviera otra cosa mejor que hacer...