domingo, 18 de noviembre de 2012

Sus labios

Queridos lectores, queridos amigos:
Este blog ha cumplido hoy, dieciocho de noviembre, su cuarto aniversario. Cuando comencé esta aventura, nunca soñé llegar hasta aquí. En realidad no soñé nada. Su título sugiere fugacidad y levedad. Lo efímero de mis letras que, sin embargo, más o menos asiduamente, llevan lanzándose al espacio de Internet, como esa breve frágil mariposa de la que hablaba en la primera entrada.
Hoy, a modo de celebración, he concluido este poema, en el que, quizá se pueda encontrar una declaración de intenciones o quizá un intento de autorretratarme. En fin eso, o lo que cada uno quiera leer, si es que se quiere leer.
En todo caso, gracias por vuestra fidelidad, gracias por vuestra generosidad y gracias por leerme.



Ahora que la albada está tan lejos,
y la noche parece emperatriz
de todos los latidos
—el mío, el de la especie, el del futuro
y hasta el de las semillas de los sueños—,
camino inerme y ciego
recorro un laberinto,
atravieso cadáveres sin nombre
y pinto mi bandera con sus labios,
nación para los besos,
donde me olvido
durante eternidades o segundos
de este dolor que arrastro
como una piedra inútil que desgarra arterias
por donde escapa el horizonte
y el fuego de la luz va agonizando.
Lo sé:
es mi verbo clamor de una derrota:
ni puedo vencer al dolor,
ni puedo derrotar al sufrimiento,
ni puedo cercenar a la injusticia.
Sin embargo me empuja un verso
inútil aunque inapelable.
Si no soy ciego sordomudo:
¿cómo cantar ocasos,
caricias, pétalos o aromas,
mientras crece el galope de la sangre
y los cuatro jinetes destruyen el planeta?
Lo sé:
mis versos son palabras féretro,
pólvora sin perfume,
pétalos sin metralla…
Mi voz quisiera
subir a los andamios o a los barcos
y bajar a los túneles mineros,
a pesar de mi vértigo y mi claustrofobia;
diseminarse en surcos cereales
y crecer junto al torno y al martillo,
a pesar de lo endeble de mis manos;
mecerse entre chupetes y pañales
y volar entre tizas y recreos,
a pesar de la atrofia de mis sueños;
zambullirse en las lágrimas y el luto
y respirar el pus de las heridas,
a pesar de las prisas de la vida…
Pero a pesar de todo,
ni entrego mi esperanza,
ni apago mi linterna,
ni termino mis sueños
                                porque debéis saber
que al acabar vencido la jornada
—siempre vencido— ,
vestido del hedor de la derrota
—diario el fracaso de la especie
y mi fracaso, diario —,
su labio alivia mi dolencia.

viernes, 2 de noviembre de 2012

Mercedes Pinto. Pretérito Imperfecto



TÍUTLO Pretérito Imperfecto.
AUTOR: Mercedes Pinto Maldonado
EDITORIAL: LIBRO KINDLE AMAZON.ES, AGOSTO 2012
267 páginas estimadas


Cuando anoche acabé la lectura de Pretérito Imperfecto, le comenté a la autora a través de Twitter, que quería escribir algunas palabras sobre su novela que fueran capaces de dibujar algo de la emoción que sentía. Pude hacerlo de inmediato, pero pensé que quizá me dejase llevar demasiado por ese sentimiento, lo que impediría que fuera mínimamente objetivo. Digo mínimamente, porque con una amiga es imposible ser objetivo, ni siquiera lo pretendo. Mercedes Pinto lo es desde hace algo más de dos años, cuando por una de esas navegaciones azarosas en que uno se embarca en Internet, di con otra de sus novelas, Maldita que, en esos momentos, iba publicando por entregas —una cada noche— en su blog. Después de aquello vino La Última Vuelta del Scaife (así titulada en papel, la obra que en Kindle atiende por Josué el Errante), que también fue objeto de un comentario por mi parte. Pero lo importante entre libro y libro es que fuimos ahondando en la amistad. Esto quiere decir, entre otras cosas, que siempre estoy predispuesto favorablemente hacia la obra y la persona de Mercedes.
Hecha esta advertencia —necesaria para que el lector posea todos los datos—, he de decir que uno puede estar inclinado positivamente hacia una obra, pero que llega un momento en que la novela te atrapa, te seduce, te envuelve —o abraza—, o todo lo contrario. Y en los tres casos citados, los relatos de Mercedes se alzaron como criaturas vivas absorbiéndome la atención durante su lectura.
Pretérito Imperfecto es una novela no muy larga que trata, bajo mi humilde punto de vista, sobre la culpa, uno de esos eternos temas de la literatura que son la urdimbre más oculta de muchas obras literarias. Por afinar un poco más, reflexiona sobre la necesidad de redención de la culpa. Por lo que he visto en la promoción de la novela, este aspecto se soslaya, o no se entra en él. Se habla de amor y de amistad, y sin duda que son ingredientes fundamentales en la narración, pero, según mi particular óptica, repito, ambos están al servicio o son el vehículo por el que los personajes de la novela —fundamentalmente Estela y Rafael— intentan encontrar la redención a ese sentimiento que les ha lastrado durante su existencia.
El argumento de Pretérito Imperfecto se desarrolla durante dos momentos diferentes: la infancia de Estela (entorno a 1973) y la actualidad. En este intervalo de tiempo —tan presente para quien esto escribe, pues coincide casi con su cronología: en 1973 uno cumplía once años—, el lector no sólo asiste a la evolución de la vida de la protagonista de la novela, Estela —incluyendo el tremendo incidente que cambia toda una existencia—, sino que se percata de cómo la sociedad española se ha transformado del mismo modo.
Bajo esta arquitectura formal, usando —como en ella es habitual— la perspectiva del autor omnisciente, un lenguaje perfectamente accesible a cualquier lector (inclúyase aquí vocabulario, sintaxis y semántica) y unos diálogos fluidos y a ratos chispeantes, Mercedes Maldonado se precipita a desbrozar el interior de los personajes. Acaso influida (bendita influencia) por sus estudios de medicina y por la admiración confesa a autores como Galdós o Delibles (por citar sólo dos de los más próximos a nosotros), la narrativa de Mercedes se caracteriza por su capacidad para entrar en lo más hondo de sus personajes. No es que se trate de una obra de las llamadas psicológicas (aunque a ratos se aproxima), pero sí una novela de personajes. No estoy diciendo que la trama de la obra sea baladí para la autora, al contrario. Como podrá comprobar quien se acerque a ella, el argumento está trazado con detalle y nada es ocioso; podría decirse, sin miedo al error, que no da puntada sin hilo. Y aquí convendría apuntar otra de sus virtudes: la economía de medios, que no la racanería, es decir, no hay nada que sobre en el texto, ninguna digresión propia de quienes han de demostrar su calidad o quieren deslumbrar al respetable. No hay concesiones a la galería, por así decir. Y momentos para ello tiene la novela, momentos que, sin duda, habrían sido usados por otros: las tentaciones son tan evidentes...
Digo que Pretérito Imperfecto es una novela de personajes que a través del amor y la amistad intentan redimir su sentimiento de culpa. Al decir esto, estoy diciendo, que más allá de simplistas diferencias entre buenos y malos, cuando leemos la novela, la autora nos presenta seres humanos como nosotros, que no somos malos, pero tampoco somos buenos. O somos un poco de cada, según y como nos vaya la vida. Salvo un personaje que representa el mal —absolutamente real, por desgracia, como comprobamos por la prensa muy frecuentemente—, todos los demás, con mayor o menor proximidad a la luz, son trasuntos de personas de carne y hueso, casi como podríamos ser cualquiera. Para Mercedes Pinto la pureza y la bondad absoluta sólo están en la infancia, en algunas infancias: Estela niña y Marina —su hija pequeña—. Para el resto de personas la diáfana claridad va siendo ensuciada por el propio transcurso de la vida.
De modo muy especial, quien suscribe —y esto es muy personal— se ha sentido absorbido por Rafael, el abuelo de la protagonista: Estela o Lita o Gorrión. De hecho —aunque a Mercedes probablemente esto le guste menos— para mí, Rafael es el protagonista verdadero de la obra. Como viene a decir en un momento de la novela, refiriéndose a él, le gustaba sentarse como las visitas, un poco alejado, pero formando parte del grupo. Silencioso, pero siempre atento. Con la suficiente perspectiva como para poder comprender mejor la situación. Desde el principio —si el lector es lo suficientemente atento— descubre en la bondad y entrega de Rafael con sus nietas, sobre todo con Estela, algo que va más allá de lo habitual. Pronto uno se da cuenta de que actúa así, porque siembra para el futuro, porque esa dedicación será la semilla que podrá salvarlas de caer por alguno de los precipicios que la vida pone bajo nuestros pies; pero también porque hay algo en su pasado que intenta remedar. De algún modo es la acción con la que intenta expiar una vieja culpa.
Estela —o Lita o Gorrión—, es el vivo retrato de nuestra sociedad contemporánea. Estela adulta es el típico ser humano que transita por la existencia de error en error, de fracaso en fracaso; es el típico representante contemporáneo de nuestra cultura atravesado por un sinfín de dudas, miedos, prisas… Es, en fin, un ser gris y titubeante, absorbida permanentemente por un sentimiento de culpa que, en su caso —y pronto lo descubrimos— es el peor de los sentimientos de culpa, porque está anclado en la inocencia. Terrible paradoja por la que deambulan tantas existencias sintiéndose culpables de algo que, en realidad, es un fracaso originado porque alguien ha causado un daño irreparable. Pero, al mismo tiempo, Estela —o Lita o Gorrión— es el vivo retrato de cualquiera de nosotros que, a pesar de lo anteriormente dicho, sabe que hay un mundo mejor, que puede y debe aspirar a encontrar algo similar a la felicidad, a ese paraíso que habitó durante su infancia.
¿Si Estela es una mujer como cualquiera de nosotros, dónde está la novela?
La novela está, precisamente, en explicar por qué en el caso de Gorrión se pasa de la luz a la oscuridad, cómo se reconstruye la personalidad derrumbada y se destapa un secreto que, como una losa, ha aplastado la vida de una persona desde los nueve años de edad. La novela está en la emoción que va ganando al lector página a página (posición a posición se diría en terminología Kindle), cuando va intuyendo y descubriendo que el amor en cada una de sus posibles manifestaciones tiene que enfrentarse contra la torpeza humana y, en algunos casos, la maldad y, a diferencia de los libros con magos o súper héroes, a veces no llega la victoria en el instante primero, sino que ésta se demora, y tarda tanto que parece que no ha de llegar nunca.
Estela y Rafael no son los únicos personajes. Hay más, unos trazados con más detalle (Chari, Marina, Miguel Ángel, Matilde, el Guarro, Elías, Lucas, Daniel…), otros apenas son figurantes (Lola, Pitu, Canijo…), como no puede ser de otro modo, y precisamente esa diferencia de tratamiento otorga mucha verosimilitud a lo escrito, que es otra de las características de la obra de Mercedes Pinto: todo cuanto narra no sólo es plausible, sino que parece rescatado de ahí mismo, de nuestro lado, si hasta he sentido en mi paladar —ya sabe que los sentidos del gusto y del olfato son los más evocativos— el sabor inconfundible de los quesitos tantas veces merendados por Gorrión.
No me extiendo más, sólo una anécdota, a modo de cierre. Cuando La Última Vuelta del Scaife pasó a la edición digital cambió su título, como ya he comentado. Y aunque la novela no ha perdido nada de su mérito, Josué el Errante es un título menos afortunado, según mi particular criterio. Sin embargo, cuando Mercedes Pinto andaba tras la búsqueda de un editor a quien presentar su manuscrito, barajaba otros posibles títulos para la novela aquí reseñada. Si hubiera acabado llamándose como uno de los que estuvo barajando, hubiera acertado menos que con el que al final ha sido escogido. Pretérito Imperfecto me parece mucho más acertado y más acorde con el propio asunto de la novela, cuya lectura, bajo mi punto de vista, no defraudará a nadie, desde el título hasta la última frase.